viernes, 31 de agosto de 2012

Las cifras de Gladwell


Si no hubieran tocado cincuenta horas semanales
en bares de mala muerte, nunca habríamos oído de los Beatles.



Cada uno tiene su manera de interesarse en los libros que lee. Los premios no me convencen demasiado. Las famas muy unánimes me parecen sospechosas. A los que se promocionan escandalizando los mando pa’l Vallejo. Me convencen unas líneas leídas de paso. Una reseña seria. Una sinopsis afortunada.

Fue justo una sinopsis lo que me condujo a leer Blink (Parpadeo), el segundo libro de Malcolm Gladwell. Tres sema­nas más tarde, ya agoté lo que ha publicado y espero impaciente a que salga su próximo libro, David y Goliath. Parpadeo nos dice que muchos de nuestros procesos mentales son rápidos y poco racionales. Olvidaba decir que Gladwell escribe libros de divulgación científica donde combina disci­plinas como la psicología, la socio­logía y los estudios cultu­rales. Parpadeo comienza contán­donos la historia del museo que compró una escul­tura falsa. Los científicos hicieron todas las pruebas para certificar la autenticidad. Los docu­mentos que acompa­ñaban la escultura eran persuasivos. Así que el museo decidió ignorar las corazonadas de algunos expertos invitados a apreciar la escultura antes de la expo­sición. Para Gladwell no existen las corazonadas o la percepción extrasensorial; lo que ocurre es que el cerebro desarrolla, en fracciones de segundo, operaciones muy comple­jas. El libro se dedica a lo que ocurre cuando tenemos una pri­mera impresión. Recurre a expertos en diversas disci­pli­nas, enseña a conocer y utilizar esa herra­mienta. Después de leerlo uno empieza a percibir micro-gestos en todos lados.

En Outliers (no sé cómo traducirlo, digamos ‘Los que se destacan’), Gladwell explora las circunstancias de las personas excepcionales. ¿Por qué los Beatles o Bill Gates o Steve Jobs llegaron donde llegaron? Las explicaciones son complejas pero claras. Influye el momento en que nacieron (los magos de la tecnología nacieron entre 1954 y 1956 y eran unos jovencitos cuando se popularizó el uso de los computadores), influye la cultura (hay un capítulo donde el complejo de inferioridad de los colombianos ayuda a explicar un par de accidentes aéreos de Avianca), el cociente intelectual no es suficiente (hace falta saber relacionarse), influyen las historias familiares e influye, muchísimo, la dedicación.

Gladwell no reclama como propios los hallazgos, pero los reúne en libros que se leen como novelas de aventuras. En The Tipping Point (El Punto de quiebre), estudia las epidemias para explicar cómo un hecho aislado puede llegar a ser un fenómeno de masas. Si de divulgar se trata, todo indica que es cuestión de llegarles a tres tipos de per­sonas: los que tienen muchos contactos, los que saben mucho del tema y aquellos a quienes el resto quiere imitar. También explica por qué algo tan simple como un vidrio roto puede alentar una conducta criminal.

A Gladwell le encantan las cifras para explicar. Tres son los segundos que necesitamos para formarnos una opinión, siete son las cosas que podemos recordar sin mucho esfuerzo (por eso los teléfonos tienen siete números), ciento cincuenta es el máximo de personas con quienes podemos tener relaciones significativas y diez mil son las horas que es preciso dedicarle a un oficio para poder hacerlo bien. Según Gladwell, si no hubieran tocado cincuenta horas semanales en bares de mala muerte, nunca habríamos oído de los Beatles.




Publicado en Vivir en El Poblado el 31 de agosto de 2012







miércoles, 22 de agosto de 2012

Un tal Cortázar, en la Fiesta del Libro de Medellín

La presentación será el domingo 9 de septiembre, a las 7 p.m, en el Salón Linneo del Jardín Botánico.



