domingo, 7 de abril de 2019

Una entrevista en PBS MIami

Este domingo 7 de abril, en el programa Colombia al día, una entrevista con el periodista Enrique Cordoba, 
canal 17 WLRN, PBS Miami.








sábado, 6 de abril de 2019

Un olvido llamado Chocó

Serie publicada en El Universal de Cartagena, en agosto de 1991.

Foto León Darío Peláez, Revista Semana



Un olvido llamado Chocó 

1. Esperando con rabia la llegada del cólera

Como los dedos pequeños de los pies, cuya existencia la mayoría sólo recordamos cuando nos duelen, así es el departamento del Chocó.
 Para este país, sumido en la “vida nacional”, el Chocó es sólo la breve reseña de los textos escolares: una tierra rica en recursos naturales, con los niveles  más altos de lluvia, con una población mayoritariamente negra y, al parecer, con poca importancia histórica.
 Pero cuando el Chocó duele, cuando indígenas y campesinos realizan tomas para exigir repuestas, cuando existe la inminencia de una enfermedad que puede convertirse en una de las peores tragedias nacionales, los ojos se ven obligados a dirigirse en dirección a ese olvido en el que está reflejada la errónea y errática historia de este país en que vivimos, una historia menos glorioso de lo que se cree.

En los tiempos del…
 Ahora el Chocó duele por el cólera. No tanto porque las familias humildes de indígenas y campesinos estén en riesgo de desaparecer, sino porque ese mal, que hasta ahora se ha restringido a regiones marginadas, en cualquier momento puede dar el salto que involucre a todo el país en el problema.
 El cólera es algo más que un término con el que pueden hacerse juegos de palabras; es una realidad que desde el sur del país ha venido desplazándose lenta pero inconteniblemente, haciendo pensar, en las poblaciones que visita o amenaza visitar, que hay que hacer algo, que hay que tomar medidas contra  ese enemigo silencioso que en menos de 24 horas puede acabar con una vida.
 No es gratuito que el cólera haya legado a Colombia por el Pacífico, no es cuestión de suerte que las primeras víctimas correspondan a las regiones en las que el abandono es evidente, no es ni siquiera asombroso que las tasas de mortalidad sean altas, en la costa Pacífica y el Chocó siempre lo han sido, lo que nos pone a mirar hacia el Chocó con asombro y hasta lástima es el simple hecho de que el cólera también puede llegar a atacarnos a nosotros.

El Chocó para Colombia

El destino de esta enfermedad, que tiene un lugar ganado en la historia por su poder arrasador, depende en lo que respecta a nuestro país, de lo que pueda hacerse en la capital del Chocó. En ese sentido el panorama no resulta esperanzador.
 El primer caso de cólera en el Chocó se presentó el 15 de junio pasado en el Alto Baudó, al sur del departamento, una zona con estrecha relación comercial con los puertos del Pacífico donde se inició la epidemia.
 Se estima que en muy pocos días el cólera llegará a Quibdó donde por las condiciones de vida (solo el 10% de la población cuenta con servicios públicos) encontraría un terreno abonado para su propagación y radicación definitiva, constituyéndose así en una endemia más en estas tierras donde los males parecen no querer marcharse nunca.
 Otra consecuencia de la llegada del cólera a Quibdó sería su propagación inmediata a todas las poblaciones que viven del río Atrato, hasta el Golfo de Urabá y de ahí a toda la Costa Atlántica Colombiana, región con la que el Chocó mantiene un contacto comercial permanente.

Espera rabiosa e impotente

Todo parece indicar que el cólera no va a detenerse en el Chocó. A pesar de la inminencia del problema, las autoridades de salud sólo empezaron a tomar medidas al respecto hace dos semanas, cuando Quibdó fue escenarios de dos importantes encuentros: el Quinto Encuentro de Pastoral Afroamericana y el Congreso Indígena, que reunió a cerca de dos mil personas de fuera de Quibdó, algunas de ellas provenientes de zonas a las que ya ha llegado el cólera.
 Fue entonces cuando se pudo comprobar que el Chocó no está preparado para afrontar una epidemia como la que puede avecinarse. El balance de recursos permitió comprobar una vez más el ínfimo respaldo con que cuentan las regiones marginadas del país.
 El Servicio Seccional de Salud ya agotó su presupuesto de 35 millones de pesos en instalación de puestos de rehidratación en zonas de alto riesgo; pero harían falta 70 millones más para que la labor preventiva y de atención pudiera estar a la altura de la emergencia que se avecina.
 Ante la limitación de recursos, las autoridades de salud departamental han recurrido a la ayuda de equipos misioneros del Atrato y otras organizaciones para lograr una mayor cobertura. Pero tras esa delegación de funciones hay algunos que ven una forma de eludir las responsabilidades en caso de hacerse incontrolable la epidemia.
 Viendo esta situación, no puede dejar de pensarse que la principal causa de Cólera en el Chocó no es el virus que lo produce, sino esa ya vieja enfermedad que es el abandono. Con rabia contra esas condiciones, el Chocó espera enfrentar un síntoma más de un mal que no se cura con sales de rehidratación.

