sábado, 11 de septiembre de 2021

Por algo será

Septiembre de 2001

 Un texto de Wenceslao Triana




El martes pasado, después del ataque al World Trade Center, tuve el impulso de cambiar una columna de prensa que saldría publicada en Colombia al día siguiente. Cómo es posible –me decía– que, en un momento tan histórico, tan doloroso, tan gigantesco, vaya a salir con mis quejas por la pobreza del arte literario en Colombia.

Después me tranquilicé y me dije lo que suelo decirme cuando ocurren cosas que no entiendo: “Por algo será”. Los días siguientes me mostraron que no estaba tan desatinado. Las primeras reacciones de la gente denunciaban justamente la imposibilidad del lenguaje para expresar ciertos sentimientos. Luego, cuando algunos pudieron empezar a modular, lo que hemos presenciado podría ser definido como una pésima novela de buenos y malos, donde la palabra guerra se repite demasiado.

Lo que ha ocurrido me duele profundamente. He llorado mirando las escenas que se repiten de manera escandalosa y anestesiante. Me ha conmovido la terca esperanza de los familiares de las víctimas, con sus fotos sonrientes en las manos, negándose a admitir lo que la lógica y las leyes naturales obligan a admitir. Pero ese dolor no me borra la sensación de que hay tremendas omisiones en lo que dice la televisión, en lo que dicen los gobernantes, en ese fanatismo racial y religioso que ha empezado a activarse en millones de norteamericanos.

Por casualidad, el martes pasado me encontré con un cartel de la película “Aladino”, que Walt Disney estrenó hace como seis años. Tardé poco en descubrir que el rostro del “malo” de la película es el rostro del hombre sobre quien ahora recaen las sospechas. Seguí atando cabos y descubrí que el león malo de la película “El rey león” tiene el tinte de piel y los rasgos que cualquiera relacionaría con un prototipo árabe o musulmán, mientras el león bueno es amarillito. Entonces entendí que la guerra de símbolos, de la que vimos un sangriento episodio la semana pasada, es una guerra que empezó hace rato.

La sensación que me ha quedado esta semana es la de que muchos norteamericanos están enceguecidos por la ira y por la idea de que son un poder invulnerable. Sólo en círculos académicos o intelectuales se ha reflexionado sobre la responsabilidad que también les corresponde a los Estados Unidos en los hechos. Pocos han señalado, por ejemplo, que el monstruo que hoy todo el mundo abomina fue apoyado y armado por los Estados Unidos, cuando el enemigo era la Unión Soviética. Pocos han notado que el ataque del martes empieza a ser aprovechado para ocultar los efectos de una crisis económica que se veía venir desde hace meses. Pocos han ido en contra del nacionalismo exacerbado con que se quieren justificar aterradoras inversiones militares que les quitan a muchos el pan de la boca.

Lo que más me preocupa de estos días de pesadilla es el apremio para que los Estados Unidos “hagan algo”, también toda esa rabia circulando por las calles, todo ese dolor politizado. Las consecuencias de ese “hacer algo” pueden ser desastrosas para la humanidad. El mundo se acabó y la gente no entendió. Un momento como éste podría servir para reflexionar si de verdad existe en este mundo alguna cosa que justifique la muerte de un ser humano. Pero en lugar de eso, los gritos de guerra no dejan de sonar.

Si algo puedo decirles a quienes sobrevivan al baño de sangre que está por llegar, es que en medio del humo y la tristeza procuren decirse que, si el corazón se obstina en palpitar y la cabeza en pensar, por algo será.







 


No hay comentarios:

Publicar un comentario