viernes, 28 de junio de 2013

Última pincelada

A propósito del último texto escrito por Juan Carlos Onetti.



Considerando la abrumadora cantidad de personas que respondieron a mi pregunta de hace quince días sobre el final de Pedro Páramo (cero punto cero, para ser exactos), dejaré sin formular una pregunta que tenía sobre la atroz inocencia del final de Para esta noche, de Juan Carlos Onetti. No importa, déjenme así. De todas maneras mis dos o tres lectores me han dado con su silencio una lección de humildad.

Pero como algo hay que decir,  se me ocurre comentar un hallazgo que hice hace un par de semanas en el trasmallo virtual. La historia tiene sus antecedentes: hace dieciocho años tuve el privilegio de hacer la primera entrevista que concedió Dolly Muhr, la viuda de Onetti, después de la muerte del escritor. En el apartamento madrileño que fue escenario del último encierro del uruguayo, Dolly y yo pasamos una tarde muy agradable, hablando de lo divino y lo humano. Aquella vez le pregunté si Onetti había dejado textos inéditos y ella me dijo que sí, que después de Cuando ya no importe había seguido escribiendo como por inercia, pero que eran delirios breves e inarticulados. Yo no quise insistir en conocerlos. El dolor por la muerte de Onetti todavía la agobiaba. Con el tiempo he visto salir a la luz algunos de esos textos y he comprobado la sospecha de que eran formas depuradas de su arte. Hace un par de semanas encontré un documental en el que alguien leía –mal– el que quizá fue el último escrito de Juan Carlos Onetti, un texto mínimo que es una obra maestra:   

“Porque la quería toda, señor Juez. Ella con su pasado, ella con su último pensamiento, para siempre oculto, lo que estaba pensando cuando murió”. “No pensaba. Usted la mató mientras dormía”. “Eso, señor juez. Su último sueño”.

En Dejemos hablar al viento, Onetti cuenta la historia del pintor japonés que pasó toda su vida tratando de plasmar en el lienzo la belleza simple de una ola y sólo pudo conseguirlo al final de una extrema ancianidad. Este breve relato es como esa ola final. En estas treinta y siete palabras se encuentra todo lo que la literatura ha querido expresar. Está el motivo de la mujer muerta, que para Poe era el más literario. Está el tema de la culpa asumida casi con gozo, que fue central en la obra de Onetti, y está la hipocresía general. Está la imposibilidad humana de encontrarse por completo con el otro. Están los infiernos personales en el umbral de lo social. Está el afán demencial de posesión que acompaña los desafueros del amor. Está una teoría de los sueños y un tratado completo de psicología. En ese criminal que sabe más que quien lo juzga están las diferencias que hacen imposible cualquier diálogo. En esta despedida literaria están también los misterios del dormir y del morir, el instante para el que todo fue un preámbulo. Están la belleza, el delirio, la dicha, el crimen, la inocencia, los tristes forcejeos del entendimiento, la condición indescifrable de todo gesto humano.

Onetti no era modesto sobre su arte. En una de sus últimas entrevistas dijo, palabras más o menos: “Ahí les dejo esa tarea”. Les hablaba a sus lectores y a sus hijos literarios.  Quizá también pensaba en su última pincelada. Allí su arte lo ha conseguido todo sin que se vea el esfuerzo. Con sus últimos rasguños nos ha dejado un misterio tan simple y complejo como la vida misma. Con razón se las daba.



Texto publicado en Vivir en El Poblado, el 21 de junio de 2013. 








domingo, 23 de junio de 2013

Rayuela: El destino de un clásico


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Por Gustavo Arango

Si la imitación y el plagio son virtudes, Julio Cortázar es un gran escritor. Así empezaba la primera crítica que recibió Rayuela poco después de ser publicada por la editorial Sudamericana de Buenos Aires, con un tiraje de 5 mil ejemplares, en junio de 1963. Así empezó su aventura entre los lectores y la crítica una novela que llegaría a ser símbolo de la literatura latinoamericana. Una afortunada confluencia de factores contribuyó a convertir en un clásico la novela de Cortázar. Pero el libro del que ahora se celebra medio siglo es distinto al que leyeron las generaciones del pasado.


