domingo, 12 de diciembre de 2021

La mujer biblioteca


Ya están disponibles en Amazon los dos tomos de la novela

La mujer biblioteca



El hallazgo de unos viejos manuscritos nos abre las puertas al paisaje de América, desde sus primitivos habitantes hasta el siglo XXI, pasando por los peregrinos del Mayflower, la Guerra Civil, la lucha por los derechos civiles, la Gran Depresión y las dos grandes guerras del siglo XX. 

Marilla Waite Freeman, la luz que ilumina el relato, viene del más allá. 

Su mensaje de amor por los libros y por la vida bien vivida sigue siendo vigente y necesario.


 “We didn’t see it coming. 

The Great American Novel has been written in Spanish” 

(No la vimos venir. La gran novela americana ha sido escrita en español”).

Stephen Bishop. Worldview Today.



 Quizá sea más preciso decir que esta historia empieza con el origen del universo y termina con un eclipse a comienzos del siglo XXII. La poesía y el cine se toman grandes pasajes de este segundo tomo de la historia de Marilla Waite Freeman. 

Cleveland y New York son dos de los escenarios de las últimas décadas de su vida. 

Después, el olvido hace su parte para mantener oculta por un tiempo a la “cazadora de cabezas”.

Pero su brillo resulta inocultable y, con el tiempo, encuentra su camino hasta nosotros.

 

“Marilla es un tremendo personaje. ¡Una estrella de Rock! Deberíamos llevar camisetas estampadas con su imagen”.  

Margaret Baughman


domingo, 5 de diciembre de 2021

Ya viene Marilla

El libro sobre Marilla Waite Freeman tenía que aparecer en el año de Dante y las bibliotecas. También tenía que aparecer en dos tomos, porque recortarlo más sería una insensatez.

Ediciones El Pozo publicará muy pronto La mujer biblioteca, la historia de esta "diosa adorable e infinitamente maternal", como la llamaría Floyd Dell.



De la contraportada del Tomo 1

El hallazgo de unos viejos manuscritos nos abre las puertas al paisaje de América, desde sus primitivos habitantes hasta el siglo XXI, pasando por los peregrinos del Mayflower, la Guerra Civil, la lucha por los derechos civiles, la Gran Depresión y las dos grandes guerras del siglo XX.

 Marilla Waite Freeman, la luz que ilumina el relato, viene del más allá. Su mensaje de amor por los libros y por la vida bien vivida sigue siendo vigente y necesario.

 


De la contraportada del Tomo 2

 

Cleveland y New York son los dos grandes escenarios de las últimas décadas de la vida de Marilla. Después, el olvido hace su parte para mantener oculta por un tiempo a la “cazadora de cabezas”.

Pero su brillo resulta inocultable y, con el tiempo, encuentra su camino hasta nosotros.







sábado, 4 de diciembre de 2021

El espermatozoide peripatético

Cuando hacía mi investigación para escribir Un ramo de nomeolvides, el testimonio de Carlos Alemán Zabaleta me ofreció una rica variedad de detalles sobre los inicios de García Márquez en Cartagena de Indias. Con este fragmento celebro agradecido su vida bien vivida.


Carlos Alemán Zabaleta


Años después, frente a la turba enfurecida que acabaría con su vida y con la de su padre, el poeta Óscar Delgado había de recordar la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Santa Ana era un pueblo en decadencia desde el momento en que el río comenzó a marcharse. Tal como sucedía con Mompox, Santa Ana había visto secarse ese brazo de agua que por años le había traído noticias, personalidades y vestidos, espejos de cristal de roca y vitrolas que en las noches empezaron a acobardar a los grillos.

En pocos años Mompox y Santa Ana serían poblaciones encalladas en el tiempo. Ya a sus puertos no llegaban siquiera los grandes inventos. Había que mandarlos a traer de una Magangué ahora próspera y sorprendida ante el enriquecimiento del brazo de río que le correspondía.

Sintiendo ya el aliento de la muerte, esa joven promesa de las letras lloró de tristeza por la vida, por el odio, por el fuego, por el ciego y furioso país que le había correspondido. Y recordó la frustración de aquella tarde lejana en que su padre lo llevó a conocer el hielo y no pudo conocerlo.

Recordó la mañana y los preparativos. El orgullo de su padre, el patricio don Temístocles Delgado, frente al espejo, cuidando cada detalle de su mejor traje.

Recordó la terrible expectativa de todos frente al agua. La ansiedad por ver llegar la lancha con el más grande invento de todos los tiempos, un mágico misterio al que llamaban el hielo.

Las personas que esperaban en la orilla estuvieron a punto de irse de bruces al agua cuando la lancha se asomó en el extremo del río.

Pronto supieron que aquello, lo que fuera, ese invento mezclado con brujería, estaba en la única caja que venía en la lancha. Cuatro hombres bajaron la caja y esperaron nuevas órdenes sin ponerla en el suelo.

Don Temístocles Delgado se abrió paso entre la muchedumbre, sonriente y erguido, y siguió hasta la plaza principal, saludando a todo el que encontró a su paso, seguido por los hombres de la caja. A la entrada del Concejo Municipal de Santa Ana dio instrucciones para que llevaran la caja al patio y esperó la llegada de sus invitados.

El soldado que estaba junto a la puerta tenía órdenes de no dejar entrar curiosos por el momento. Le habían dicho que sólo entrarían las personas importantes. A un lado de la puerta, don Temístocles saludó con deferencia a las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, quienes no se habían hecho esperar. Cuando todos entraron, don Temístocles acarició el cabello de su hijo y lo empujó suavemente en la espalda para que entrara a la casa.

