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domingo, 23 de abril de 2017

Retratos


Editado originalmente en 1996, en Cartagena de Indias, Retratos incluye crónicas, perfiles y entrevistas publicados en el diario El Universal, de esa ciudad, entre 1992 y 1995. Al lado de la Semana Santa en Mompox, de las exploraciones arqueológicas en busca de las cerámicas más antiguas de América y de historias de inmigrantes y seres anónimos, aparecen personajes del deporte: Adriana Salazar, René Higuita, Carlos “El Pibe” Valderrama y Bernardo Caraballo, y escritores: Eduardo Lemaitre Román, Ramón de Zubiría, Manuel Zapata Olivella, Gustavo Ibarra Merlano y Álvaro Mutis.






jueves, 20 de abril de 2017

Manuel Zapata Olivella: EL VAGABUNDO QUE VINO DEL MÁS ALLÁ

 Texto publicado en el suplemento Dominical, 
de El Universal, de Cartagena, en marzo de 1995

 
Foto Nereo López

  
“Aunque parezca una metáfora, hablar de Manuel Zapata Olivella, hoy, es hablar de alguien que ha resucitado”.
El comedor recibe el resplandor de un gran patio. La casa es enorme y de techo alto, queda en un sector silencioso del noroccidente bogotano y de afuera sólo llegan los ruidos de algunos pájaros.
Manuel Zapata Olivella está en una de las sillas del comedor y, aunque su cuerpo tiene nuevos límites –que le ha dejado su último combate con la muerte–, es posible percibir una energía desbordante en ese hombre que hoy parece un altivo y sosegado jefe de tribu africana.
“Después de numerosas intervenciones en la columna cervical, que me permitieron conocer la frontera del más allá, he podido tener la oportunidad de volver otra vez, retomar el camino con una nueva mirada y con nuevos ímpetus”.
Cierra los ojos. Se regodea en sus palabras, en sus ecos de tambor. Teje con gusto el ritmo de cada frase.
“… y más consciente de que el tiempo es fugitivo”.

Las huellas del cazador

“Hemingway, el cazador de la muerte, mi última novela, es anterior a este proceso, pero de alguna forma también implica un resucitar. Es la primera novela, de un propósito que tengo de escribir dos o tres más, enmarcada en mi vocación primigenia por la literatura, en el asombro que tuve en mis primeros años de adolescente, cuando comencé a leer las obras que constituyeron mi primer horizonte de lectura –creo que el de todos los iniciados en la literatura– como son las obras de Julio Verne, Las mil y una noches, las obras de Salgari, los viajes de exploradores, etcétera”.
Todo en la vida de Manuel Zapata Olivella está lleno de viajes y errancias. La historia de su última novela, por ejemplo, comienza hace varias décadas, se explica a través del largo viaje de su vida. Con su voz cadenciosa e hipnótica, Manuel Zapata Olivella nos lleva de la mano en ese viaje.
“Esas primeras lecturas despertaron mi interés por querer ir a la luna, visitar el subfondo de los volcanes y de los océanos, en fin, por ser protagonista de novelas de aventuras.
“Pero esta literatura de la imaginación, para mí se fue quedando atrás en la medida que me fui interesando por los problemas sociales, por los problemas políticos, en la medida en que fui descubriendo que pertenecía a una clase que tenía sus más remotos antecedentes en la esclavitud, en la conquista y exterminio de las comunidades indígenas.
“Alcancé a conocer a mi abuela negra, a unas tías descendientes de mi abuela indígena. De manera que, cuando comencé a escribir mis primeros relatos, en Cartagena, en un periódico que se llamaba El Fígaro, mis artículos estaban relacionados con temas de interés para la comunidad, con su imaginería, sus costumbres y temores: historias de aparecidos, la cabeza de perro que flotaba cerca del cementerio, el cuarto bate, en fin.
“En aquel tiempo empecé también a preocuparme por conocer los clásicos de la literatura, María, La vorágine y las obras de José Antonio Lizarazo, que me impresionaron mucho y que estaban adscritas dentro de la novela naturalista y sociológica, que en el ámbito latinoamericano correspondían a las obras de Jorge Icaza y Adalberto Ortiz, en la década del treinta, y Miguel Ángel Asturias, Ciro Alegría, y Mariano Azuela en los años cuarenta.
“Todo este contexto me fue perfilando como un novelista de la época, preocupado por la literatura colombiana y latinoamericana, con algunas lecturas complementarias de la literatura europea, también de carácter social –como Balzac y Dickens–, y de norteamericanos como Faulkner, Dos Passos y Steinbeck.
“Pero mi iniciación en la novela tiene más influencia directa con la literatura que se estaba escribiendo en ese momento en Colombia, particularmente la de Lizarazo, a quien conocí cuando vine a estudiar medicina aquí a Bogotá. De manera que, bajo esa influencia escribí mi primera novela, Tierra mojada, a comienzos de los cuarenta”.


Una pasión vagabunda

“Llevaba bastante adelantados los bocetos de Tierra mojada cuando se me dio por salir de vagabundo, como un hippie, caminando a pie por Centroamérica –desde Panamá hasta México–, pasando por esos países que en esa época (1943) estaban bajo las dictaduras. El recorrido duró cerca de un año, vi de cerca la revolución mexicana y conocí a personajes como Diego Rivera, Siqueiros y Mariano Azuela. Luego llegué hasta los Estados Unidos, donde pude ver la discriminación racial contra el negro, así como había visto la discriminación contra el indio en Centro¬américa.
“Ese viaje me dio una visión mucho más alta para la comprensión de los fenómenos sociales colombianos y, particularmente, los que yo había vivido en mi infancia en el Sinú, que son los que constituyen mi primera novela. Yo había vivido toda mi infancia entre los arroceros del Sinú y Tierra mojada abarca toda esta problemática que, en cierta forma, fueron los primeros brotes de la violencia en este país. Creo que es la primera novela que anuncia ese problema de la violencia, que yo después retomo en La calle diez, en Detrás del rostro y, de algún modo también, en Chambacú, corral de negros.
“Pero mi interés no era denunciar las luchas sangrientas que se estaban dando en ese momento en el país, sino mostrar las injusticias sociales, las situaciones de opresión que vivía el pueblo. En La calle diez, por ejemplo, que recoge el episodio del 9 de abril, al lector no le queda tanto la muerte de Gaitán sino la miseria que se vivía en esa época.
“Pero esta denuncia social deriva con los años hacia otros horizontes.
“En la última etapa de creación literaria, en la década del sesenta, antes de un largo silencio de casi veinte años, aparece En Chimá nace un santo, que es ya una toma de conciencia como colombiano e hispanoamericano, en función de la mentalidad mágico-religiosa”.