Dios no lo quiera

En el Chocó se espera con impotencia la irrupción de la cólera. Sin mucha esperanza se  adelantan las campañas higiénicas. Las personas responsables de la prevención y atención de los posibles casos sólo aspiran a poder menguar los efectos devastadores de la epidemia.
 Mientras tanto, la población espera resignada el nuevo mal que cae sobre el departamento, confía en Dios para que la epidemia no tenga las proporciones que se le vaticinan sigue al frente de esa lucha por la vida que sostiene desde hace siglos, una lucha en la que hay que derrotar día tras día al olvido y la marginación a que el país somete a una de las regiones de las que mayores riquezas ha extraído y tiene aún por extraer.




Foto León Darío Peláez, Revista Semana


2. Pobreza en la región de las riquezas

La historia del Chocó está repleta de paradojas. La más evidente de ellas es el hecho de que a pesar de ser uno de los departamentos con mayores riquezas naturales, aún después de varios siglos de intensa explotación, las condiciones de vida de sus habitantes se encuentran entre las peores del país.
 La inmensa riqueza del Chocó, representada en madera, oro y platino, principalmente, ha ido a parar a los grandes capitales nacionales e internacionales sin que la población del Chocó haya recibido beneficios de ese gran flujo económico.
 Prueba del desequilibrio de beneficios se aprecia en el hecho de que una compañía extranjera, la International Ming Company, que durante casi sesenta años extrajo oro y platino del Chocó, regaló a la ciudad de Nueva York el Madison Square Garden, uno de los escenarios más monumentales del planeta, con un costo inimaginable para los sufridos habitantes de un departamento en cuya capital después de cinco días sin llover hay emergencia sanitaria porque el acueducto son las nubes con sus frecuentes aguaceros y las alcantarillas son lujos prácticamente inexistentes.

El oro del anillo que llevas en la mano

La historia del Chocó ha sido la de la miseria en medio de la riqueza. Desde finales del siglo XVII llegaron a esta región colonos españoles e ingleses que encontraron en los esclavos negros el vigor necesario para los arduos trabajos de minería.
 La extracción de las riquezas del Chocó ha estado en manos de los negros, aunque ellos no hayan recibido ningún beneficio. Aún hoy se les ve acercarse desde tempranas horas a los ríos, las mujeres con bateas y los hombres con dragas que no les pertenecen, para obtener el oro que después de siglos la tierra aún no se ha cansado de entregar; cantidades de oro que en las ciudades valen una fortuna y que a ellos a duras penas les reporta lo suficiente para el mercado del día.
 La historia del Chocó no es sólo la historia de una explotación minera sino también la de una explotación humana. Esa población de Quibdó, en su mayoría de origen rural y esa población negra e indígena que habita la densa red fluvial del departamento, han sido no sólo víctimas de los grandes empresarios sino también de la politiquería, ese mal que corroe los gobiernos de la región para el que el beneficio individual se antepone a la realización de programas en beneficio de la comunidad.
 En medio esta historia, en medio de tantas riquezas que se fortalecen y se van sin dejar nada, en medio de unas culturas que por sus características son incapaces de participar en el juego de la ambición desmedida, las condiciones están dadas para que la miseria extienda sus tentáculos que un día pueden  llamarse desnutrición, otro, malaria o paludismo y otro, como ahora, cólera, palabra que no sólo designa una enfermedad sino el sentir de un departamento que desde hace varios años busca la forma de sacudirse del atraso en el que lo han sumido los que han llegado a llevarse todo en nombre del progreso.

