Foto León Darío Peláez, Revista Semana
2. Pobreza en la región de las riquezas
La
historia del Chocó está repleta de paradojas. La más evidente de ellas es el
hecho de que a pesar de ser uno de los departamentos con mayores riquezas
naturales, aún después de varios siglos de intensa explotación, las condiciones
de vida de sus habitantes se encuentran entre las peores del país.
La
inmensa riqueza del Chocó, representada en madera, oro y platino, principalmente,
ha ido a parar a los grandes capitales nacionales e internacionales sin que la
población del Chocó haya recibido beneficios de ese gran flujo económico.
Prueba
del desequilibrio de beneficios se aprecia en el hecho de que una compañía extranjera,
la International Ming Company, que durante casi sesenta años extrajo oro y
platino del Chocó, regaló a la ciudad de Nueva York el Madison Square Garden,
uno de los escenarios más monumentales del planeta, con un costo inimaginable
para los sufridos habitantes de un departamento en cuya capital después de
cinco días sin llover hay emergencia sanitaria porque el acueducto son las
nubes con sus frecuentes aguaceros y las alcantarillas son lujos prácticamente
inexistentes.
El oro del anillo que llevas en la mano
La
historia del Chocó ha sido la de la miseria en medio de la riqueza. Desde
finales del siglo XVII llegaron a esta región colonos españoles e ingleses que
encontraron en los esclavos negros el vigor necesario para los arduos trabajos
de minería.
La
extracción de las riquezas del Chocó ha estado en manos de los negros, aunque
ellos no hayan recibido ningún beneficio. Aún hoy se les ve acercarse desde
tempranas horas a los ríos, las mujeres con bateas y los hombres con dragas que
no les pertenecen, para obtener el oro que después de siglos la tierra aún no
se ha cansado de entregar; cantidades de oro que en las ciudades valen una
fortuna y que a ellos a duras penas les reporta lo suficiente para el mercado
del día.
La
historia del Chocó no es sólo la historia de una explotación minera sino
también la de una explotación humana. Esa población de Quibdó, en su mayoría de
origen rural y esa población negra e indígena que habita la densa red fluvial
del departamento, han sido no sólo víctimas de los grandes empresarios sino
también de la politiquería, ese mal que corroe los gobiernos de la región para
el que el beneficio individual se antepone a la realización de programas en
beneficio de la comunidad.
En
medio esta historia, en medio de tantas riquezas que se fortalecen y se van sin
dejar nada, en medio de unas culturas que por sus características son incapaces
de participar en el juego de la ambición desmedida, las condiciones están dadas
para que la miseria extienda sus tentáculos que un día pueden llamarse desnutrición, otro, malaria o
paludismo y otro, como ahora, cólera, palabra que no sólo designa una
enfermedad sino el sentir de un departamento que desde hace varios años busca
la forma de sacudirse del atraso en el que lo han sumido los que han llegado a
llevarse todo en nombre del progreso.
Desalentadoras perspectivas
En
los últimos seis meses han muerto treinta buzos negros durante trabajos con
dragas en los ríos; presionados por sus patronos se han esforzado hasta el
límite en el que sus pulmones han estallado. Mujeres y niños se pasan jornadas
enteras en los ríos para extraer oro; el precio: numerosos casos de artritis
desde temprana edad. Los trabajos de extracción de oro implican un riesgo
adicional: los daños genéticos a causa del trabajo con mercurio.
Se
haría interminable la lista de abusos e injusticias que se presentan en todos
los órdenes de la vida en el Chocó. Las perspectivas hacia el futuro no son
alentadoras. Con la puesta en marcha del
Plan del Pacífico, que incluye la construcción de superpuertos y del Puente
Terrestre Interoceánico se agravarán las condiciones de vida de muchos
habitantes de este departamento.
Las
nuevas obras implicarán el aumento de la explotación de los recursos naturales.