De la contraportada:

  La obra de Julio Cortázar produjo un efecto liberador en la literatura de nuestro continente. A casi treinta años de su muerte, el escritor argentino sigue cautivando lectores inconformes que buscan escapar de “la gran costumbre”  para saltar a una realidad más verdadera y más enigmática. Personajes como Oliveira, la Maga y los cronopios son ya el patrimonio de varias generaciones y siguen siendo el símbolo de la juventud de espíritu.
Un tal Cortázar tiene el honor de haber sido la primera biografía del  escritor argentino.  Desde su publicación original, en octubre de 1987, este libro ha recibido el aprecio de estudiantes de periodismo y amantes de la literatura.  Para la Facultad de Comunicación Social y la Editorial de la Universidad Pontifica Bolivariana es un motivo de orgullo presentar esta nueva edición ampliada de la obra de uno de nuestros egresados. Este homenaje de un lector agradecido, a uno de sus escritores favoritos, es como una carta de navegación para internarse en el complejo mundo creativo del autor de Rayuela, “El perseguidor” y muchos otros textos que ya son verdaderos clásicos.
Un Tal Cortázar y otros pasos en las huellas incluye crónicas, ensayos y relatos que enriquecen el texto original y nos ofrecen una mirada más completa a la vida y la obra de Julio Cortázar. Los cincuenta años de la publicación de Rayuela y los veinticinco de Un tal Cortázar son una ocasión propicia para volver a asomarnos al mundo fantástico y lúcido del cronopio mayor.

   Para Gustavo Arango, la escritura de Un tal Cortázar fue el inicio de una exitosa carrera en el periodismo, la literatura y los estudios literarios.  Autor de numerosos libros, entre ellos un estudio imprescindible sobre los inicios de Gabriel García Márquez, Arango ha recibido distinciones entre las que se cuentan el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (1992) y el Premio Bicentenario de Novela (México, 2010).Fue editor del suplemento literario del diario El Universal, de Cartagena, y es profesor de literatura latinoamericana de la Universidad del Estado de Nueva York (SUNY), en Oneonta.


Del prólogo a la nueva edición del libro:




Hace un cuarto de siglo comenzó una fiebre que aún no termina. A mis veintidós años, la publicación de Un tal Cortázar parecía el momento culminante de la vida; me costaba imaginar que algún día volvería a vivir una alegría semejante. Pero la pasión por escribir, por publicar libros, apenas empezaba.

El sueño de ser escritor había nacido muy temprano, indeciso, improbable como el sueño de ser astronauta. Con un grupo de amigos de la universidad había publicado Y vaya uno a saber por qué, un folleto de cuentos que nos hizo sentir por primera vez la emoción de ver nuestro nombre y nuestros sueños impresos. Pero fue al terminar de escribir Un tal Cortázar cuando comprendí que el resto de mi vida la pasaría escribiendo.

Ahora puedo admitir que Cortázar, en aquel tiempo, era casi mi única influencia literaria. Después he encontrado otros autores cuyas obras resuenan en mis obras. He pasado largas temporadas sin volver a leer los libros de Cortázar. Ni siquiera he leído completa su obra póstuma. Pero no he dejado de escribir sobre él, de agregar páginas y páginas a ese pequeño libro con que empezó mi vida de escritor.

Un tal Cortázar y otros pasos en las huellas incluye textos que he escrito durante los últimos veinticinco años: crónicas de viaje, investigaciones en archivos, relatos y algunos trabajos críticos. En cierto modo, esos textos posteriores son notas al margen, recorridos por territorios ya vislumbrados en el texto inicial. La versión de Un tal Cortázar que aquí se ofrece tiene algunos ajustes compasivos por parte del autor que ha vivido y ha escrito más.

Tanto para el texto original, como para los escritos posteriores, recibí la colaboración de muchas personas e instituciones. Por su apoyo y consejos durante la escritura de Un tal Cortázar, agradezco a Hernán Escobar Roldán, Mariluz Vallejo y Federico Medina Cano; también, a Juan José García Posada y Eugenia Vélez de González (QEPD), por esas lecturas entusiastas y decisivas de hace veinticinco años. A la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Pontificia Bolivariana, por haber creído y seguir creyendo en el valor de este trabajo. Agradezco a las directivas del diario El Universal, de Cartagena, por darle alas a mi ejercicio del periodismo literario y por permitirme hacer el viaje a París que esta búsqueda necesitaba. A Tomás Eloy Martínez (QEPD), por concederme el honor inmenso de enseñar a su lado y por alentarme a escribir la historia de la recepción de Rayuela. Agradezco también  a la Agencia Española de Cooperación Internacional, por la beca de investigación que me permitió viajar a Madrid y dedicar un buen tiempo a revisar los libros de la Biblioteca Cortázar, en la Fundación Juan March.