Óscar Delgado nunca olvidó la tensa solemnidad con que todos esos hombres esperaron el momento de abrir la caja. Antes de abrirla, su padre improvisó un lento discurso para jugar con los nervios de su distinguido público.

“Señores”, había dicho. “Si Santa Ana no va al progreso, que el progreso venga a Santa Ana”.

El grupo miraba desconcertado la caja. Óscar Delgado observó la quietud presta al salto del obrero que la abriría en cuanto lo ordenara don Temístocles. Pensó en ese misterio agazapado y siguió las palabras de su padre.

“Mi gran amigo, don David Puccini, de la Casa importadora ‘Puccini y Puccini’, de la vecina población de Magangué, acaba de hacerme llegar el más grande invento de la humanidad. Su nombre es ‘hielo’ y enseguida lo veremos”.

Don Temístocles hizo un gesto a su empleado y éste procedió a abrir la caja. Como rompiendo briznas de hierba, el hombre arrancó las tres tablas de la parte de arriba y empezó a retirar manotadas de aserrín, primero secas, después mojadas.

El empleado estuvo arrojando aserrín mojado hasta que llegó al final de la caja. Tanteó el fondo por todos sus rincones y se volvió triste y avergonzado.

Todos, incluido don Temístocles, lo miraron con ojos desconcertados.

El hombre tardó en decir:

“Don Temi, tengo algo que decirle. Ese maldito animal se mió y se fue”.

Poco antes del momento de su muerte, Óscar Delgado recordó los detalles de esa tarde. Doblegado por los golpes, comprendió que no sería el escritor que había soñado, que no hablaría de la vida con sus versos encantados.



 

* * *

 

“Don Temístocles Delgado era un hombre del carajo”.

Carlos Alemán está de pie, frente al bar-biblioteca de su apartamento en Bogotá. Tiene en la mano una botella de whisky y llena dos vasos. Su aspecto es el más desenfadado y sus canas las más blancas.

“Tenía inteligencia y pantalones. Era bravo, la bravura lo llevó a la muerte. Murió el mismo día que su hijo Óscar. ¿Con agua o con hielo?”.

“Con agua”.

Carlos Alemán vuelve a sentarse en la silla de la sala, entrega un vaso al periodista, sonríe, bebe un sorbo, se pone cómodo y sigue recordando.

“Gabito se reía mucho cuando yo le contaba la historia del hielo. Después aprovechó, en parte, esa historia. La novela es eso, lo que produce el pueblo”.

Carlos Alemán es un hombre de feliz anonimato. Si de algo se enorgullece en su vida es de haber contribuido a preservar la obra del joven poeta Óscar Delgado.

 “Delgado murió el 11 de abril de 1937. Una turbamulta los asesinó a él y a su padre. Ahí empezó la violencia liberal.

“Óscar era un genio. Cuando murió, Hernando Téllez se preguntaba cómo es posible que un pueblo que dura 200 años queriendo forjar un hombre, cuando lo consigue lo asesina.

“Gabito tiene una inmensa admiración por Óscar, lo ha leído”.

La noche bogotana es menos fría con un whisky entre pecho y espalda. Es el primer encuentro personal y Carlos Alemán se siente a gusto recordando viejos tiempos.

 

* * *

 

La primera conversación fue por teléfono. La voz es ronca y amena.

“A Gabito lo conocí en Sucre –su pueblo de adopción–, en desarrollo de una campaña política, la última que permitió el gobierno dictatorial de Ospina Pérez. Recordemos que ese mandatario cerró brutalmente el Congreso y la Asamblea, a finales del 49.

“En asocio con Argemiro Martínez Vega, Ramiro De la Espriella, Felipe Paz y Jacobo Casij, llegamos en varias lanchas hasta esa población. En medio de la multitud que saludaba nuestro arribo desde las barracas, se destacaba un hombre de exótica vestimenta: tenía albarcas trespuntás, un pantalón negro y una camisa amarilla. Yo le pregunté a Ramiro: ‘Quién es ese papagayo’, y él me contestó: ‘Es Gabito’.

“Así fue como lo conocí, desde lejos. Era muy notorio con esa indumentaria, todo el mundo con vestido caqui y camisas de dril y él con un pantalón negro, tal vez vestigio de su indumentaria bogotana, una camisa amarilla y unas albarcas.

“Yo ya tenía idea de quién era Gabito porque me habían hablado mucho de él como escritor, sobre todo un amigo de Sucre, hoy médico, Domingo Vega. Así que, cuando Ramiro me dijo que era él, nos bajamos de la lancha y nos abrazamos. Gabito era un hombre de una avasallante simpatía. Era un muchacho, tenía 21 años y era muy vivo y extrovertido.

“En esa época había una gran mística liberal. Ese día en Sucre hubo manifestaciones, comidas, y al día siguiente partimos, acompañados por Gabito, por toda la Mojana, hasta llegar a Majagual. Eso fue una cosa sensacional, porque el río no estaba muy crecido y los campesinos dejaban sus cultivos y se acercaban a las orillas para saludar, con machetes y banderas liberales, el paso de las lanchas. Llevábamos tres lanchas y en cada una iba una papayera. Llevábamos trago. Llevábamos banderas. Eso fue sensacional.

“La violencia la vivíamos en forma despreocupada. Nos rondaba y nosotros la tomábamos con sentido deportivo. No nos dábamos cuenta de que estábamos en el filo de la navaja.

“En Majagual nos atendió el jefe político, Alipio Quintero, un hombre muy rico que tenía una segadora de arroz. En nuestro honor hizo una gran comida y un baile en su casa y, para el pueblo, un fandango en la plaza.

