martes, 29 de marzo de 2016

Resplandor en la Feria del Libro de Bogotá

La novela Resplandor será presentada en la Feria Internacional del Libro de Bogotá 
el sábado 23 de abril de 2016, a las 4 pm 
en el auditorio Madre Josefa del Castillo.

La presentación estará a cargo de Esteban Carlos Mejía.


Ver la página del autor en el sitio web de la Filbo.




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jueves, 17 de marzo de 2016

En busca del padre perdido



Una reseña de la novela Prohibido salir a la calle, de Consuelo Triviño, en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República.



Leer la reseña








lunes, 14 de marzo de 2016

Un peso pesado (2)

La columna de Vivir en El Poblado


Hace quince días conté la versión que García Márquez había dado de su cuento favorito: la historia del magnate que trabajó toda la vida para hacerse a una fortuna, su plan minucioso para la vejez, el ahogo que sintió al abordar el barco de la “P & O”, y la muerte que dejó truncos sus propósitos. Tardé mucho en cruzarme con el cuento y, como García Márquez sólo mencionó al hombre, me sorprendió que la historia estuviera narrada desde la perspectiva de una mujer.

La protagonista viaja sola y tiene un poco más de cuarenta años. Ha venido bajando por el Pacífico desde el Japón. Ha visto llegar y marcharse pasajeros, ha eludido los coqueteos de un hombre maduro, ha visto los acercamientos entre un médico y una mujer casada. A veces se abstrae en pensamientos que traen a su rostro un gesto de dolor. En uno de los puertos del Pacífico, la viajera ve abordar a un hombre alto, como de sesenta años, de aspecto irrelevante. Lo mira, lo olvida y sólo vuelve a recordarlo cuando lo encuentra en el sector de la cubierta que acostumbra recorrer antes de que amanezca. La cubre una bata ligera, pero la oscuridad disculpa la impropiedad. El hombre y la mujer intentan hablar con naturalidad y se despiden cuando el día empieza a clarear.

Por la conversación en la cubierta sabemos que el viajero es un inglés que dejó su país, casi treinta años atrás, para probar suerte en el Oriente. Aunque no le quedan parientes en su ciudad de origen, ahora está de regreso. Con el dinero que acumuló en una plantación se propone comprar una casa y buscar una mujer para casarse. El plan no deja de ser descabellado; es evidente que aquel hombre se sentirá más extranjero en su tierra que en el Oriente. Pero la protagonista no está de ánimo para juzgarlo. También su historia es un poco absurda. El hombre con el que estuvo casada veinte años le ha confesado que ama sin remedio a una muy buena amiga de ambos. El sentimiento es mutuo y los enamorados son los primeros sorprendidos. Ahora la mujer viaja a Inglaterra, les deja el terreno libre y entre las cosas que más la irritan está que la mujer de quien su esposo se enamoró sea diez años mayor que ella. Una mujer entiende más fácil que la abandonen por una jovencita.

La humanidad entera también viaja en el barco. Allí están las hipocresías de los privilegiados, la sumisión rencorosa de los subalternos, y la tierra de nadie —llameante y telúrica— de la servidumbre. La preparación de una fiesta de fin de año pone en segundo plano a la mujer y al hombre, aunque es posible advertir en ella una cierta inclinación a frecuentarlo.

Ocurre luego que el hombre —que no es ningún magnate— desaparece por varios días, y la protagonista descubre que ha estado hospitalizado a causa de un hipo que no le da descanso. Tres días de lucha lo tienen exhausto. Al lado de la cama está un sirviente suyo. La mujer saluda al hombre, trata de darle ánimos y decide no imponerle su presencia. Cuando sale, el sirviente la sigue para decirle que conoce la causa del mal de su amo. Cuenta que, cuando el hombre anunció su decisión de marcharse, la mujer nativa con quien cohabitó todos esos años dijo con voz profética: “No llegará a su destino”.

Es curioso que García Márquez haya omitido a las mujeres en su versión del relato: la pasajera del barco y la amante nativa que predijo o produjo la muerte del hombre. Tal vez sólo quiso sembrar la inquietud en quienes lo escuchábamos. La muerte del viajero nos recuerda que la vida se termina cuando menos lo esperamos. Pero el cuento completo de Maugham apunta para otro lado. Conocida la noticia de la muerte del hombre, observadas las reacciones de la gente y la fiesta que no dejó de hacerse, la mujer escribió una carta dirigida a su ex esposo y a su amiga para felicitarlos por haber encontrado el amor y para desearles lo mejor. Luego siguió viajando, sintiéndose contenta y muy ligera, y a su rostro ya no vino ningún gesto de dolor.



