domingo, 22 de marzo de 2020

La autobiografía como desfiguración


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Paul de Man (Bélgica 1919–Connecticut 1983) fue un autor de gran influencia en la teoría literaria desde sus cursos en Cornell (1960-66), John Hopkins (1967-70) y Yale (1970-83) y, a partir de los años setenta, a través de artículos que han sido asociados con el Decostruccionismo (Deconstruction) pero que pueden ser mejor caracterizados como “lectura retórica” (“rhetorical reading”). El trabajo de De Man se enfoca en la lectura como si esta misma surgiera del carácter retórico de cada texto: su posibilidad de tener un sentido figurado, así como un sentido literal*.
Para De Man, la Teoría de la Autobiografía está plagada de preguntas y aproximaciones recurrentes en la que se dan como ciertas afirmaciones muy problemáticas sobre el discurso autobiográfico.
Uno de los problemas es intentar definir y hablar de autobiografía como si fuera un género literario entre otros. Al hacer esto se eleva su estatus literario desde mera crónica, reportaje o memoria y se le sitúa entre los géneros mayores. Para de Man, la autobiografía desentona en ese lugar, aparece como falta de reputación, autoindulgente, lo que es un síntoma de su ubicación errónea.
Los intentos de definición del género se han servido de preguntas desatinadas e imposibles de responder. ¿Cuándo empezó? ¿Puede escribirse en verso? Otro intento de delimitación, que tampoco resuelve la cuestión, se da al confrontar la autobiografía con la ficción: “La autobiografía parece depender de hechos reales y potencialmente de una manera menos ambivalente a como ocurre con la ficción” (De Man, 68).
Parece pertenecer a un modo más simple de referencialidad, de representación y de diégesis. Puede contener montones de fantasmas y de sueños, pero estas desviaciones de la realidad permanecen arraigadas en un sujeto singular cuya identidad es definida por la presencia de su propio nombre.
De Man se pregunta: “Pero, ¿estamos tan seguros de que la autobiografía depende de sus referencias como la fotografía de su objetivo o una pintura realista de su modelo?”
De Man elimina la relación causa efecto. Se desplaza desde la opción fácilmente aceptable de que la vida produce la autobiografía, y se pregunta si no es justo considerar que el proyecto autobiográfico puede producir y determinar la vida.
Parece que la distinción entre ficción y autobiografía es imposible de nombrar o precisar (indecidibilidad). Después de considerar esas limitaciones, de Man aventura una definición: “La autobiografía no es un género o una moda, sino una figura de lectura o de entendimiento que ocurre, en algún grado, en todos los textos” (70).
Pero, apenas parecemos afirmar que todos los textos son autobiográficos, debemos decir que ninguna lo es o puede serlo. La autobiografía muestra la imposibilidad de cierre o clausura (closure) y de totalización de todo sistema textual hecho de sustituciones tropológicas.
“Pues, justo –como autobiografía– por su insistencia temática en el sujeto, en el nombre propio, en la memoria, el nacimiento, el eros y la muerte, y debido a su carácter doble de reflejo especular, declara abiertamente su constitución cognitiva y retórica (por medio de tropos o lenguaje metafórico), y a la vez está igualmente ávida de escapar al carácter coercitivo de ese sistema” (71).
De Man cita a Lejeune, quien insiste obstinadamente en que la identidad de la autobiografía no es sólo representacional y cognitiva sino contractual. “De figura especular del autor, el lector se hace juez, el poder policial a cargo de verificar la autenticidad de la firma y la consistencia del comportamiento del firmante, en cuanto a si cumple o incumple el acuerdo contractual que ha firmado”.
El estudio de la autobiografía está atrapado en un doble movimiento, la necesidad de escapar de la tropología del sujeto y la igualmente inevitable reinscripción de esta necesidad dentro de un modelo especular de cognición.
De Man ilustra esa abstracción mediante la lectura de un texto de Wordsworth “Ensayo sobre epitafios”. Se apoya en ese texto para demostrar que el discurso autobiográfico es un discurso de autorenovacion, de autorestitución (selfrestoration).
Centra su reflexión en el concepto de prosopopeya (prosopopeia), “figura dominante del discurso autobiográfico”, una figura de discurso en la que una persona ausente es representada como hablando o una persona muerta como viva y presente.
 “La prosopopeya es el tropo de la autobiografía, por el cual el nombre de uno se hace tan inteligible y memorable como un rostro”. De Man habla de ponerse y quitarse rostros, figuras, de figurar y desfigurar (deformar, tergiversar).
El uso de la prosopopeia (“The fiction of the voice-from-beyond-the-grave”), es una de las anomalías del texto autobiográfico, pues lo convierte en un texto ficticio. Wordsworth lo advierte constantemente y plantea una opción mejor, la del sobreviviente que habla en su propio nombre. Pero De Man afirma que este desplazamiento reintroduce la figura de la prosopopeya, pero bajo la ficción de discurso dirigido (address).
En tanto que el lenguaje es figura (o metáfora o prosopopeia) este no es la cosa en sí misma, sino su representación, la pintura de la cosa y, como tal, es silencioso.
En escritura dependemos de este lenguaje, todos somos no silenciosos, lo que implica la posible manifestación de sonido a nuestra propia voluntad, pero silencioso como una pintura, esto es “eternamente privado de voz y condenado al mutismo” (80).
En cuanto entendemos la función de la prosopopeya como posicionamiento de voz o rostro por medio del lenguaje, también entendemos que aquello de lo que estamos privados no es la vida sino la forma y el sentido de un mundo sólo accesible en la forma privada del entendimiento.
La autobiografía crea un dilema lingüístico en el que restaura la mortalidad (la prosopopeya de la voz y el nombre), y priva y desfigura hasta el punto preciso en que renueva. La autobiografía pone un velo al descubrimiento del entendimiento y es, a su vez, la causa de ese velo.
 
* Sobre “Autobiography As De-Facement”, de Paul de Man. Publicado en The Retoric of Romanticism. NY: Columbia, 1984.

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