jueves, 24 de abril de 2014

El escritor y la ciudad






Más allá de admiraciones y rechazos, de lecturas obligadas por la escuela o por la moda, Medellín mira la fama de Gabriel García Márquez como un asunto que no le incumbe del todo.
Acostumbrada a vanagloriarse de las cosas que la hacen única en el mundo: los alumbrados más navideños, la gente más emprendedora o el metro más impecable, la ciudad no consigue encontrar una razón que le permita ser parte del triunfo del escritor colombiano más influyente de todos los tiempos.
Hubo oportunidad de entrar en esa historia, cuando García Márquez y su familia decidían adónde iría a terminar su bachillerato. Pero Zipaquirá nos privó del orgullo de decir: “aquí leyó a los clásicos”, “aquí encontró a sus maestros”, “aquí le enseñamos a escribir a ese condenado”.
No parece meritorio decir que su futura esposa, Mercedes Barcha, estudió en el internado de La Presentación, y que alguna vez, de paso por la ciudad, García Márquez diseñó un plan para raptarla.
Tampoco nos sirve recordar que Aida, su hermana monja, trabajó como maestra por estos lados. Especialmente si sale a relucir que los libros de su hermano estaban prohibidos en la escuela donde ella trabajaba.
Nuestros vínculos con el escritor parecen nefastos. El 12 de Julio de 1954 hubo una tragedia doble en el sector de la Media Luna, en Santa Elena. Después de un primer derrumbe ocurrido a las siete de la mañana, la montaña sepultó a quienes llegaron al rescate de las primeras víctimas. García Márquez fue enviado días después a reconstruir los hechos. Esa fue su primera tarea como reportero, pues hasta entonces se había limitado a escribir reseñas de cine y comentarios.
El viaje a Medellín también fue novedoso por otras cosas. Aquella vez llegaron hasta su cuarto en el Hotel Nutibara dos periodistas de El Colombiano, para hacerle la primera entrevista que concedió en su vida. Hasta entonces, solo había publicado algunos cuentos y era poco conocido.
Al parecer nunca sabremos qué dijo García Márquez en esa entrevista, “de sinceridad suicida”, por la que seguía arrepentido medio siglo después, cuando escribió Vivir para contarla. Tal vez la piedad de los entrevistadores decidió que esas palabras jamás fueran publicadas.
Pero ahí no terminan las relaciones del Nobel con Medellín. Bien visto, la ciudad es el espacio al que mayor despliegue le ha dado en su obra no ficcional. Ni Bogotá, ni Cartagena, ni Aracataca han ocupado tanto la atención del escritor como lo hizo Medellín en su último y más ambicioso trabajo periodístico: Noticia de un secuestro.
El único problema es que la ciudad allí reflejada no es cívica, ni artística, no está hecha de espacios públicos y reconocibles, sino de antros anónimos y personajes siniestros que fueron protagonistas de uno de los momentos más oscuros de nuestra historia, cuando la “pujanza” nos condujo a extremos donde la vida perdió su dignidad y su valor. Y avergüenza reclamar ese sombrío liderazgo.











sábado, 19 de abril de 2014

La peste del olvido


Pensé en la ironía. Aquello que acababa de ocurrir nos dejó a todos con un nudo en la garganta. Gabito trató de aligerar las cosas con un chiste: "Carajo, todo lo que uno se ha matado escribiendo para que la mamá no se acuerde de uno"



Texto publicado en el diario El Colombiano, el 19 de abril de 2014.








jueves, 10 de abril de 2014

El otro - la columna de Vivir en El Poblado

                                                                                                         Foto CBC Hamilton

El comienzo parece un homenaje a los delirios de Poe. El narrador nos tiende la primera de sus trampas al decir que lo ocurrido tal vez sea soportable si se piensa que es un cuento. Así entramos obedientes en el terror prometido, convencidos de que el cuento no es un cuento.

Cuenta el contador de este relato que una tarde del siglo pasado se sentó en un banco de madera a mirar pasar un río. No era un lugar familiar. Andaba por allí como profesor invitado. Estaba a miles de kilómetros de un sitio al que pudiera llamar suyo. Para obligarnos a identificarnos con él y con su inteligencia, dice el narrador que mirando las aguas pensó en la ocurrencia de Heráclito sobre el tiempo y el cambio y lo distintos que somos a quienes seremos y fuimos. Conoce bien a su público. Sabe que con un banco y un río similares casi todos pensaríamos lo mismo.

Leer el texto completo en Vivir en El Poblado.