jueves, 8 de diciembre de 2022

jueves, 10 de noviembre de 2022

domingo, 25 de septiembre de 2022

"No nos veamos mañana"

 Una nuevo texto en "Bitácora de vuelo" 






Sobre "Un tal Cortázar"

 Hace treinta y seis años vi el cometa Halley desde el techo de mi casa, vi ganar a los Mets  la serie mundial de béisbol y estaba dedicado a escribir un libro que, sin que lo supiera, sería la primera biografía de Julio Cortázar. 

Ahora, un lector generoso descubre "Un tal Cortázar" y escribe esta reseña para el blog Neonadaísmo 2011.




sábado, 24 de septiembre de 2022

Un acontecimiento para el alma

La "Bitácora de vuelo", que andaba muy silenciosa, 
reaparece con una reflexión con motivo del 
Día de la Contitución y de la ciudadanía. 
 



lunes, 12 de septiembre de 2022

Eres filfa

En mi clase de narrativas de no-ficción hemos estado discutiendo 

algunos capítulos de Santa María del Diablo. 

Después de leer este pasaje, Isabel O'Brien ha hecho esta ilustración

que me ha permitido publicar aquí en el blog. 


Después de escribir muchos libros, y en particular la General Historia a la que he dedicado media vida como cronista del Rey, me sentía satisfecho y dispuesto a dejar quieta la péñola. Mi última tarea fue completar las Quincuagenas —cuya escritura nos tomó a mí y a mi mano doce años— con las que quise honrar mis recuerdos madrileños y la memoria de tantas personas notables de las que tuve conocimiento. Puesto el punto final, y dispuesto a dedicar mis días postreros al cuidado de mi alma, ocurrió que hace unos días hube un sueño que me dejó perturbado.

Estaba dormitando junto a la garita del poniente, aferrado a la llave desta fortaleza de Santo Domingo que capitaneo hace ya más de veinte años, y la brisa tibia entraba y sacudía mi melena ya toda blanca y me acariciaba la frente, y yo me hundía en el sueño sin ofrecer resistencia, cuando vi frente a mí a una mujer tequina: alta, gris y de gestos muy lentos. Estaba sentada frente a un fuego. La vi mirar la luz y hacer unos extraños movimientos con los dedos en el suelo. En ese sueño, vivo como pocos, la mujer miraba el fuego y yo era el fuego. Me miraba con fijeza y volvía a mirar el movimiento de sus dedos en la arena. Supe que en ese instante auscultaba mi alma. Luego habló. Me recordó que mi pecado más aborrecido ha sido dar al mundo una obra de ficción, la primera que fue escrita en Tierra Firme, y repitió palabras mías para decir que la ficción es cosa del Diablo, y es una de las más dañosas pestilencias, porque está hecha de mentiras, y el Diablo es el padre de la mentira. Entonces se acercó a ese fuego que era yo en aquel momento y me susurró al oído: “Eres filfa”, y el sueño aquel se me hizo pesadilla, y tuve un despertar sobresaltado.

 

martes, 30 de agosto de 2022

Una defensa de "En agosto nos vemos"

 A raíz de mi artículo, "La soledad de las palabras", publicado en Confabulario, el suplemento cultural de El Universal de México, recibí una invitación de Norberto Vallejo a su programa, "El club de lectura" de Caracol, para hablar de las razones por las que debería publicarse "En agosto nos vemos", la novela inédita de García Márquez. 

Sigue este enlace para escuchar el programa...




jueves, 25 de agosto de 2022

La felicidad pública

Un fragmento de la novela La mujer biblioteca (Ediciones El Pozo, 2021).

Encuentro de bibliotecarios en Atlanta en mayo de 1899. 
Marilla Waite Freeman es la chica en medio de los hombres con bigotes de morsa.