La obra de Cortázar abunda en advertencias sobre los riesgos que corren quienes escriben biografías o quienes admiran demasiado. “El perseguidor”, “Los pasos en las huellas” y “Queremos tanto a Glenda” son alarmas contra esa forma del parasitismo y la vanidad. Quizá esta crónica de viaje tras las huellas de Cortázar sólo sea el testimonio del esfuerzo de un sujeto empeñado en aprender esa lección.

Oneonta (Nueva York), agosto de 2012

Contenido 


Una flor amarilla en Montparnasse
Un recorrido por París tras las huellas de Cortázar.

Un tal Cortázar
Reedición del texto original de 1987.

Un lector entusiasta
Una crónica sobre los hallazgos hechos en la Biblioteca Cortázar, en Madrid.
1. Manuscrito hallado en otro bolsillo
2. Opiniones de un lector
3. Todos los sueños el sueño
4. Un texto muy inédito
5. Milagro en la biblioteca
De otros ‘otros lados’  


Telones de papel: El cine en la obra de Julio Cortázar
Rayuela: Entre el cielo y el infierno
Figurando figuras
El sueño de Ariana


Otros libros disponibles en la Fiesta del Libro y la Cultura:


La risa del muerto, Editorial UPB.


El origen del mundo, Ediciones B.


Unos cuantos tigres azules, Ediciones Pluma de Mompox.


El más absurdo de todos los personajes:
Escritores y creación escrita en la narrativa hispanoamericana.
Editorial UPB.






jueves, 16 de agosto de 2012

Una historia de Hesse. La columna de Vivir en El Poblado


Como los pecados hay que confesarlos, reconozco que fui un lector apasionado de las novelas de Hermann Hesse. Cuando tenía trece o catorce años, alguien a quien no le guardo rencor me sugirió que leyera Demian y la lectura tuvo efectos perdurables. Esa historia de personajes oscuros y pájaros simbólicos se acomodó impunemente en las estruc­turas de mi ser. La identidad incierta que tenía en aquel tiempo se sintió especial y a gusto encarnando ese relato de secretos destinados a unos pocos elegidos.

Tardé poco en meterme en otros libros del alemán. La primera versión que tuve de la vida de Buda era la que Hesse había ofrecido en su novela, Siddartha. Hice mía la soledad rencorosa del lobo estepario. He olvidado qué pasó en Bajo la rueda, pero tenía un sabor similar. No es de extrañar que Hesse haya sido el tema de uno de los primeros artículos de prensa que escribí. Estaba empezando en la universidad y aquel texto ha sido uno de los poquísimos que he escrito a dos manos. Lo hice con una novia esotérica que en aquel tiempo me tenía embo­bado. Ahora sé que escribí aquel elogio para seducir a la muchacha. Ya empezaba a notar algo sospechoso en la manera como los adolescentes se apasionaban por Hesse.

El golpe de gracia lo dio Julio Cortázar. En una entrevista para La voz de Alemania, Cortázar volvió añicos las novelas de Hesse. Le habían pedido su opinión para un homenaje, pero es imposible pensar que su respuesta haya servido para algo. Lo llamó truculento y mentiroso, burguesito ciego, reforzador de indivi­dua­lismos en un mundo donde lo más necesario era la solida­ridad. Para resumir, y traducir al lenguaje de nuestro tiempo, para Cortázar la obra de Hesse era el otro ingre­diente que habría que echar en la licuadora, al lado de Paulo Coelho, para obtener un jugo de Harry Potter. Desde entonces, nunca más he vuelto a leer a Hesse; aunque cargue a cuestas la tara de creerme a veces especial.

