En mi clase de narrativas de no-ficción hemos estado discutiendo
algunos capítulos de Santa María del Diablo.
Después de leer este pasaje, Isabel O'Brien ha hecho esta ilustración
que me ha permitido publicar aquí en el blog.
Después de
escribir muchos libros, y en particular la General Historia a la que he
dedicado media vida como cronista del Rey, me sentía satisfecho y dispuesto a
dejar quieta la péñola. Mi última tarea fue completar las Quincuagenas
—cuya escritura nos tomó a mí y a mi mano doce años— con las que quise honrar
mis recuerdos madrileños y la memoria de tantas personas notables de las que
tuve conocimiento. Puesto el punto final, y dispuesto a dedicar mis días
postreros al cuidado de mi alma, ocurrió que hace unos días hube un sueño que
me dejó perturbado.
Estaba
dormitando junto a la garita del poniente, aferrado a la llave desta fortaleza
de Santo Domingo que capitaneo hace ya más de veinte años, y la brisa tibia
entraba y sacudía mi melena ya toda blanca y me acariciaba la frente, y yo me
hundía en el sueño sin ofrecer resistencia, cuando vi frente a mí a una mujer tequina:
alta, gris y de gestos muy lentos. Estaba sentada frente a un fuego. La vi
mirar la luz y hacer unos extraños movimientos con los dedos en el suelo. En
ese sueño, vivo como pocos, la mujer miraba el fuego y yo era el fuego. Me
miraba con fijeza y volvía a mirar el movimiento de sus dedos en la arena. Supe
que en ese instante auscultaba mi alma. Luego habló. Me recordó que mi pecado
más aborrecido ha sido dar al mundo una obra de ficción, la primera que fue
escrita en Tierra Firme, y repitió palabras mías para decir que la ficción es
cosa del Diablo, y es una de las más dañosas pestilencias, porque está hecha de
mentiras, y el Diablo es el padre de la mentira. Entonces se acercó a ese fuego
que era yo en aquel momento y me susurró al oído: “Eres filfa”, y el sueño
aquel se me hizo pesadilla, y tuve un despertar sobresaltado.
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