“Ramiro sacó una vieja del fandango y la coronó reina, con discurso y todo. Eso fue como en abril o mayo, porque las elecciones fueron en junio.

“Con el equipo hay una anécdota. Argemiro Martínez, Ramiro De la Espriella, Felipe S. Paz, Gabito y yo fuimos a pedirle garantías al gobernador Ramón P. de Hoyos. Salimos con el rabo entre las piernas. Nos dijo: ‘Ustedes lo que están es nerviosos’.

“Después, cuando vinieron las elecciones y quedé como diputado, yo me fui para Bogotá. Regresé a Cartagena en octubre, a la instalación de sesiones. Allí me volví a encontrar con Gabito. Estaba trabajando en El Universal y nuestra amistad se consolidó más, sobre todo a través de Óscar De la Espriella, porque Ramiro estaba en Bogotá.

“A mi regreso a Cartagena solíamos reunirnos en el hotel Virrey. Ése se acabó, era de unos señores Bechara. Ahí nos reuníamos y hacíamos tertulias a la hora del almuerzo, encabezadas siempre por el maestro Zabala. Zabala vivía en otro hotel, pero en el Virrey ‘tomaba los alimentos’, como se decía en esa época. El dueño lo recibía con mucho respeto.

“Zabala era, más que un periodista, un erudito y, sobre todo, un gran melómano. Influyó mucho en Gabito, en su estilo y en el rigor de la palabra y la gramática. Era un educador levantado en el periodismo, primero en el Diario Nacional, del general Herrera, y después en La Nación de Barranquilla.

“La prosa de Zabala era una cosa extraordinaria. Físicamente era un indio, un hombre gordo, de mediana estatura y muy parco en el hablar, pero cuando lanzaba un juicio era profundo, no se disipaba en conceptos. Zabala, más que todo, escuchaba. Tal vez por su misma timidez el viejo ha permanecido desconocido.

“Recuerdo que, alrededor de Zabala, nos reuníamos Óscar, Rojas Herazo, Ibarra Merlano, Gabito y yo. Como era una etapa de mucha agitación política, el tema principal era la política.

“Después, yo me fui para donde mi familia en Barranquilla. Gabito llegó unos días después y empezó a escribir unas columnas en El Heraldo. En Barranquilla nos encontrábamos en el café Happy –que fue el embrión de la Cueva– y allí nos reuníamos con el maestro José Félix Fuenmayor –autor de Cosme, la primera novela urbana del país– , su hijo Alfonso, Ramón Vinyes, Bob Prieto –que es un poco olvidado cuando mencionan a los personajes de la Cueva, un ser extraordinario, erudito, gran pianista, se suicidó–, Rafael Marriaga, Alejandro Gutiérrez Ripoll y ‘Figurita’, un pintor que hizo parte del Grupo de Barranquilla. Pero, más que de literatura, en esas reuniones se hablaba de política; como ya había comenzado la dictadura de Ospina, entonces el tema era ese.

“Como en mayo del 50, yo regresé a Bogotá. Ese mismo año Gabito me escribió una carta que todavía conservo, allí está la génesis de toda su novelística. Esa carta yo se la regalé a Mario Alario Di Filippo, un jurista momposino que fue miembro de la Corte Suprema de Justicia y profesor de Gabito en los pocos meses que estuvo estudiando Derecho en Cartagena. Se la regalé el Jueves Santo de 1951 en Mompox. Di Filippo la tuvo como quince años y un día me la regresó, me dijo que era yo quien debía tenerla. Murió muy joven, apenas maduro.

“Esa carta… Un momentico a ver si la encuentro por aquí”.

Carlos Alemán se aleja del teléfono. Es una sensación extraña oír los ruidos de un lugar que no se conoce. En la oscuridad de los oídos alguien abre cajones, revisa papeles.

Como la búsqueda se prolonga, Carlos Alemán vuelve al teléfono.

“Esa carta...”, dice. “Un momentico a ver si me la encuentro por aquí. Yo esa carta la conservo. Sí… sí, aquí la tengo. Eso fue en el 50, él me la mandó aquí a Bogotá, está escrita sin punto y sin coma.

“La vaina es que Gabito ahora dice que sus cartas las están vendiendo y que él no vuelve a escribir porque las han convertido en mercancías. Yo no quiero que de pronto venga a creer... Es una carta extraordinaria. Yo te mando una copia.

“Mario Alario era un intelectual connotadísimo, hablaba varios idiomas, conocía toda la literatura, sobre todo la del Siglo de Oro, tuvo un gran aprecio por Gabito. Creo que fue el único profesor que lo apreció en Cartagena. El profesor de Derecho, Augusto Tinoco, lo hostigaba; otro profesor, de Derecho Civil, Nacho Vélez, también lo perseguía”.

Gabito no iba mucho a clase pero hablaba mucho afuera con Alario, especialmente en la heladería Americana. Alario tenía una gran admiración por Gabito. Un día que me encontré con Mario en Mompox le regalé esta carta con una dedicatoria al respaldo, dice: ‘Mario...’ ”, Carlos Alemán se interrumpe, agrega: “No entiendo ni mi letra: ‘Mario, tú eres quien merece tener esta carta’. La tuvo como quince o veinte años”.


 


Mario Alario Di Filippo

* * *

 

“Como te digo, en Cartagena Óscar fue el más amigo de Gabito. Nos reuníamos en su casa de la calle Segunda de Badillo –ellos tenían una magnífica biblioteca– y allí se encerraba Gabito a leer, leía mucho sobre la historia del país.

