miércoles, 5 de julio de 2017

Historia de un viajero

En noviembre de 1990, después de haber colaborado con un par de artículos para el Dominical, recibí la invitación del periódico El Universal, de Cartagena, para remplazar por tres semanas a su redactor cultural, Gustavo Tatis, quien llevaba muchos años sin tomar vacaciones.

En "Al día con la cultura", además de las noticias regulares, escribí mis primeras crónicas.
Ésta es una de ellas.




Historia de un viajero


A finales de un milenio en que todo es rapidez y eficacia, el satélite y los vuelos supersónicos hacen que el mundo empiece a parecernos pequeño. Por eso tiene un encanto especial encontrarse con viajeros que parecen descendientes de los antiguos exploradores; personas que un día deciden salir a recorrer el mundo como si fuera el patio de su casa, lentamente, a veces buscando dificultades, sin la prisa de los turistas, a los que difícilmente les alcanza el tiempo para tomar sus fotos.
Cartagena es una ciudad que atrae a este tipo de viajeros. Aquí llegan seres de todas partes del mundo, cada uno con una historia fascinante. Ahora hemos tenido la oportunidad de conocer un pedazo de la vida de Schell Klaus, un alemán cansado y curtido por el sol, que a principios de este año tomó un avión en Luxemburgo, hasta lima, Perú, para embarcarse en una aventura más de su trasegada vida.
Pero, empezar a contar la historia por el inicio de ese viaje que ahora lo tiene en nuestra ciudad, sería dejar de lado una vida que ya de por sí resulta interesante. Shell nació en Volklingen, Alemania Federal, hace 44 años. En 1957, él y su familia se radican en Alemania Oriental. Lo siguientes años fueron de ires y venires  a través del muro de Berlín, siempre lejos de alguien, siempre en busca de alguien. En 1964, durante un viaje a Yugoslavia, fue deportado a Alemania Oriental, donde fue puesto preso dos años más tarde por su descontento con el sistema vigente. Según las leyes del estado socialista, la preparación de un escape o la sola intención de escapar son penalizables. Siete años más tarde pudo viajar a Alemania Federal, donde continuó una vida errante, trabajando en circos que recorrían Europa, como electricista, mecánico, chofer, encargado de montaje. Los últimos ocho años ha estado radicado en España, lugar donde aprendió el idioma y tuvo la idea de conocer Suramérica: para él, un remoto y brumoso lugar de selvas y ríos y formas de vida exóticas.
Schell ha visitado India, África y casi toda Europa, utilizando los medios más insospechados: una pequeña moto, una bicicleta, pidiendo aventón. Precisamente este viaje que ahora vive lo emprendió en bicicleta. Partió del Perú hacia Brasil, luego a Uruguay, y pasó más tarde a Argentina, donde estuvo durante seis meses y donde le sucedieron las mejores y peores cosas de este viaje: el robo de la bicicleta y de todo su dinero, y la notica de la unificación alemana.
Por eso suspendió este viaje que estaba previsto para durar más tiempo. Sin dinero, comiendo poco, Schell sólo piensa en volver a su país. El viajero errante tiene ahora una meta fija: llegar a Alemania, reencontrase con su familia, volver a ver a su madre después de veinticuatro años.
Así son las historias de los viajeros que pasan por esta ciudad. Siempre con alegrías y desilusiones. Pero siempre llenas de un desmesurado amor por la vida, representado en el afán siempre constante de recorrer kilómetro a kilómetro ese camino del que todos terminamos siendo un pequeño trayecto.

El Universal. 29 de noviembre de 1990.






No hay comentarios:

Publicar un comentario