Texto publicado en Vivir en El Poblado, el 23 de enero de 2014
Enseño una
clase que será memorable. Con doce estudiantes leeremos las novelas
‘cartageneras’ de García Márquez y visitaremos los escenarios de esas novelas.
Así he regresado a El amor en los tiempos
del cólera. Siempre me pregunté por qué García Márquez empieza su novela
favorita con la muerte dos personajes que no parecen importantes: el Domingo de
Pentecostés, el doctor Juvenal Urbino entra a la habitación donde se halla el
cadáver de Jeremiah de Saint-Amour —el exiliado antillano con quien solía jugar
ajedrez— y percibe un olor de almendras amargas que le recuerda el destino de
los amores contrariados. Horas después, el mismo Urbino encontrará su propia
muerte. Si me hubieran preguntado hace unas semanas por El amor en los tiempos del cólera, habría dicho que es la historia
de un amor —el de Fermina y Florentino— que tarda más de medio siglo en
florecer. Quizá no habría mencionado a Juvenal Urbino ni a Jeremiah de
Saint-Amour. Ahora pienso que la relación de esos dos es uno de los rasgos más
hermosos de esta novela inagotable.
Juvenal
Urbino es el ciudadano ejemplar. Tiene ochenta y un años, se conserva saludable
y sigue ejerciendo la Medicina y enseñando en la universidad. Ha participado
en todos los eventos y comités ciudadanos de importancia. Mejoró el acueducto,
combatió la epidemia del cólera y siente un amor maniático por su ciudad. El
ajedrez ha sido su vínculo con Jeremiah de Saint-Amour —y la santidad del amor
es una de las cascaritas que García Márquez nos pone para que nos creamos
inteligentes—, un refugiado antillano de pasado oscuro que —con la ayuda de
Urbino— encuentra en la ciudad de los virreyes un destino de fotógrafo de
niños.
Entre ambos
surge una amistad de almas. Además de jugar ajedrez, van juntos al cine varias
veces por semana. Urbino se siente más cercano a Jeremiah que a su propia
esposa, Fermina, quien recela del fotógrafo. El suicidio de su amigo le depara
un montón de noticias inesperadas. En una carta de once páginas, Jeremiah le
revela un pasado oscuro y muy lejano a la gloria marcial que se había
fabricado. Habla de canibalismo y de una amante secreta. Lo que más parece
indignar al doctor Urbino es haber sido excluido de los secretos de su amigo.
Decide ir al barrio de los esclavos, para buscar a la amante de Jeremiah, y así
comprueba —como todo el que ha tenido un muerto cercano— que sabía muy poco
sobre él. La mujer le revela que la relación había durado media vida, que
Jeremiah se había suicidado a los sesenta porque no quería ser viejo y que ella
había sido solidaria con esa decisión.
Juvenal se
siente abrumado. Con ojos humedecidos, se queja con su esposa por la traición. Fermina
desarma ese reproche: “Hizo bien. Si hubiera dicho la verdad, nadie lo hubiera
querido”. Pero nada parece reconfortarlo. Por primera vez se pierde la misa de
Pentecostés. Cuando hace la siesta, lo despierta la tristeza. En un evento
social, nota con desencanto que Lácides Olivella —su discípulo favorito— repite
en forma mecánica sus palabras. Al regresar a casa, abandona la prudencia y
decide subirse al árbol donde un loro está jugando a no dejarse atrapar. “¡Se
va a matar!”, el grito de Digna Pardo, antes de la tragedia, tiene varios
sentidos. La Rouchefoucauld decía que por difícil que sea encontrar el amor, es
más difícil encontrar la amistad. La amistad verdadera es la forma más rara y perfecta
del amor. El amor en los tiempos del cólera empieza con dos suicidios: el
primero por miedo a la vejez y el segundo, el de Juvenal Urbino, por las
contrariedades del amor.
Buenas tardes desde una villa besada por las gélidas aguas del Mar Cantábrico, en el norte de España. Tras la relectura de El amor en los tiempos del cólera me adhiero a la valoración que usted expone sobre la amistad entre los dos personajes que inician el relato garcíamarquiano. Y apunto que desde mi primera lectura de esta novela quedé y retorno a la fascinación, el embeleso, la inquietud que se desprende de la escritura de Gabo en el primer capítulo. Tiene una entidad, un sortilegio, una emboscada que podría florecer sin el concurso de la singladura vital de Florentino y Fermina.
ResponderEliminarMuy agradecido por su comentario. He tratado de responder antes a estos comentarios, pero hay algo en Google que no m elo permitía. Cordial abrazo!
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