miércoles, 1 de noviembre de 2017

Pedro Badrán: "Creo en una literatura que reflexione sobre el lenguaje"

Texto publicado en el suplemento Dominical
de El Universal de Cartagena,
algún día de 1996. 


Pedro Badrán Padaui
“Creo en una literatura que reflexione más 
sobre el lenguaje”

Empecemos hablando de su novela Lecciones de vértigo, ¿cómo ha sido acogida?
Creo que ha sido relativamente bien recibida por la crítica y por los comentaristas, aunque a mí no me corresponde propiamente decir eso. Pero he recibido conceptos de lectores a quienes les ha agradado. Yo, particularmente me siento muy tranquilo con el libro, a pesar de que hubiera podido ser mejor. En ese sentido, siempre queda alguna insatisfacción.
¿Lecciones de vértigo significa un cambio en las temáticas, respecto a su primer libro?
Hay gente que me ha dicho que no hay relación entre el primer y el segundo libro, pero sí la hay. El primero tiene un título bastante revelador, que es: El lugar difícil. Yo podría decir que hay una preocupación esencial por el espacio en ambos libros, preocupación por cómo puede el hombre construir y ser construido por el mismo espacio que lo rodea, no el medio sino el espacio físico: la imposibilidad de tener un lugar; la errancia a que está sometido el hombre es algo que siempre me ha llamado la atención.
Yo todavía no tengo muchas cosas claras en esas temáticas, pero en esta novela sí tuve que investigar. Además de que es una cosa que me llama mucho la atención, me apasiona la arquitectura. Tuve que hacer mucha investigación sobre arquitectura gótica, por ejemplo, porque en la novela hay una preocupación de carácter religioso, de carácter mítico; el personaje tiene inquietudes, por así decirlo, de trascender, de ocupar un espacio. Así que tuve que hacer una investigación sobre arquitectura gótica, sobre arquitectura en general.
Otro elemento en la novela es el ajedrez. Yo fui jugador de ajedrez, que además de una forma de arquitectura es una forma de ejercicio intelectual. La novela en sí es un ajedrez, es una arquitectura, tiene la intención de que el texto mismo sea una arquitectura, o sea que el argumento esté también reflejado en la estructura de la obra, que es bastante complicado. Eso ha sido poco mirado dentro de la crítica.
¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
Trabajé en Lecciones del vértigo especialmente en el 91 y el 92. Luego de haberme retirado definitivamente del periodismo, de Cromos, comencé a escribir esta novela que no es propiamente una novela sino un relato. En esos dos años estuve colaborando con algunas notas periodísticas y trabajé como docente en la Universidad Javeriana.
Por lo general dedicaba las tardes a escribir la novela, aunque no es un buena hora, particularmente no me gusta mucho escribir por las tardes; pero eran las únicas horas que tenía disponibles.
¿Qué vino después de Lecciones de vértigo?
Después de la publicación del libro hubo mucha parálisis, por la incertidumbre. Uno estaba a la expectativa de lo que iban a decir; entonces hubo una especie de parálisis de reflexión y de trabajo. El 94 fue un año en el que el trabajo no se dio en la escritura propiamente.
He tenido muchas pausas en este aspecto, por diversos motivos, por motivos de trabajo, porque no hay dedicación exclusiva. Es muy difícil ser profesional; en ese aspecto, siempre hay que buscar algún mecanismo distinto a la escritura, ya sea el periodismo o la docencia.
Llevo como seis años en la docencia y es una experiencia muy enriquecedora, sobre todo por el contacto con los jóvenes, con sus puntos de vista.
Volviendo a su obra, ¿tiene una idea de lo que se propone hacer en literatura?