Pero como siempre me han interesado las vidas de los escritores, incluso las de aquellos que no leo, he seguido buscando información sobre su vida. Lo curioso es que al hacerlo me encontré con una historia que podría hacer de Hesse un escritor muy popular entre lectores de la tercera edad. Era sólo una frase. Estaba en otro de mis libros favoritos, Cien autores contemporáneos, de la chilena Lenka Franulic (Ercilla, 1952). La primera vez que la encontré tuve que devolverme a releer. Confieso que no he visto esa historia en ningún otro lado. Dice Lenka que, al cumplir setenta años, Hermann Hesse se había cansado de escribir y se dedicó a la música, la pintura y el estudio de la magia china. En aquel tiempo el escritor era tan popular como una estrella de rock. Pocos días después de recibir distinciones honorarias de dos universidades alemanas, Hesse fue detenido y llevado a la cárcel. Había sido acusado y condenado por usar la magia china para seducir a una muchacha. No deja de enternecerme ese episodio casi siempre escamoteado en su biografía. Se me antoja que esa anécdota perdida de su vida es la mejor historia de Hesse.



Publicado en Vivir en El Poblado el 16 de agosto de 2012.






lunes, 13 de agosto de 2012

Para leer 'La risa del muerto'

Dicen que un escritor no debe explicar sus libros. También dicen -decía Malcolm Lowry- que un libro que parece difícil para sus primeros lectores se va volviendo pan comido para los que vienen luego. La tienen fácil porque ya el camino lo encuentran allanado. La estructura o el marco del libro se vuelven de conocimiento general y nadie más tiene que internarse a ciegas en sus páginas. Pocos se aventurarían a leer "Ulises", por ejemplo, si nadie les hubiera dicho que se trata de la historia de unas horas en la vida de unos pocos personajes, en especial de un señor que se llama Leopoldo Bloom. No es que muchos lean hoy en día el libro de Joyce, pero conocer ese detalle alienta a unos pocos atrevidos para seguir adelante. 

La contraportada de la nueva edición de La risa del muerto (UPB, 2012) incluye un sumario que ayuda mucho a la comprensión del libro:
"La anécdota es simple: Un niño ve morir a su abuelo y, muchos años después, decide leer lo que ese hombre misterioso dejó escrito. Pero eso es, quizá, lo único simple que tiene este libro. La risa del muerto es una novela sobre las huellas que todos dejamos a nuestro paso por la vida. Es una reflexión sobre el amor como obsesión capaz de dar sentido a la existencia. Es, también, una celebración de la escritura como vínculo entre los seres humanos".
Además de ese sumario, quizá ayudaría un esquema de los capítulos. De ese modo, nadie más tendría que preocuparse porque se sienta perdido y podría dedicarse a disfrutar de la lectura.
Son veintiún capítulos, como veintiuna son las cartas del tarot. La carta veintidós –o cero- es el lector. Hay un hilo, con tres relatos entrelazados, que recorre todo el libro de principio a fin: (1) la historia del nieto cuando es pequeño, (2) la historia del nieto cuando ha crecido y lee los escritos de sus abuelo muerto y (3) la historia de Lucrecia. El resto de los capítulos del libro son escritos del abuelo muerto.
1. Los tres relatos.
2. Los tres relatos.
3. Escrito del abuelo: La emperatriz.
4. Los tres relatos.
5. Los tres relatos.
6. Escrito del abuelo: El hombre y la mujer.
7. Los tres relatos.
8. Escrito del abuelo: Rogelio y Argonio.
9. Los tres relatos.
10. Escrito del abuelo: El malhadado.
11. Los tres relatos.
12. Escrito del abuelo: La historia de Stanfor.
13. Los tres relatos.
14. Escrito del abuelo: Historia del marinero.
15. Los tres relatos.
16. Escrito del abuelo: Alguien alguna vez en algún lado.
17. Los tres relatos.
18. Escrito del abuelo: Dale tete a la luna.
19. Los tres relatos.
20. Escrito del abuelo: Tampoco.
21. Los tres relatos.
Ahora sí, no más ayuda. El resto es silencio porque, como dice el epígrafe del libro, hay secretos que se resisten a ser revelados.