Junto al oro, el platino y la madera, se intensificarán trabajos para la
extracción de petróleo y metales radiactivos. Grandes extensiones de la selva
chocoana serán taladas para hace allí cultivos de especies maderables de alto
rendimiento. En todos estos trabajos la función de los propios pobladores del
Chocó será secundaria, pues no constituyen mano de obra calificada para los
trabajos que allí se realizarán, los cuales, en su mayoría, estarán a cargo de
empresas extranjeras.
Se
presentará un fenómeno de expropiación de tierras que entre sus múltiples
consecuencias traerá el desplazamiento de numerosas familias a las ciudades con
graves consecuencias a nivel social y cultural.
En
tiempos que ya se admite que Colombia es un país multiétnico y pluricultural,
el Chocó está a punto de ser el escenario del etnocidio de grupos indígenas y
de comunidades negras que han hecho de ese departamento un espacio en el que,
bajo el azote de los intereses económicos, se ha gestado una cultura que
tendría mucho que enseñarle a esa otra, voraz y destructiva, de la que formamos
parte; una cultura para la que el móvil principal no son las riqueza y el
poder, sino algo mucho más sencillo y a la vez más importante: la vida, esa
riqueza suprema que en el Chocó también abunda a pesar de aquellos que se
empeñan en que sea lo contrario.
Foto León Darío Peláez, Revista Semana
3. De todas maneras la vida
En
el Chocó se siente como si la tierra apenas estuviera en proceso de formación.
Diluvios que duran varios días y noches, truenos permanentes, propiciados por
la riqueza mineral del suelo, extensiones inmensas de vegetación en la que la
presencia del hombre sólo ha dejado leves rasguños. El mundo parece recién
creado.
Allí,
en medio de una naturaleza que todo lo domina, de la que todo depende, en
condiciones que resultan difíciles de imaginar en las cómodas ciudades, han
hecho como un mundo aparte los indígenas que tienen su último reducto en las
cabeceras de los ríos, rincones inhóspitos a los que los ha llevado una
invasión que empezó hace varios siglos.
Allí
también ha subsistido, sin perder por completo su identidad, pedazos de África
traídos a este Nuevo Mundo contra su voluntad.
Allí la tierra
todavía es un bien sagrado. Allí todavía
la familia es una extensa comunidad que lucha por los mismos intereses; el
concepto restringido de familia, el afán desmedido de competir y ser más que
los demás aún no ha contaminado por completo a la gente que vive en el Chocó.
Pero la arremetida
de los intereses económicos, de la ambición desmedida, pone en peligro esas
culturas llenas de sentido común, de respeto por lo humano y divino. Apenas recientemente esas culturas, que están
en peligro de desaparecer a causa del progreso, se han hecho consciente de que
algo debe hacerse para preservar lenguas, formas de vida, maneras de expresar
la alegría y la tristeza.
Dos eventos
realizados a finales del pasado mes de junio dan cuenta de la forma como estos
grupos amenazados, víctimas durante siglos de innumerables atropellos, buscan
la forma de reivindicarse y hacer valer sus derechos.
Embera-Waunana
Durante una semana
era común ver por las calles de Quibdó el caminar tímido pero orgulloso de lo
que queda de los que una vez fueron los únicos habitantes de un continente
perdido.
A la capital del
Chocó llegaron mil quinientos indígenas de los grupos Embera y Waunana, para
participar en el Segundo Congreso Indígena. Llegaron con sus pieles pintadas,
con sus adornos milenarios, pero también con los trajes de la civilización con
la que quieren negociar la posibilidad de subsistir.
Las organizaciones
indígenas han debido pagar con muchas vidas la posibilidad de organizarse para
defender sus territorios y sus derechos. Para llegar a tener un representante
en la Asamblea Nacional Constituyente, los indígenas debieron vivir una larga
lucha contra el paso arrasador de la civilización para mantener con vida su
cultura.
Ahora las
perspectivas son mejores. La inclusión del carácter multiétnico y pluricultural
de la nación en la nueva Constitución parece abrir una puerta para que los
indígenas en Colombia puedan, no solo subsistir, sino progresar dentro de sus
territorios, sus culturas y sus propias formas de ida, sin ser víctimas
indefensas de los grandes poderes económicos.