Una excursión al silencio

“Justo en ese momento, cuando escribí esta novela, que tuvo la suerte de quedar segunda en un concurso literario en el que Gabito obtuvo el primer premio con su novela La mala hora, justo cuando empecé a recibir reconocimientos como el de Seix Barral, en el que Vargas Llosa obtuvo el primer premio con La ciudad y los perros, estos reconocimientos, en lugar de afirmar mi interés en continuar escribiendo más novelas, me condujeron a unas reflexiones sobre qué cosa era escribir una novela –ya había escrito cinco y quería saber lo que eso era–, cuál era el uso que había que darle al lenguaje, cuáles eran los mecanismos conscientes e inconscientes que se planteaban en el momento de la escritura y otros problemas de la creatividad literaria, como la alienación cultural, el problema del uso de los fenómenos históricos, etcétera.
“Todo eso hizo que durante veinte años yo dejara de publicar una nueva novela, aunque escribí tres que siempre consideré inmaduras. Sólo una, que se llamaba Viva el putas, la publiqué después con el título de El fusilamiento del diablo. Las otras, El cirujano de la selva y La maraca embrujada, se quedaron en el cajón”.

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Un trabajo del putas

“Toda esa búsqueda literaria se fue concretando cuando me enrumbé en la búsqueda de una temática que implicara la historia de las luchas sociales de América, desde la Colonia y la Independencia, a través de una mirada no europea, no eurocéntrica, como ha sido tradicionalmente la visión de la novelística latinoamericana. Quise mirar el proceso a través de la mirada del africano, a través de su mestizaje con el indio, con el español y así empecé a buscar fuentes, a visitar lugares como Haití, México, algunos países del África, los Estados Unidos –país al que regresé como profesor de la Howell University, de Kansas–, a analizar fenómenos como el ‘Poder Negro’, ‘Las panteras negras’, la independencia y enrumbamiento hacia el socialismo de países como Angola, el Congo, Senegal y Kenya.
“Todo esto sumado me fue nutriendo para escribir Changó el gran putas, que apareció en 1983 y es la primera novela que publiqué después de 1964. Esa novela plantea mi primera resucitada –ya que estamos hablando de resucitadas– porque, aun cuando es el producto de toda una evolución literaria desde la adolescencia, plantea una nueva visión que yo considero en cierta manera liberada de los influjos de la cultura europea, pero también influida –en este sentido también podemos hablar un poco de alienación– por lo que era el concepto de África. Estaba lo suficientemente lúcido para comprender que yo no era otra cosa que el resultado de varias alienaciones: la alienación europea, la alienación de la memoria ancestral africana –que yo idealizaba, desde luego– y la alienación de la cultura indígena, también idealizada.
“Con todo esto, yo considero que Chango el gran putas plantea una nueva visión crítica y literaria de lo que es la toma de conciencia del hombre americano en sus vertientes triétnicas. Yo creo que estas vertientes van a tomar madurez en los movimientos sociales, políticos, econó-micos, culturales que se están planteando en este fin de siglo, y que van a tomar su verdadera madurez en las tres o cuatro próximas décadas. En ese sentido, sin que me lo haya querido proponer, considero que soy el sembrador de actitudes y de pensamientos que van a aflorar en la literatura del próximo siglo, que es una literatura que estará más ligada –y ahora me doy cuenta, porque fueron pasos inconscientes– a los grandes problemas.
Chango, precisamente, se inicia con unos cantos escritos en verso que aluden al origen y a la creación del mundo en la mitología africana y después se proyecta en una denuncia por el uso agresivo de la tecnología contra el hombre y contra el planeta. El fundamento de toda esta novela es el concepto del muntu, que es un concepto bantú que alude a la familia, pero no en el sentido tradicional de la cultura occidental, sino la familia de los hombres vivos y sus difuntos, hermanados con los animales y los vegetales y los minerales. En otras palabras, ese gran problema que hoy en día se está planteando la humanidad, de reconocer esa biodiversidad a través de una fraternidad y no a través de una lucha a muerte”.


Un libro sin crítica

“Changó el gran putas no ha tenido suficiente difusión fuera del contexto colombiano. A pesar de que recibió en Brasil un reconocimiento literario.
“Aquí en Colombia, la sensación que me ha dado es que Chango ha sido bien recibida, pero le cierra las puertas a la crítica nativa porque involucra la necesidad de un mayor conocimiento de lo que ha sido la historia de los negros en el continente, la historia de la primera revolución antiesclavista triunfante en el mundo, como fue la de Haití, conocer un poco sobre vudú, conocer un poco sobre la historia de José María Morelos –en México–, meterse en ese mundo complejo del Brasil. Entonces resulta que los críticos leen el libro, si es que llegan hasta la página final, y se van atragantando de valores, de conceptos, de acontecimientos, que no están en la rutina de la crítica general.
“Aquí en Colombia se han escrito artículos importantes, pero no han sido publicados. A pesar de ello, hasta mí no ha llegado un ensayo que plantee a fondo, por ejemplo, el problema de la desalienación del lenguaje castellano, para poder penetrar en el mundo de la filosofía del mestizo triétnico americano. Creo que ha habido oportunismo por parte de los escritores latinoamericanos, porque es evidente que una mirada eurocentrista sobre las culturas latinoamericanas o hispanoamericanas o afroamericanas, es una mirada que asegura un mercado europeo. En cambio, si lo hacen desde el punto de vista profundo del indio –como creo que lo ha hecho Juan Rulfo– cuesta más dificulta tener acceso a la gran mayoría de los lectores europeos. Rulfo es un autor consagrado por los pocos críticos que se han dado a la tarea de penetrar en ese mundo del mestizo mexicano; pero, aun así, fuera de los marcos de la crítica literaria, no es un autor que haya tenido el acceso al público que han tenido otros autores latinoamericanos”.