jueves, 2 de agosto de 2012

Continuidad de los parques - La columna de Vivir en El Poblado



Cuando llega el verano, millones de personas se dirigen a los parques. Es lo más parecido que aquí existe a una peregrinación. Llegan de todos lados, también de otros países, y es un acontecimiento que se recordará por años. La idea principal es que los niños y los jóvenes tengan allí experiencias memorables. Pero la desmesura ha sido concebida para que todo el mundo se divierta sin importar la edad. Criticar sería fácil. En Hispanoamérica solemos criticar lo que sucede en el país del sueño, mientras la vida se nos pasa tratando de imitarlo. Uno podría recordar las palabras que fundaron la nación, esa idealista “búsqueda de la felicidad”, y agregar que con el tiempo han sido reducidas a la “búsqueda de la Diver­sión”. Uno podría ser aguafiestas y decir que quienes mejor la pasan son los bancos que hay detrás de las tarjetas de crédito. Pero al hacerlo se perderían las razones por las cuales todo aquello resulta de verdad excepcional.

Primero están las historias. Hay tantas historias en los parques que uno tiene la sensación de estar bajo los efectos de una droga poderosa: la historia del hombre que dibujó un ratón y así creó un imperio, la historia de los juguetes apegados a su dueño, la historia de la chica que recibió de siete enanos el cariño que no encontraba en otros lados; historias que recorren universos o dimensiones desconocidas, historias y más historias que rei­vin­dican sueños poderosos: el sueño de que los esfuerzos encuentran recompensa, el sueño de que obrar bien paga más que obrar mal, el sueño de que en alguna parte de este mundo hay un ser que nos está predes­tinado.

Las mejores atracciones de los parques son aquellas por las que no se paga. Una de ellas es el simple ser humano. En los parques uno tiene el privilegio de verlo en todas sus formas: recién nacidos, niños despiertos, adoles­centes en quienes estallan las hormonas, padres atareados con sus crías, ancianos que observan con nostalgia anticipada. Cuando uno olvida las truculencias de los parques, se sorprende observando esos com­pues­tos minerales con ojos de colores, y formas muy varia­das, sudo­rosos y husmeando. 

Pero hay algo todavía más extraño: esos imperios en miniatura que llamamos familias. Rara vez, como en los parques, se tiene la oportunidad de observar muy de cerca millares de familias. La biología tiene su parte. Uno no deja de asombrarse con las variaciones sobre los temas propuestos por la fisionomía de los padres. Pero ese es sólo el comienzo. Al inte­rior de cada familia ocurren historias todavía más complejas que las que se cuentan en los parques. Cada familia tiene sus propias tradiciones y lenguajes; sus leyes y secretos inconfesables. En cada familia hay amor y tiranía, hay cansan­cio y aquiescencia, hay héroes y villanos, mujeres que suspiran por hombres imposibles y hombrecitos subyugados por brujas malas. La historia de las historias, el drama de las piedras que se multiplican y destruyen, ocurre en abundancia entre las multitudes de los parques, y es difícil no pensar que son ejércitos vencidos de antemano, viviendo en cada gesto una batalla que terminará algún día con la muerte de todos sus soldados. Es por eso que son más admirables que los héroes que presentan en los parques.



Publicado en Vivir en El Poblado el 2 de agosto de 2012.





Nueva edición de 'Un tal Cortázar'

Entre las novedades para el Festival del Libro de Medellín, en septiembre próximo, la editorial de la Universidad Pontificia Bolivariana presenta una edición ampliada de la obra Un tal Cortázar.


Escrita dos años después de la muerte de Julio Cortázar, Un tal Cortázar tiene el honor de haber sido la primera biografía del  escritor argentino.  Desde su publicación original, en octubre de 1987, este libro ha recibido el aprecio de estudiantes de periodismo y amantes de la literatura.   Esta nueva edición, titulada ‘Un tal Cortázar’ y otros pasos en las huellas está ampliada con textos adicionales que revelan facetas nuevas del autor de Rayuela e Historias de cronopios y de famas.
Este es un fragmento de la sección ‘Un lector entusiasta’, que es el resultado de una investigación en la biblioteca personal del escritor argentino. Las páginas de los libros que pertenecieron a Cortázar están llenas de sorpresas y tesoros.

