domingo, 23 de diciembre de 2012

Mensaje que no vas a leer

Del especial de cuentos de la revista Generación







Me pregunto qué sentido tiene escribir un mensaje que no vas a leer. Porque no lo vas a leerlo, ¿cierto? Dijiste: “Yo voy a cerrar este email y no voy a leer tu respuesta”.
De manera que estoy escribiendo para nadie… o sí, para ti; pero como no vas a leer lo que estoy escribiendo –como no lo estás leyendo–, es como si escribiera para nadie, a pesar de que tengo cosas para decir que a lo mejor diga, y a lo mejor no, porque si a uno no le van a leer los mensajes que envía qué sentido tiene que envíe los mensajes y, lo que es más absurdo, qué sentido tiene que los escriba.
Hace unos días, en Manhattan, hablaba justamente de eso con una chica a la que conocí en una librería. Bueno, no propiamente de este mensaje que tú no estás leyendo… No lo estás leyendo, ¿cierto?... hablábamos de que todo el que escribe alienta la esperanza de ser leído. La noción de cantidad no es importante –no debería ser importante–, aunque no falta quien tenga un número preciso de lectores en mente, a veces un número muy grande. En cuanto a la calidad, supongo que uno aspira a que sea decente… la de la lectura, digo. Tampoco falta el que tenga en mente a las personas específicas a quienes quiere que les llegue lo que escribe. Yo por ejemplo te tengo en mente mientras escribo este mensaje, a pesar de que sé que no lo vas a leer… Porque no lo vas a leer, ¿cierto?
¿No lo estás leyendo?... Qué tonto soy, hasta me detengo a esperar respuesta, como si la palabra escrita hablara... respondiera. La palabra escrita sólo habla… bueno, es un decir, simula decir e ignora a su interlocutor. No creo que lo ignore por grosería, lo ignora por cuestiones prácticas, porque rara vez aquel a quien se habla, tenga o no nombre propio, sea la cantidad grande o pequeña, se encuentra presente cuando se le escribe. En ese caso, en el caso de que estuviera presente, no tendría sentido que se le escribiera. Aunque, casos se han visto. Digo, casos de gente que le escribe a otra cuando muy bien podría alzar la cabeza y hablarle directamente a quien se dirige.
El ejemplo que he dado es el más simple y el más civilizado. También he visto casos de gente que escribe "en" la persona a quien se dirige y escribe de tal modo que, por más que lo intente, la persona a quien se dirige (y habría que preguntarse si de veras se dirige a esa persona o sólo la usa como papel… mágico, grimorial, ceremonial; pero papel al fin y al cabo) es incapaz de leer lo que le ha sido escrito, porque las palabras de tinta húmeda e intimante se encuentran en parajes del cuerpo donde los propios ojos no llegan por más que lo intente, por más piruetas que pretenda hacer con espejos… Nada. Mensaje recibido, pero no recibido. Recibido de otro modo. Recibido, no por los ojos, sino por ósmosis de zonas de piel bastante sensibles, leído por el inconsciente, mucho más eficaz por el uso de ese atajo de células para alcanzar la esencia: en el más profundo centro, como diría Juan de Yepes.
Pero, en fin. He perdido el hilo y ni siquiera estoy seguro de que haya dicho lo que te quería decir... y, ahora que lo pienso, ni siquiera es necesario que te lo diga, porque si no lo vas a leer… No lo estás leyendo, ¿cierto?... da igual que te escriba lo que te quería decir.
Quizá sea suficiente que lo piense, que sería como escribirlo en la piel del viento, y esperar a que haga su camino hasta tu más íntimo ser, ese que entiende sin saber, ese que observa sin mirar, ese que tiene en cierto modo la curiosa perspectiva de lo eterno.
Desde esa perspectiva no hay problema, no es necesario mensaje, ni palabras, ni papel, porque todo es claro, siempre lo ha sido. Allá no llegan los engaños y autoengaños con los que acomodamos los asuntos de este mundo para que no estorben o duelan… engaños y autoengaños con los que acomodamos la imagen de la gente a nuestro amaño… Esto casi que rima: engaños con amaños. Me estoy poniendo poético, o al menos musical, y es verdaderamente absurdo ponerse uno poético cuando no lo van a leer… Porque no me estás leyendo, ¿cierto? Leerme sería contradecirte, romper tu propia palabra –y tienes palabra, ¿cierto?–, y además sería una pérdida de tiempo, porque he decidido que al fin no te digo lo que pensaba decirte. Pues, qué sentido tiene, si no vas a leerlo.










sábado, 22 de diciembre de 2012

Juegos de alcoba


Del especial 'La Navidad es un cuento', de Vivir en El Poblado.