El cazador de la muerte

“Hemingway, el cazador de la muerte’ plantea a su autor una serie de desafíos”.
El viaje hasta la última novela ha terminado.
“Uno de esos desafíos, como te decía, es el rescate de una vocación de adolescente por la literatura de aventuras, que se quedó sepultada en el momento en que fueron apareciendo otros intereses, como la novela naturalista y la de denuncia social.
“De pronto, terminando Changó, en 1983 y con la manía que me quedó de haber estado veinte años investigando, trasnochándome, haciendo apuntes y demás, necesité llenar ese vacío que me dejaba el haber terminado una novela y haberla publicado.
“Entonces me dije: ‘Voy a escribir una novela como la hubiera podido escribir Julio Verne’. No tanto por estar influido por Verne, como por el deseo de retomar la atmósfera en que sus novelas fueron escritas.
“Por diversas circunstancias, cayeron los tres hilos fundamentales que me llevaron a la concepción de la novela.
“La primera fue la muerte de Hemingway. Hemingway había muerto ya, precisamente cuando yo me encontraba muy metido en lo hondo de la búsqueda del arte de novelar, pero me impresionó mucho que un hombre tan vital de pronto se hubiese suicidado. Si Hemingway hubiese sido un personaje sicopático, que hubiese rehuido el contacto con otros seres, no me hubiese sorprendido, como psiquiatra que soy. Pero que un hombre como él se haya suicidado me llenó de interrogantes.
“El otro elemento fue el producto de la investigación detrás de los valores africanos: una leyenda Kikuyo, que es la etnia más importante de los pueblos que configuran al pueblo de Kenya. A esa etnia perteneció Yomo Kenyata, el líder Mau mau y, posteriormente, primer presidente de la República de Kenya. Según la leyenda, a todo cazador que dispare su arma contra un animal sagrado se le devuelve el proyectil y le hiere en el mismo sitio donde ha herido al animal sagrado. De pronto, yo asocié la idea de que todos los disparos y las balas que Hemingway había hecho en sus safaris de África se le habían devuelto en el disparo que él se hace, en el momento de suicidarse con una carabina de dos cañones.
“Pero hay otro elemento fundamental: la colonización de los pueblos africanos y, particularmente, de los pueblos de Kenya, por el hecho de que, según la paleontología, es allí el primer sitio en donde aparece el homo sapiens.
“Entonces me pareció que los pueblos africanos, especialmente los pueblos de Kenya, son los depositarios de la sabiduría más antigua que tiene la especie humana.
“Pero, aún queda otro elemento. Yo he estado toda mi vida ligado al estudio de la biología. Yo no quise, originalmente, ser un médico, sino que quise ser un zoólogo. Pero, como entonces no había zoología ni en Cartagena, ni en Colombia –estoy hablando de 1937–, mi papá me convenció de que debía preocuparme por conocer al más importante de los animales. Entonces, éste es otro elemento que yo sumo a mi interés de hacer una novela desligada de todo lo que me había acontecido. La biología me llevó a introducir un nuevo hilo en la trama: el del conocimiento de las formas de flora y fauna, a través del biólogo que no es otra cosa que el médico frustrado Manuel Zapata Olivella. Para eso –aquí sí va un poco de esa libertad creadora que quería tener– tomé un personaje que aparece en la primera obra de Hemingway sobre España (publicada en español con el nombre de Fiesta), un torero, Cayetano Ordóñez, llamado el ‘Niño de la palma’. Pues bien, ese Cayetano Ordóñez no es otro que el padre de la gran figura del toreo Antonio Ordóñez, pero yo en mi novela me propuse cambiar las cartas y lo hice biólogo, porque el padre no quería que su hijo muriera empitonado por un toro.
“Luego viene la expedición al África, al monte Kenya, de Hemingway y la fotógrafa de veinte años con la que tiene un idilio otoñal. Les acompaña el hijo de Ordóñez y hay un encuentro con Yomo Kenyata. Todo se reúne al final en torno a la obsesión de Hemingway porque le ha disparado al mamut sagrado”.

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Sin comentarios

“Hombre, yo creo, independientemente de quién haya sido el autor, que son suficientes elementos como para que la crítica literaria no se hubiese quedado como se ha quedado: un poco muda, ya sea porque no ha leído la novela o porque no le ha interesado. A mí se me hace que esta novela plantea muchas cosas que no deben pasar inadvertidas para la crítica, para bien o para mal. En primer lugar, creo que es la primera novela escrita por un autor hispanoamericano sobre África, es la primera vez que un escritor hispanoamericano relaciona a Hemingway como personaje en una novela, sobre todo cuando la novela está escrita en primera persona y la persona que relata es Hemingway. Hombre, esto a un crítico le debe plantear muchas cosas, decir al menos: ‘Cómo es posible que este señor se atreva a estar convirtiendo a Hemingway en su voz narradora’.
“Al lado de eso está el tema de la colonización de África, sobre el cual habría que decir por lo menos dos palabras.
“Pues bien, me he tenido que conformar con que el libro no se ha vendido, no le han hecho publicidad, no lo han sacado del ámbito del mercado bogotano, no ha llegado a Cartagena, no ha llegado a Medellín –y si ha llegado no tengo noticias–, no ha llegado a Latinoamérica, no ha llegado a España, en donde yo esperaba que tuviera muy buena acogida por lo de Ordóñez. No he podido conseguir que se distribuya en los Estados Unidos, sólo ha llegado a manos de algunos críticos. Estoy muy interesado en ver si consigo a alguien que se interese en traducirla. Le veo muchas perspectivas en el cine, ha sido una novela concebida como para ser realizada en el cine, por la figura de Hemingway, por los animales, por los Mau mau y tantas otras cosas.
“Creo haber plasmado mi interés de hacer una novela con plena autonomía de fantasía creadora, creo que está dentro del ámbito de Moby Dick, creo que está dentro del ámbito de la visión cultural que tenía Verne de los pueblos que utiliza en sus novelas –como el relato que hace de América en Los hijos del capitán Grant– y espero, con paciencia, sin desesperación, que la novela sea vendida y que, en su momento, sea criticada”.




Una nueva quijotada

“Yo he dicho reiteradamente que no soy simple y llanamente un trotamundos, sino que soy un vagabundo, de la vida, de las ideas, de la filosofía, de los conceptos. No me veo atraillado por compromisos de ninguna naturaleza, ni filosóficos, ni religiosos, ni políticos, ni a estar estancado en un punto de vista originario y persistir en él por haber encontrado allí la verdad absoluta. Por el contrario, soy un vagabundo permanente, trashumante, de una postura ideológica y filosófica a un nuevo grado de desarrollo de esa postura. No es que sea vagabundo en el sentido de andar todos los días cambiándole el norte a mi brújula, sino que todos los días profundizo en esos puntos cardinales que he trajinado.
“Uno de los personajes que más han influido en mí, a lo largo de toda la vida, ha sido el gran vagabundo de don Quijote. La novela que escribo actualmente está inspirada en un cuento que, a mi manera de ver, debió inspirar a Cervantes para crear su personaje. Hasta el momento tiene el título de Itzao, el inmortal, y está fundamentada en un cuento de la tradición oral, seguramente español, muy difundida en Hispanoamérica. Este cuento ha sido retomado por autores como José Hernández, el autor de Martín Fierro, cuando relata el desafío del payador con el diablo. Ese mismo reto lo tiene Gabo, en Cien años de soledad, con la leyenda de Francisco el Hombre enfrentado al diablo. Don Tomás Carrasquilla tiene la historia en el cuento ‘A la diestra de Dios padre’, donde Peraltica se enfrenta a la muerte y va al cielo y Dios lo pone a su diestra. También hay un episodio en Pedro Páramo, cuando el hijo de Pedro Páramo visita el sitio donde están encendidas las luminarias de todos los vivos y que se van apagando. Este cuento tradicional tiene muchas versiones en América y en Colombia (he recogido una versión en la Costa Atlántica con el nombre de ‘Rambao’, otra en el Pacífico, con otro nombre, y otra en los Llanos Orientales, donde tiene el nombre de ‘Florentino y el diablo’).
“Creo que este cuento debió ser la inspiración de Cervantes para Don Quijote y Sancho Panza. A Dios lo convierte en Don Quijote, adaptándolo al momento, porque ya estaba en crisis esa idea, y Sancho Panza es ese personaje que en el cuento de Carrasquilla se llama Peraltica.
“Mi proyecto de seguir escribiendo con libertad creativa incluye otras novelas, pero no tengo aún muy definidos los argumentos”.


