jueves, 27 de septiembre de 2018

Una tribu de nostalgias

La columna de Vivir en El Poblado



Un amigo me explicó por qué los grupos primitivos se dividían después de alcanzar un número mágico: la capacidad del cerebro solo permite que tengamos relaciones sustanciales con 150 personas. Volví a tener noticia del estudio en una película donde un terapeuta le explicaba a su paciente las cifras de la vida: 150 son las personas que distinguimos con detalle, 50 son las que invitaríamos a nuestra casa, 15 son aquellas a quienes daríamos o pediríamos ayuda, y solo cinco son las que forman nuestro círculo más íntimo.
Las cifras son aproximadas. Mi vida de errabundo, profesor y periodista hace que el círculo exterior sea populoso. Alguna vez hice una lista de personas con quienes tuve encuentros significativos, para tratar de escribir sobre cada una, y no me fue difícil recordar más de quinientas. En mi caso, los círculos estrechos son más desiertos: muy pocas personas conocen mi casa, he aprendido a arreglármelas más o menos por mi cuenta y, quizá porque crecí oyendo el poema de Garrick, en el círculo más íntimo suelen ser más los muertos que los vivos.









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