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martes, 7 de abril de 2020

Santa María del Diablo - el audiolibro completo

Encuentra aquí los capítulos del libro a medida que se publican

 Capítulo 1

En el primer capítulo encontramos a don Juan de la Cosa, "El oráculo de los mares", y vemos los primeros acercamientos de los españoles al lugar donde transcurre nuestra historia.



En el segundo capítulo aparece un personaje que nos acompañará a lo largo de todo el libro. Está viejo, pero recuerda muy bien la historia de la primera ciudad en Tierra Firme.



En el tercer capítulo seguimos los pasos de Alonso de Ojeda, "El Caballero de la Virgen", y conocemos detalles de la vida de San Sebastián de Urabá, la ciudad de la muerte.




En el capítulo cuarto, nuestro anciano cronista recuerda algunas cosas asombrosas de las que fue testigo, así como su paso por las cortes de Europa y la muerte de su primera esposa. Concluye con una curiosa reflexión sobre el amor conyugal.


En el capítulo 5, los sobrevivientes de San Sebastián, la flota del bachiller Enciso y Vasco Núñez de Balboa (protagonista de esta historia) llegan al lugar donde se establecería Santa María de la Antigua


En el capítulo 6, nuestro viejo cronista critica a los cronistas mentirosos y denuncia, pero también perdona, a esos ladrones que  –como el autor de esta novela– pretenden que "es suyo lo que cuentan".



En el capítulo 7, Santa María de la Antigua recibe por fin su nombre, en medio de conflictos que conducen a la muerte del gobernador Nicuesa.








En el capítulo 8, nuestro anciano cronista se refiere a la riqueza vegetal del Nuevo Mundo y, de manera especial, a "la más hermosa fruta de todas las frutas".





 En el capítulo 9, Santa María de la Antigua del Darién crece en la selva, en medio de conflictos internos y alianzas y hostilidades con las tribus vecinas. Balboa recibe noticias de la existencia de un mar austral y de sus reinos dorados y se empeña en preparar una expedición





En el capítulo 10, nuestro viejo cronista nos habla ahora de los animales de Tierra Firme, de los venenos de las flechas de los caribes y de la manera milagrosa como se descubrió su antídoto




En el capítulo 11, conocemos detalles de la enorme flota que cruzó el océano en 1514, rumbo a Santa María, y del carácter de su comandante,  Pedrarias Dávila, quien con el tiempo sería conocido con el nombre de "La cólera de Dios"



En el capítulo 12, la identidad de nuestro viejo cronista se hace más clara. El escribano real Gonzalo Fernández de Oviedo recuerda su participación en la flota de Pedrarias Dávila, nos habla de un documento delirante –llamado "el requerimiento"– y nos cuenta lo ocurrido durante la incursión de la flota en el lugar donde después sería fundada Santa Marta.




En el capítulo 13, Vasco Núñez de Balboa decide no esperar los refuerzos pedidos a España y parte en busca del legendario mar austral. La travesía es difícil, pero la expedición es exitosa. Regresa a Santa María cargado de tesoros y se le recibe como héroe. Pero su alegría será breve. La llegada de Pedrarias representa el final de su reinado..



En el capítulo 14, nuestro viejo cronista critica a los lectores de acometida y describe algunos rasgos y costumbres de los indios de la región donde estuvo Santa María





En el capítulo 15 ocurren muchas cosas, pero la más extraña de todas es la peste de modorra que produjo la muerte de ochocientos colonos.
Nuestro cronista, Oviedo, sobrevive para contar la historia.







En el capítulo 16, Gonzalo Fernández de Oviedo, nuestro viejo cronista, nos dice que el fin del mundo está muy cerca y nos revela detalles de las costumbres de los indios de Cueva







Un curioso matrimonio parece ser la solución a los problemas de Santa María. Pedrarias y Balboa acuden al altar y unen sus vidas en una ceremonia oficiada por el Obispo. La muerte tarda poco en separarlos.


Nuestro anciano cronistas reflexiona sobre la endiablaba elocuencia de las cartas, sobre el mal y sobre los muchos rostros que asume el temido Diablo para menoscabo de las almas



Pedrarias Dávila se empeña en destruir a Santa María para darle vida a Panamá, la ciudad que ha fundado en el Mar del Sur. La capital del Darién empieza a convertirse en un pueblo fantasma.