El Congreso
Indígena permitió elegir nuevas directivas en la OREWA (Organización Regional
Embera-Waunana), el organismo a través del cual los indígenas del Chocó abrigan
la esperanza no sólo de sobrevivir, sino de poder llevar, luego de siglos de
atropellos y despojos, una vida en la que las relaciones con las demás culturas
del país no estén marcadas por los abusos y la desigualdad.
Quinto EPA
Paralelo al
Congreso Indígena, se realizó en Quibdó el Quinto Encuentro de Pastoral
Afroamericana, evento organizado por la Diócesis de Quibdó, El Quinto EPA
reunió delegados de Costa Rica, Panamá, Ecuador, Brasil, Tumaco, Buenaventura,
Guapí y Cartagena, entre otros, para fijar las bases de un proyecto
Afroamericano de Educación Liberadora, un proyecto que replantee la educación
desde las características étnicas de los pueblos afroamericanos.
La consolidación
del concepto Afroamérica ha sido uno de los aportes fundamentales de los
encuentros de Pastoral Afroamericana. A través de él se ha puesto en evidencia
el hecho de que hay en los pueblos descendientes de los antiguos esclavos
africanos, una identidad cultural, unos modos de percepción y de socialización,
frente a los que las culturas predominantes de América Latina actúan, a través
de la educación, casi siempre de manera alienadora.
Ser afroamericano
no está determinado por el color de la piel o por tener determinadas
manifestaciones culturales de evidente origen africano. Ser afroamericano es
estar inmerso en una cultura con unos valores propios que actualmente se
encuentran en proceso de identificación y reivindicación.
Un ejemplo claro
que muestra el contraste entre la cultura afroamericana y lo que podríamos
llamar una cultura nacional es el calificativo de perezosos que muy comúnmente
dan las culturas del interior del país a los habitantes de comunidades
negras. Visto desde la perspectiva
cultura, esa ‘pereza’ obedece a concepciones diferentes del tiempo y la
utilidad.
Ahondando en el
tema saltarían a la vista muchas otras diferencias. En ese trabajo
reivindicativo se ha ocupado un amplio sector de la Iglesia Latinoamericana,
especialmente la que trabaja con comunidades altamente oprimidas.
En el Chocó puede
sentirse que el papel de la Iglesia es determinante en la defensa de esas
comunidades. Desde la Diócesis de Quibdó, a veces en conflicto con la Iglesia
Oficial, se coordina un trabajo que busca, no sólo llevar el mensaje
evangélico, sino apoyar la formación de mecanismos de subsistencia y
desarrollo. Por eso no es extraño que se apoyen iniciativas que busquen modelos
de educación liberadora.
De todas maneras la vida
Así, frente a las
estructuras anquilosadas de un país que no ha sabido responderle a una de las
regiones que mayores beneficios le ha entregado y puede entregarle, desde el
mismo Chocó, desde esa tierra que a pesar de todo sigue siendo un derroche de
vida, surgen trabajo comunitarios y de defensa de los derechos que son ejemplo
para Colombia.
Allí, en esa
exuberancia vegetal que hace olvidar el deteriorado estado en que actualmente
se encuentra la tierra, en medio de esa tierra que parece recién creada, la
vida sostiene importantes batallas. Allí, observando niños que ríen y juegan en
charcos pestilentes, sintiendo la energía contagiosa de las mujeres del Chocó,
la fuerza incontenible de esos hombres, negros e indígenas, habituados a la
adversidad, se siente que a pesar de todos los males que han caído sobre esos
seres, o a causa de ellos, la vida alcanza en el Chocó su máxima expresión.
No puede dejar de
pensarse que los verdaderos oprimidos y marginados de la vida somos nosotros,
esos que estamos del lado de los que se han llevado todo del Chocó menos su
principal tesoro: la voluntad obstinada y amorosa de vivir que tienen los
chocoanos.