Un año después de la publicación de Rayuela, en una carta dirigida a Roberto Fernández Retamar, Cortázar destacó la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda. Cortázar era consciente de la trascendencia de los cambios que se estaban dando: Cuando yo tenía 20 años, un escritor argentino llamado Borges vendía apenas 500 ejemplares de algún maravilloso tomo de cuentos. Hoy cualquier buen novelista o cuentista rioplatense tiene la seguridad de que un público inteligente y numeroso va a leerlo y juzgarlo”.
Para Cortázar lo más importante de Rayuela fue su recepción entusiasta entre los jóvenes. Había escrito la novela que su tiempo pedía. América Latina era sacudida por vientos de cambio, de búsqueda de identidad, motivados en buena parte por la revolución cubana. “La idea de Rayuela es una especie de petición de autenticidad total del hombre, que deje caer, por un mecanismo de autocrítica y de auto-revisión despiadada, todas las ideas recibidas, toda la herencia cultural, no para prescindir de ella, sino para criticarla.
Parte del éxito de Rayuela está en que trascendió el ámbito latinoamericano. En abril de 1967, un año después de la publicación de Hopscotch (la traducción al inglés de Rayuela hecha por Gregory Rabassa), Cortázar recibió en Estados Unidos uno de los recién creados National Book Awards para traducciones. En otoño de ese año, en la revista Novel, apareció por primera vez en ese país un estudio extenso sobre su obra. James Irby, el autor del estudio, vinculaba a Cortázar con Cervantes y afirmaba que Rayuela era una meritoria renovación de la empresa loca propuesta hace siglos en España por el más grande de los antinovelistas. Un reseñista de The New Republic llamó a Rayuela la más poderosa enciclopedia de emociones y visiones que ha emergido de la generación de escritores internacionales de la posguerra. No todo fueron elogios. En The New York Review of Books, John Wain calificó a Rayuela como “monumentalmente aburrida”. Pero el hecho de que la literatura latinoamericana despertara interés en los Estados Unidos contribuyó al interés de los latinoamericanos por sus propios autores.
Uno de los hechos decisivos en la valoración de Rayuela fue la defensa que Carlos Fuentes hizo del libro. En A demanding novel” (Una novela exigente), una reseña publicada en la revista norteamericana Commentary, Fuentes destacó que el Times Literary Supplement de Londres había calificado a Rayuela comola primera gran novela de Hispanoamérica. La reseña era una respuesta a John Wain, quien también había dicho que Rayuelanarra una vida vacía de significancia, incapaz de atrapar la atención de un lector de novelas. Para Fuentes, ese mismo vacío, ahora con un sentido profundamente latinoamericano, era el que podía apreciarse en las películas de Buster Keaton o en personajes como el Mersault de Albert Camus y el Roquentín de Jean Paul Sartre.
Rayuela despertó más interés en Estados Unidos que en Francia, donde Roger Caillois un promotor de la literatura latinoamericana y el primero en divulgar a Borges en ese país se negó a publicarla con Gallimard por considerarla una obra cosmopolita que no refleja ni la situación ni la sensibilidad específica del homo latinoamericanus”. En 1967, cuando por fin salió la edición en francés, con el título de Marelle, los críticos no mostraron entusiasmo. Según Ugnë Karvelis, la segunda esposa de Cortázar, los franceses no reconocieron el “homenaje sofisticado a la literatura francesa”, ni apreciaron “uno de los más bellos libros contemporáneos que se han escrito sobre París.
Con todo y las inconsistencias de la crítica, Francia y Estados Unidos fueron decisivos en el éxito de Rayuela y en la perspectiva latinoamericana que llegó a tener el Boom. En 1966 apareció en París la revista Mundo Nuevo, dirigida por Emir Rodríguez Monegal, y su primer número incluía una entrevista a Carlos Fuentes titulada Situación del Escritor en América Latina. Al final de una reflexión sobre su obra y sobre los nuevos aires del arte en América Latina, Fuentes declaraba: Mis viajes recientes por los Estados Unidos y Europa me han confirmado que hay una apertura de los editores, de los críticos y de los lectores hacia la literatura hispanoamericana”. Fuentes mencionó a Octavio Paz y a Cortázar como los autores más importantes del momento y reconoció los méritos de Vargas Llosa, García Márquez (Acabo de leer las primeras 75 páginas de Cien años de soledad… Son absolutamente magistrales), Rulfo y Borges (a quien reconoce los méritos literarios y reprocha la actitud política). Pero fue Cortázar quien se llevó sus mayores elogios. Cortázar es para mí casi un Bolívar de la literatura latinoamericana.
Al autor de Rayuela lo tenía sin cuidado el futuro de su obra. En una entrevista con Rosa Montero, dijo: “Me pregunto cuál será el destino del libro. Dudo que sea algo más que un inmenso archivo de microfilmes para los historiadores…y anda tú a leer a Rayuela en microfilme. A quién le va a importar. Sería fácil pensar que Cortázar se equivocó en su predicción. Cincuenta años después de su publicación, Rayuela es una novela de culto. Lo que ha desaparecido son los microfilmes. Nuevas generaciones de lectores se identifican con la Maga y Oliveira, y repiten de memoria pasajes como el del beso (“Toco tu boca…”). Pero hay razones para sospechar que pocos exploran a fondo ese libro del que tanto se habla y se hablará por estos días.
Resulta irónico que el éxito que hoy tiene Rayuela se deba en buena parte a las modas y el snobismo. Hoy Rayuela es un libro “importante”, de esos que “hay que leer”, o al menos decir que se leyó, un asunto inevitable al que la gente le da “like”. Pero el espíritu rebelde que le dio origen ha quedado reducido a militancias de redes sociales. Los “lectores inteligentes” y con criterio son de nuevo minoría frente a las multitudes que compran obedientes las novedades que las editoriales, en complicidad con los medios, les imponen. Los buenos escritores enfrentan el dilema entre aceptar las implacables exigencias del mercado o resignarse a la inexistencia. Las dispersas criaturas del futuro, que a Cortázar teníamos sin cuidado, elevamos su Rayuela al pedestal de los clásicos, allá donde se exhiben y se olvidan los libros que quizá podrían salvarnos.








martes, 18 de junio de 2013

jueves, 13 de junio de 2013

Que me lo expliquen



Para los enterados en asuntos literarios, la obra de Juan Rulfo es una prueba de que no hay que escribir mucho para estar entre los grandes. De hecho, es preferible ser muy parcos. De Rulfo se conocen la fotografía, el guión de cine,  las cartas, pero a la hora de la verdad sólo quedan dos libros: una colección de cuentos, llamada El llano en llamas, y una novela corta, tramposamente corta, llamada Pedro Páramo. 


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domingo, 9 de junio de 2013

sábado, 8 de junio de 2013

Este sábado, 8 de junio, en El autor y su obra, del canal HITN

Published on Jun 7, 2013


El autor colombiano habla de la literatura contemporánea de su país, cita a Jorge Luis Borges diciendo que "al autor, al artista todas las experiencias le son dadas como alimento, como nutrición para hacer su obra" y agrega que el asesinato de su padre marco su vida y su carrera explicando que a veces el dolor, la tragedia, la tristeza; que parecieran borrar el sentido de la vida; a la final son para que el autor nutra su obra.