Zona de alimentación

La mañana se ha marchado sin hacer ruido. Poco después de la una de la tarde han empezado los movimientos en torno a la mesa del comedor. Han llegado Rosa y Edelma, la esposa y la hija de Manuel Zapata Olivella.
La charla ahora tiene el ritmo del hogar.
Manuel Zapata cuenta que cuando fue invitado como profesor a la Universidad de Toronto, un estudiante le preguntó qué significaba la presencia de los perros en todas sus novelas. Le respondió que nunca se le había ocurrido que eso significara algo, que en la Costa siempre hay perros.
A propósito de estudios sobre su obra, Zapata espera la llegada –un mes después del momento en que se hace la entrevista– de Yvonne Captain, una profesora norteame-ricana que escribió un libro sobre todas sus novelas, hasta Changó el gran putas, y se refirió superficialmente al libro sobre Hemingway, porque en su momento no estaba terminado. Ivonne Captain viene a estudiar y clasificar los apuntes, borradores y fichas de la biblioteca de Zapata Olivella.
Rosa, la esposa de Manuel Zapata Olivella, es el sentido práctico, el contacto con la tierra de esa casa. Es una española aún bella, de aspecto afable y tranquilo. Se casaron en 1960 y ella le dio nuevos ímpetus a la carrera literaria de su marido, es la primera lectora de sus libros. Viéndola se entiende en buena parte porqué, a pesar de la indiferencia de los críticos, Manuel Zapata Olivella nunca ha pensado en dejar de escribir libros.
“Nunca había hecho poesía, hasta que me impuse la tarea de escribir los poemas que aparecen al comienzo de Changó el gran putas”, dice, en medio del almuerzo de comidas livianas y bajo en condimentos.
Por ahora, el viaje de esta charla ha terminado. Muchas puertas se han quedado apenas entreabiertas, como los años dedicados en compañía de su hermana a difundir el folclor o el viaje a la Unión Soviética con una delegación a la que Gabriel García Márquez se sumó en París como tamborero.
La mención de García Márquez hace que Zapata Olivella recuerde que fue él quien lo acompañó la primera vez que llegó a El Universal, en mayo de 1948. Pero esa es una charla que ocupará otro espacio.
Por lo pronto, queda la reconfortante sensación de haber hablado con un hombre que no ha traicionado su vocación, que contra la indiferencia y la falta de difusión ha construido una obra, ha seguido su ruta de vagabundo incansable.
Ahí, sentado en el comedor de su casa, viéndolo presidir con su imponencia bonachona de viejo soberano al que a ratos su cuerpo se niega a obedecerle, se comprende que –aunque salga pocas veces a la calle– su errancia por las tierras de la vida, de la muerte y las palabras, prosigue con su misma obstinación de adolescente apasionado por los viajes.



miércoles, 10 de junio de 2015

La familia del Muntu

Una lectura de Changó el gran putas, de Manuel Zapata Olivella
Manuel Zapata Olivella, foto de Nereo López.

En 1983, después de un silencio literario de más de quince años, el escritor colombiano Manuel Zapata Olivella publicó una novela que marcaba un cambio de dirección en el conjunto de su obra. El realismo social había sido el rasgo principal de sus novelas anteriores. Su última novela hasta ese momento, Chambacú, corral de negros (1967), había contribuido a encasillarlo como un autor de novelas sobre negritudes, pero Changó el gran putas (1983), rebasó los límites de esa clasificación e introdujo una perspectiva casi inédita en la historia literaria americana. 
Muchas disciplinas serían útiles para abordar esta novela que ha sido catalogada como la épica de las negritudes en América. La historia, la antropología, la psicología, la etnografía, podrían ser herramientas para interpretar el abrumador contenido de este libro. Su mismo autor ha reconocido que uno de las principales razones para que la crítica se haya pronunciado poco sobre Changó el gran putas radica en el amplio y diverso corpus intelectual que la novela exige de sus lectores.
Una de las aproximaciones que aún no se han emprendido en el estudio de esta obra es la relacionada con la representación de la naturaleza. Si juzgamos la importancia de este tema por el número de veces que aparece la palabra “naturaleza” en sus más de quinientas páginas (sólo aparece una vez), un estudio sobre el tema podría ser tan descabellado como dedicarse a interpretar la presencia de la palabra “astillero” en El Quijote.
Pero es justamente esa palabra, al menos aquello que el mundo occidental denomina “Naturaleza” (o algo parecido a lo que se suele designar con esa palabra)  lo que ocupa y domina casi todas las páginas del libro de Manuel Zapata Olivella. Como el mismo autor lo señala:
El fundamento de toda esta novela es el concepto del Muntu, que es un concepto bantú que alude a la familia, pero no en el sentido tradicional de la cultura occidental, sino la familia de los hombres vivos y sus difuntos, hermanados con los animales y los vegetales y los minerales. En otras palabras, ese gran problema que hoy en día se está planteando la humanidad, de reconocer esa biodiversidad a través de una fraternidad y no a través de una lucha a muerte.[i]
Con la misma propiedad con que se afirma que Changó el gran putas es una épica de las negritudes en América, podría decirse que es una historia natural de los seres humanos, con la peculiaridad de que lo “natural”  significa, en esta obra, algo bastante diferente a aquello que suele significar. Para terminar de definir nuestros alcances y propósitos, podríamos decir que, en la novela de Zapata Olivella, conceptos como cultura e ideología son puestos en entredicho, para sacar a flote algo que quizá sean los residuos comunes a la naturaleza humana.

