La columna de Vivir en El Poblado
Un amigo me explicó por qué los grupos primitivos se dividían
después de alcanzar un número mágico: la capacidad del cerebro solo permite que
tengamos relaciones sustanciales con 150 personas. Volví a tener noticia del
estudio en una película donde un terapeuta le explicaba a su paciente las
cifras de la vida: 150 son las personas que distinguimos con detalle, 50 son
las que invitaríamos a nuestra casa, 15 son aquellas a quienes daríamos o pediríamos
ayuda, y solo cinco son las que forman nuestro círculo más íntimo.
Las cifras son aproximadas. Mi vida de errabundo,
profesor y periodista hace que el círculo exterior sea populoso. Alguna vez hice
una lista de personas con quienes tuve encuentros significativos, para tratar
de escribir sobre cada una, y no me fue difícil recordar más de quinientas. En
mi caso, los círculos estrechos son más desiertos: muy pocas personas conocen
mi casa, he aprendido a arreglármelas más o menos por mi cuenta y, quizá porque
crecí oyendo el poema de Garrick, en el círculo más íntimo suelen ser más los
muertos que los vivos.
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