Pienso que ahora mismo la literatura colombiana está viviendo un proceso de transformación bien interesante, en el que todavía no hay muchas certezas ni muchas claridades, pero que es absolutamente necesario. Se ha borrado un poco la carga de García Márquez y las temáticas, los lenguajes, son absolutamente distintos. En ese sentido, yo personalmente creo en una literatura que reflexione más sobre el lenguaje, una literatura más comprometida con el lenguaje que con los temas, más comprometida con la reflexión que con la narración, más interesada en experimentar de una manera novedosa, de una manera distinta, visionaria; una literatura que aborde temáticas urbanas que todavía no han sido abordadas en la literatura colombiana o que han sido soslayadas o tematizadas mal, como el costumbrismo urbano. Creo que, en ese sentido, la literatura colombiana se encamina hacia ese objetivo, es una reflexión sobre el lenguaje con temas urbanos básicamente, con temas sobre el hombre, pero más reflexión sobre el lenguaje. Antes que la anécdota épica, la cuestión narrativa. Creo que es importante ahora hacer una reflexión sobre la obra misma, sobre la novela, sobre el género. De pronto eso es un problema, porque no es lo más indicado para los novelistas latinoamericanos o para los novelistas colombianos –encasillados en el realismo mágico y en ese tipo de cosas–, no es una cosa que venda fácilmente, no es mercantil, sobre todo porque los europeos lo tienen a uno encasillado.
¿Cómo ve la divulgación que actualmente se hace de la literatura en medios como el nuestro?
Hay que distinguir dos aspectos. El primero son los lectores. No somos lectores, no estamos acostumbrados a leer. Hemos pasado de ser una sociedad pre-moderna oral a ser una sociedad de la imagen. Concretamente, no hemos pasado por la cultura del libro. Los textos que se consumen son absolutamente los textos escolares, como “La rebelión de las ratas”. Creo que ese no es un fenómeno propio de los colombianos solamente, por lo general la literatura sigue siendo una cosa muy reducida realmente.
Pero hay otra cosa, más preocupante, y es que las editoriales no se arriesgan por un autor desconocido o semidesconocido, van a la fija. No arriesgan en un género, por ejemplo en el cuento. No les interese ese tipo de cosas, porque piensan que la gente no lee cuentos, lo cual es mentira. Además, ellos son quienes deben hacer una pedagogía.
Yo me imagino que Borges no habría sido un gran escritor en Colombia, porque como nunca escribió una novela y solamente escribió cuentos, hubiera sido considerado un escritor de segunda. Aquí existe una especie de adoración por el mamotreto, por el libro gordo, el texto corto es considerado una cosa de poco trabajo.
Una de las cosas que me han dicho sobre Lecciones de vértigo es que pudo ser una novela más larga. Pero yo no la quería más larga. El lector ve unas cosas y el escritor sufre y padece otras. Escribir una novela, más que un asunto de talento, es a veces un asunto de nalgas, de cuánto te demoras tú escribiendo un texto y del tiempo que puedes estar sentado en una silla. No es cuestión de talento, sino de fuerza de voluntad más que todo.
Ahora siento que tengo que escribir una novela, pero no por el hecho de escribir una novela en el sentido de la obra maestra y de ese tipo de cosas que ya están tan desvalorizadas. Siento que tengo que escribir una novela como un desafío personal.
¿Cómo ve la falta de crítica que existe para la literatura que se hace en la actualidad?
Yo no podría decir que la crítica no existe, pero sí es bastante reducida. El país, de alguna manera, es un país monológico, un país donde no se permiten disentimientos; entonces, la crítica, cualquier forma de crítica, siempre es mirada como algo de mal gusto, como un oficio subversivo.
El ejercicio de la crítica siempre ha estado reducido a unos ámbitos muy pequeños, y lo que hay en los periódicos son comentarios, reseñas, pero el ejercicio de la crítica no se da con la profundidad y con la seriedad que el oficio amerita.
Hay una crítica que ha florecido dentro de las universidades, hay una especie de vertiente que trata de hacer reflexión sobre la obra, otra que no sería una crítica sino una especie de disección un poco pretenciosa de las obras.
El problema general es que hay una especie de clientelismo cultural, con caciques ya establecidos, muy reconocidos, que manejan ciertos feudos culturales –en poesía, sobre todo– que atomizan y no permiten la reflexión y el diálogo.
