miércoles, 26 de septiembre de 2012

Un Tal Cortázar, desde las letras de Gustavo Arango

Foto: Róbinson Sáenz, de El Colombiano

 
Una nota de Mónica Quintero Restrepo, de El Colombiano.
 
No hubo literatura en la muerte de Julio Cortázar. No llegó, como muchos pensarían, una frase del final de un cuento o algo que se le pareciera. Lo que dijo Cortázar antes de morir, las últimas palabras, fue que le dieran un calmante. Le dieron su calmante y no despertó más.
 
 
 

viernes, 14 de septiembre de 2012

La risa del muerto, en la Fiesta del Libro y la Cultura


     La primera edición colombiana de la novela La risa del muerto será presentada este domingo, 17 de septiembre, a las 7 de la noche en la Fiesta y la Cultura de Medellín. Lugar: Biblioteca Edificio Científico. En el programa se hará el lanzamiento de los libros de la colección Club de Escritores UPB.

    La risa del muerto recibió en Nueva York el Premio Internacional Marcio Veloz Maggiolo, 2002, para novelas escritas en español en los Estados Unidos. Su primera edición se publicó en República Dominicana, en abril 2003.

    La edición 30 de la Revista Cronopio incluye un fragmento de la novela.

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Aurora Bernárdez


Ese sábado el sujeto había despertado con el convencimiento de que lo único verdaderamente importante que tenía para hacer era buscar a la persona que podía hablarle de Cortázar como si estuviera vivo.
Dar con ella fue fácil. Su nombre estaba en la guía de teléfonos y la voz del contestador, a pesar de no dar su nombre, era sin duda la de una mujer argentina, de cierta edad, pero vital.
El sujeto dejó un mensaje en el contestador y decidió encaminarse a la dirección que indicaba la guía. Consultando en el mapa, no parecía lejos del hotel: era en la Place du General Beuret y si llegaba hasta allí caminando daría tiempo a que la mujer considerara su mensaje y accediera a recibirlo.
Vení, pero nada de entrevistas, le dijo la mujer cuando volvió a llamarla desde un teléfono público al lado del edificio.
El sujeto atravesó un pasillo en la planta baja y llegó hasta un patio grande con una casa de tres niveles al fondo.
La mujer era menuda y elástica, los ojos azules y el rostro vivaz. Durante varias horas le habló de Cortázar con la familiaridad con que se habla de un pariente común: de la Argentina, de los primeros años que vivieron juntos en París, de la forma como las mujeres caían derretidas ante él (estaba hecho con los ojos), de sus últimos días de vida y de su muerte, de sus estremecedoras últimas palabras.
Casi al final de la visita, recordaron en forma desprevenida la fecha de ese sábado y algo mudo y pesado vino a oprimirles el pecho.
Hoy es 26 de agosto.
Hoy cumpliría ochenta y uno.
El sujeto pensó que estar allí, justo ese día, era como el final de un juego en el que después de muchos años y rodeos por fin podía encontrarse frente a frente con Cortázar.
Sintió que lo abrazaba la sombra de unos brazos que venían de muy lejos.
Antes de acompañarlo hasta la puerta, la mujer le obsequió un libro con los últimos poemas de Cortázar y le leyó un viejo verso de John Keats sobre la forma trivial, gris e inoportuna como nos despedimos de la vida.


* Fragmento de  ‘Una flor amarilla en Montparnasse’, incluido en la nueva  edición de Un tal Cortázar (Editorial UPB).