Juegos de alcoba


“De caoba, mi señora”. Había comprendido que debía hablarle a ella. El hombre se escondía detrás de las gafas, el bigote y un balbuceo que sería igualmente indiscernible si uno se acercara para oírlo.

Pero ella lo oía, entendía los murmullos de ese hombre que podía ser su padre, que seguramente era su amante, a juzgar por las constantes miradas a la calle, el inocultable temor a ser visto allí con ella. Era un buen observador. Años de vender artículos para el hogar le habían dado la suspicacia para detectar la más leve huella de infidelidad.

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Ilustración de Saúl Álvarez Lara









domingo, 16 de diciembre de 2012

domingo, 9 de diciembre de 2012

Una noche de tragos con la Academia Sueca (En el Especial de Generación)


Una noche de tragos con la academia sueca
Por Gustavo Arango*

“En Estocolmo me dijeron las razones de la Academia Sueca para no darle el Nobel a Borges”, dice García Márquez durante el segundo día del taller. “Cuando uno va a recibir el Premio Nobel hay un programa muy duro, muy apretado. En Suecia no sucede otra cosa que la entrega de los premios. El primer punto de la agenda era la cena con los de la Academia. Allí se cuentan todos los secretos. Fue una noche muy divertida. Como estaban pasados de tragos, empezaron a hablar y llegamos a los ‘nobelizables’. 




“La primera pepa que les solté fue que quienes no lo recibieron eran mejores que quienes sí lo recibieron. Les hablé de Tolstoi, Conrad, Proust, Joyce, Kafka. Les  dije que tenía una gran vergüenza con Borges. Me dijeron que habían discutido mucho el tema de Borges y que la conclusión había sido que cada página de Borges es una página maestra, pero que todas juntas no hacían una obra.
“Les hablé de Graham Greene, quien me enseñó a describir el trópico. A propósito, con la modestia que me caracteriza, les cuento que yo vendo más que Graham Greene. Luego les mencioné a Rulfo. Me dijeron que había escrito poco y que era una réplica de Sófocles y del autor del Lazarillo. Al final, cuando ya todos teníamos la lengua pesada por el whisky, les dije: ‘Ustedes no tienen la menor idea de literatura’. Uno de ellos me respondió: ‘Tiene razón. Nosotros no somos literatos. Somos los curadores de la lengua sueca’.
“Para conceder el Nobel, la academia empieza con una lista de cien candidatos. En mayo, la lista se reduce a veinte. Yo había entrado en esa lista varias veces, pero como después de escribir El otoño del patriarca dije que no volvería a escribir, me sacaron de la lista. Los de la academia le tienen horror a que los Premios Nobel no vuelvan a escribir. También los preocupa mucho la idea de que casi nadie vive más de cinco años después de recibir el premio. Están muy pendientes de no equivocarse. Cuando supieron que había terminado un nuevo libro, que era Crónica de una muerte anunciada, la Academia pidió una copia y me volvieron a meter en la lista. El proceso de selección termina en el verano, cuando los académicos se dedican a leer la obra de cinco finalistas.
“Poco antes del anuncio oficial recibí una llamada de Olof Palme, desde Estocolmo, para decirme que era inminente que me dieran el Nobel. Me dijo: ‘Si dices que sí, los socialistas ganamos las elecciones’. Pase una mala noche pensando en el asunto. Todavía no había recibido la notificación y me acordé de Thomas Mann, el único escritor al que trataron de darle el premio dos veces y nunca lo recibió. Doctor Faustus, de Mann, es la mejor novela de un novelista. Cuando quisieron darle el premio, vino la Segunda Guerra Mundial y después murió. No hay mejor alivio que no ser candidato al Nobel.  
“Aquella madrugada, el primero en llamarme fue un periodista sueco que trabajaba para L’Express. Le dije que no daría declaraciones mientras el anuncio no fuera oficial. Entonces empezaron a llegar periodistas frente a la casa, vino el anuncio y todo fue un caos. Al mediodía me acordé del sueco que me había llamado de primero y lo llamé y le di la entrevista”.