Los escritores y la alienación
Suele creerse que los escritores son gente inteligente. A pesar de ciertas tendencias críticas que quieren ver en el autor una serie de patologías (y en el texto, el patio donde juegan las patologías) o una máquina de hacer collages, puede decirse que la idea general que se tiene de un escritor es la de una persona relativamente erudita, con una poco usual claridad para ver e interpretar la realidad. Además de las virtudes morales con que suele adornarse a las personas que consiguen moldear la difícil materia verbal, también se quiere ver en muchos de ellos el ejemplo del sujeto siempre en guardia contra los poderes de la alienación. Pero el escritor puede ser presa fácil de formas sutiles de condicionamiento cultural. Creyendo ofrecer una perspectiva visionaria, liberadora, puede estar cumpliendo una mucho menos atractiva labor de propagandista oficial de un orden tan viejo que suele confundirse con lo natural.
Cuando se piensa en la literatura hispanoamericana de las últimas décadas, se descubre que la reflexión sobre ideología y cultura siempre ha estado presente. Consideraciones como la anterior ocuparon a Manuel Zapata Olivella durante el silencio que precedió a la escritura de Changó el gran putas. Las dudas e inquietudes sobre su oficio empezaron después de la escritura de En Chimá nace un santo (1964), una obra en la que Zapata Olivella aborda por primera vez a sus personajes desde una perspectiva mágico-religiosa. Como el mismo lo señala:
Justo cuando escribí esta novela, que tuvo la suerte de quedar segunda en un concurso literario en el que Gabito obtuvo el primer premio con su novela La mala hora. Justo cuando empecé a recibir reconocimientos como el de Seix Barral, en el que Vargas Llosa obtuvo el primer premio con La ciudad y los perros, estos reconocimientos, en lugar de afirmar mi interés en continuar escribiendo más novelas, me condujeron a unas reflexiones sobre qué cosa era escribir una novela —ya había escrito cinco y quería saber lo que eso era—, cuál era el uso que había que darle al lenguaje,  cuáles eran los mecanismos conscientes e inconscientes que se planteaban en el momento de la escritura y otros problemas de la creatividad literaria, como la alienación cultural, el problema del uso de fenómenos históricos, etc.[ii]
Pero su reflexión incluyó además un tópico generalmente soslayado o diluido al abordar la literatura hispanoamericana: el del componente africano de nuestra cultura. Como señala Yvonne Captain-Hidalgo, parece existir una convención implícita de nuestra literatura, según la cual los personajes centrales de las novelas no son negros. Para ella, a pesar de los casos innegables de autores que ha incluido negros en sus ficciones, la gran mayoría no tiene descendientes de africanos como protagonistas. Captain-Hidalgo señala a Cuba como el único país hispánico que de manera más consistente se ha focalizado literariamente en los negros.
When one surveys the focalization in the majority of recognized Spanish-American narrative, it is easy to see how that focus is on writers who are either: (1) urban, (2) middle class, (3) until very recently, male, or (4) white (...) Allusions to Indian or African grandmothers aside, the undisputed truth is that the main characters are white and the emphasis remains on a cultural background mostly rooted in European experiences.[iii]
Según Captain-Hidalgo, es un error considerar que sólo una alusión directa a grupos raciales constituye un enfoque étnico. Para ella, a menudo el simple acto de escritura creativa revela una identificación racial. “Furthermore, in many cases the absence of any mention of character’s racial makeup can be read as the character’s white background” (100).
Esta consideración, que podría reducir la discusión al simple tópico de lo racial, puede ser útil para acercarnos a otras implicaciones también desplazadas de nuestra forma de representarnos. Del mismo modo que todo texto posee, de manera explícita o implícita, una posición racial, también es inevitable en todo texto una postura ideológica y cultural. Así como es infrecuente encontrar textos literarios cuyo personaje central sea negro, del mismo modo es infrecuente que una perspectiva cultural africana ocupe la posición predominante en el nivel ideológico y cultural de los textos, incluso en obras que incluyen representaciones de lo afroamericano.
Es allí, en el ámbito de los rasgos de la cultura americana que han sido ocultados, convertidos en piezas decorativas o simplemente borrados, donde Changó el gran putas ocupa su lugar. 