Desalentadoras perspectivas

En los últimos seis meses han muerto treinta buzos negros durante trabajos con dragas en los ríos; presionados por sus patronos se han esforzado hasta el límite en el que sus pulmones han estallado. Mujeres y niños se pasan jornadas enteras en los ríos para extraer oro; el precio: numerosos casos de artritis desde temprana edad. Los trabajos de extracción de oro implican un riesgo adicional: los daños genéticos a causa del trabajo con mercurio.
 Se haría interminable la lista de abusos e injusticias que se presentan en todos los órdenes de la vida en el Chocó. Las perspectivas hacia el futuro no son alentadoras. Con  la puesta en marcha del Plan del Pacífico, que incluye la construcción de superpuertos y del Puente Terrestre Interoceánico se agravarán las condiciones de vida de muchos habitantes de este departamento.
 Las nuevas obras implicarán el aumento de la explotación de los recursos naturales. Junto al oro, el platino y la madera, se intensificarán trabajos para la extracción de petróleo y metales radiactivos. Grandes extensiones de la selva chocoana serán taladas para hace allí cultivos de especies maderables de alto rendimiento. En todos estos trabajos la función de los propios pobladores del Chocó será secundaria, pues no constituyen mano de obra calificada para los trabajos que allí se realizarán, los cuales, en su mayoría, estarán a cargo de empresas extranjeras.
 Se presentará un fenómeno de expropiación de tierras que entre sus múltiples consecuencias traerá el desplazamiento de numerosas familias a las ciudades con graves consecuencias a nivel social y cultural.
 En tiempos que ya se admite que Colombia es un país multiétnico y pluricultural, el Chocó está a punto de ser el escenario del etnocidio de grupos indígenas y de comunidades negras que han hecho de ese departamento un espacio en el que, bajo el azote de los intereses económicos, se ha gestado una cultura que tendría mucho que enseñarle a esa otra, voraz y destructiva, de la que formamos parte; una cultura para la que el móvil principal no son las riqueza y el poder, sino algo mucho más sencillo y a la vez más importante: la vida, esa riqueza suprema que en el Chocó también abunda a pesar de aquellos que se empeñan en que sea lo contrario.


Foto León Darío Peláez, Revista Semana


3. De todas maneras la vida

En el Chocó se siente como si la tierra apenas estuviera en proceso de formación. Diluvios que duran varios días y noches, truenos permanentes, propiciados por la riqueza mineral del suelo, extensiones inmensas de vegetación en la que la presencia del hombre sólo ha dejado leves rasguños. El mundo parece recién creado.
 Allí, en medio de una naturaleza que todo lo domina, de la que todo depende, en condiciones que resultan difíciles de imaginar en las cómodas ciudades, han hecho como un mundo aparte los indígenas que tienen su último reducto en las cabeceras de los ríos, rincones inhóspitos a los que los ha llevado una invasión que empezó hace varios siglos.
 Allí también ha subsistido, sin perder por completo su identidad, pedazos de África traídos a este Nuevo Mundo contra su voluntad.
 Allí la tierra todavía es un bien sagrado.  Allí todavía la familia es una extensa comunidad que lucha por los mismos intereses; el concepto restringido de familia, el afán desmedido de competir y ser más que los demás aún no ha contaminado por completo a la gente que vive en el Chocó.
 Pero la arremetida de los intereses económicos, de la ambición desmedida, pone en peligro esas culturas llenas de sentido común, de respeto por lo humano y divino.  Apenas recientemente esas culturas, que están en peligro de desaparecer a causa del progreso, se han hecho consciente de que algo debe hacerse para preservar lenguas, formas de vida, maneras de expresar la alegría y la tristeza.
 Dos eventos realizados a finales del pasado mes de junio dan cuenta de la forma como estos grupos amenazados, víctimas durante siglos de innumerables atropellos, buscan la forma de reivindicarse y hacer valer sus derechos.

Embera-Waunana

Durante una semana era común ver por las calles de Quibdó el caminar tímido pero orgulloso de lo que queda de los que una vez fueron los únicos habitantes de un continente perdido.
 A la capital del Chocó llegaron mil quinientos indígenas de los grupos Embera y Waunana, para participar en el Segundo Congreso Indígena. Llegaron con sus pieles pintadas, con sus adornos milenarios, pero también con los trajes de la civilización con la que quieren negociar la posibilidad de subsistir.
 Las organizaciones indígenas han debido pagar con muchas vidas la posibilidad de organizarse para defender sus territorios y sus derechos. Para llegar a tener un representante en la Asamblea Nacional Constituyente, los indígenas debieron vivir una larga lucha contra el paso arrasador de la civilización para mantener con vida su cultura.
 Ahora las perspectivas son mejores. La inclusión del carácter multiétnico y pluricultural de la nación en la nueva Constitución parece abrir una puerta para que los indígenas en Colombia puedan, no solo subsistir, sino progresar dentro de sus territorios, sus culturas y sus propias formas de ida, sin ser víctimas indefensas de los grandes poderes económicos.
 El Congreso Indígena permitió elegir nuevas directivas en la OREWA (Organización Regional Embera-Waunana), el organismo a través del cual los indígenas del Chocó abrigan la esperanza no sólo de sobrevivir, sino de poder llevar, luego de siglos de atropellos y despojos, una vida en la que las relaciones con las demás culturas del país no estén marcadas por los abusos y la desigualdad.