 En mayo de 1899, Marilla asistió al congreso general de la American Library Association, en Atlanta (Georgia). Allí fue tomada la primera foto suya que encontré: la del cuello largo y las morsas a su lado. Marilla era una mujer espléndida de veintiocho años, y su éxito con la Biblioteca Pública de Michigan City no había pasado desapercibido. Marilla presentó en el congreso la ponencia “Manejo de bibliotecas públicas pequeñas”. Allí están esbozados con claridad los principios que regirían su vida profesional y su idea del papel de las bibliotecas en la sociedad:

La biblioteca pública no solo debe ser el centro educativo del pueblo o la ciudad, y en ocasiones su centro artístico; también debe convertirse –en el lenguaje de la nueva sociología– en un centro de servicio social. Esa es la gran oportunidad que tiene la bibliotecaria de la pequeña biblioteca pública. Es afortunada en el privilegio de tener un contacto personal con su público, y de ella depende, en buena medida, la atmósfera de la biblioteca. La bibliotecaria debe estar alerta, tener tacto, ser anfi­triona agradable, preparada al mismo tiempo para dar sugerencias útiles a los tímidos o indecisos y para responder con rapidez e inteligencia al hombre que sabe lo que quiere y lo quiere de inmediato. Permitámosle, si es posible, encontrar algún tiempo para relacionarse personal­mente con los lectores. Si la “pequeña biblio­tecaria” conoce, como debe, los libros que maneja, y si recuerda no solo los nombres y los rostros, sino las diferentes personalidades de sus lectores, puede –de manera callada y discreta– dirigir la tendencia general de la vida intelectual de su comunidad. Debe ser accesible, no solo dentro de la biblioteca, sino también fuera de ella, y es importante que no rechace que los niños en la calle la señalen y la reconozcan como “la mujer biblioteca”. Debe estar lista, no solamente para presentarse, sino para responder entusiasta a conversaciones sobre libros y sobre la biblioteca, incluso en ocasiones sociales donde “comerciar” se considera tabú.

La expresión “library lady” se traduciría de manera más aproximada como “señora biblioteca”, porque hay algo de respeto en la palabra “lady” (que también se puede traducir como dama). Pero, si somos muy literales, hay algo que se pierde –o hay ganancias indeseadas– en la traducción. Lo que Marilla intenta señalar es la expresión informal de una ingeniosa metáfora. Cuando la veían y la señalaban en la calle, los niños no decían que era la señora que trabajaba en la biblioteca (aunque esa era la idea de ese afectuoso reconocimiento), sino que Marilla misma era la biblioteca.

La lectura de Marilla en el congreso de la ALA –su primera aparición pública importante– debió producir sorpresa entre sus oyentes. Era una mujer joven e inteligente que parecía tenerlo todo muy claro sobre la función de las bibliotecas y sobre las estrategias para convertirlas en centros vitales de sus comunidades. Fue su presentación en sociedad. Desde entonces se convirtió en figura destacada del gremio de los bibliotecarios en los Estados Unidos. En su presentación, Marilla no solo hizo despliegue de entendimiento y sutileza, también de una personalidad segura y atrevida, capaz de hablar sin titubeos hasta con el “hombre que sabe lo que quiere y lo quiere de inmediato”. Ese sería el tono de sus artículos sobre bibliotecas durante seis décadas. Ya en su primera lectura estaban claros sus temas y los rasgos que caracterizarían su persona pública: una feminidad fuerte, una inteligencia a la que ningún tema o ámbito le eran ajenos, una clara consciencia de su poder y su influencia.

En la presentación –que Library Journal reseñó con detalle y luego publicó en su integridad– Marilla habló de una variedad de temas. Como tuvo la fortuna de ofrecerla justo el Día de los niños, se refirió en primer lugar a los espacios de la biblioteca que debían destinarse a los más pequeños y a la manera de interesarlos en los libros. Habló de los tamaños de las mesas, de la disposición atractiva de los libros y hasta de la actitud general con esos “clientes especiales” de la biblioteca: “No hay que excluir a los más pequeños. Si son capaces de escribir su nombre, son bienvenidos”. Habló del trabajo en colaboración con los maestros de las escuelas. Propuso estrategias para que muchos gestionaran la expedición de su tarjeta de lector y se informaran sobre los títulos disponibles: convenios con la prensa, carteles en las calles, despliegues en las vitrinas. También reflexionó sobre las ventajas y desventajas de dar acceso completo a los estantes, un tema de acaloradas discusiones en aquel tiempo: “El acceso del público a los anaqueles –ya sea total o parcial– no solo ahorra tiempo al público y a la bibliotecaria, sino que es la fuente de esa libertad y satisfacción que debe ser inherente a una institución cuyo primer propósito es la felicidad pública”.

Leer a Marilla requiere estar preparados para saltar de los detalles más triviales a las preocupaciones primordiales del ser humano. Así como el acceso del público a los estantes conduce de inmediato al tema de la felicidad pública, cada uno de los temas sobre los que escribiría a lo largo de su vida tendría las resonancias de un tratado de filosofía.