Changó y nuestro tiempo

Changó el gran putas narra diversos episodios de la historia del mundo afroamericano, desde el momento en que muchos pueblos africanos fueron arrasados por el comercio esclavista, hasta las luchas raciales que tuvieron lugar en Estados Unidos durante los años sesenta. La novela busca abordar casi cinco siglos de historia a partir de momentos y escenarios tan diversos como un barco negrero —donde dos visiones culturales conviven en tensión—, la Cartagena de Indias donde San Pedro Claver trató de usar el cristianismo para contrarrestar las brutalidades de la esclavitud, el esplendor y ruina del reino negro de Henri Christophe en Haití, las luchas independentistas lideradas por Simón Bolívar, las pugnas en el ámbito minero del Brasil, las luchas de José María Morelos en México, o la larga historia de los afroamericanos en Estados Unidos, su esclavitud, las persecuciones de que fueron víctimas por parte de grupos como el Ku Klux Klan, hasta las luchas de personajes como Malcolm X y Agnes Brown.
Varios son los recursos a que apela la narración para mantener al lector consciente de que está presenciando la historia americana desde la perspectiva no predominante. El uso del lenguaje es uno de ellos. El capítulo tercero de la novela, “La alargada huella entre dos mundos”, marca la escisión de discursos. Allí se nos muestran las anotaciones en el libro de bitácora, por parte de los esclavistas (representantes de la visión occidental), en oposición a la visión del mundo que tienen los esclavos. Por eso, mientras el apuntador de la bitácora dice: “La ronda nocturna escucha ruidos extraños. Los esclavos aparentan dormir pero se les oye un murmullo cuando roncan” (64), desde la perspectiva de los esclavos encadenados los hechos tienen un sentido diferente. Lo que para los primeros es un grupo de personas controladas con cadenas, para ese grupo es una realidad completamente diferente:
Las ratas huían y procuran mantenerse escondidas en sus huecos pero sabemos que nos observan y atacarán. Anoche un niño fue mordido mientras dormía en los brazos de su madre. Las pequeñas hormigas siempre han derrotado a los elefantes (...) El llanto del niño me obligó a dar los primeros pasos. Suelto mis manos, los pies y todavía con la máscara, logré incorporarme hasta golpear el techo con la cabeza. ¡Nunca antes me sentí tan elevado y libre! Sombra pintarrajeada de sombras, animal, zombi, Muntu, húmedo espíritu de la lluvia, mis movimientos alarman a cuantos escuchaban y sienten mis pasos en la oscuridad. (...) me arrastré con mis cien uñas, sombra que se arrastra buscando la claraboya. (...) Primero asomé la mano, abiertos los ojos de los dedos. Luego, por entre la reja de la máscara, respiré profundamente para llenar mil bocas. Allá en la oscuridad, las estrellas chapotean en el mar de la noche. Busco la cara de Ochú sin encontrarla. Pero aquí está Yemayá mojándome. Me quité el refajo y con él empapado en agua regreso hasta la madre Gelofe que no sabía cómo calmar el llanto del hijo. Pongo el trapo húmedo en los labios del pequeño y chupa de mis dedosríos con más fuerza que del seno de su madre. [iv]
Desde la travesía en el barco negrero, que termina con un motín de los esclavos, la visión y el lenguaje predominantes son africanos. Además de la mención constante a sus deidades, de la presencia del Muntu (ese concepto totalizante que integra lo natural con lo espiritual, el mundo de los dioses, los vivos y los muertos, y que es uno de los elementos centrales del libro), los mismo rasgos gramaticales del texto buscan crear un extrañamiento, la conciencia constante de que esta historia está contada desde un lenguaje incapaz de expresar cabalmente la realidad de lo africano. En cada frase de la novela, diferentes tiempos verbales conviven en una especie de pugna que luego se convierte en síntesis: “no sé si nadaba en el hoyayermañana, cuando lejos de mi barco puedo mirarlo, libre, desplegadas sus velas de fuego”[v]. Esta tensión constante del lenguaje es el reflejo de toda la tensión que el texto aplica contra formas hondamente arraigadas de concebir la realidad.  En el caso de momentos históricos tratados previamente por otros escritores, como el reinado de Henri Christophe, representado por Alejo Carpentier en El reino de este mundo, resulta mucho más notorio el interés del autor por desplazar su perspectiva hacia una visión de lo africano menos occidentalizada, donde la misma visión de Carpentier puede parecer artificiosa. Desde este nuevo punto de vista, lo que en un principio sólo puede ser visto como el sometimiento esclavista  de un pueblo por parte de otro, aparece como un fenómeno completamente distinto: los pueblos africanos no vienen a América por culpa de determinadas condiciones sociohistóricas que los hicieron presa fácil de los imperios europeos;  vienen porque su dios, Changó, los ha condenado al exilio y la esclavitud para que puedan aprender y enseñar los caminos que conducen a la libertad: “el Muntu, sobreponiéndose a todas sus desgracias está destinado por Changó a rebelarse contra los blancos después que pagásemos el castigo por la traición cometida contra él  por nuestros antepasados cuando lo expulsaron de Oyó, la Ciudad Imperial”[vi].
La noción misma de exilio, que el texto enfatiza constantemente, adquiere un sentido diferente si se considera el pasaje en que los negros se encuentran a punto de llegar a América. “Desde anoche nos llega el aliento de la madre tierra y la flecha de los pájaros nos muestra el camino”.[vii] En lugar de experimentar la llegada a las nuevas tierras como un extrañamiento, llegar a América significa volver al espacio propio. Cualquier lugar de la tierra es “su tierra” para el hombre.
Uno de los elementos distintivos de la novela de Zapata Olivella es que la aventura del Muntu en tierra americana no está presentada con un tono de lamento o protesta. El “exilio del Muntu” parece aquí un avatar necesario para que esa visión de mundo se encuentre con otras y promueva una relación más armónica de los seres humanos con el mundo. En su reflexión sobre el exilio, Edward Said, puntualiza la compleja relación de la experiencia del exilio con un pasado que puede ser doloroso y un futuro que puede ser mejor.
Exile can produce rancor and regret, as well as a sharpened vision. What has been left behind may either be mourned, or it can be used to provide a different set of lenses. Since almost by definition exile and memory got together, it is what one remember of the past and how one remembers it that determine how one sees the future.[viii]
Desde esta perspectiva, a pesar de estar construida en torno a la historia negra, una historia que en Hispanoamérica ha sido tradicionalmente marginal, Changó el gran putas se presenta como una novela escrita hacia el futuro y hondamente vinculada con los problemas que la humanidad tendrá que enfrentar en ese futuro.