Dibujo de Julio Cortázar

Un lector entusiasta
Por Gustavo Arango
Al principio se sintió decepcionado. El sujeto llevaba diez años fantaseando con su visita a ese lugar, imaginándose perdido entre los estantes, pasando la mirada y las yemas de los dedos por los lomos de los libros –como un psíquico aficionado– y tomando el que ofreciera la promesa de un hallazgo. En 1995 había comprobado que la biblioteca de Cortázar permanece prisionera casi tres meses al año, porque la Fundación Juan March está cerrada en los veranos. Diez años más tarde, el sujeto recibió una beca de investigación, del Ministerio de Asuntos Exteriores de España y la Agencia Española de Cooperación Internacional, y se embarcó de inmediato en dirección al paraíso.
Entonces descubrió que lo más cerca que estaría de la biblioteca era una especie de salón de clase con unos escritorios escuetos, que había que pedir los libros a un operario a quien no parecía gustarle que lo tomaran por amable y que el máximo de libros que podía tener al mismo tiempo era sólo tres. Considerando el tiempo que tomaría revisar los libros, pedir los siguientes, esperar a que el funcionario tomara impulso para ir a buscarlos, revisar los cerca de cinco mil libros que constituían la biblioteca de Cortázar podía tomar unas tres vidas y media. La perspectiva era para descorazonarse.
Pero el sujeto comprendió que en lugar de lamentarse podría aprovechar esas cuatro semanas comprando loterías. Al menos tenía indicios de los números ganadores. Sabía que si usaba con inteligencia el conocimiento que tenía sobre Cortázar, podría atinar a pedir libros donde fuera posible encontrar cosas interesantes. De manera que se dedicó a revisar el catálogo completo, hizo una lista muy selecta de preferencias, decidió empezar con Verne, Borges y Poe, y se propuso demoler con sonrisas el gesto amargo del funcionario.
El primer día sólo revisó tres libros. Aún no se le había ocurrido el método de hojear rápidamente lo que le traían, devolver lo que no ofrecía nada, y pedir los siguientes títulos de su lista. Su sentido práctico estaba entorpecido con la idea de que esos libros estuvieron alguna vez en las manos de Cortázar. También lo entretuvo la emoción de comprobar que el ejemplar de Otras inquisiciones, publicado por editorial Sur, estaba lleno de anotaciones, subrayados, líneas, exclamaciones. Era como si Cortázar hubiera escrito otro libro en los espacios en blanco.
Así empezó a familiarizarse con los hábitos de aquel lector entusiasta. Recordó que, en Rayuela y otros lados, Cortázar había dicho que le interesaba el lector macho, el que se acerca de manera activa a los libros. Como las feministas casi se lo comen vivo, Cortázar siguió utilizando la expresión lector activo, para referirse a ese tipo de lector (o lectora, porque a nadie le gusta que se lo coman vivo) que se acerca a los textos con espíritu crítico y creativo. Llámese como quiera: macho, activo o entusiasta; lo cierto es que Cortázar era uno de esos bichos.
Cortázar ponía su nombre en la primera página de todos los libros que hacía suyos (en los más antiguos, en los que leyó cuando era profesor de provincia en Argentina, firmaba con el seudónimo de su primer poemario, Julio Denis, o con su nombre completo: Julio Florencio Cortázar; luego dejó de ser Florencio). Subrayaba todo lo que le interesaba. Trazaba líneas verticales al lado de los párrafos que quería destacar, y el número de líneas determinaba la importancia que les daba. Escribía notas de pie de página: ponía numeritos en el texto y escribía comentarios en la parte inferior de las páginas. Leía y comentaba en español, inglés o francés; porque en los tres idiomas se sentía en casa. Marcaba en los índices las secciones que más le interesaban. Corregía erratas. Creaba índices temáticos en las páginas blancas al final de los libros. Cuando estaba juguetón, dibujaba. En ocasiones escritura y dibujo eran una sola cosa: en la primera página de una guía de Londres donde aparece una mujer desnuda, la jota de su nombre sale (o entra, el asunto hay que dejárselo a los críticos) del sexo de la muchacha.
