jueves, 7 de febrero de 2019

Contando bendiciones

La columna de Vivir en El Poblado 
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Hace una semana, cuando publiqué en una red social que la temperatura aquí en Siberia era de 21 grados bajo cero, un amigo me preguntó cómo le hacía para vivir con tanto frío, “tú tan del trópico y caribe”. Le agradecí lo de caribe y respondí que yo también me hacía esa pregunta.
“¿Cómo le hago?”, me venía repitiendo cada vez que emprendía la ceremonia de envolverme en varias capas de ropa, ponerme unas botas aparatosas, enfundarme unos guantes y un gorro, y rodear cuello, nariz y boca con una bufanda. “¿Qué hago aquí?”, me pregunté mientras paleaba la nieve para abrirme camino, sintiendo que el rostro se quemaba y –a pesar de los guantes– los dedos ardían. “¿Cómo llegué a estas lejuras?”, me dije cuando resbalé en el hielo y me lastimé el hombro. “¿Qué oscuro designio me trajo a estas tierras?”, me pregunté mientras esperaba a que el auto se descongelara para ir al hospital. 

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