Hablemos un poco de lecturas.
Por lo regular, siempre se cita a los mismos escritores. En Lecciones de vértigo yo tengo influencias de pintores, incluso, como el Bosco, como Giotto. Más la influencia de Borges y todo lo que es definitivo en la formación de un escritor: los norteamericanos, los clásicos griegos, el Siglo de Oro español –san Juan de la Cruz, Quevedo–, que son definitivos.
El último escritor que verdaderamente me interesa, que ha ejercido una gran atracción sobre mí, es George Perec, el francés. Calvino señalaba que Perec era el último gran escritor europeo. Tiene una novela que se llama La vida: Instrucciones de uso, que es una experimentación sobre un edificio en París, con la técnica de armar rompecabezas. Es un escritor muy interesante, muy lúcido y muy inteligente. En Francia se le valora por encima de los escritores del Noveau Roman.
Y en música, ¿cuáles son las influencias?
Yo he sido un melómano un poco empírico. No tengo una formación musical, soy aficionado a ese tipo de cosas, pero creo que fue muy importante la formación de la salsa aquí en cartagena, el vallenato y, luego, ciertos clásicos. Particularmente, dentro de los clásicos me gusta mucho Bach.
¿Y el cine y la televisión?
Conocí la televisión muy tarde, realmente. Mi formación fue cinematográfica. Yo conocí primero el cine, aprendí a leer en el cine, vi todo tipo de películas desde muy pequeño en Magangué. Hay muchas películas que me han marcado. Una de ellas es Valeria y los vampiros, que es una película checoeslovaca muy hermosa. Otras películas que cada vez que las presentan yo digo ‘Las voy a ver’ son las de Hitchcock, por el manejo del suspenso y de la tensión.
El proceso, de Orson Welles –a pesar de que, en Los testamentos traicionados, Kundera dice que es una traición a la obra de Kafka– es una película que tiene un manejo soberbio de los espacios, de la fotografía, los laberintos; lo mismo El ciudadano Kane.
El Western y la novela negra también me han interesado. Siempre he querido escribir una novela policiaca, por el enigma y el misterio. Creo que el género policiaco forma mucho al escritor, por el manejo del suspenso, por la forma de captar la atención del lector.
Y, siguiendo con las influencias, ¿hay también influencia del fútbol?
Yo estuve escribiendo una novela sobre un personaje al que le gustaba el fútbol, pero la he abandonado. El fútbol es un tema que me interesa y que está muy ligado a mi formación personal, como pasión.
Pienso que uno debería ir tejiendo la novela como los pases del Pibe Valderrama y, quizá, rematar como brasilero, como Rivelino o como Romario.
El fútbol es una pasión que me viene de la familia, porque cuando yo era pelao mi papá manejaba un equipo de fútbol en Magangué, fue presidente de la liga de fútbol, y nos íbamos al estadio a practicar y a ver jugar el equipo. En el fútbol profesional nos apasionaba el Junior, recitábamos de memora las alineaciones. El fútbol era una forma de vida.
Siempre he querido empezar una novela describiendo el cuarto de un amigo mío, donde estaban pegados aquellos afiches que salían de los equipos, por allá en los setenta, unos jugadores agachados y otros parados. Recuerdo todas las publicaciones deportivas pegadas en el cuarto de tablas, algunas ya amarillas. Más que cualquier otra iconografía, esa es una iconografía que me interesa. El fútbol quedará como la gran religión, el gran rito de este siglo.
¿Cuál es la presencia de espacios como Cartagena y Magangué dentro de su obra?
He pensado en ambos espacios, pero como que todavía no hay una distancia que me atrape. Creo que Cartagena es una ciudad que necesita ser novelada y los intentos que se han hecho, por ejemplo, los de Roberto Burgos, han sido muy buenos: El patio de los vientos perdidos.

Pero hay cosas que todavía no han totalizado la ciudad. Por ejemplo, las parejas que van a las murallas, la ciudad de noche, solitaria. Cartagena es una ciudad que está ahí para ser escrita, todavía no se le ha hincado el diente con decisión.  







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