Uno de los puntos centrales de su presentación en Atlanta fue la necesidad de promover ampliamente las bibliotecas: “El primer artículo en el credo de los bibliotecarios modernos debe ser publicitar”. Habló de la importancia de lo visual. Propuso que la biblioteca hiciera exposiciones y despliegues relacionados con las lecturas de los clubes o con algún evento o personaje destacados. Contó que, para la Navidad de 1898, su biblioteca había decorado dos paneles, uno con imágenes de la Virgen, “tomadas de revistas o prestadas por amigos de la biblioteca”, y el otro con portadas de revistas dedicadas el tema. Adicionalmente, las paredes de la biblioteca fueron decoradas con carteles. Explicó que las imágenes de los paneles se cambiaban cada semana y que, en el momento, había reproducciones de pinturas de artistas modernos. Esas imágenes tenían como propósito ilustrar un curso de extensión sobre arte que la Universidad de Indiana estaba ofreciendo en la biblioteca: “Toda biblioteca, sin importar lo pequeña que sea, debe tener un boletín mural o un tablero situado en un lugar muy visible. La idea es que allí se peguen –o se escriban con tizas de colores– listas atractivas de nuevos libros, noticias de aniversarios de personajes destacados –acompañadas con una imagen suya– y, en últimas, todo lo que atraiga la atención de los visitantes y los aliente a utilizar nuestros servicios”.

Para Marilla, el medio más popular para atraer el interés del público eran las exposiciones.  Una de esas exposiciones reunió imágenes tomadas por usuarios de la biblioteca aficionados a la fotografía. Habló del éxito de la exposición con motivo del Día de la naturaleza y concluyó que las exposiciones sobre arte eran la “más placentera y legítima” función de la biblioteca. Insistió en que, ya fuera con originales o reproducciones, incluso con recortes de revistas, la biblioteca debía tener el aspecto de una galería de arte.

Tan importante como el trabajo con los niños era para ella la función que la biblioteca cumplía con las “clases trabajadoras”. Dijo que, en cualquier población lo suficientemente grande para tener una biblioteca pública, era muy probable que hubiera centros industriales y –en ese caso– había que atraer de manera especial a la masa de trabajadores. Explicó que una de las tareas de los bibliotecarios era identificar todas las clases y gremios de su sociedad y tener materiales de interés para todos. Pero no bastaba con tener los libros: era preciso buscar la manera de que los libros y sus lectores se encontraran. Agregó que era importante que la biblioteca estuviera situada en una calle comercial de importancia, donde la clase trabajadora, mientras transitaba por el lugar, encontrara conveniente entrar alguna noche al luminoso salón de lectura. “La mejor manera de picar la curiosidad es poner a su alcance un buen número de publicaciones nuevas y entretenidas, revistas ilustradas, publicaciones populares y divertidas, reseñas confiables”. En medio de la oferta, propuso tener al menos una revista técnica, según los oficios de los trabajadores en el pueblo, así como la revista Scientific American y sus suplementos, “para los chicos y adultos de espíritu inventivo”.

Marilla no dejó de lado la población de inmigrantes recientes y señaló la necesidad que existía en Michigan City de tener libros y periódicos en alemán, para aquellos que solo podían leer en su lengua nativa. Fue clara en afirmar que también quienes no hablaban ni leían en inglés debían gozar del privilegio de acceder a la biblioteca y a la palabra impresa: “Muchos padres alemanes, demasiado tímidos para acercarse ellos mismos a la biblioteca, suelen enviar a sus hijos, quienes aprovechan el privilegio de poder prestar dos libros a la vez para sacar un libro en alemán para su padre o su madre y uno en inglés para ellos”.

Además de promover la biblioteca en los periódicos, con anuncios sobre sus servicios y los nuevos títulos disponibles, Marilla propuso ubicar carteles y formularios de registro en lugares estratégicos: locales comerciales, hoteles, estaciones de ferrocarril, fábricas. Para llegar a sectores de la población más aislados, sugirió que se crearan bibliotecas ambulantes: pequeños paquetes de libros que serían enviados a un hogar o un negocio pequeño y desde donde podrían distribuirse a niños y adultos del sector. Como no consideraba suficiente llevar los libros, propuso actividades especiales, como reuniones con los niños para leer y discutir las historias leídas.  En el caso de las bibliotecas ambulantes, mencionó el caso concreto de la caja de libros que semanalmente renovaba un miembro del Departamento de Salvavidas de Michigan City. “Los miembros de los departamentos de bomberos, cuerpos de policía o cuadrillas de salvavidas aprecian el esfuerzo que hacemos para proveerlos con lecturas interesantes que les permitan ocupar de manera provechosa las horas monótonas en las estaciones”.

