A propósito del último texto escrito por Juan Carlos Onetti.
Considerando
la abrumadora cantidad de personas que respondieron a mi pregunta de hace
quince días sobre el final de Pedro
Páramo (cero punto cero, para ser exactos), dejaré sin formular una
pregunta que tenía sobre la atroz inocencia del final de Para esta noche, de Juan Carlos Onetti. No importa, déjenme así. De
todas maneras mis dos o tres lectores me han dado con su silencio una lección
de humildad.
Pero
como algo hay que decir, se me ocurre
comentar un hallazgo que hice hace un par de semanas en el trasmallo virtual.
La historia tiene sus antecedentes: hace dieciocho años tuve el privilegio de
hacer la primera entrevista que concedió Dolly Muhr, la viuda de Onetti,
después de la muerte del escritor. En el apartamento madrileño que fue
escenario del último encierro del uruguayo, Dolly y yo pasamos una tarde muy
agradable, hablando de lo divino y lo humano. Aquella vez le pregunté si Onetti
había dejado textos inéditos y ella me dijo que sí, que después de Cuando ya no importe había seguido
escribiendo como por inercia, pero que eran delirios breves e inarticulados. Yo
no quise insistir en conocerlos. El dolor por la muerte de Onetti todavía la
agobiaba. Con el tiempo he visto salir a la luz algunos de esos textos y he
comprobado la sospecha de que eran formas depuradas de su arte. Hace un par de
semanas encontré un documental en el que alguien leía –mal– el que quizá fue el
último escrito de Juan Carlos Onetti, un texto mínimo que es una obra
maestra:
“Porque la quería toda, señor
Juez. Ella con su pasado, ella con su último pensamiento, para siempre oculto,
lo que estaba pensando cuando murió”. “No pensaba. Usted la mató mientras
dormía”. “Eso, señor juez. Su último sueño”.
En Dejemos hablar al viento, Onetti cuenta
la historia del pintor japonés que pasó toda su vida tratando de plasmar en el
lienzo la belleza simple de una ola y sólo pudo conseguirlo al final de una
extrema ancianidad. Este breve relato es como esa ola final. En estas treinta y
siete palabras se encuentra todo lo que la literatura ha querido expresar. Está
el motivo de la mujer muerta, que para Poe era el más literario. Está el tema
de la culpa asumida casi con gozo, que fue central en la obra de Onetti, y está
la hipocresía general. Está la imposibilidad humana de encontrarse por completo
con el otro. Están los infiernos personales en el umbral de lo social. Está el
afán demencial de posesión que acompaña los desafueros del amor. Está una
teoría de los sueños y un tratado completo de psicología. En ese criminal que
sabe más que quien lo juzga están las diferencias que hacen imposible cualquier
diálogo. En esta despedida literaria están también los misterios del dormir y
del morir, el instante para el que todo fue un preámbulo. Están la belleza, el
delirio, la dicha, el crimen, la inocencia, los tristes forcejeos del
entendimiento, la condición indescifrable de todo gesto humano.
Onetti
no era modesto sobre su arte. En una de sus últimas entrevistas dijo, palabras
más o menos: “Ahí les dejo esa tarea”. Les hablaba a sus lectores y a sus hijos
literarios. Quizá también pensaba en su
última pincelada. Allí su arte lo ha conseguido todo sin que se vea el
esfuerzo. Con sus últimos rasguños nos ha dejado un misterio tan simple y
complejo como la vida misma. Con razón se las daba.
Texto publicado en Vivir en El Poblado, el 21 de junio de 2013.
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