“Por ahí tengo una carta de Óscar –si la encuentro te la mando–, en la que habla de un episodio que vivimos con Gabito, con una vieja.

“El ex amante de la dueña del prostíbulo llegó a reclamarle el hijo. Pero ella tenía de amante en ese momento a un ‘chulavita’. El padre del niño iba a formar un abaleo y todos salimos corriendo de la casa: Gabito –que es más cobarde que el carajo–, la caravana de putas, Óscar y yo.

“Eso era lejísimos, amanecimos caminando y Gabito llevaba en su brazo el perrito de su compañera. En la carta, Óscar me prometía que iba a escribir una novela con eso. Todo eso fue un episodio que hoy se ve risible pero que en su momento fue miedoso.

“El otro cuento fue una vez, en otro establecimiento de esos, también con Óscar y Gabito. Como yo era diputado a la asamblea y tenía buenos emolumentos contraté a unos músicos para que tocaran cien piezas bailables. Los músicos no sabían lo que les esperaba. Como en la canción 85 querían darse por vencidos pero nosotros insistimos en que siguieran. Al final terminamos cantando nosotros. Gabito era el que mejor cantaba, tenía muy buena voz.

“Después de vernos esporádicamente en Barranquilla, dejamos de vernos por largo tiempo. Antes del premio Nobel me encontré con él en una reunión de solidaridad con los salvadoreños. Después del Nobel lo encontré en un acto académico, cuando le dieron a Otto Morales su distinción como miembro de la Academia de la Lengua, pero Gabito iba rodeado de detectives y de guardaespaldas. Nos saludamos desde lejos. Él empleó una vieja expresión del grupo de Barranquilla: ‘Cómo están de viejos los jóvenes Alemanes’.

“La historia de esa frase es que, por allá en el cincuenta, en Barranquilla, íbamos los tres hermanos Alemán –Alejandro, Rafael Enrique y yo– caminando con Gabito y nos cruzamos con un momposino de apellido Acuña. Al vernos tan canosos –porque fuimos canosos desde muy jóvenes– Acuña dijo: ‘Cómo están de viejos los jóvenes Alemanes’. Esa vaina a Gabito le hizo mucha gracia y la repite cada vez que volvemos a encontrarnos.

“No es que la amistad haya terminado, sino que ha languidecido, desde luego, por razones obvias”.

 




* * *

 

Bogotá, diciembre 19\94

Anexo la carta de Gabito de 1950. Próximamente si consigo un soneto que le dedicó a Hernando Mathieu, un amigo de su cuerda sucreña, te lo remitiré. Es una verdadera primicia. Ojalá desde su altura olímpica no lance rayos de admonición contra quienes escrutan su juventud.

 Abrazos.

Carlos Alemán

 

* * *

 

La carta tiene un encabezamiento manuscrito:

notengoladireccióndejuanbteenvíounacartaparaél.

El resto está escrito a máquina.

alemán escribo para contestarte el disparate epistolar que a tu vez me escribiste como estoy demasiado ocupado creo que no tendré tiempo de poner puntos comas puntoycomas y demas signos ortograficos en esta carta dificilmente tengo tiempo para poner las letras lastima que no exista la telepatia para contestarte por telepatico correo que debe ser el mejor puesto que no podria estar sometido a la censura como ya sabes estamos semanalmentehaciendocronica lo que no nos da tiempo para hacer incursiones en busca de yerbajos estupefacientes así que por lo pronto vas a tener que conformarte con picha de caiman común y corriente mientras quiebra cronica y podemos regresar a nuestros predios del hijo de la noche aurelianobuendía te manda saludes igualmente su hija remedios medio puta que se salió al fin con el vendedor de maquinas singer el otro hijo tobias tambien se metió a policía y los mataron así que solo queda la niña que no tiene nombre ni lo tendra sino a quien todos llamaran simplemente la niña todo el dia sentada en su mecedor oyendo el gramafono que como todas las cosas de este mundo se dañó y ahora se creo el problema en la casa porque lo único que sabe de herrería en el pueblo es un zapatero italiano que nunca en su vida ha visto un gramofono zapatero va a la casa y trata de martillarcomp­onerremendar cuerda inutilmente mientras tanto muchachito del agua yendoentrandoechando­agua­silbando­piezas gramofo en cada casa a ido diciendogramo­fonocoronel aureliano se dañó esa misma tarde gente ha corrido vestirsecerrapuerta­s­ponersezapatospeinarse para ir a casa del coronel éste por su parte no esperaba visita pues gente del pueblo no había vuelto a su casa en quince años desde cuando se negaron enterrar cadaver gregorio por miedo a la policía y coronel insulto curas pueblo copartidarios retirose concejo y encerrose en su casa de tal suerte que solo quince años despues cuando se dañarevientacuerda el gramofono la gente vuelve a la casa y coge al coronel y a su esposa doña soledad comple­ta­mente desprevenidos para que niña no llore tiene que cantarle toda la gente del pueblo las canciónes del gramofono y doña soledad se sorprende que todo el mundo sepa las piezas del gramofono sin haber ido a la casa y se descubre que era muchachito del agua quien había ido de casa en casa silbandocantando piezas para que todo el mundo las aprendiera también se sabe otras mujeres casavecineando–poniendooido contra paredes casa coronel lograron oir piezas gramofo y aprenderlas tu sabes que quince años nadie habia querido enterrar a gregorio que era esclavo del coronel y éste lo enterró solo en el patio bajo el almendro mitadvivomita­d­muerto ­cuando ya el muerto se le habia podrido dentro de la casa pero cerro puertas y gritó cuando alguien venga a esta casa le daré agua envenenada para cuando llegaran atrevidas visitas como nadie fue la casa se llenó con el silencio que en quince años guardaron dentro de ella todas las gentes del pueblo que no fueron y coronel ha jurado nunca saldrá de su casa y cuando la casa se estaba cayendo su esposa le dijo aureliano salgamos que la casa se está derrumbando y ál dijo no se derrumbará mientras yo esté vivo y su esposa dijo pero si está cayendose y el volvió a decir no se caerá mientras yo este vivo y se muere y lo llevan a enterrar y cuando ya la gente venia de regreso del cementerio la casa se cayó y eso está muy bien son vainas durante toda la noche en que se daña el gramofono la gente habla de cosas dentro de la casa y es eso lo que hace que la casa se caiga porque el silencio era tan viejo que estaba duro y lo suficientemente fuerte como para no permitir el paso de los ruidos y entonces como los ruidos eran de mucha gente se estableció una lucha y se rompieron las paredes entre la gente que está en la casa hay dos carpinteros que discuten a lo largo de cuarenta y siete páginas sobre cómo se debe hacer una jaula y hay una mujer a quien doña soledad la esposa del coronel no conoce y cada vez que va a hablarle alguien se interpone entonces sucede que la mujer pasa toda la noche en un rincón sin hablar con nadie y cuando doña soledad apenada logra llegar donde ella ya está amaneciendo y la gente se vá está bueno son vainas son vainas tu sabes que como el hijo se mete a policía cuando la policía trae el entierro del hijo del coronel éste está sentado a la puerta como todos los días y cuando ve venir el entierro le tira las puertas en la casa está bueno son vainas es como si eso sucediera en mompos bueno eso es para que veas como va el novelon en cuanto a lo demas te dire que german alfonso figurita pasamos la vida hablandoescribiendopensando­ha­cien­­d­ocronica pero no ya como antes bebiendoputeando­fumando­cigarrillos–yerba porque la vida no puede ser esa si no te gusta virginia te vas al carajo a ramiro le gusta y sabe de novela más que tu así que te vas al carajo dile a ramiro que yo le debo carta pero que me escriba que en diciembre pido vacaciones en cronica y me tiene que guardar puesto en el apartamento don ramón se fue y escribió todos estamos bien tito brinqueit eduard putieit veijo fuenmayor hecho un berraco todos te saludamos y te deseamos felicespascuas­prospero año nuevo tu amigo que mucho te estima gabito