Ni en esta ni en ninguna de sus numerosas presentaciones públicas o artículos profesionales Marilla hablaría jamás de su tarea como un logro personal. Aquella vez señaló que la eficacia de esas iniciativas radicaba en el entusiasmo de la bibliotecaria y su “cuadrilla de ayudantes”, y concluyó su presentación con las líneas finales de un poema de Kipling: “Y los buenos de ayer serán felices; sentados en sus áureos escabeles, jalbegarán su tela de diez leguas con caudas de cometas por pinceles. De modelos tendrán santos genuinos, como Pedro, Pablo y Magdalena. Y el Maestro será, solo el Maestro, quien elogie o censure con soflama, y no trabajaremos por dinero, y no trabajaremos por la fama. Cada quien al placer de su propia obra, diseñara en su estrella solitaria la esencia de las cosas que allí mire, para el Dios que las hizo de la nada”.

La conferencia en Atlanta le permitió a Marilla asomarse con pasos decididos en el gremio de los bibliotecarios. Muchos años después, a finales de 1945, después de una larga y fructífera carrera profesional, Marilla recordaría que esa fue la primera conferencia que dio en su vida. Reconoció que su presentación, “basada en una experiencia muy breve en el manejo de bibliotecas pequeñas” tuvo lugar en un pequeño salón y no en la Opera House, donde se presentaron las grandes figuras de aquella época. Recordó que, en la Opera House, había escuchado una conferencia “premonitoria” de Melvin Dewey. Pero, más que la conferencia de Dewey, uno de sus recuerdos más vivos del congreso fue “el homenaje que el periodista Temple Graves le rindió a nuestra encantadora anfitriona, Anne Wallace”, de quien ya hemos hablado. Wallace acababa de conseguir que el millonario Andrew Carnegie (“Nuestro santo patrón Saint Andrew”) donara una enorme suma de dinero para la construcción de la primera Biblioteca Pública de Atlanta. Marilla evocó a su amiga como “un Henry W. Grady en enaguas, un Napoleón en blusa rosada”. Como no quiero que se desacomoden, diré que Henry Grady (1850-1885) fue un periodista y orador nacido en Athenas (Georgia), cuyo liderazgo fue fundamental para que los estados confederados del Sur siguieran formando parte de los Estados Unidos, tras la derrota en la Guerra Civil. Si no saben quién es Napoleón, les va a tocar desacomodarse. Más adelante, en este recorrido, conocerán a una chica obsesionada con él.

Casi medio siglo después de la conferencia, Marilla seguía recordando “el suculento asado” que se ofreció a los participantes en el congreso y “la presentación inimitable del cuarteto Lard-Can, cuyo líder, con el brío y la recursividad de su raza, dirigió las dos guitarras y una mandolina, mientras marcaba el ritmo dando golpes a una enorme caneca de metal”. Con el tiempo he llegado a pensar que la fotografía de los bibliotecarios en Atlanta –donde también aparece Anne Wallace– fue tomada cuando el cuarteto Lard-Can hacía las delicias de la concurrencia.

 

Disponible en Amazon




 



En El club de lectura

Este domingo 28 de agosto, a las 8 de la noche de Colombia, en El Club de lectura de Caracol, una conversación con Norberto Vallejo sobre "En agosto nos vemos", la novela inédita de García Márquez.

Escucha aquí el anuncio del programa













domingo, 17 de julio de 2022

domingo, 26 de junio de 2022

La mujer biblioteca, en la revista virtual Cronopio

 Publicada en diciembre de 2021, La mujer biblioteca acaba de recibir una mención de honor, en los International Latino Book Awards, en la categoría de Mejor biografía en español.

En su edición del 24 de junio de 2022, la revista virtual Cronopio ofrece un abrebocas a la novela.