Raza, mestizaje y naturaleza
Resulta interesante la cautela constante con que la narración sortea los fáciles maniqueísmos en que suelen incurrir los discursos sobre la esclavitud. Lo que en un principio parece presentarse como una épica negra, muy pronto se transforma en una épica del mestizaje y, por extensión, en una épica de lo humano. La experiencia negra se convierte en la experiencia de los oprimidos (en un momento del relato, una voz colectiva llama a los blancos oprimidos a sumarse a la causa común), de aquellos cuya libertad es coartada y, además, en la representación de una historia de resistencia contra fuerzas que tratan de romper el equilibrio entre el hombre y su mundo.
Desde el comienzo de la novela es posible percibir la insistencia en desplazar lo africano hacia una conciencia de lo mestizo. Quizá uno de los momentos más significativos se encuentra cuando Simón Bolívar entra en contacto con ese componente africano que le vino a través de la sangre y de la leche que recibió de su nodriza negra. Desde la perspectiva de esa visión, el movimiento independentista americano es algo más que una gesta de españoles criollos y forma parte de esa arraigada lucha por la libertad inspirada por el Muntu. En esa escena, Bolívar se encuentra al lado del río Orinoco y ve una criatura  en el agua (“un sentimiento de pez te liga a ese Muntu que se acerca”, le dice una de las voces que narra[ix]).  Un ser “mitad monstruo, mitad manatí, mitad caimán, mitad hombre, después de la ancha travesía camina en dos pies”[x] y le ordena a Bolívar que se siente a escucharlo. Entonces se produce uno de los diálogos más significativos de todo el libro, el momento en que queda implícito que el Muntu no es patrimonio de una sola cultura, que bien puede ser una sabiduría oculta —y en mayor o menor grado olvidada— en lo profundo de la especie.
Los vivos se sienten extraviados cuando no pueden dar un nombre a su propio destino. Igual te serviría saber o no si soy Canaima, el vigilante espíritu de la selva. Tus abuelos caribes me confunden con Patatí, su gran cacique, y nuestros ekobios creen que arrastro el alma vengadora de Andresote. Lo cierto, Simón, es que soy Ngafuá, mensajero de Changó, tu protector en la guerra. Tomo mil formas, he estado contigo antes de nacer. Tu maestro compañero en el monte Aventino; tus delirios en el Chimborazo y en San Pedro Alejandrino seré Hipólita para cerrar tus ojos. Vengo a prevenirte contra aquellos que escondidos en tu propia sangre buscan tu fracaso.[xi]
Ivonne Captain-Hidalgo señala que, en Chango el gran putas, por primera vez es posible encontrar en la narrativa hispanoamericana una obra donde el elemento africano es incorporado, de manera exitosa y con sus propios términos, como hispanoamericano. “Even though it is outside of direct European influence, it simultaneously expands the notion of Western culture”[xii]. Para ella, Changó el gran putas representa un reto intrigante para sus lectores precisamente porque, en parte, pertenece a todas esas categorías —lo africano, lo hispanoamericano, lo europeo y lo occidental— sin caer en contradicciones.
Captain-Hidalgo, considera que los estudiosos de la cultura Yoruba, o de antropología en general, al leer la novela de Zapata Olivella quedan con la sensación de que lo que está siendo descrito no es sólo una cosmogonía africana, que no es ni siquiera una visión Yoruba, sino una visión de mundo consistente con muchas culturas por fuera de las sociedades Hindúes, Musulmanas, Budistas, Judías o Cristianas. Para ella, mucho de lo que la crítica cultural considera africano puede ser balinés, amerindio, o de la India que no es Hindú o Musulmana.
Quizá no sea coincidencia que algunas personas preocupadas en la actualidad por el concepto de Naturaleza, clamen por una revisión de la sabiduría expresada por esas culturas conocidas usualmente como primitivas.  En “Nature and the disorder of History”, Donald Worster dice:
I would be ready to join those who call for the wholesale rejection of modern historical consciousness as a degenerate world view. I would be seeking some way back to a prehistorical or premodern consciousness –to some folk or vernacular worldview that preceded modern historical thinking.[xiii]
Para Worster, somos prisioneros en el tiempo, no podemos ir hacia atrás y revertir el capitalismo industrial para que el mundo sea como una villa medieval de los Alpes o una comunidad de arborícolas australianos. Pero señala que podemos acercarnos a los testimonios del pasado con más respeto, admitiendo que la mayoría de las innovaciones que hemos hecho recientemente no son suficientes para sobrevivir, que lo que es viejo entre nosotros es por eso mismo digno de respeto e imitación: “that what is very old is likely to be wise”.[xiv]
Pero ese saber existía antes que las culturas primitivas. En ese mismo artículo, Worster habla de lo que puede aprenderse de la naturaleza, de esa sabiduría que ha costado millones de años y que puede proveer modelos aplicables a los propósitos de los seres humanos:
If we want to fly, for example, we can find models in the wings of birds, models that took tens of millions of years to perfect. If we want to stop soil erosion or survive drought, we have a model in the tall grass prairie (...) We may not think about such models as lessons derived from history, but they are all the products of past experience, and it is the biologist, thinking historically, who reveals how they came into being, by a process of evolution that we can call the unfolding of life.[xv]
Al reivindicar esa sabiduría compartida por la naturaleza y las culturas premodernas, podemos ver una serie de ideas equivalentes a lo que Changó el gran putas intenta desarrollar a través del concepto de Muntu. Vemos en ambos acercamientos la idea de que la armonía en las relaciones de los seres humanos con el mundo del que hacen parte no requiere de ideas o propuestas nuevas, sino que radica en saberes antiguos y quizá olvidados o relegados. Para Zapata Olivella, la transición de lo exclusivamente africano a lo mestizo americano, es también una transición hacia lo humano en el sentido más amplio.
—Crescencio, oigo un ladrido...
—Sí, Hipólita, es la Sombra perro que se oculta en sus sangres, la gota blanca que llevan los mestizos, la que traiciona a sus hermanos indios y negros (...)  Sólo cuando las sangres revueltas y unidas logren ahogarla, se borrará la maldición de Changó.[xvi]
En Changó el gran putas, a través de seres de sangres en conflicto que buscan armonizarse, la humanidad busca ser una sola especie sin diferencias, como un día lo fue, cuando los primeros homínidos surgieron justamente en las praderas africanas. En otro pasaje del libro se dice que la tierra del exilio debía ser conquistada por los vivos y difuntos para compartirla con los animales, los árboles y los descendientes; que el Muntu debía mezclar su sangre con la sangre del amo blanco, con la del indio y las de otras razas; de esa manera, “sangre de sangres, no habría blancos que esclavizaran”. En esa promesa o utopía radica la orientación hacia el futuro que posee la obra, una visión de futuro arraigada en la reflexión sobre problemas contemporáneos. El mismo autor muestra ser consciente de la proximidad del libro con esos problemas:
Considero que Changó el gran putas plantea una nueva visión crítica y literaria de lo que es la toma de conciencia del hombre americano en sus vertientes triétnicas. Yo creo que estas vertientes van a tomar madurez en los movimientos sociales, políticos, económicos, culturales, que se están planteando (...) y que van a tomar su verdadera madurez en las tres o cuatro próximas décadas. En este sentido, sin que me lo haya querido proponer, considero que soy el sembrador de actitudes y pensamientos que van a aflorar en la literatura del próximo siglo, que es una literatura que estará más ligada a los grandes problemas.[xvii] 


