jueves, 4 de abril de 2019

Aquí y ahora

La columna de Vivir en El Poblado
Fotografía: Bosque de Unadilla, por Louis Constant Duit Instragram: @louis.constant.duit



Cuando alguien dice Nueva York, nos vienen a la mente luces y multitudes, vapores que suben desde las alcantarillas, tiendas, rascacielos, trenes y vehículos de lujo. También es posible que se piense en lugares como el Parque Central o el deslumbrante cruce de calles de Time’s Square, o en sectores precisos de Queens, Brooklyn, el Bronx, Staten Island o Manhattan.
Pero hay otro Nueva York que es muy distinto. Me refiero al estado de Nueva York: un territorio más grande que Nicaragua, donde la ciudad del mismo nombre es lo menos representativo. Más de seiscientos kilómetros separan la Gran Manzana y las cataratas del Niágara, y alrededor de esa diagonal se extiende un mundo de maravillas naturales, de casas centenarias, de granjas, de bosques y montañas, de ciudades intermedias y de pueblos perdidos en el tiempo, entre los que se cuenta mi Siberia.



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