Leer el texto en Cronopio








lunes, 11 de abril de 2022

Primeros aullidos

 Gustavo Colorado Grisales ha escrito la primera reseña de "La mujer biblioteca", una lectura atenta y generosa de un mamotreto que espera a sus lectures con paciencia.








viernes, 1 de abril de 2022

"Impresionante"

 Una reseña de la novela "Individuo errante" de Fredy Téllez, en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República












martes, 25 de enero de 2022

Bernardo Caraballo: El campeón sin corona

Un perfil de Bernardo Caraballo (enero 1, 1942- enero 20, 2022) publicado en El Universal, de Cartagena, en julio de 1992


Foto Manuel Pedraza



Bernardo Caraballo

El campeón sin corona

 

 

I. Hay fiesta en casa de los Caraballo

 

La casa es alegre y tiene una sala amplia. Está en una calle tranquila llamada La Paz.

En la sala hay un afiche enmarcado de Pambelé. Al fondo, en el comedor, casi sobre la puerta que da a la cocina, un cartel nos invita a ver la pelea entre Caraballo y un boxeador de apellido Chartchai.

Un hijo de Bernardo Caraballo nos explica que el combate fue en Manila, Filipinas, en el año 64.

En la sala hay dos cuadros más. Tienen fotos pequeñas. Allí está el dueño de casa joven, vigoroso, elegante y de sombrero, caminando por calles de Bogotá.

Entonces un Bernardo Caraballo de cabello blanco se asoma a la puerta de un cuarto y pregunta si habrá fotos. Al saber que sí, desaparece en el cuarto después de prometer que volverá.

La casa está llena de gente. Mujeres sonrientes colocan guirnaldas. Montones de niños desfilan curiosos. Alguien ha descolgado el cuadro de Pambelé y ha puesto alegres tiras de papel blanco. Esa tarde habrá fiesta en casa de los Caraballo. Es cuatro de julio, se celebra un cumpleaños.

Hace veinticinco años

 

A las ocho y dieciocho de la noche del cuatro de julio de mil novecientos sesenta y siete (algo así como las cinco de la mañana en Colombia), empezó el combate por el título mundial gallo de la A.M.B entre el campeón –que hacía su cuarta defensa– Masahiko “Fighting” Harada, del Japón, y el retador –y ligero favorito en las apuestas– Bernardo Caraballo, de Cartagena, Colombia, un pueblo situado a mucha distancia de Tokio, Japón.

Harada tenía las de ganar. Era su país. Era su público el que gritaba su nombre en una de las tribunas. También era su público ese insólito sector de la concurrencia que guardaba silencio muy educado y sólo aplaudía al final de cada round.

Si la cifra dada por los organizadores de la pelea es exacta, de las once mil personas reunidas en el Nipon Budokan Hall, diez mil novecientas noventa y seis estaban a favor del japonés y sólo cuatro a favor de Caraballo.

Caraballo besó el Cristo que colgaba en su pecho, se lo entregó a su second y, después de unos instantes, el combate comenzó.

En Cartagena, Colombia, aún no salía el sol. En las calles de la madrugada, grupos de curiosos giraban como moscas en torno a los dos periódicos de la ciudad y, especialmente, a sus teletipos, a la espera de conocer el resultado de la pelea.

A esa misma hora, también, una mujer y sus tres hijos esperaban. Rezaban y esperaban.

Caraballo supo que estaba en el Japón en una pelea por el título y que había gente esperando que ganara, cuando un puño de Harada lo conectó en el primer asalto y lo derrumbó.

Eso no le gustó a Caraballo para nada. Reaccionó con tal violencia que ese round en que cayó para muchos quedó empatado.

La pelea siguió y Caraballo bailó, se movió con su agilidad legendaria. Cambió de guardia y peleó zurdo. Se movía, se agachaba, sorprendía a Harada con la rapidez de sus manos y sus pies.

Y Harada respondía. Seguía con su obstinación de japonés, conectando algunos puños rotundos sobre el baile que tenía al frente, volviendo la cara de Caraballo algo hinchado, húmedo y amoratado.

Pero Caraballo también conectaba. Llegaba con su brazo de lanza hasta la cara de piedra del japonés.

La pelea fue la primera por título mundial, en la historia, que quedaba con siete rounds empatados. Se dieron que da miedo.

 

Al final llegó el momento de escuchar el resultado. Los japoneses se miraban asustados. Los cuatro colombianos que acompañaban a Caraballo, el Embajador, el Cónsul, Camilo Morales y Sócrates Cruz, gritaban eufóricos y sudorosos. Le decían: “¡Ganamos!”, y estaban convencidos de que habían ganado hasta que el presentador leyó la decisión y el árbitro alzó el brazo de Masahiko “Fighting” Harada.

