La extraña fascinación que producen los títulos desmesuradamente largos
(La columna de Vivir en El Poblado)
Por Gustavo Arango
Los títulos son todo. Bueno, son casi todo. Son seducción
y promesa. Son enigma y profecía. Se podría escribir una historia de la
literatura a partir de los títulos de los libros. Hubo un tiempo en que no eran
necesarios o llegaban de manera accidental: Dante escribió una ‘Comedia’ que el
tiempo llamó ‘Divina’. Cervantes llamó a su hidalgo “Ingenioso”, pero por
siglos los títulos solían ser nombres: Ana Karenina, Jane Eyre, María. Luego
vinieron los títulos alegóricos: La
tierra baldía, El corazón de las
tinieblas. Hoy en día predominan los títulos poéticos. La historia debe
incluir curiosidades: títulos más largos que el texto (como El dolor, cuyo texto dice: “¡Ay!”),
títulos repetidos (Twilight, El origen del mundo). Capítulo aparte
merecen los títulos largos.
Siempre me han fascinado los títulos largos, parecen
caballos impacientes por correr. El primero que conocí fue el de García
Márquez, “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela
desalmada”, y me pareció insuperable. Pero le llegó la hora. Al final, David
Markson me dio este banquete: La balada
de Dingus Magee, siendo la saga inmortal y verdadera del malandrín más notorio
y desesperado de los viejos tiempos, su constante arruinar vidas de mujeres
indefensas, etcétera; incluyendo también el único testimonio fidedigno jamás
ofrecido al público de su combate a tiros con el sheriff C. L. Hoke Birdsill,
en el Hoyo de Yerkey, New Mexico, en 1884, y con comentarios adicionales sobre
el fatal y misterioso incendio de un burdel ocurrido el mismo año; complementado
además con perfiles confiables y desvergonzados de “Blusa Grande” Belle Nops,
Anna “Aguacaliente”, Agnes “Cara de caballo” y otras, de las cuales casi
ninguna quedó con vida al final. Compuesto en el elegante inglés moderno a
partir de la información tomada de manera diligente de los archivos por David
Markson.
Uno llega al final como a la cima de una montaña, con
mareo por falta de oxígeno.
Pensaba que Markson era lo máximo, pero pronto descubrí
que ya había sido superado. En 1887, un tal Henry Davenport publicó un libro
titulado: Tierra, mar y cielo, o las
maravillas del universo, siendo una descripción completa y gráfica de todo lo
que es maravilloso en cada continente del globo, en el mundo de las aguas y en
los cielos estrellados; incluyendo estremecedoras aventuras en mar y tierra,
descubrimientos renombrados de los exploradores más grandes del mundo y de
todas las épocas, y fenómenos notables en todos los reinos de la naturaleza,
abarcando los impactantes detalles físicos de la tierra, las características
peculiares de la raza humana, de animales, de pájaros, de insectos, etcétera,
incluyendo una descripción vívida de los océanos Atlántico, Pacífico e
Índico y de los océanos polares, los monstruos de las profundidades, las
hermosas conchas marinas y las plantas, los peces singulares y otros habitantes
del mundo de las aguas, las notables corrientes marinas, etcétera; junto con
los maravillosos fenómenos de los sistemas solares y estelares; comprendiendo
en general un vasto tesoro de todo lo que es maravilloso y extraordinario en
la tierra, el mar, el aire y los cielos.
Publicado en Vivir en El Poblado el 6 de diciembre de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario