El corazón del amado
El Lord de Councy, vasallo del Conde de
Champagne, era uno de los hombres más apuestos y admirados de su tiempo. Amaba
con pasión desaforada a la esposa del Lord du Fayel y tenía la fortuna de ser
correspondido por la dama. La mujer se llenó de tristeza cuando supo que su
amado había resuelto acompañar al Rey y al Conde en las guerras de Tierra
Santa, pero decidió no oponerse a su voluntad. Pensó que la distancia haría que
las sospechas de su esposo se disiparan.
Cuando llegó
el momento de partir, los amantes se reunieron en secreto y llenaron el
encuentro de ternuras y de lágrimas. Antes de dejarlo ir, la dama le dio de
regalo a su amado un anillo, unos diamantes y un lazo de seda entretejida con
su pelo y adornado con perlas. Según era costumbre en aquel tiempo, los
soldados ataban lazos como ese al casco de su armadura, para armarse de valor y
también recibir protección en la batalla. El joven aceptó gustoso el regalo de
su amada, prometió volver lleno de gloria y se marchó a la guerra.
Corría el
año de 1191. En Palestina, durante el sitio de Acre, al momento de ascender una
rampa, el hombre recibió una herida que resulto ser mortal. Los pocos momentos
de vida que le quedaban los invirtió en escribir una carta a su amada. En las
hojas dejó derramado el fervor de su alma. Luego le ordenó a su escudero que
–en cuanto muriera– le arrancara el corazón, lo embalsamara y lo hiciera llegar
a su dueña, junto con los presentes que ella le había dado en el momento en que
se separaron.
El escudero
obedeció la orden de su amo. Regresó a Francia con los regalos y el corazón
embalsamado y, al acercarse al castillo del Lord du Fayel, se escondió en un
bosque, a la espera de un momento propicio para hablarle a la dama. Pero quiso
la mala fortuna que el escudero fuera descubierto y reconocido por el Lord du
Fayel, quien sospechó de inmediato que aquel hombre le traía a su esposa algún
mensaje de su amo y lo amenazó con matarlo si no revelaba el propósito por el
que había regresado. El escudero aseguró que su amo estaba muerto, pero Du
Fayel no le creyó y en un arrebato de furia esgrimió la espada. Aterrorizado,
el escudero confesó todo y entregó el corazón, los regalos y la carta de su
amo.
Enloquecido
por los celos, Du Fayel planeó la más terrible venganza. Le ordenó al cocinero
que macerara el corazón y lo mezclara con carne, para después preparar un
estofado, el plato favorito de su esposa. Esa noche, la dama comió el estofado
con mucho deleite. Terminada la cena, el Lord du Fayel le preguntó a su esposa
si le había gustado lo que había comido. La mujer respondió satisfecha que la
carne había estado excelente.
“Es por eso
que hice que te la sirvieran”, dijo su esposo. “Porque es una carne que te
gusta mucho. Acabas, querida, de comer el corazón del Lord de Councy”.
La mujer no
podía creer lo que su esposo le decía. Sólo cuando vio la carta de su amado y
el anillo y los diamantes y el lazo de seda, comprendió que era cierto lo que
le decía. Un estremecimiento de pavor la recorrió. Luego alzó la mirada
enrojecida y, embriagada de dolor, le dijo a su marido:
“Es verdad
que yo amaba este corazón, porque era digno de ser amado. Nunca encontré uno
mejor. Y ya que he comido de carne tan noble, y que mi estómago es la tumba de
tan precioso corazón, no volveré a comer nada que le sea inferior”.
Luego se
retiró del comedor, cerró para siempre la puerta de su cuarto, se negó a
aceptar cualquier forma de comida o de consuelo y, después de cuatro días de
horrible agonía, murió.
Texto
publicado en Vivir en El Poblado, el 4 de diciembre de 2015.
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