 

Una placa de cobre grabada

 

Bernardo Caraballo aparece con una camiseta que tiene estampado un sol.

Como la conversación gira en torno a fotos y carteles, Bernardo Caraballo va hasta el mueble del comedor y toma una placa de cobre que está un poco empolvada. Se acerca a la puerta del patio, quita el polvo con la mano y muestra un montón de trazos grabados sobre la placa, trazos que anuncian, en un idioma incomprensible, la pelea por el título mundial en el Nipon Budokan Hall.

Caraballo señala un grupito de letras a la derecha y dice: “Ese debe ser mi nombre. Éste es el único recuerdo de esa pelea que me queda”.

Entonces regresa la placa a su sitio, pasa serio por entre los preparativos de la fiesta y propone sacar a la terraza un par de mecedoras.

Luego del trasteo, instalados bajo la fresca sombra de un árbol, Caraballo se apresura a decir:

–Yo le gané a él. Lo partí en tres partes, las dos cejas y el pómulo. Esa pelea me la quitaron. A mí sólo me abrió una ceja.

Bernardo Caraballo se acerca para mostrar la cicatriz, pero no recuerda en qué ojo era. Al final cree recordar que era el izquierdo y una leve rayita, una cicatriz invisible, es lo único que le queda de los puños de Masahiko “Fighting” Harada.

Pero Caraballo no recuerda ese episodio con rabia. Recuerda, más bien, lo feliz que se sintió. Había terminado exitosamente la primera pelea a quince rounds de su vida. Cuando el juez levantó la mano de Harada, el mismo Caraballo buscó al japonés y también se la levantó. “Yo le levanté la mano, sentí emoción, bastante alegría”.

El japonés devolvió la atención visitándolo más tarde en el camerino. “Me dijo que yo era muy buen boxeador, que tenía bastante rapidez de piernas y de manos”.

Fue la última vez que hablaron. Antes, sólo había conversado con él una vez, cuando los presentaron en una reunión. “Él tenía intérprete. Me dijo que me daba suerte, pero que él era el campeón”.

“Dos días después de la pelea sí me sentí triste”.

Sócrates Cruz, Camilo Morales y él permanecieron tres días más en el hotel Fairmont, al que habían llegado quince días antes de la pelea. Luego viajaron a Colombia en un avión de Pan American que aterrizó en el aeropuerto de Soledad.

Esa noche durmió en Barranquilla y al día siguiente salió para Cartagena “por vía”.

En el retén de doña Manuela, a la entrada de la ciudad, había gente que esperaba su llegada. Acompañaron su carro corriendo detrás de él. Poco a poco la multitud era mayor. Pronto se formó una enorme caravana que recorrió la ciudad antes de acompañarlo hasta su casa. En medio del entusiasmo, la gente empezó a llamarlo el Campeón sin Corona.

“Lo que era la fanaticada”, dice con su voz leve Bernar­do Caraballo. “Todavía soy su campeón pa’ellos. En la calle me saludan, me dicen: ‘Caraballo, adiós’, ‘Campeón, adiós’. Gracias a Dios todavía tengo un poco de imagen. Todavía el pueblo no me ha olvidado”.

 

Una carrera

 

“Hice 124 peleas profesionales. Perdí diez y empaté como tres. Noquié a más de treinta y pico. Pelié dos veces por el título. La primera vez fue contra Eder Jofre en Bogotá. En esa pelea perdí por nocaut en el séptimo round. Era la primera pelea que perdía en mi vida”.

 

Y para terminar una pelea

 

“El día de esa pelea por el título, contra Eder Jofre, en Bogotá, me pusieron a rebajar. Cuando me pesaron, a las doce del día, di 120 libras, o sea dos libras de más. Subí a Monserrate trotando y después me metieron dos horas en unos baños turcos. Di el peso necesario, pero me debilité. Fue en el Campín. El estadio estaba lleno. Llegaron personas de todos los departamentos de Colombia”.

 

Momentos

 

“Mi primera pelea como boxeador fue en Turbaco, en el 58. Era a tres rounds y gané por puntos.

“Empecé a boxear por el factor económico. Tenía que hacerlo. Me inició Humberto Caraballo, mi hermano. Él me llevó al gimnasio. El que me enseñó fue Julio Carvajal Salamanca, un chileno que vivía en la ciudad.

