Paul de
Man (Bélgica 1919–Connecticut 1983) fue un autor de gran influencia en la teoría literaria desde
sus cursos en Cornell (1960-66), John Hopkins (1967-70) y Yale (1970-83) y, a
partir de los años setenta, a través de artículos que han sido asociados con el
Decostruccionismo (Deconstruction) pero que pueden ser mejor
caracterizados como “lectura retórica” (“rhetorical reading”). El trabajo de De
Man se enfoca en la lectura como si esta misma surgiera del carácter retórico
de cada texto: su posibilidad de tener un sentido figurado, así como un sentido
literal*.
Para De Man, la
Teoría de la Autobiografía está plagada de preguntas y aproximaciones
recurrentes en la que se dan como ciertas afirmaciones muy problemáticas sobre
el discurso autobiográfico.
Uno de los
problemas es intentar definir y hablar de autobiografía como si fuera un género
literario entre otros. Al hacer esto se eleva su estatus literario desde mera
crónica, reportaje o memoria y se le sitúa entre los géneros mayores. Para de
Man, la autobiografía desentona en ese lugar, aparece como falta de reputación,
autoindulgente, lo que es un síntoma de su ubicación errónea.
Los intentos de
definición del género se han servido de preguntas desatinadas e imposibles de
responder. ¿Cuándo empezó? ¿Puede escribirse en verso? Otro intento de
delimitación, que tampoco resuelve la cuestión, se da al confrontar la autobiografía
con la ficción: “La autobiografía parece depender de hechos reales y potencialmente
de una manera menos ambivalente a como ocurre con la ficción” (De Man, 68).
Parece pertenecer a
un modo más simple de referencialidad, de representación y de diégesis. Puede
contener montones de fantasmas y de sueños, pero estas desviaciones de la
realidad permanecen arraigadas en un sujeto singular cuya identidad es definida
por la presencia de su propio nombre.
De Man se pregunta:
“Pero, ¿estamos tan seguros de que la autobiografía depende de sus referencias
como la fotografía de su objetivo o una pintura realista de su modelo?”
De Man elimina la
relación causa efecto. Se desplaza desde la opción fácilmente aceptable de que
la vida produce la autobiografía, y se pregunta si no es justo considerar que
el proyecto autobiográfico puede producir y determinar la vida.
Parece que la
distinción entre ficción y autobiografía es imposible de nombrar o precisar
(indecidibilidad). Después de considerar esas limitaciones, de Man aventura una
definición: “La autobiografía no es un género o una moda, sino una figura de
lectura o de entendimiento que ocurre, en algún grado, en todos los textos”
(70).
Pero, apenas
parecemos afirmar que todos los textos son autobiográficos, debemos decir que
ninguna lo es o puede serlo. La autobiografía muestra la imposibilidad de cierre
o clausura (closure) y de totalización de todo sistema textual hecho de
sustituciones tropológicas.
“Pues, justo –como
autobiografía– por su insistencia temática en el sujeto, en el nombre propio,
en la memoria, el nacimiento, el eros y la muerte, y debido a su carácter doble
de reflejo especular, declara abiertamente su constitución cognitiva y retórica
(por medio de tropos o lenguaje metafórico), y a la vez está igualmente ávida
de escapar al carácter coercitivo de ese sistema” (71).
De Man cita a Lejeune, quien insiste obstinadamente en que
la identidad de la autobiografía no es sólo representacional y cognitiva sino
contractual. “De figura especular del autor, el lector se hace juez, el poder
policial a cargo de verificar la autenticidad de la firma y la consistencia del
comportamiento del firmante, en cuanto a si cumple o incumple el acuerdo
contractual que ha firmado”.
El estudio de la
autobiografía está atrapado en un doble movimiento, la necesidad de escapar de
la tropología del sujeto y la igualmente inevitable reinscripción de esta necesidad
dentro de un modelo especular de cognición.
De Man ilustra esa
abstracción mediante la lectura de un texto de Wordsworth “Ensayo sobre
epitafios”. Se apoya en ese texto para demostrar que el discurso autobiográfico
es un discurso de autorenovacion, de autorestitución (selfrestoration).
Centra su reflexión
en el concepto de prosopopeya (prosopopeia), “figura dominante del
discurso autobiográfico”, una figura de discurso en la que una persona ausente
es representada como hablando o una persona muerta como viva y presente.
El uso de la prosopopeia
(“The fiction of the voice-from-beyond-the-grave”), es una de las anomalías del
texto autobiográfico, pues lo convierte en un texto ficticio. Wordsworth lo
advierte constantemente y plantea una opción mejor, la del sobreviviente que
habla en su propio nombre. Pero De Man afirma que este desplazamiento
reintroduce la figura de la prosopopeya, pero bajo la ficción de discurso
dirigido (address).
En tanto que el
lenguaje es figura (o metáfora o prosopopeia) este no es la cosa en sí
misma, sino su representación, la pintura de la cosa y, como tal, es silencioso.
En escritura
dependemos de este lenguaje, todos somos no silenciosos, lo que implica la
posible manifestación de sonido a nuestra propia voluntad, pero silencioso como
una pintura, esto es “eternamente privado de voz y condenado al mutismo” (80).
En cuanto
entendemos la función de la prosopopeya como posicionamiento de voz o rostro
por medio del lenguaje, también entendemos que aquello de lo que estamos
privados no es la vida sino la forma y el sentido de un mundo sólo accesible en
la forma privada del entendimiento.
La autobiografía
crea un dilema lingüístico en el que restaura la mortalidad (la prosopopeya de
la voz y el nombre), y priva y desfigura hasta el punto preciso en que renueva.
La autobiografía pone un velo al descubrimiento del entendimiento y es, a su
vez, la causa de ese velo.
* Sobre “Autobiography
As De-Facement”, de Paul de Man. Publicado en The Retoric of Romanticism.
NY: Columbia, 1984.
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