El secreto de El Divino
Pocas veces se encuentra una opinión tan unánime como la
que ha perdurado entre los críticos sobre José María Vargas Vila: todos
coinciden en que era un pésimo escritor. Ilegible, pomposo, vacío, rimbombante,
fatigoso, vacío, cantinflesco, “adolescente con todo lo malo de la
adolescencia…” El único mérito que se le reconoce fue su talento para el
insulto. Borges destaca unas frases suyas contra Santos Chocano —“Los dioses no
permitieron que deshonrara el patíbulo… Sigue vivo, después de haber fatigado
la infamia”—, y agrega que es “la injuria más esplendida que conozco: injuria
tanto más singular si consideramos que es el único roce de su autor con la
literatura”.
La infamia de su estilo no impidió que Vargas Vila fuera
el escritor hispanoamericano más famoso y vendido de comienzos del siglo 20.
Sus libros eran publicados en ediciones de lujo por prestigiosas casas
editoriales de Europa —Bouret y Sopena- y contaban con la publicidad de estar
incluidos en el índice de libros prohibidos por la iglesia. Al autor lo rodeaba
la leyenda: a los veinte años había denunciado a un cura por frecuentar las
camas de sus estudiantes y tuvo que exiliarse de Colombia; al parecer fue
expulsado de los Estados Unidos por sus ideas “anti yanquis”; vivía en Europa
—en París, Roma, Madrid o Barcelona— en medio de refinamientos decadentes. Sus
lectores lo llamaban ‘El Divino’. Vargas Vila influyó en personajes como Jorge
Eliécer Gaitán, Juan Domingo Perón y hasta Pablo Neruda. Malos y todo, a
ochenta años de su muerte, sus libros aún se siguen vendiendo en las esquinas.
Hago eco de las críticas, porque hace poco descubrí que
están equivocadas. Tanta unanimidad en el rechazo resultaba sospechosa. Ahora
puedo afirmar que Vargas Vila fue un escritor incomprendido, que es posible que
nunca se valore en sus justas proporciones, por la simple y sencilla razón de
que su obra maestra no ha sido publicada. Al momento de morir, en mayo de 1933,
Vargas Vila dejó escrito un diario íntimo de cuatro mil quinientas páginas. La
historia de ese diario parece una novela de aventuras. Lo heredó Ramón Palacio
Viso, su secretario, quien tras la muerte de Vargas Vila se fue a vivir a Cuba
con su esposa. Luego estuvo en otras manos. Años después, el gobierno cubano
impidió que los diarios salieran de la isla. Ahora reposan en bodegas del
Estado y hasta se habla de un complot, que implica a García Márquez, para que
no se conozcan y no le hagan sombra al Nobel colombiano.
Hasta ahora sólo han aparecido dos libros con fragmentos
del diario. Consuelo Triviño recibió permiso de Fidel Castro para asomarse a
esas páginas y decidió concentrarse en lo anecdótico, a pesar de que Vargas
Vila insiste en que los hechos no le importan. La segunda selección, transcrita
antes de que el diario fuera confiscado, muestra un Vargas Vila en constante
agonía, preparándose para la muerte y la inmortalidad. Queda la sensación de
que ninguna de las dos selecciones nos ofrece el Vargas Vila completo.
Podemos, sin embargo, ver allí la soledad de la fama, la mirada descarnada
sobre los contemporáneos, el desprecio de sus propias obras, la pequeñez y los
delirios de grandeza de un hombre que era consciente de estar haciendo en la
sombra su obra más importante.
Tal vez nunca conoceremos por completo el monumento que
Vargas Vila talló en secreto, a espaldas de la fama. Pero a través de los
fragmentos es posible vislumbrar que aquel hombre escribió el testimonio vital
más ambicioso que jamás haya emprendido un hijo de estas tierras: un esfuerzo a
la altura de las obras de Pepys, Rousseau, Proust o el mismo San Agustín. Quizá,
después de todo, Vargas Vila era mucho más ‘Divino’ de lo que todos, incluso él
mismo, podríamos haber pensado.
Publicado en Vivir en El
Poblado el 14 de junio de 2011.
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