“La última pelea fue en el 77, en Chile, con Astorga (era el campeón Centroamericano y del Caribe del peso pluma, pero el título no estaba en disputa). Le gané por decisión. Luego me retiré porque entré a trabajar a Colpuertos y la señora mía me dijo que no peliara más, que me dedicara a mi trabajo.

“Luego hice otra pelea en el Circo–teatro, de exhibición, con el difunto Víctor Cano.

“El boxeador al que más golpes le he dado fue el Pato Fuentes, de El Salvador, en San Salvador. Le gané por decisión en diez rounds. Lo tumbé tres veces y terminó los diez rounds parado, de pie.

“La vez que más maltratado quedé fue con Chartchai, en Manila, Filipinas. Me cerró el ojo, me partió la boca y, sin embargo, yo gané por decisión. Figúrese él cómo quedó. Eso fue una pelea tremenda”.

Y después de esas palabras, es posible comprender por qué, entre todos los recuerdos, el cartel de esa pelea es el que con mayor orgullo se conserva en esa casa. Allá en lo alto de una pared del comedor está el testimonio más elocuente, para la familia Caraballo, de que los recuerdos más profundos que deja el boxeo son recuerdos de dolor.

 


 

II. Ganadores y perdedores

 

La charla continúa bajo la sombra de los árboles que están frente a la casa de Bernardo Caraballo.

Al frente transcurre tranquila la calle La Paz.

Adentro, en la casa, siguen los preparativos para la fiesta. Para muchos ha llegado la hora de bañarse.

Luego de que Caraballo recordara que el combate en el que más lo habían golpeado fue el que le ganó en Filipinas a Chartchai, habíamos concluido que tal vez por ese hecho el cartel de esa pelea era el único que permanecía en las paredes de esa casa, por ser el que mejor expresa la esencia del boxeo, por ser un elocuente testimonio de dolor.

Pero hay también placer en torno a ese dolor.

Bernardo Caraballo afirma con orgullo que conoció más de cuarenta y ocho países y que uno de sus sueños es poder regresar.

 

La extraordinaria

 

“Teniendo dinero me gustaría ir a las partes donde estuve, para recordar”.

“Por eso todos los meses compro la Extraordinaria, para ver si me la saco para poder viajar”.

“Iría a Manila, a Hawai, Honolulú, a Los Angeles, a Las Vegas. Me gustaría pasear otra vez por el Oriente. Esa vaina es bonita, las costumbres son distintas…”. Y entonces Caraballo se acerca y pregunta casi en secreto: “¿Por qué será que en el Oriente la gente es más civilizada?”.

“El lugar que más recuerdo es una playa llamada City Boulevard, en Manila, Filipinas. Son las siete de la noche y yo estoy tomando gaseosa y comiendo maní con concha”.

Entonces Caraballo se recuesta, habla como si estuviera viendo lo que menciona. Describe con deleite un paraíso que el tiempo no le ha podido arrebatar.

“Es una playa larguísima que es como del aeropuerto al hotel Caribe. Por una avenida pasan unos buses de dos plantas. Abajo van los esposos y arriba van los novios”.

Caraballo parece despertar. Regresan sus preguntas sobre Oriente que nadie le ha podido contestar: “¿Por qué tiene que ser esa cultura así? Nosotros vamos todos revueltos”.

 

La pelea

 

La vida es una pelea que se gana o se pierde por puntos o por nocaut. Caraballo parece que la va ganando y con Knock-down, en el momento en que derrotó a Masahiko “Fighting” Harada y el peso de una corona no se vino sobre él.

Qué alivio no tener en la cabeza una corona. Las coronas, el éxito y la gloria embriagan y trastornan. A unos los hace derrochar lo que obtuvieron con unos cuantos golpes. A otros, los pone a seguir peleando para proteger una fortuna de los pícaros. Pero a muy pocos los deja tranquilos, cumplidores del deber y pensando en el futuro de sus nietos, herederos de su tradición.

 

El hijo del panadero

 

Ahora las manos de Caraballo no golpean a nadie. Estrechan cariñosas las manos de un muchacho que se ha acercado con su padre y con un brillo en los ojos repletos de admiración.

El padre del joven le pregunta a Caraballo que si se acuerda de cuando eran jóvenes y vendían juntos pan. Caraballo intenta recordar.

Mientras tanto, el hombre dice que a su hijo le gusta el boxeo, que lo practica y que quería conocerlo.