 

* * *

 

“Esa vaina sobre el silencio es una verraquera”.

El segundo whisky empieza a menguar. Carlos Alemán ha traído el original de la carta, está entre protectores de plástico. Es un papel muy delgado. Las palabras manuscritas fueron hechas con lápiz.

“Lo de picha e' caimán era porque así le decíamos al Pielroja. Tito Brinqueit era Tito Fuenmayor, que cuando se sentía engañado decía: ‘Me siento brinqueit’. El ‘Hijo de la noche’ era una casa de putas”.

Deja la carta en la mesa de la sala. Vuelve a ponerse cómodo.

“Mario Alario decía, a fines del 49, que Gabito era un genio. Él fue quien le dio la plata para irse a Barranquilla.

“Alario Di Filippo era un hombre bien plantado, fornido, de padres italianos. Murió en Mompox, donde había llegado a pasar vacaciones. Fue el último momposino importante. Era gran orador, filósofo, fue miembro de la Academia de la Lengua, fue magistrado de la Corte. Hablaba latín, italiano, traducía del inglés y del francés, era un purista del lenguaje. Era esquivo a los grupos.

“Después de quince años, cuando me devolvió la carta de Gabito que yo le había regalado, me dijo: ‘Te fijas, Carmán, que Gabito va a ser lo que decíamos’”.

Carlos Alemán sonríe, intenta ponerse de pie, el whisky ya va ganando.

“Perdón”, dice. “Voy, como dicen los De la Espriella, a deshidratar”.

Y se pierde bamboleante por el pasillo de su casa.

 

* * *

 

Saludo a Carlos Alemán

 

Después de permanecer algún tiempo en Bogotá, en uso de sus merecidas vacaciones políticas llegó ayer a Cartagena el doctor Carlos Alemán. Sea bienvenido, como lo hemos deseado siempre, con mayor razón ahora que por primera vez nos visita en calidad de diputado a la Asamblea de Bolívar.

El doctor Alemán hace parte del cuadro liberal que integrará la mayoría en nuestra Asamblea y que, a no dudarlo, defenderá sin reservas, los intereses populares, tan olvidados en las actuales horas. Porque es necesario asegurar que los diputados mayoritarios estén dispuestos a poner toda su capacidad de servicio al lado de quienes depositaron en ellos su más amplia confianza.

Como miembro electo de nuestra asamblea, el doctor Alemán es un síntoma vivo del sentimiento que anima a la diputación liberal, para rendir, en el período que se avecina, una labor meritoria y, por demás, necesaria en los actuales momentos para el logro de la tranquilidad que tanto merece y tanto se le ha negado al pueblo de este departamento. Del trabajo coordinado, armónico, de los diputados liberales, depende en gran parte el que esa justa aspiración de nuestro conglomerado social quede plenamente realizada.

El doctor Alemán llega a tiempo para aclimatarse a la atmósfera de las necesidades departamentales. Sus amigos de esta casa, donde se le precia tan altamente como lo merece su justo valor, nos anticipamos a saludar en él a otro de los ejemplares puros de la raza liberal.