Publicado en Vivir en El Poblado el 14 de marzo de 2016








jueves, 3 de marzo de 2016

Un peso pesado (1)

La columna de Vivir en El Poblado


Plutarco advierte sobre la facilidad con que podemos caer en la ingratitud. Cuenta que, al momento de morir, “Platón se felicitó a sí mismo por tres cosas: en primer lugar, por haber nacido hombre; luego, por la alegría de haber nacido griego, y no un bruto o un bárbaro; y, por último, por ser contempo­ráneo de Sófocles”. El fanático de los paralelismos dice también que hay muchos que, “olvidados de las bendiciones que han recibido, siguen aferrados a la engañosa esperanza”.

Como no sé si al morir tendré tiempo para balances y gratitudes, he adquirido la costumbre de apreciar y agradecer lo vivido cada vez que lo recuerdo. No me siento orgulloso del sitio donde me vinieron al mundo, ni agradezco haber nacido tan bruto; pero comparto con Platón el honor de haber vivido en tiempos de un gran hombre y que nuestras vidas se hayan cruzado. He hablado en otros lados de lo que significa que García Márquez me haya leído, que sus comentarios hayan sido favorables, y que se haya robado una copia de Un ramo de nomeolvides, el libro que escribí sobre sus inicios. He hablado también de las conversaciones que tuvimos cuando escribía ese libro y del privilegio de escucharlo durante tres días seguidos, durante un taller de periodismo narrativo. Pero no he hablado mucho de algunas de las inquietudes que me quedaron después de esos tres días.

El taller fue en Barranquilla, en diciembre de 1997, y García Márquez no paró de hablar día y noche sobre el oficio, sobre su vida y sobre sus relaciones con gentes principales. En medio de todo aquello dijo sin mucho énfasis que el cuento que más le gustaba era uno de W. Somerset Maugham, titulado “P.O.”. Explicó que el título eran las iniciales de una compañía de navegación que hacía grandes cruceros al Oriente. Contó que era la historia de un magnate inglés que se fue a alguna de esas islas remotas, Sumatra, o algo así, y que el magnate había vivido durante treinta años con una especie de plan para el futuro en el que cada detalle estaba cuidadosamente calculado: “en tal momento hago esto, en tal otro momento debo tener tanto dinero y no trabajo más y me voy a vivir a una isla”. Cuando el magnate se retiró, se embarcó, tomó el mejor camarote de la P.O., se vistió, fue al bar, pidió un whisky, y al beber el primer trago le empezó un ahogo. Al tercer día el barco estaba comunicándose con todo el mundo, pidiendo remedios para el viejo. “Para mí, ese cuento es un peso pesado”, concluyó García Márquez aquella vez en Barranquilla.

No diré que pasé casi veinte años buscando ese cuento, pero decirlo no estaría lejos de la verdad. Desde aquella mención de García Márquez, presté atención a Maugham. Me hice amigo de su estilo elegante y lleno de sutilezas. Leí biografías y entrevistas. Supe de las intrigas que le escamo­tearon el Premio Nobel. Me familiaricé con la vida y la obra de ese autor brillante al que el tiempo no le está haciendo justicia. Pero, aunque no perdí ocasión de hojear los índices de sus libros, nunca había podido encontrarme con “P.O.”.

Lo irónico del caso es que siempre estuvo cerca de mí, aquí mismo en mi casa, en una maravillosa colección titulada Los mejores cien cuentos del mundo, publicada en Nueva York, en 1927, por la editorial Funk and Wagnalls. Como decía el difunto Eco, la biblioteca personal debe estar llena de libros por leer. Aquella colección la había comprado en un mercado de las pulgas por menos de lo que cuesta un almuerzo. La tenía en reserva para que me sorprendiera alguna tarde en que estuviera abierto a las sorpresas. El sábado pasado andaba desempolvando los lomos de mis queridos libros viejos, cuando me dio por abrir y mirar el índice de uno de los volúmenes de la colección. Ahí encontré a “P. & O.”. Hablaré de sus virtudes dentro de dos semanas. Por lo pronto les diré que lo curioso era que estaba en un volumen dedicado a cuentos sobre mujeres.



Publicado en Vivir en El Poblado el 3 de marzo de 2016.






martes, 1 de marzo de 2016