El final está cerca y nuestro viejo cronista se apura a dar por concluida su tarea. Hace una apasionada defensa de la verdad, denuncia la mendacidad de cierto fraile y describe detalles de la forma como asumen la muerte los nativos de Cueva





En el penúltimo capítulo de Santa María del Diablo, Gonzalo Fernández de Oviedo se empeña en mantener con vida a Santa María, pero la resistencia de todo ser humano tiene un límite. Una estrafalaria ceremonia funeraria marca el fin de un imperio en la selva que surgió y se esfumó en menos de quince años.







En el capítulo final de Santa María del Diablo, nuestro viejo cronista nos habla de la más fiera de las luchas, aquella que cada uno de nosotros está librando.



Santa María del Diablo
Disponible en Amazon















viernes, 1 de mayo de 2015

Feria del Libro de Bogotá 2015



Descripción de un salón




Una entrevista sobre Gabo y el cine
en Actualidad Extereo







Minuto 13:00



La charla sobre los inicios de García Márquez en Cartagena y Barranquilla, con Tita Cepeda, Gustavo Tatis y Alberto Martínez, en el marco de VII Encuentro Internacional de Periodismo (U Externado y Cámara Colombiana del Libro).
En Enjoygram


La charla sobre las novelas periodísticas de García Márquez, en el marco de VII Encuentro Internacional de Periodismo (U Externado y Cámara Colombiana del Libro).

En Twitter

martes, 20 de enero de 2015

Una entrevista. A propósito de Santa María del Diablo

"Como un diablo, la historia falsa huye ante la autenticidad
de los relatos y la investigación rigurosa de lo que
era Santa María de la Antigua del Darién en 1510".










martes, 13 de enero de 2015

Las noticias de Santa María del Diablo

Un repaso a las noticias y reseñas que ha recibido la novela Santa María del Diablo.
Mis agradecimientos a los periodistas y lectores y, en especial, a Merceditas Jaramillo y Lina María Roldán por la extraordinaria labor de medios con motivo de la presentación de la novela en Medellín. 



Con Juan Gonzalo Betancur, en la presentación de Santa María del Diablo en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín, enero 16 de 2015.








En el programa Habitantes de la noche (Múnera Eastman Radio), de Alonso Arcila Monsalve.



En el suplemento GENERACIÓN, de El Colombiano



Una entrevista con Javier Rodríguez en la emisora de la Cámara de Comercio de Medellín.



En el noticiero de TELEMEDELLÍN






En el periódico El Mundo, una reseña de Juan Pablo Ramírez



En la sección "El postre", del noticiero HORA 13

Minuto 3:50








Con Juan Guillermo Montoya, en Hoy por Hoy, de Caracol.






En Vivir en El Poblado



En el periódico El Colombiano, de Medellín



En Octavio Prensa



En Octavioprensa


En el suplemento Generación, de El Colombiano.


Una reseña y perfil, en El Tiempo - Caribe.



En El Espectador, de Bogotá.



En El Meridiano, de Córdoba



En Nueva York Digital










Entrevista con Tatiana Balvín, de Teleantioquia



Entrevista para el canal Cosmovisión




jueves, 6 de noviembre de 2014

Santa María del Diablo

Publicada por Ediciones B Colombia, 
Santa María del Diablo salió al mercado el 5 de noviembre de 2014.

La novela cuenta la historia de Santa María de la Antigua del Darién,
la primera ciudad española en Tierra Firme.


Aquí algunos enlaces de interés:








Sobre la novela



Un fragmento de la novela en el suplemento Generación, de El Colombiano.
Noviembre 9 de 2014.


En El Espectador. Domingo 16 de noviembre de 2014.














martes, 28 de octubre de 2014

Santa María del Diablo

Este 5 de noviembre
llega a las librerías



Fundada a finales de 1510, Santa María de la Antigua del Darién fue la primera ciudad española en el continente americano.  Estaba situada en la costa occidental de lo que hoy se conoce como el Golfo de Urabá, llegó a tener una población superior a la de Madrid y fue el primer centro de la colonización en Tierra Firme.

