miércoles, 12 de enero de 2022

"Estar allí del todo"

"La mujer biblioteca" es, entre otras cosas, un manual para el manejo de toda clase de bibliotecas, desde la más modesta en un pueblecito perdido hasta la biblioteca pública de la ciudad más grande.  A lo largo de su carrera, Marilla Waite Freeman dejó toda clase de lecciones sobre su oficio que son también lecciones para una vida bien vivida. Marilla escribió sobre la creación y organización de la biblioteca, sus finanzas, sus relaciones con la comunidad, la psicología de su oficio, los programas especiales, la invitación y orientación a los lectores, las bibliotecas y la guerra, las bibliotecas frente a la censura, la educación para adultos y hasta las lecturas que hay que ofrecerle al moribundo. 

Este fragmento incluye pasajes de "Ideales en el servicio de referencia", publicado durante la Gran Depresión y uno de sus textos más influyentes. Allí brilla de manera muy clara su filosofía de vida.


Foto cortesía Cleveland Public Library
 

Marilla y McDonald volverían a coincidir años después en Nueva York. Esta historia he podido contarla gracias a esa cercanía. Por lo pronto diré que, para él, “Ideales en el trabajo de referencia”, publicado en diciembre de 1932 en el Wilson Bulletin, era uno de sus textos de Marilla favoritos. El artículo está basado en una charla que había ofrecido en la Escuela de Bibliotecología de la Universidad Western Reserve, de Cleveland, que mantenía una relación estrecha con la biblioteca pública. El texto se nutre de viejas convicciones, pero también permite apreciar la fluidez y claridad que Marilla había alcanzado a la altura de los sesenta y dos años.

Marilla empieza por decir que se propone “hablar un poco sobre la idea general del servicio de referencia y sobre la idea personal al interior de esa idea general”. Define el servicio como la recepción y manejo de todo tipo de preguntas o solicitudes de información o materiales, a diferencia del proceso regular de circulación y préstamo de libros.  Deja claro desde el principio que el ideal del servicio de referencia debe ser que a nadie se le puede permitir que se marche de la biblioteca sin antes haber recibido la información por la que vino o la orientación suficiente para encontrarla: “En el vocabulario de las bibliotecas no deben existir las palabras negativas. Las palabras ‘No’, ‘No lo tenemos’ o ‘No lo sé’ nunca deben ser pronunciadas, al menos no como respuesta completa y final”.

 

Es posible que pensemos: “Este hombre ha venido al lugar equivocado. Esta no es una agencia de empleo, o una clínica para almas lastimadas”. Pues bien, déjenme decirles que nuestro espíritu para el servicio de referencia o, en sentido más amplio, para el servicio de bibliotecas, casi puede medirse con precisión por el grado en que somos conscientes, y nos comportamos en concordancia con esa consciencia, de que ningún hombre ha llegado al lugar equivocado cuando ha llegado a la biblioteca pública.  Para eso es justamente que estamos –nosotros y nuestro servicio de referencia– para desempeñarnos como el centro de procesamiento de todos los conocimientos. Queremos que la gente piense en nosotros cuando hay algo, cualquier cosa, que quiere saber.

Es cierto que no somos una agencia de empleo; pero, cuando alguien ha llegado al límite de la desesperación, podemos conducir a un humano desamparado hacia el hombre de la organización que lo pondrá de pie. Tal vez no seamos una clínica para las almas lastimadas –no estoy por completo segura de que no lo seamos– pero la sabiduría de todos los tiempos se cristaliza en nuestros anaqueles, y el mínimo de simpatía humana, compren­sión e inteligencia puede hacer venir la palabra impresa o hablada apropiadas para enfrentar el momento de crisis en una vida humana.

Si asumimos como nuestro motto las palabras de Terencio: “Humani nihil a me alienum puto” (“Nada humano me es ajeno”) descubriremos que todos los elementos de la dramática, emocionante y satisfactoria experiencia humana pueden hallarse en el servicio de referencia de cualquier biblioteca, pública o de otro tipo, donde los seres humanos se congregan.

De algún modo, no puedo escapar a la superstición –si acaso es superstición–, de que cualquier persona cuya vida toca la mía, así solo sea por un momento, establece, así solo sea por ese momento, una cierta relación, una cierta obligación. A esa persona no puedo decirle a la ligera: “No tengo nada para ti”. Debo darle lo que pueda y, cuando ya se aleja, decirle: “Regresa a contarme como salió todo”. A menudo, como los que trabajamos en bibliotecas lo sabemos, esa persona nunca regresa: tal vez solo fue una embarcación que pasó frente a nosotros en la noche –y le dimos todo lo que necesitaba mientras pasaba–; pero, si hemos dejado abierta la comunicación, con esa expresión amigable, habremos al menos cumplido con nuestra obligación, habremos completado y dado cierre a nuestro servicio.

 

“Allí del todo”

Como pueden ver, el ideal general del servicio de referencia se superpone de manera muy íntima con el ideal personal; pero, desde la perspectiva puramente personal, hay otro ángulo para acercarse al tema. En uno de sus estimulantes ensayos, el juez Troward dice: “Nuestro objetivo debe ser expresar todo lo que somos en cada acto”. Piensen en eso por un momento: “Expresar todo lo que somos en cada acto”. Piensen en la manera superficial como realizamos la mayoría de nuestros actos –podría decirse que desde la superficie propia– con una presencia a medias en lo que hacemos. Piensen en lo que significaría para nosotros y para la persona a quien estamos ayudando, si concentráramos todos nuestros poderes en cada pequeño acto de servicio. Piensen en el tipo de visión intensificada con que deberíamos ver a cada persona, la manera tan plena como deberíamos entrar en su manera de ver las cosas –la esencial– y estar allí del todo en el acto de ver lo que esa persona quiere saber y en el de proporcionárselo de la manera más rápida y efectiva. Aquí es donde entra en juego toda la psicología del trabajo de referencia y su técnica: en ver que la persona que pregunta tenga una silla, que la ley de la atención haya sido aplicada para darle algo que capte su atención –así sea el índice del Almanaque Mundial–, donde pueda buscar ayuda por sí misma, mientras usted le consigue “la droga efectiva”. El tiempo es esencial –como la ley lo afirma de manera sucinta– cuando se trata de un hombre ocupado. Si están allí del todo, en el trabajo, y le ponen algo, cualquier cosa, frente a los ojos, para evitar que lo moleste el vuelo de los minutos mientras ustedes trabajan, sentirá que ha recibido un servicio rápido.

Es probable que tengamos que atender a varias personas al mismo tiempo. Tendrán que estar tan “allí del todo” –algo así como con las múltiples cabezas de la hidra–, de manera que puedan hacerle saber a cada uno, con un gesto o sonrisa o una mirada rápida o un “solo un momento”, que saben que está allí y que lo atenderán lo más pronto posible. Por supuesto que su experto artista de la referencia puede darle a cada uno un resumen estadístico o una guía del lector o el Manual de Moody o el Quién es quién o un volumen de enciclopedia abierto justo donde está el tema buscado, todo de una vez, como en una carrera de relevos, y mantenerlo ocupado y satisfecho… Supongo que la psicología del asunto sería que, si nuestro objetivo fuera el de expresar todo lo que somos en cada acto, entonces cada acto ha de ser exitoso, y una sucesión de tales actos constituirá un día exitoso, y una sucesión de tales días constituirá un exitoso bibliotecario de referencia –entre los cuales no puede haber uno más feliz.


Sobre "La mujer biblioteca"

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