* Fragmento de un texto sobre el taller de narración periodística que Gabriel García Márquez ofreció en Barranquilla, en diciembre de 1997; forma parte del libro inédito “Recuerde el alma dormida’. 








jueves, 6 de diciembre de 2012

La extraña fascinación que producen los títulos desmesuradamente largos

La extraña fascinación que producen los títulos desmesuradamente largos
(La columna de Vivir en El Poblado)

  David Markson
                                                                                                                                                                                                                                  
Por Gustavo Arango

Los títulos son todo. Bueno, son casi todo. Son seducción y promesa. Son enigma y profecía. Se podría escribir una historia de la literatura a partir de los títulos de los libros. Hubo un tiempo en que no eran necesarios o llegaban de manera accidental: Dante escribió una ‘Comedia’ que el tiempo llamó ‘Divina’. Cervantes llamó a su hidalgo “Ingenioso”, pero por siglos los títulos solían ser nombres: Ana Karenina, Jane Eyre, María. Luego vinieron los títulos alegóricos: La tierra baldía, El corazón de las tinieblas. Hoy en día predominan los títulos poéticos. La historia debe incluir curiosidades: títulos más largos que el texto (como El dolor, cuyo texto dice: “¡Ay!”), títulos repetidos (Twilight, El origen del mundo). Capítulo aparte merecen los títulos largos.

Siempre me han fascinado los títulos largos, parecen caballos impacientes por correr. El primero que conocí fue el de García Márquez, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada”, y me pareció insuperable. Pero le llegó la hora. Al final, David Markson me dio este banquete: La balada de Dingus Magee, siendo la saga inmortal y verdadera del malandrín más notorio y desesperado de los viejos tiempos, su constante arruinar vidas de mujeres indefensas, etcétera; incluyendo también el único testimonio fidedigno jamás ofrecido al público de su combate a tiros con el sheriff C. L. Hoke Birdsill, en el Hoyo de Yerkey, New Mexico, en 1884, y con comentarios adicio­nales sobre el fatal y misterioso incendio de un burdel ocurrido el mismo año; complementado además con perfiles confiables y desvergonzados de “Blusa Grande” Belle Nops, Anna “Aguaca­liente”, Agnes “Cara de caballo” y otras, de las cuales casi ninguna quedó con vida al final. Compuesto en el elegante inglés moderno a partir de la información tomada de manera diligente de los archivos por David Markson.

Uno llega al final como a la cima de una montaña, con mareo por falta de oxígeno.


Pensaba que Markson era lo máximo, pero pronto descubrí que ya había sido superado. En 1887, un tal Henry Davenport publicó un libro titulado: Tierra, mar y cielo, o las maravillas del uni­verso, siendo una descripción completa y gráfica de todo lo que es maravilloso en cada continente del globo, en el mundo de las aguas y en los cielos estrellados; incluyendo estremecedoras aventuras en mar y tierra, descubrimientos renombrados de los exploradores más grandes del mundo y de todas las épocas, y fenómenos notables en todos los reinos de la naturaleza, abarcando los impactantes detalles físicos de la tierra, las características peculiares de la raza humana, de animales, de pájaros, de insectos, etcétera, inclu­­­yendo una descrip­ción vívida de los océanos Atlántico, Pacífico e Índico y de los océanos polares, los monstruos de las profundidades, las hermosas conchas marinas y las plantas, los peces singulares y otros habitantes del mundo de las aguas, las notables corrientes marinas, etcétera; junto con los maravillosos fenómenos de los sistemas solares y estelares; comprendiendo en general un vasto tesoro de todo lo que es maravilloso y extraor­dinario en la tierra, el mar, el aire y los cielos.


 Publicado en Vivir en El Poblado el 6 de diciembre de 2012.