Personajes como Vasco Núñez de Balboa (el descubridor de la Mar del Sur), Pedrarias Dávila (la Cólera de Dios), Gonzalo Fernández de Oviedo (el cronista de la Corona, el Dios de las tijeras y el autor de la primera novela escrita en el Nuevo Mundo), Francisco Pizarro y Diego de Almagro (los conquistadores del Perú), y Bernal Díaz del Castillo (cronista de la expedición de Hernán Cortés), entre otros, protagonizan la historia de este pequeño imperio en la selva que surgió y se esfumó en menos de quince años.

La historia de Santa María de la Antigua desborda los límites de la imaginación y explica en buena parte lo que ha sido Hispanoamérica desde entonces. Aquí están el deslumbramiento de los europeos con el Nuevo Mundo, el desconcierto y la aniquilación de las poblaciones nativas, la exuberancia de la naturaleza, el encuentro de culturas, las enfermedades de los cuerpos y las almas. El cielo y el infierno se juntaron en esta ciudad que fue escenario de convivencia apacible entre españoles e indios, pero también de intrigas, desafueros y grandes crueldades. 







sábado, 18 de octubre de 2014

Todo es cortezas y engaños


Todo es cortezas y engaños. Desnudos vinimos y desnudos nos vamos. Nada trajimos a este mundo y de él nada nos llevamos. Falsamente diremos que algo es nuestro mientras aquí nos estamos. Pero hasta los que dicen o creen estar cerca de Dios sucumben a la codicia. Hace apenas unos años, durante mi último viaje a España, estando ya radicado en Santo Domingo, conocí a un clérigo que venía del Perú. Allí alcanzó, o hubo, ciertas esmeraldas, entre las cuales había una que estimaba de manera especial. De verdad era una esmeralda lindísima, rica y limpia y en toda perfección y tamaño como de gruesa avellana con su cáscara. El clérigo decía que no la daría por doce o quince mil ducados, que a darla por tan poco prefería llevarla a Europa, para servir con ella a un gran príncipe o hasta al mismísimo Papa. Estaba flaco y enfermo y, no obstante, se puso en camino. Nos encontramos en la villa de Aranda del Duero, en el año de mil quinientos cuarenta y ocho. Hablamos y me hizo el favor de mostrarme, como amigo y en secreto, la deslumbrante esmeralda. Me rogó que le diera mi parecer. Yo le dije que pensara bien lo que hacía y que cuidase de su persona y salud. También le dije que encomendara todo aquello a nuestro Señor.
Lo veía tan débil que pensé que la salud no le alcanzaba para el camino que quería emprender. Traté de alejarlo de su obsesión. Pero como él estaba determinado a seguir su propósito, puso por obra aquel viaje. Hace poco me enteré de que llegando a Zaragoza de Aragón le tomó la muerte sin conseguir el capelo. En un mesón de camino se acabaron sus desvelos y vanos deseos. Las esmeraldas pararían en manos de alguno de los mozos o del mismo mesonero, que no trabajó para venirlas a buscar allende la equinoccial zona, o zona tórrida, donde el padre ya dicho estuvo granjeando el fin que cultivó. No me creyó. Se pasó la advertencia por la faja. No hizo caso. Partió de Aranda falto de seso y de salud, y su codicia concluyó aquella traza de deseos fundada en esmeraldas y piedras preciosas y vano propósito.
Cuarenta y tres años ha que ando y curso en estas Indias occidentales, y son pocos los hombres que he visto conducirse con provecho de su alma. Aquí los buenos corren peligro. Los más de ellos pierden el decoro, van cediendo y entregan su voluntad a los ministros de Satanás. Obediencia y servicio al Diablo parecen aquí la norma.
Estando en Santa María de la Antigua fui testigo y también supe de infinitos atropellos. En una de las muchas entradas que se hicieron a saquear y a despoblar poblados, un devoto clérigo que cierto capitán Badajoz llevaba consigo (porque era costumbre que con los más de los capitanes que salían a entrar iba un clérigo), una noche, hizo echar a un cacique debajo de su hamaca y, a vista de su marido, tomó a su mujer y durmió con ella o, mejor diciendo, no la dejó dormir ni estar sin entender en su adulterio. Por cierto, este tal clérigo mejor se pudiera llamar onocentauro, porque en griego onos quiere decir asno, y por este nombre es figurada la lujuria, según da testimonio el profeta Ezequiel, diciendo: “las carnes dellos serán así como carnes de asnos”. Si este clérigo tuvo alguna noticia de San Pablo, oído habría que ni los fornicarios, ni los que sirven a los ídolos, ni los adúlteros, poseerán el reino de Dios. 