Quinto EPA

Paralelo al Congreso Indígena, se realizó en Quibdó el Quinto Encuentro de Pastoral Afroamericana, evento organizado por la Diócesis de Quibdó, El Quinto EPA reunió delegados de Costa Rica, Panamá, Ecuador, Brasil, Tumaco, Buenaventura, Guapí y Cartagena, entre otros, para fijar las bases de un proyecto Afroamericano de Educación Liberadora, un proyecto que replantee la educación desde las características étnicas de los pueblos afroamericanos.
 La consolidación del concepto Afroamérica ha sido uno de los aportes fundamentales de los encuentros de Pastoral Afroamericana. A través de él se ha puesto en evidencia el hecho de que hay en los pueblos descendientes de los antiguos esclavos africanos, una identidad cultural, unos modos de percepción y de socialización, frente a los que las culturas predominantes de América Latina actúan, a través de la educación, casi siempre de manera alienadora.
 Ser afroamericano no está determinado por el color de la piel o por tener determinadas manifestaciones culturales de evidente origen africano. Ser afroamericano es estar inmerso en una cultura con unos valores propios que actualmente se encuentran en proceso de identificación y reivindicación.
 Un ejemplo claro que muestra el contraste entre la cultura afroamericana y lo que podríamos llamar una cultura nacional es el calificativo de perezosos que muy comúnmente dan las culturas del interior del país a los habitantes de comunidades negras.  Visto desde la perspectiva cultura, esa ‘pereza’ obedece a concepciones diferentes del tiempo y la utilidad.
 Ahondando en el tema saltarían a la vista muchas otras diferencias. En ese trabajo reivindicativo se ha ocupado un amplio sector de la Iglesia Latinoamericana, especialmente la que trabaja con comunidades altamente oprimidas.
 En el Chocó puede sentirse que el papel de la Iglesia es determinante en la defensa de esas comunidades. Desde la Diócesis de Quibdó, a veces en conflicto con la Iglesia Oficial, se coordina un trabajo que busca, no sólo llevar el mensaje evangélico, sino apoyar la formación de mecanismos de subsistencia y desarrollo. Por eso no es extraño que se apoyen iniciativas que busquen modelos de educación liberadora.

De todas maneras la vida

Así, frente a las estructuras anquilosadas de un país que no ha sabido responderle a una de las regiones que mayores beneficios le ha entregado y puede entregarle, desde el mismo Chocó, desde esa tierra que a pesar de todo sigue siendo un derroche de vida, surgen trabajo comunitarios y de defensa de los derechos que son ejemplo para Colombia.
 Allí, en esa exuberancia vegetal que hace olvidar el deteriorado estado en que actualmente se encuentra la tierra, en medio de esa tierra que parece recién creada, la vida sostiene importantes batallas. Allí, observando niños que ríen y juegan en charcos pestilentes, sintiendo la energía contagiosa de las mujeres del Chocó, la fuerza incontenible de esos hombres, negros e indígenas, habituados a la adversidad, se siente que a pesar de todos los males que han caído sobre esos seres, o a causa de ellos, la vida alcanza en el Chocó su máxima expresión.
 No puede dejar de pensarse que los verdaderos oprimidos y marginados de la vida somos nosotros, esos que estamos del lado de los que se han llevado todo del Chocó menos su principal tesoro: la voluntad obstinada y amorosa de vivir que tienen los chocoanos.


viernes, 5 de abril de 2019

Sobre los doctorados

Las dificultades del doctorado en Colombia

Un artículo de Lina Gasca y Miguel Durán,
del Departamento de Comunicación Social y Cinematografía 
de la Universidad Jorge Tadeo Lozano






jueves, 4 de abril de 2019

Aquí y ahora

La columna de Vivir en El Poblado
Fotografía: Bosque de Unadilla, por Louis Constant Duit Instragram: @louis.constant.duit



Cuando alguien dice Nueva York, nos vienen a la mente luces y multitudes, vapores que suben desde las alcantarillas, tiendas, rascacielos, trenes y vehículos de lujo. También es posible que se piense en lugares como el Parque Central o el deslumbrante cruce de calles de Time’s Square, o en sectores precisos de Queens, Brooklyn, el Bronx, Staten Island o Manhattan.
Pero hay otro Nueva York que es muy distinto. Me refiero al estado de Nueva York: un territorio más grande que Nicaragua, donde la ciudad del mismo nombre es lo menos representativo. Más de seiscientos kilómetros separan la Gran Manzana y las cataratas del Niágara, y alrededor de esa diagonal se extiende un mundo de maravillas naturales, de casas centenarias, de granjas, de bosques y montañas, de ciudades intermedias y de pueblos perdidos en el tiempo, entre los que se cuenta mi Siberia.



Leer el texto completo en Vivir en El Poblado