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jueves, 25 de febrero de 2016

Resplandor

Publicada por Ediciones B, 
la novela Resplandor será novedad editorial de marzo de 2016.


A finales del siglo cuarto (399 d. C.), el monje chino Fa Hsien emprendió uno de los viajes más asombrosos de que se tenga noticia. Partió de Chang-han y, en compañía de otros monjes, se dirigió a la India en busca de los libros de disciplina del budismo. Los monjes bordearon la región del Tibet, atravesaron el desierto y siguieron hacia el Oeste, hasta lo que hoy son Afganistán y Pakistán. Luego descendieron a la región norte de la India y sur del Himalaya. Allí visitaron los lugares donde mil años atrás había transcurrido la vida de Siddhartha Gautama, el Buda.
Fa Hsien realizó en solitario la parte final de su periplo, porque sus acompañantes murieron o se dieron por vencidos en el camino. Llegó hasta la isla que hoy se conoce como Sri Lanka, y allí vivió dos años dedicado a transcribir textos sagrados. Luego regresó a la China por vía marítima. Fa Hsien atravesó más de treinta países, su viaje se prolongó por catorce años, y los libros que obtuvo fueron fundamentales para el posterior auge del budismo en el extremo Oriente.
Resplandor es una mezcla de novela histórica y libro de viajes. Cuenta, por un lado, la historia del Buda y del recorrido de Fa Hsien. Aquí están los pueblos y gentes que el monje chino encontró, las condiciones extremas de su viaje y sus visitas a los sitios sagrados. Aquí también está la aventura de un viajero contemporáneo y su visita a algunos de los sitios que dieciséis siglos antes visitó Fa Hsien.
La  determinación admirable de un monje que buscaba unos libros y los aportes del budismo para el entendimiento de la experiencia humana son los temas centrales de esta historia que se extiende por más de dos mil quinientos años.


Del boletín de prensa de Ediciones B. 












jueves, 1 de noviembre de 2012

La sombra y el disfraz

El padre Louis ( Thomas Merton) con el Dalai Lama.

Me pregunto por qué, de todos los instantes de su vida, nos quedaron sólo esos. Quedaron mucho más, cientos de miles. Hay fotos, pensamientos, que lo conservan con vida. Pero nuestro culto a la mirada le confiere a esos minutos de película un valor especial. No es lo mismo ver fotos, leer lo que alguien ha escrito; hay algo decisivo que se escapa. Hace unos años creí estar enamorado solamente con leer lo que alguien me había escrito, con ver algunas fotos. Pero algo murió en el instante preciso en que vi a esa persona moverse, caminar, ser en el mundo. Es una historia triste, probablemente aburrida, y esta otra que les cuento me parece mejor, entretenida, luminosa, celestial.
Lo malo es que creo haber empezado la historia por el final. La mañana del 5 de diciembre de 1968, en las afueras de Bangkok. Lo malo, también, es que no creo que las historias comiencen cuando alguien nace, ni con los antepasados, como empiezan los biógrafos convencionales. La historia puede empezar hace miles de años, o en el momento en que el padre Louis descubrió su llamado y se encerró en un convento de clausura, o en el momento en que emprendió su viaje hacia el Oriente. Puede empezar, incluso, tratando de imaginar lo que yo hacía esa mañana de diciembre -esa noche del día anterior, porque yo estaba en el otro lado del mundo–, especulando sobre lo que era mi vida a los cuatro años (¿habría una señal en ese instante?, ¿un sueño, un despertar inexplicable en medio de la noche?).
El padre Louis nació en Francia y quedó huérfano temprano. Tuvo una juventud disoluta y, mientras estudiaba en Cambridge, embarazó a una muchacha. Por eso, su acudiente lo envió a estudiar a la Universidad de Columbia, en Nueva York. Fue en Nueva York donde dejó las rumbas y se convirtió al Catolicismo. Entró a la abadía de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, el mismo día que los Estados Unidos entraron a la Segunda Guerra Mundial. Cuando estaba en el convento, un superior leyó sus diarios y le ordenó escribir sus memorias. El padre Louis escribió La montaña de siete pisos y, así, se volvió celebridad. Su obra completa incluye 60  libros de prosa y poesía, siete volúmenes de diarios y cinco de cartas. Eran tantas las personas que lo visitaban que, en 1965, pidió y consiguió permiso para vivir como eremita en un lugar tranquilo de la abadía. Allí intensificó su estudio de las filosofías orientales. Para él, había una secreta afinidad entre el budismo y el cristianismo.
La historia termina con el único viaje que el padre Louis hizo en sus veinte años de vida en el convento. Estaba pletórico de dicha. En el Tibet tuvo una conversación con el Dalai Lama. Vivió un éxtasis místico frente al Buda reclinado de Polonnaruwa, en Sri Lanka; pudo ver “más allá de la sombra y el disfraz”. Cinco días después de esa experiencia decisiva se hallaba en Bangkok, dando una valerosa conferencia sobre la responsabilidad que cada uno tiene con su vida. A esa conferencia corresponde el único testimonio fílmico que se conserva de él. Su voz era serena y su mirada, firme y dulce. Terminó con la frase: “Ahora me desaparezco”, y fue a sentarse con gesto sonriente y tímido. Poco después se fue a su cuarto, tomó una ducha refrescante, encendió un ventilador y murió electrocutado.

Buda reclinado de Polonnaruwa


Publicado en Vivir en El Poblado el 1 de noviembre de 2012.