Fragmento de Santa María del Diablo.





domingo, 12 de octubre de 2014

Un abrebocas

A propósito de lo que se recuerda el 12 de octubre, aquí va un abrebocas de Santa María del Diablo: La delirante y triste historia de la primera ciudad española en Tierra Firme

Publicada por Ediciones B, en su colección de Novela Histórica, Santa María del Diablo estará en librerías la primera semana de noviembre.


                                                          Escudo de armas de Santa María de la Antigua del Darién.

                              Jerónimo de Aguilar


Por Gustavo Arango

A principios de 1519, llegó a la isla de Cozumel, cerca de Yucatán, una expedición al comando de don Hernán Cortés. Por las conversaciones con los indios, Cortés pudo entender que en Tierra Firme, no lejos de allí, había hombres extranjeros de piel pálida y barbas largas. Conjeturó que aquellos hombres eran castellanos perdidos, y les escribió una carta en la que les decía quién era, qué buscaba y a dónde iba. Agregó que quería ponerlos en libertad pero que, por la costa tan mala, no podía hacerlo con toda la armada. Les pidió que regresaran con los indios mensajeros a Cozumel, en un navío que les enviaría hasta la costa. Para que los otros indios no vieran la carta, la escondió entre los cabellos de uno de los mensajeros que tenía trenzas largas.
El capitán Diego de Ordaz partió con veinte ballesteros, llevó a los emisarios hasta la costa y les dijo que esperaría allí ocho días a que volvieran con los extranjeros. Al cumplirse el plazo, nadie había aparecido, y Ordaz ordenó que regresaran a Cozumel. Pocos días después llegaron al campamento en una canoa cuatro hombres en carnes, los cabellos trenzados y revueltos, y con arcos y flechas. Uno de los capitanes de Cortés acometió a los recién llegados, y tres de los indios intentaron regresar a la costa, pero el cuarto los tranquilizó y habló luego a los castellanos en su lengua.
“Señores, cristiano soy”.
Cuando los hombres de Cortés lo reconocieron como uno de los suyos, el hombre blanco, ataviado como indio, cayó de rodillas y se echó a llorar. Preguntó si era miércoles y, cuando se lo confirmaron, soltó una carcajada sin interrumpir el llanto. Les rogó a los que allí estaban que dieran gracias a Dios porque le había puesto de nuevo entre los cristianos. Andrés de la Tapia lo abrazó, y todos los demás hicieron lo mismo y lo consolaron. Llegados los indios a la presencia de Cortes, éste tardó en saber cuál era el castellano, porque su piel quemada no era distinta de la piel de los otros e iba trasquilado a manera de esclavo. Llevaba en la mano un arco y, en los hombros, un carcaj con flechas y una red con comida. Él y sus compañeros untaron de saliva la mano derecha, la pusieron en el suelo y luego en el corazón. Era el signo de reverencia y acatamiento que usaban en esas tierras con los príncipes y señores, dando a entender que se humillaban ante ellos como la tierra que pisaban.
Cortés estaba ansioso por conocer la historia del indio castellano. Quiso abrigarlo con una capa, pero él la rechazó amable. Dijo llamarse Jerónimo de Aguilar, natural de Elcija, en Andalucía. Descubrieron que era pariente del licenciado Marco de Aguilar, a quien Cortés había conocido en La Española. Le preguntaron si sabía leer y escribir, y él respondió que sí. Extrajo un viejo breviario, y explicó que con él había llevado la cuenta de los días. Cortés mandó  darle de comer y de beber, pero él rechazó el ofrecimiento. Explicó que ya había perdido la costumbre de la comida de los españoles, y que le estragaría el estómago. Contó que era ordenado de evangelio, y que por eso nunca quiso casarse, a pesar de que los indios le insistieron en que tomara esposa.