El Universal, lunes 27 de agosto de 1949, página cuarta, sección ‘Comentarios’.

 

* * *

 

“Usaba una indumentaria rarísima. En Cartagena lo hostilizaban mucho, pero él no le paraba bolas a la gente, decía que los de Cartagena eran los cachacos de la Costa”.

Los últimos tragos que dio la botella ya están emprendiendo su viaje.

“Cuando íbamos donde las putas terminábamos donde el marica Juan De las Nieves. Le decíamos: ‘Juan de las Nieves, fiame un bisté, negro maricón’. Era un marica chiquito”.

Un periodista ebrio toma nota.

“Una vez me encontré con el papá de Gabito. Me dijo que su hijo era un ingrato, que ni le escribía a la mamá. Cuando nos despedimos me dijo: ‘Si lo ve, salúdeme a ese espermatozoide peripatético’”.

Carlos Alemán consigue ponerse en pie. Va a la cocina y regresa con una carpeta de papeles. Se sienta, recuerda, busca.

“Tengo que ayudarte a conseguir los sonetos que Gabito le escribió a su amigo Hernando Mathieu. Después, hablando con Hernando, decía que Gabito se había vuelto pretencioso.

“Toda esa gente lo quería mucho, después se les volvió genio. Vamos a ver si conseguimos esa vaina, para joder a Gabito”.

Encuentra unos textos de Ramiro De la Espriella:

“Ramiro ya debía ser ex presidente”.

Cierra la carpeta y la pone sobre la mesa.

“Cuando Gabito se fue de Cartagena, Mercedes ya estaba en Barranquilla. El papá de ella tenía una farmacia en el barrio Boston. Gabito vivía pendiente de ella, la visitaba constantemente. Él se fue de Cartagena porque le pagaban mejor en Barranquilla y por Mercedes”.

Rubicundo bajo su cabello blanco, Carlos Alemán es un hombre feliz que ha tomado unos whiskies y está recordando.

“De Barranquilla recuerdo más. Vivía jodido, le prestaba los originales de su novela al portero del edificio donde vivían las prostitutas. Recuerdo que tenían unos puercos en la azotea.

“Él ya tenía en la cabeza toda su obra. Cuando se le venía una vaina a la cabeza se metía unas entusiasmadas del carajo. Metía unos brincos tremendos y decía que la iba a escribir”.

Entre los hielos aún quedan unos sorbos de licor.

“Es un snob. Ahora eligió a Cartagena para vivir porque quiere codearse, por fin, con la tradición y el abolengo que no tiene”.

Ahora sólo hay hielo sin licor.

“Él y Rojas no se quieren. Nunca se han querido. La exuberancia de Rojas es insoportable”.

“Es una lástima”, piensa el periodista al comprender que el trago, como la entrevista, ha terminado. “Se estaba tan bien aquí. Hace tanto frío afuera”.

“Léete Antes del desayuno de Eugenio O'Neill”, dice Carlos Alemán. Verás puntos coincidentes con la Diatriba”.

Se levanta. Pide que lo espere un momento. Regresa de un cuarto con unas llaves en la mano. Caminamos a la puerta.

“La influencia que tiene de Mompox es de su mujer, que estudió allá, y de mí”.

Baja con pasos firmes los dos pisos.

“La diferencia es que él es un genio y yo soy un güevón”, dice ebrio y divertido Carlos Alemán durante el último tramo de la escalera.

Ahora, un pasillo en medio de un parqueadero nos conduce hasta la puerta del edificio.

“Hablé con Ramiro De la Espriella esta mañana. Le dije que usted vendría. Me dijo que ya estaba bueno de Gabito”.

“No más Gabito”, dice, sin ningún resentimiento, como quien sólo pide un poco de quietud para el pasado.

En la esquina dice adiós y se pierde por una empinada calle bogotana en busca de un buen trago de licor.

 












miércoles, 17 de noviembre de 2021

El rayo verde

 


“Naturalmente, un manuscrito”

Umberto Eco

 

Dicen por ahí que las explicaciones tranquilizan, pero no dejan nada claro. Yo comparto esa opinión. Por eso no explicaré nada sobre el prodigio del que aquí se habla ni sobre la forma como llegó a mis manos el manuscrito del que a continuación trans- cribo los fragmentos menos incoherentes. Poco sé de su autor. Al final de las ciento veinte páginas aparece una fecha, enero de 1907, y un nombre, Julius, que más parece un seudónimo. El escrito comienza con tres citas, sobre cuya autenticidad preferimos no opinar.

 

A manera de epígrafe

 

“¿Ha observado usted alguna vez la puesta del sol en un horizonte de mar? Posiblemente, sí. ¿Ha seguido el astro resplandeciente hasta el momento en que desaparece rozando la línea de agua con la parte superior de su disco? También es posible. Pero, seguramente, usted no se ha fijado nunca en el fenómeno que se produce en el instante mismo en que lanza su último rayo, cuando el cielo, limpio de niebla, ofrece una pureza inmaculada. Pues bien, la primera vez que tenga oportunidad de observar un cielo despejado, no sucederá, como muy bien puede creerse, que hiera su retina un rayo rojo, sino un rayo verde, pero de un verde maravilloso, de un verde que ningún pintor puede obtener en su paleta. Si en el paraíso existe el color verde, seguramente es éste, el ver- dadero color verde-esperanza!”