El ejemplar de Otras Inquisiciones no tiene su cubierta original. Tiene una pasta dura con el nombre de su dueño en el lomo. Es evidente que en algún momento el libro estuvo a punto de deshojarse y pidió a gritos esa cirugía reconstructiva. Los subrayados en lápiz (en otros libros Cortázar usa tinta negra, azul o roja) aparecen desde el primer ensayo, ‘La muralla y los libros’. Allí Cortázar destaca dos pasajes. El primero es sobre los motivos del emperador chino que construyó la muralla y ordenó quemar los libros:
Acaso la muralla fue un desafío y Shih Huang Ti pensó: los hombres aman el pasado y contra ese amor nada puedo, ni pueden mis verdugos, pero alguna vez habrá un hombre que sienta como yo, y ése destruirá mi muralla, como yo he destruido los libros, y ése borrará mi memoria y será mi sombra y mi espejo y no lo sabrá. Acaso Shih Huang Ti amuralló el imperio porque sabía que era deleznable y destruyó los libros por entender que eran libros sagrados….
El segundo son las líneas finales del ensayo:
La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es quizá el hecho estético.
El sujeto entendió que su tarea también tenía esa inminencia de revelación a la que no podría prestar toda la atención que habría querido. De haber tenido tres vidas y media en el bolsillo, se habría dedicado de inmediato a escribir un paralelo del emperador y su sombra con Borges y Cortázar. Habría escrito un tratado sobre la manera como en el segundo subrayado se encuentra contenido el concepto de figura, una idea central para entender toda la obra de Cortázar. Pero apenas llevaba leídas dos páginas, de uno entre miles de libros, y decidió tomar apuntes y dedicar el resto de esa sola vida que tenía a digerir lo que encontrara. Había comprendido que en cada subrayado no era el autor leído quien hablaba, sino el mismo Cortázar quién decía lo que pensaba.
En ‘La flor de Coleridge’, Cortázar subraya una sola frase: Para las mentes clásicas, la literatura es lo esencial, no los individuos. Pero en el ensayo siguiente, Las alarmas del doctor Américo Castro, en el que Borges agarra al pobre académico y le dice de todo –le dice hasta español–, Cortázar no reprime la emoción, llena las márgenes de líneas, de signos de admiración, y en el espacio en blanco que queda al final del texto exclama con una risotada cuyo eco aun sonaba entre las páginas del libro: Qué tapa le has puesto![1], como quien acaba de ver noquear a alguien en una pelea de boxeo.
De manera que leer la lectura que Cortázar hace de Borges se convierte en un placer que uno no quiere que se acabe. A Cortázar le encanta el primer párrafo de Nuestro pobre individualismo, aquel que cita ejemplos de las tonterías que dicen los patrioteros. Al final del ensayo, después de subrayar la frase sobre el libro vivo de Carlyle, Cortázar le habla a Borges en francés: Tu aurais du de rappeler de Gide(Es posible que te acuerdes de Gide). En el ensayo sobre Quevedo subraya dos versos citados por Borges: escucho con los ojos a los muertos y en músicos callados contrapuntos y escribe en el margen una nota sobre la cercanía de esas líneas con la obra de Mallarmé.
Parte del espectáculo que ofrece nuestro lector entusiasta es su capacidad para reaccionar desde distintos perspectivas de su ser. Buena parte de las notas y subrayados los hace el intelectual, el estudioso de la literatura (En el decurso de una vida consagrada menos a vivir que a leer, he verificado muchas veces que los propósitos y teorías literarias no son otra cosa que estímulos y que la obra final suele ignorarlos y hasta contradecirlos). Pero de vez en cuando quien lee es el místico para el que la poesía tiene una dimensión religiosa, o el hombre común y silvestre: el niño fascinado que subraya la palabra calidoscopio, el enamorado al que le han roto el corazón algunas veces: Lo quiso con el triste amor que inspiran las personas que no nos quieren, o el lingüista sensual siempre atento a las puertas que los cuerpos abren hacia otros mundos: Argentina: concha=vulva.