Cortés mandó que lo vistiesen, pero Aguilar dijo que ya estaba habituado a andar desnudo. Contó que había venido a las Indias en uno de los viajes de Colón y que después acompañó a Diego de Nicuesa en su expedición a Tierra Firme. En febrero de 1511, después de haber pasado muchas penurias en Veragua, los pocos sobrevivientes de la expedición de Nicuesa habían terminado en Santa María. Describió la ciudad del Darién como un hermoso caserío entre colinas fértiles, al lado de un río de aguas diáfanas. Allí los castellanos y los indios habían aprendido a convivir en armonía y cordialidad. Salvo por algunas diferencias entre las gentes del pueblo, todos vivían contentos. Los colonos trabajaban en las minas y en las granjas, y en las noches departían entre juegos y música. Todos los domingos iban a misa. Al lado de los padres Andrés de Vera y Pedro Sánchez, había ayudado a levantar la iglesia y había catequizado y bautizado a muchos indios. Cuando Aguilar estaba en Santa María, se tuvieron por primera vez noticias de la existencia del Mar del Sur y de los reinos dorados junto a sus costas. Los colonos vivían bien, soñando con las riquezas que los estaban esperando. Lo único que necesitaban era más hombres, para emprender la expedición. Aguilar salió de Santa María en el viaje de Juan de Valdivia a La Española. Partieron el 11 de enero de 1512, pero jamás llegaron a su destino.
Siete años más tarde, con el testimonio de Aguilar, se tenía por fin noticia cierta de lo que había ocurrido. En Santa María pensaron que Valdivia había escapado con el oro que Balboa y otros colonos le enviaron al Rey. Habían naufragado cerca de Cuba. Los pocos que sobrevivieron fueron a dar a las costas que quedaban al Norte de Veragua, en una zona rica en yucas, llamada Yucatán. Allí los indios los habían engordado para comérselos. Jerónimo de Aguilar y Gonzalo de Guerrero huyeron en una noche oscura, estando ya la tribu sosegada, y encontraron refugio en una poblado rival de los caníbales.
Aguilar contó que el cacique Taxmar lo tuvo como esclavo por tres años. Fue obligado a cargar leña, agua y pescado, y tenía que obedecer lo que cualquier indio del pueblo le ordenara. Aun si estaba comiendo, debía interrumpirse para hacer lo que pedían. Por su obediencia y diligencia, se ganó la simpatía de todos. Taxmar decidió mejorar la posición de Aguilar en la tribu, y trató de que tomara esposa entre sus hijas. Pero Aguilar se negaba, procurando no ofender. Una vez lo habían enviado a pescar a un río cercano, en compañía de una india hermosa, de catorce años, quien tenía instrucciones de seducirlo. Como debían esperar al amanecer, que era el mejor momento para la pesca, la india colgó la única hamaca que les asignaron, se echó con una manta y empezó a llamar a Aguilar y a pedirle que se acostara con ella. Habló con voz dulce y quejumbrosa. Dijo que tenía frío, y le pidió que la abrazara. Pero Aguilar estaba decidido a cumplir con su voto de castidad. Se puso de rodillas y empezó a combatir con oraciones la terrible tentación. La impúdica damisela siguió empleando ardides y zalamerías luciferinas para quebrantar la voluntad de su acompañante. Cuando vio que no podía vencerlo con cantos de sirena e incitaciones cordiales, se dedicó a insultarlo irritada, a hacer burla de su hombría, a herir su amor propio y sus sentimientos. Pero Aguilar siguió orando de rodillas en la arena. Al otro día, completada la pesca, regresaron al poblado. La muchacha refirió lo ocurrido, y el jefe de la tribu desistió de la idea de casarlo. Pero, como le tenía mucha estima, le confió la guardia de su casa y de sus esposas, sus hijas y toda la servidumbre.
Todos amaban y respetaban a Aguilar. En una ocasión, había un grupo de indios practicando tiro con flechas y uno de ellos le dijo:
“Aguilar, ponte ahí, que queremos ver si podemos atinarte en los ojos”.
“Soy tu esclavo”, respondió. “Puedes hacer conmigo lo que quieras. Pero no creo que quieras perder un esclavo como yo, que tan bien te servirá en lo que mandares”.