(Artículo del Morning Post, de Glasgow. Sin fecha)

 

 

“...Aquel Rayo Verde estaba estrechamente ligado con una tradición antigua, cuyo sentido último se le había escapado hasta entonces. Se trataba de una tradición inexplicada, como tantas otras en el país de los montañeses, según la cual dicho rayo poseía la virtud de hacer que quien lo viera no se equivocase nunca más en cuestiones sentimentales; su aparición destruía quimeras y mentiras y aquel que tuviera la suerte de verlo, podría ver con claridad en su corazón y en el de los demás.”

(Jules Verne, escritor francés, famoso por sus Viajes extraordinarios)

 

“Ayer, desde el mirador del Archiduque Luis Salvador, miré una vez más hundirse el sol en el mar. Un amigo mencionó el Rayo Verde y me dolió por adelantado que los niños presentes lo esperaran con la misma ansiedad con que yo lo había deseado en mi absurdo horizonte suburbano. Ahora sería peor, ahora las condiciones estaban dadas y no habría Rayo Verde. Los padres justificarían de cualquier manera el fiasco para consolar a los pequeños. La vida, así la llaman, marcaría otro punto en su camino hacia el conformismo. Del sol quedaba un último frágil segmento anaranjado. Lo vimos desaparecer detrás del perfecto borde del mar, envuelto en el halo que aún duraría algunos minutos y entonces surgió el Rayo Verde. No era un rayo, sino un fulgor, una chispa instantánea en un punto como de fusión alquímica, de solución heracliteana de elementos, era un chispa intensamente verde, era un rayo verde aunque no fuera un rayo, era el Rayo Verde, era Jules Verne murmurándome al oído: ‘¡Lo viste al fin, gran tonto!’ ”

(Jules Corátzar, escritor belga, famoso por su novela Oca)

 

Acercamiento al Rayo Verde

 

Corría el año de 1907, eran los primeros días de ese año. Yo había regresado a la ciudad junto al mar, luego de una intensa temporada en las alturas, allá en la ciudad de montañas donde viven mis parientes.

Eran como las cinco y media de la tarde. Hubiera querido ser más lento en mi acercamiento a los hechos, pero el Rayo Verde me llama. En algún punto de mi relato me espera con impaciencia, para verme fugazmente, y yo corro presuroso a su encuentro, al encuentro con la inmejorable posición y actitud visual para mirarlo, corro hacia la tranquilidad con que veía el no mucho menos bello atardecer.

Recuerdo que mientras el sol caía ocupé mi tiempo en leer, en llamar a Nora de su anticipada atención, para que guardara energías que iba a necesitar más tarde, en el momento preciso. Todo estaba tranquilo, las condiciones eran óptimas. Yo recordaba a los dos Jules que me habían hecho embarcar en esa empresa loca de esperar un rayo que podría terminar siendo invención. Sentía que estaba en la antesala de un hecho que bien podría unirnos o separarnos por el resto de nuestras vidas. Bien podría suceder que ellos, los Jules, los escritores, quedaran en su lado de fantasías ancladas en realidades y yo, indefenso, permaneciera en un mundo de completas realidades; pero también era posible que los tres quedáramos del mismo lado, testigos privilegiados de ese milagro llamado el Rayo Verde. De suceder lo último, empujado por mi compulsión de escribirlo todo, yo ten- dría que comunicarle la gran noticia al mundo, gritaría a los cuatro vientos que existe, arrastraría conmigo a una multitud vociferante que querría ver y prostituir al tan famosamente oculto Rayo Verde, de color verde, y no sería capaz de cargar con esa culpa.

Mejor no. Mejor no les cuento nada. Yo no vi nada. No vi el Rayo Verde. Lo busqué, pero no lo vi, os lo juro. No hay tal Rayo Verde. ¡Ja! Verne y Corátzar estaban equivocados. No vi nada. No diré nada.

 

Bajo amenaza es distinto

 

En realidad sí lo vi. Nora y yo habíamos entrado a una librería porque ella quería darme un regalo. Al salir, con la mirada fresca de andar entre libros, vi los balcones al- tos pintados de atardecer. Entonces recordé las menciones recientes al Rayo Verde en las conversaciones con mis dos tres amigos. Habían sido alusiones leves, indiferentes, comentarios como de paso sobre lo escrito por Verne y por Corátzar. En realidad nunca tuve un verdadero empeño por encontrarlo, por andar tras él tarde a tarde a pesar de las halagadoras promesas para quien lo viera; a lo sumo sentía un deseo esbozado de verlo, un “a lo mejor algún día”; además se requerían unas condiciones muy precisas y menos frecuentes de lo que se cree: cielo totalmente despejado en un horizonte de mar. Pero esa tarde el reflejo del sol en los balcones tenía impecables augurios de maravilla. Fue fácil convencer a Nora para que se sumara a la expedición; también ella sabía de la existencia del Rayo Verde, también ella podía entender la importancia que pueden tener ese tipo de cosas. Afortunadamente estábamos cerca del mar, pero mentiría si doy detalles de nuestro recorrido hasta él; sólo puedo decir que algo como un viento de aventura, de inminencia extraordinaria, nos depositó en el lugar

deseado. Ahora sólo quedaba esperar.

Mientras el sol, aún difícil de resistir con la mirada, terminaba de bajar al despejadísimo y nítido mar, le di una hojeada distraída al libro que Nora me regaló. Lo hice para no reventar de ansiedad. Traté de conducirla a hablar del libro y de mi gratitud, pero ella quería no perderse nada de ese espectacular atardecer y de ese lento aproximamiento al, entre nosotros, tan cacareado rayo.

Pero tanto preámbulo me hace pensar si no es- taré llenando de expectativas nocivas a quienes siguen mi relato. Me pregunto si no será mejor que me deje de hacer mención a cierto rayo de cierto color y me respondo que sí, que es lo mejor. Yo no he visto nada. Creo que nunca nadie lo ha hecho.

