miércoles, 14 de noviembre de 2018

"Siete años llevo andando..."

Un fragmento de "El país de los árboles locos"




Yo hablaba y hablaba sin poder detenerme. Recordaba a las gentes de Auspasia, el lugar más ruidoso del mundo, allí donde se habla hasta cuando se duerme, y pensaba si acaso me había contagiado.
“Siete años llevo andando”, le dije a un Shel que no conseguía ver desde el sofá, pero que suponía todavía en la cabaña. “Siete es el número sagrado. Fueron siete los días de la creación, la semana tiene siete días, siete son las fases de la luna, cada siete años hay un año sabático, y siete veces siete años es un jubileo. Son siete las edades del hombre, siete las divisiones de la oración, siete biblias, siete iglesias, siete gracias, siete pecados capitales, siete las virtudes, siete los dolores, y siete los gozos de la Virgen. Siete los preciosos objetos de Buda, siete los durmientes de Efeso, siete los mares. Jesús fue la generación setenta y siete después de Adán. Siete son los sentidos y siete los orificios de la cara. Cristo habló siete veces en la cruz, en la que estuvo siete horas y siete minutos. Siete fueron las veces que apareció después de muerto. Siete son los sellos del libro sagrado, siete fueron los ángeles que llevaron las siete plagas a Egipto. Las visiones de Daniel duraron setenta semanas y los viejos de Israel eran setenta. Hay también siete cielos, siete planetas, siete estrellas, siete sabios, siete campeones de la cristiandad, siete notas musicales, siete colores primarios, siete puntos cardinales, siete sacramentos de la iglesia Católica, y siete eran las maravillas del mundo. El séptimo hijo se considera bendito y sabio, y el séptimo hijo del séptimo hijo se cree que posee el poder de curar. Siete también suman los lados opuestos de los dados”.
Hablé sin pausa sobre largas caminatas, describí pueblos que no sé si existen, medí con palabras desiertos y caminos congelados, hablé de la tibieza de los árboles que me mantuvo vivo poco antes de llegar a esa cabaña.
Ahora Shel estaba sentado en una silla desde donde podía ver mi rostro. Sonrió tranquilizador cuando me vio callar. Miró el fuego largo rato. Luego volvió a mirarme.
“Lo único que pasa es que estás lejos de tu árbol”







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