Caraballo saluda al joven con una sonrisa dulce y mirándolo a los ojos. El muchacho tiembla de orgullo. Está apretando la mano de Caraballo, el primer Campeón Mundial.

El hombre se despide y se marcha con su hijo, no sin antes recordarle a Caraballo lo del pan.

Caraballo los mira alejarse y luego se vuelve a decir en secreto: “El crio a sus hijos a su modo y yo lo hice al mío. Eso es el mundo. Cuando éramos jóvenes vendíamos pan y yo no tengo ningún problema en saludarlo. No me cuesta nada ser amable y si le hago un desaire se lleva una mala impresión”.

 

Harada me debe recordar

 

“No sé qué será de la vida de Harada. La últimas vez que hablamos fue después de la pelea, en el camerino”.

“Me imagino yo acá que debe estar bien. Fue campeón mundial mosca, gallo y pluma y, donde quiera que esté, se debe acordar de mí”.

 

La campana

 

Hoy en día Caraballo piensa en su jubilación. Trabaja en el Terminal, donde sigue trayendo y llevando mensajes.

La casa en que vive la compró con la plata que se ganó peleando con Mimún Ben Alí, al que le ganó por decisión, a comienzos de 1967, en Bogotá. De esa pelea recuerda con orgullo que entre el público estaba “el presidente de la República de Colombia, Guillermo León Valencia”.

La casa la compró por 16 mil pesos. “Este barrio era de gente bien. Aquí vivían los Caballero, los Guarriza, los Chalela, que ahora están viviendo en Bocagrande”.

Caraballo construyó seis piezas al lado de la casa y se burla porque ahora a las piezas les dicen apartamentos.

En cuatro de las piezas que Caraballo construyó viven cuatro de sus cinco hijos, cada uno con una prole considerable.

Caraballo tiene 12 nietos y está feliz. No tiene mucho dinero, pero lo que tiene le basta para abrigar la esperanza de que educará a sus nietos y seguirá al frente de esa familia y esa casa, siempre con una buena guardia, esperando sin prisa el momento en que suene la campana.

 

 

 

 

 

Los compadres

 

El tiempo le ha enseñado a Caraballo a no juzgar. Al hablar de Pambelé, dice que cada cabeza es un mundo. “Él hizo lo que él pensó hacer”.

Caraballo habla de Pambelé con cariño y con orgullo, con el mismo orgullo con el que su imagen cuelga en la sala de su casa y sólo ha sido removido por un rato para colocar unas guirnaldas.

“Además somos compadres. Yo le cargué su primer hijo, Manuel”.

Caraballo recuerda a Rocky Valdés. Dice que en otra parte de la casa hay una foto de él. “También somos compadres, él bautizó al mayor de mis nietos, Bernardo Fabio, que ya tiene trece años.

“Rodrigo Valdés está muy bien. Tiene varios apartamentos y, sin embargo, no ha perdido la humildad. No sale del mercado. Ese tipo es un amigo. Cuando estaba comenzando estuvimos en una misma velada en Bogotá”.

 

De los de ahora

 

De los boxeadores éstos que están ahora, el que más me emociona es Chicanero Mendoza.

 

Futuro

 

“Cuando me jubile voy a ser entrenador”

 

Un nieto

 

“Cada semana llevo a mi nieto, Bernardo Fabio, a entrenar a la playa temprano en la mañana y echo una trotadita de quince o veinte minutos. Físicamente me siento bien”.

 

El ganador

 

Caraballo es un hombre afortunado. Es afortunado porque, a los cincuenta años, levanta los brazos, entrelaza los dedos en su nuca y afirma suspirando: “Gracias a Dios estoy bien. Así como estoy me siento bastante bien”.

 Y queda la sensación de que, aunque en su casa no existe el lujo de una corona, la pelea de la vida Caraballo la ganó.

Y Caraballo sonríe, mira a la cámara y dice: “Esta foto que me tomo con mis nietos es la más importante”.

Y en la sala de su casa se despierta, con la música, la fiesta para un niño que está cumpliendo tres años; un niño que aún ignora los momentos más notables de un pasado que también le corresponde, un niño que algún día irá a contarle a sus hijos y a sus nietos, con orgullo, que su abuelo fue Bernardo Caraballo, el hombre que fue campeón sin serlo, hace muchos… muchos años, por la fecha de su cumpleaños.

 

 

El Universal, Julio 6 y 13 de 1992


Incluido en Retratos


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