Su admiración tampoco está libre de sentido crítico. Cortázar se permite el lujo de señalar las limitaciones de su maestro. Cuando Borges dice que el realismo argentino del siglo XIX habría producido algunas admirables crueldades… que los norteamericanos no han superado, Cortázar le replica con una nota de pie de página en francés: Tú no has leído a Dashiell Hammett. En otro ensayo, cuando Borges afirma que El infierno, de Barbuse, es un libro olvidado, Cortázar responde en francés nuevamente que, al menos para él, no lo es.
La velada pudo haberse prolongado por semanas, pero el primer día en la biblioteca de Cortázar venía con un número de horas limitado. El sujeto se apresuró a tomar nota del momento en que Cortázar escribe que Verne es muchísimo más grande que H. G. Wells y recordó que aún no había mirado los otros dos libros. A Cortázar Luciano de Samosata le parecía un gran tipo (great guy), Pascal le parecía vano y frívolo, y consideraba brillante la afirmación de Borges de que el Biathanatos, de John Donne, había sido escrito para demostrar que Cristo se suicidó. Aprueba con signos de admiración que se enseñe en las escuelas el arte de leer los periódicos con incredulidad. Agrega Lord Jim, de Conrad, a la lista de libros –como la segunda parte del Quijote o Huckleberry Finn– donde los personajes y el medio se modifican mutuamente. Admira la frase de Borges: No recuerdo si esa noche nos suicidamos.
El último y más largo ensayo de Otras Inquisiciones, Nueva refutación del tiempo, también está marcado por el entusiasmo de Cortázar. No se cansa de poner líneas al lado de la frase: No puedo lamentar la pérdida de un amor o de una amistad sin meditar que sólo se pierde lo que realmente no se ha tenido. El ensayo abunda en exclamaciones y subrayados. La lectura parece una más, dentro de las muchas del lector entusiasta. Pero de pronto aparece una frase en francés que estremece de horror: ça pour ton epitaphe. Borges estaba citando un texto suyo de 1928, en el que se refería a sus recorridos por el barrio de su infancia. Reflexionaba sobre sus relaciones con el entorno. Decía: No quiero significar así el barrio mío, el preciso ámbito de la infancia, sino sus todavía misteriosas inmediaciones: confín que he poseído entero en palabras y poco en realidad…. La frase en itálicas llevó a Cortázar a pensar en la muerte de Borges y en un epitafio que pudiera condensarlo. Ya que hablamos de admirables crueldades, la lectura del primer libro en la biblioteca de Cortázar se cierra con una de las crueldades más crueles y naturales de la vida: la muerte simbólica del padre, el entierro del maestro, un evento agridulce que marca el nacimiento de un nuevo adulto. Tal vez Cortázar nunca pensó que ese gesto secreto llegaría a hacerse público. Era un chiste perverso. Pero como decía Emerson, el maestro de su maestro, no existe un gesto humano que carezca de testigos.
Sólo al final de la tarde el sujeto pudo hojear la edición de Everyman con los ensayos y poemas de Edgar Allan Poe, y comprobar que ese ejemplar no había sido el que Cortázar utilizó para sus famosas traducciones. No tenía ni una sola anotación. El catálogo de la biblioteca mostraba muchas ediciones de los libros de Poe, habría que seguir buscando. Tampoco la edición antigua de Veinte mil leguas de viaje submarino parecía haber sido leída. Era improbable que en la biblioteca estuvieran los libros de Verne que Cortázar leyó cuando era niño. La presencia de ese libro era más bien el gesto de cariño y gratitud que algunos lectores tienen con los autores que les abrieron el camino hacia la lectura. Son libros que habitan los estantes, más por la compañía, que para ser leídos. Pero con todo y el silencio en los libros de Verne y de Poe, el primer día en la biblioteca Cortázar había estado lleno de sorpresas. El sujeto pensó que el ejemplar de Otras Inquisiciones había justificado el largo viaje y los años de espera. No podía imaginarse los tesoros que seguiría encontrando.






[1] En el lenguaje coloquial argentino, Poner la tapa significa derrotar o apabullar a alguien.