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miércoles, 24 de julio de 2019

El fantasma de Amherst

La columna de Vivir en El Poblado

    
     Aquí pasó buena parte de su vida Emily Dickinson. En este cuarto amplio y luminoso se atrincheró contra el mundo y escribió unos poemas que se adelantaron a su tiempo. El espacio natural de la poeta anacoreta permite sentir su presencia de manera más viva.

    La casa es bella, grande, familiar. Corona una colina y refleja la alegría de cuando allí vivía su más célebre habitante: el fantasma de Amherst, como la llamaban sus contemporáneos. Los alrededores conservan vestigios del aspecto que tenían en el siglo 19. El viejo camino entre Boston y el río Connecticut es hoy una avenida. Ahí está, enorme y de sombra generosa, el roble blanco que sembró su abuelo. La huerta y los jardines despliegan los aromas y colores que fueron su inspiración. Aquella abeja es tataranietísima de una que vuela en sus poemas. Se ha hecho un esfuerzo notable para reconstruir la biblioteca y el comedor. Pero la impresión más poderosa se siente en su cuarto.













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