Fragmento de Un ramo de nomeolvides: García Márquez en El Universal.
“Esta
noche sabrá lo que es un tiro”, dijo el general después de golpear la mesa del
comedor.
Su esposa
lo vio ir hasta el cuarto, hurgar en el armario y sacar una escopeta reluciente
de dos cañones.
Al salir
de la casa le dijo a su mujer que se acostara.
La noche
era despejada y la brisa tenía sabor salado.
El
general entró al galpón y se refugió al final del ponedero donde una larga
hilera de gallinas estaba concentrada en prepararle unos huevos.
Cargó el
arma, miró la oscuridad, escuchó los grillos y esperó.
Se
preguntó si no estaría tratando de descargar con un simple ladrón de gallinas
su frustración política, la amargura de la accidentada oposición que él y sus
amigos ejercían por esos días. Pero estaba decidido a dispararle. Ya eran
muchas las bajas en su corral.
Poco
antes de las diez de la noche vio una fila de sombras que se acercaba. Con el
arma preparada esperó a que abrieran la puerta y entraran.
“Por
aquí”, dijo la sombra que marchaba adelante, y se fue al extremo opuesto del
ponedero. Los otros dos lo siguieron.
“Buagghh”,
dijo una gallina, y de inmediato todas las gallinas se unieron a la protesta.
Los tres
hombres rieron ante el estruendo. El general aprovechó para moverse en la
oscuridad hasta la puerta y encendió la luz.
Todos
quedaron petrificados. El general apuntaba en dirección a los tres hombres. Una
lluvia de plumas pequeñas caía entre ellos.
“Soy yo,
papá”, dijo avergonzado Diego, el hijo del general, con la gallina en la mano.
“Gabito y Ramiro son mis amigos. Queríamos irnos donde las muchachas”.
El
general siguió apuntando con el arma.
Hasta las
gallinas guardaron silencio.
Magistral
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