El Muntu
Para Janheinz Jahn, Muntu es una palabra bantú que usualmente se traduce como “hombre”. El concepto, abarca a los vivos y los muertos, los ancestros y las divinidades. A diferencia del concepto desarrollado por Zapata Olivella en su  novela  —donde el Muntu incluye además a los animales y las plantas— para Jahn, el Muntu se restringe exclusivamente a lo humano y es una de las cuatro categorías dentro de las que el mundo africano clasifica todo lo que es o existe.
Esas cuatro categorías son el Muntu: donde estarían incluidos conceptos como hombre y mujer; el Kintu, que se refiere a las cosas y que incluiría por ejemplo a un perro y una piedra; el Hantu, que se refiere a categorías de tiempo y lugar, como ayer y oeste; y finalmente el concepto Kuntu, que se refiere a modalidad, con categorías como belleza o risa. Lo que estas cuatro categorías poseen en común es lo que Jahn llama NTU.
NTU is the universal force as such, which, however, never occurs apart from its manifestations: Muntu, Kintu, Hintu, Kuntu. NTU is being itself, the cosmic universal force in which Being and beings coalesce. NTU is —so we may say by way of suggestion— that Something which Breton probably had in mind when he wrote: “Everything lead us to believe that there exists a central point of thought at which living and death, real and imaginary, past and future, communicable and incommunicable, high and low, are no longer conceived of as contradictory”[xviii]
“El Muntu es una fuerza dotada de inteligencia”[xix], (102) dice Jahn en uno de los muchos intentos por precisar el concepto en el que centra su estudio sobre la cultura africana. Pero, al igual que Zapata Olivella, parece sentir que las palabras no alcanzan a precisarlo y vuelve a intentarlo una y otra vez. Para Jahn, uno de los aspectos centrales del concepto, aquel en que lo africano se unifica y el que entra en más abierta contradicción con las grandes religiones y culturas del mundo, es en la concepción de la muerte. La muerte como destructora es una concepción occidental. Para el Muntu es el espacio de una alianza.
Podría decirse que todo Changó el gran putas es un intento de esbozar una definición poética del Muntu. En un momento se dice que “los ojos del Muntu son bocas abiertas que se tragan el silencio”[xx], en otro que los ríos y los árboles, las piedras y los vientos se unieron a los vivos y los muertos para ganar una batalla. Se nos dice que tres son los alimentos del mundo: “vida, tierra y libertad”[xxi] Pero más allá de esas definiciones ocasionales, la novela en su conjunto está construida como una totalidad, como una multiplicidad de voces de vivos y muertos, de divinidades y animales, que parecen estar desplegando ante el lector una versión del Muntu, una réplica de aquello que se resiste a ser explicado.
La misma oscilación de los tiempos verbales tiene una explicación mágico-religiosa. Como lo señala Jahn: “In the alternation of future, imperfect and present, the incantation acquires its greatest force and becomes a single imperative”.[xxii] Otra de las estrategias del texto es la apropiación y transformación de símbolos y discursos de otras culturas. Así como lo hemos visto en el caso de Simón Bolívar, también hay apropiación de lo cristiano y de la tradición escrita que había marginado a las culturas de origen africano:
Como estaba escrito, al tercer día, al amanecer del tercero, divisamos las distantes costas. Entre la algarabía de los pericos las mujeres indias esperaban el Muntu en la playa para amamantarlo con su leche. Suavemente humedezco su cuerpo con la saliva para atezarle la cuerda de sus huesos. Y suelto, nadó solo, en busca del nuevo destino que le había trazado Changó.[xxiii]
El hecho de que el libro culmine con las luchas de las negritudes norteamericanas durante los años sesenta (Malcolm X, Agnes Brown), muestra en cierta forma el carácter inconcluso, aún en desarrollo, de la gesta del Muntu por la libertad. El final de la novela es abierto y en cierta forma deja al lector con la pregunta: ¿en qué parte de mí es posible hallar el Muntu? Si el libro tiene una intención concreta es la de despertar en el lector una conciencia mestiza, una conciencia de oprimido que está en lucha —o ha renunciado a luchar— por la libertad.
Una de las más claras personificaciones de esa toma de conciencia se encuentra en esa estudiante negra norteamericana que al conseguir entender su vínculo con el Muntu decide confrontar a su profesor blanco. Es allí donde encontramos por única vez en la novela la palabra naturaleza, en boca del profesor. Cuando la estudiante le hace notar que él ha dicho que las culturas altamente tecnificadas tienen mucho que aprender de los comportamientos del hombre elemental, el profesor responde: “—Es incuestionable, entre otras cosas porque los pueblos bárbaros se encuentran rodeados de la naturaleza”[xxiv] Pero el profesor agrega que no hay ningún motivo para creer que la filosofía africana primitiva sea aquella a la que hay que mirar, y no la romana, la polinésica o la esquimal. La joven entonces dibuja la serpiente de Legba, que su profesor identifica de inmediato como la idea de que para renacer hay que morir, y le dice:
—Usted lo ha dicho. Renacer. El hecho de que el pueblo Negro haya podido sobrevivir a tanta ignominia, recreándose siempre más poderoso, es una prueba irrefutable de que estamos señalados por Changó para cumplir el destino de liberar a los hombres. El culto a los ancestros, la ligazón entre los vivos y los muertos, pondrá fin al mito de los dioses individuales y egoístas. ¡No hay dios más poderoso que la familia del Muntu![xxv]
Chango el gran putas se inicia con unos cantos escritos en verso que aluden al origen y a la creación del mundo en la mitología africana y se proyecta en una denuncia por el uso agresivo de la tecnología contra el hombre y contra el planeta. Su posición central, la de la interdependencia entre los distintos componentes del mundo, no es un descubrimiento sino una verdad antigua puesta de nuevo en evidencia.
Con todo y su perspectiva africana, la novela asimila e incorpora técnicas y estrategias discursivas de la novela occidental. Como lo señala Edward Said: “What distinguished the great liberationist cultural movement that stood against Western imperialism was that they wanted liberation within the same universe of discourse inhabited by western culture”[xxvi]. En el caso de esta novela, el discurso entra y sale alternativamente del marco ideológico que busca subvertir. El propósito que lo alienta es la disolución de las diferencias.
Quizá toda la intención de esta novela se encuentra en las palabras de Fanon: “I wanted to be a human being, nothing more than a human being”[xxvii]. Quizá muchas de las respuestas que hoy se buscan, muchas de las salidas para un mundo que parece precipitarse hacia su propia destrucción, se encuentran en esa vieja sabiduría que invita a defender la libertad, no sólo contra los opresores de afuera, sino contra los que oprimen y traicionan desde nuestra propia sangre. Para ese Muntu que Zapata Olivella rescata del exotismo y lo extemporáneo, luchar por la libertad equivale a vencer la soberbia y el egoísmo, procurar —parodiando a Fanón—que la gente considere un ideal lo suficientemente alto alcanzar el estatus de “nada más que un ser humano”.




[i] Arango, Gustavo. “El vagabundo que vino del más allá” (Entrevista a Manuel Zapata Olivella). Retratos. Cartagena: Alcaldía de Cartagena. 1996, p. 184.
[ii] Ibid., pp.182-3.
[iii] Captain-Hidalgo, Ivonne. The Culture of Fiction in the Novels of Manuel Zapata Olivella, Columbia/London: U. of Missouri P., 1993, p. 98
[iv] Zapata Olivella, Manuel. Changó el gran putas. Bogotá: Oveja Negra, 1984, p.65
[v] Ibid., p. 91
[vi] Ibid., p. 118
[vii] Ibid., p. 83
[viii] Said, Edward W. Reflections on Exile and other essays. Cambridge: Harvard U.P., 2000, p. xxxv.
[ix]  Zapata, Changó, p. 232
[x] Zapata, Changó, p.  232
[xi] Zapata, Changó, p. 233
[xii] Captain-Hildago 135
[xiii] Worster, Donald. “Nature and the Disorder of History”. Reinventing Nature: Responses to Postmodern Deconstruction. Michael E. Soulé and Gary Lease ed. Washington/ California: Island Press. 1995, p. 78
[xiv] Ibid., p. 81
[xv] Ibid., p. 80
[xvi] Zapata, Changó, p. 238
[xvii] Arango, Entrevista, 184.
[xviii] Jahn, Janheinz. Muntu: An Outline of the New African Culture. Trad. Marjorie Grene. New York: Grove Press. 1961, p. 101
[xix] Jahn, Muntu, p.102
[xx] Zapata, Changó, p. 111
[xxi] Zapata, Changó, p.  206
[xxii] Jahn, Muntu, pp. 136-37
[xxiii] Zapata, Changó, p. 91.
[xxiv] Zapata, Changó, p. 349
[xxv] Zapata, Changó, p. 350
[xxvi] Said, Reflections, p.xxvi
[xxvii] Citado por Jahn, p. 22.