La columna de Vivir en El Poblado
Hace una semana, cuando
publiqué en una red social que la temperatura aquí en Siberia era de 21 grados
bajo cero, un amigo me preguntó cómo le hacía para vivir con tanto frío, “tú
tan del trópico y caribe”. Le agradecí lo de caribe y respondí que yo también
me hacía esa pregunta.
“¿Cómo le hago?”, me venía
repitiendo cada vez que emprendía la ceremonia de envolverme en varias capas de
ropa, ponerme unas botas aparatosas, enfundarme unos guantes y un gorro, y rodear
cuello, nariz y boca con una bufanda. “¿Qué hago aquí?”, me pregunté mientras
paleaba la nieve para abrirme camino, sintiendo que el rostro se quemaba y –a
pesar de los guantes– los dedos ardían. “¿Cómo llegué a estas lejuras?”, me
dije cuando resbalé en el hielo y me lastimé el hombro. “¿Qué oscuro designio
me trajo a estas tierras?”, me pregunté mientras esperaba a que el auto se
descongelara para ir al hospital.
Ay, hombe!
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