El indio soltó una risotada. Le dijo que aquello era otra prueba que Taxmar había pedido que le hicieran. Como su amo estaba enemistado con otros caciques de la comarca, un día Aguilar se ofreció para participar en los combates. El cacique mandó darle rodelas y macanas, arcos y flechas. Al ver la fuerza y determinación del gigante blanco, los adversarios se llenaron de miedo. Era tan exitoso en la batalla que ningún indio se atrevía a enfrentarlo. Uno de los vecinos de Taxmar le dijo al cacique que los dioses estaban enojados con él, por albergar a Aguilar, y que debía sacrificarlo. Taxmar dijo que no pensaba pagar mal a quien tan bien le servía, y que no creía que los dioses miraran con malos ojos a quien tanto favorecían.
Por esos días la carta de Cortés llegó a manos de Jerónimo de Aguilar, quien sintió una enorme alegría. El diácono leyó la carta al jefe de la tribu y le ponderó el poderío de los españoles que estaban cerca y querían llegarse a esas tierras. El cacique quedó espantado y admirado del modo en que se entendían los ausentes. Aguilar hizo seguir el mensaje de Cortés a Gonzalo Guerrero, quien estaba en la vecina población de Chetemal, donde ya era jefe indio y tenía varias mujeres y muchos hijos. Guerrero tenía la piel tatuada y la nariz perforada. Se sentía satisfecho con la vida que llevaba, y declinó la invitación a seguir a las toldas de Cortés. Como Guerrero no aparecía, Aguilar pidió permiso a Taxmar para marcharse. El cacique se llenó de tristeza, pero él y todos en la tribu estuvieron de acuerdo en respetar su decisión. Fue entonces cuando Aguilar salió con los otros tres indios hacia Cozumel.
Cortés decidió ponerlo al tanto de lo acontecido desde su naufragio. Le contó que él mismo pudo haber sido parte de la historia de Santa María, pues estuvo a punto de embarcarse con la expedición de Alonso de Ojeda que partió de La Española, en noviembre de 1509, a tomar posesión de la gobernación de Nueva Andalucía. Cortés no pudo viajar, a causa de una dolencia en una pierna, que lo tenía inutilizado. Entre los hombres de Cortés que recibieron a Jerónimo de Aguilar en Cozumel había uno que vivió cuatro años en la capital del Darién. Su nombre era Bernal Díaz del Castillo, y era natural de Medina del Campo. Bernal Díaz contó a Aguilar detalles de lo acaecido en aquella villa, después de su partida con Valdivia. Le dio noticias de la enorme expedición, comandada por Pedrarias Dávila, que llegó a Santa María en junio de 1514. Le habló de las expectativas de los viajeros y de la decepción cuando no encontraron los castillos, ni los reinos de esplendor que habían imaginado, sino incomodidades y trabajos, y un clima difícil de sobrellevar. Contó cómo las pestilencias dieron cuenta de muchos de los recién llegados. Describió aquel tormento alucinante de la peste de modorra. Habló de la tortura de los mosquitos y de las llagas que se formaban en todas partes del cuerpo. También reveló detalles de las diferencias entre el gobernador Pedrarias y el hidalgo Vasco Núñez de Balboa, hombre rico y antiguo líder de Santa María. Dijo Bernal Díaz que Pedrarias casó a Balboa con una hija suya que se decía doña Fulana Arias de Peñalosa, y luego mandó degollar a su yerno por sospechas de que se quería alzar con unos soldados para irse por la Mar del Sur. Las arbitrariedades de Pedrarias y los enfrentamientos entre sus capitanes hicieron que muchos procuraran marcharse. A eso se sumaba que los soldados llegados con Pedrarias habían arrasado en poco tiempo con aquellas regiones, y no quedaba nada por conquistar. Santa María estaba moribunda cuando Bernal Díaz decidió probar suerte en Cuba, que estaba nuevamente ganada y poblada, bajo el mando de Diego Velásquez. Allí se había unido a la expedición de Hernán Cortés, quien ahora se arrimaba a la región de Yucatán y muy pronto dejaría a Velásquez soplándose las manos.
Jerónimo de Aguilar lamentó la suerte de Santa María y se sumó gustoso a la conquista de lo que en pocos años se conocería como Nueva España. Los caciques se sorprendían y se mostraban más amables cuando descubrían que uno de los blancos hablaba su lengua. Cuentan que la madre de Aguilar  había enloquecido años atrás, cuando creyó que su hijo fue almorzado por caníbales. Cada vez que veía carne en el asador, lanzaba alaridos de dolor y decía que aquella carne era la de su hijo.