 

Una extensa pradera repleta de margaritas

 

Lo vi. No lo vi. Aquí no valen medias tintas como el me quiere mucho, poquito y nada que otorga opciones más variables a los pétalos. Aquí, en este caso, las cosas son o no son. El hecho sucede o no sucede. El asunto en mención existe o no, se vio o no.

Si no se hubiera visto por obstáculos en las condiciones para ver el atardecer, quedarían opciones futuras, ya vendrían otros atardeceres. Pero si aún no se ha visto y se han tenido las condiciones requeridas, esplendor sin bruma, y aún así no se ve nada, el sol simplemente se hunde en el mar y se va, ya la suerte estará echada, algo nos separará de ese par de gigantes que se escurren por el mundo con palabras, seremos menos amigos de Verne y de Corátzar, de Jules y de Jules.

Pero si ocurre lo contrario, que en este caso sería lo esperado, si después del naranja irrumpe un sobrenatural verde, entonces habrá que pensar... No lo vi. Lo vi. No vi al Rayo Verde, no es cierto que exista. Vi al Rayo Verde, existe. No lo vi. Lo vi. No lo vi... y una extensa pradera que crece a medida que se la recorre.

 

Razones para no ver el Rayo Verde

 

Nubes en la atmósfera a nivel del horizonte. Obstáculos terrestres. Un edificio. Un auto que pasa por la avenida frente al mar en el momento preciso. Una nube de pájaros espantados por un disparo. La presencia cercana de Aristobulus Ursiclos. Una roca en el sitio justo del horizonte. Algún promontorio. Un navío. Una rotunda isla. Pero también la legión de turistas alelados con sus cámaras, sus rostros despellejados y sus piernas descubiertas y flacas. Las mentes poéticas por ósmosis. La trivialización. La comercialización. La posibilidad de que algún científico idiota intente romper el encanto. El egoísmo. Las elaboraciones sosegadoras de inquietudes. El ruido. La dificultad luego para encontrar un sitio amplio y despejado en el que sea posible la soberbia sensación de que uno es el único que sabe, que las personas que andan por ahí no tienen la menor idea, carecen de una atención educada. La certeza, que ya Nora y yo hemos..., la certeza de que aunque suceda ante sus ojos no lo verán porque no han recibido la sutil y secreta tradición de quienes conocen el Rayo Verde o sueñan con poderlo ver. Ellos, los que no saben, se irán a sus casas horas o minutos más tarde e ignorarán que fueron vistos por una especie de parpadeo divino, que sólo nos fue permitido ver a unos pocos iniciados... No. Mejor no verlo. Mejor no haberlo visto. Lo mejor es que no exista.

 

Detrás de los párpados

 

Esa noche soñé con él. Era verdaderamente importan- te; haberlo soñado le aumentaba su estatura ante mis ojos. Era inmenso, como de telescopio, pero sin ningún artificio de lentes. Estaba ahí, simplemente más cerca, más absoluto, furor de tierra mojada llenando de manera poderosa mis ojos y pensamientos. Fue entonces cuan- do escuché voces, una voz serena que bien podría ser mi voz y me daba consejos que con dificultad recuerdo, como en una sutil y cálida ceremonia de iniciación, de iluminación (¿será pedante llamarme iluminado?). Creo que al traducir al lenguaje de la vigilia me quedé con una rígida fórmula de éxito, tres pasos: identificar, visualizar y actuar, que no atrapaban con propiedad la verdadera magnitud de ese mensaje.

Pero el mensaje permanece allí, al acecho. Como ola que ha reventado en la costa y no se aleja, en espera de otra oportunidad, está ahí, vive como presencia constan- te e importante en mis sueños, en los recuerdos de mis sueños, en un rincón de imágenes tomadas a lo largo de mi vida, que se encuentran cuidadosamente conservadas en la “Galería de Sueños que Recuerdo”...


***

El manuscrito continúa con una prolongada disertación, en la que el autor recuerda los sueños de su vida que más le impresionaron. A medida que avanza, el texto se torna cada vez más impenetrable y dudo que humano alguno pueda entender- lo. Tal hermetismo, sin embargo, no me siento en capacidad de juzgar si obedece a la lucidez que supuestamente confiere la observación del Rayo o a trastornos en la mente de Julius a causa del impacto producido por la intensidad de la visión. En lo que resta del manuscrito se hacen pocas menciones del Rayo Verde y el narrador parece empeñado en entender su vida y la de quienes lo rodean. Por eso suspendo aquí la transcripción.

La aparición de objetos como autos en avenidas y cámaras fotográficas en manos de turistas, que para la fecha del escrito no eran comunes, nos hace dudar un poco de la autenticidad del documento; desafortunadamente no habrá forma de comprobar tales sospechas pues, en un acto impulsivo que aún no comprendo, le he prendido fuego al manuscrito y en unos minutos arrojaré sus cenizas al mar.

Por último, creo que está de más decir que, espoleado por las palabras del autor, me he vuelto un visitante asiduo de los atardeceres; pero el mismo recato de Julius se apodera de mí. Algo me dice que debo guardar silencio acerca de si he visto o no el fenómeno, algo me dice que debo mantener la incertidumbre que de manera tan empecinada ha sostenido Julius, que debo poner en torno al Rayo Verde un velo de misterio que sólo descorrerán los espíritus inquietos, aquellos que aún buscan y encuentran en el mundo motivos para seguir despiertos.

 

Cartagena, marzo de 1991