sábado, 4 de diciembre de 2021

El espermatozoide peripatético

Cuando hacía mi investigación para escribir Un ramo de nomeolvides, el testimonio de Carlos Alemán Zabaleta me ofreció una rica variedad de detalles sobre los inicios de García Márquez en Cartagena de Indias. Con este fragmento celebro agradecido su vida bien vivida.


Carlos Alemán Zabaleta


Años después, frente a la turba enfurecida que acabaría con su vida y con la de su padre, el poeta Óscar Delgado había de recordar la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

Santa Ana era un pueblo en decadencia desde el momento en que el río comenzó a marcharse. Tal como sucedía con Mompox, Santa Ana había visto secarse ese brazo de agua que por años le había traído noticias, personalidades y vestidos, espejos de cristal de roca y vitrolas que en las noches empezaron a acobardar a los grillos.

En pocos años Mompox y Santa Ana serían poblaciones encalladas en el tiempo. Ya a sus puertos no llegaban siquiera los grandes inventos. Había que mandarlos a traer de una Magangué ahora próspera y sorprendida ante el enriquecimiento del brazo de río que le correspondía.

Sintiendo ya el aliento de la muerte, esa joven promesa de las letras lloró de tristeza por la vida, por el odio, por el fuego, por el ciego y furioso país que le había correspondido. Y recordó la frustración de aquella tarde lejana en que su padre lo llevó a conocer el hielo y no pudo conocerlo.

Recordó la mañana y los preparativos. El orgullo de su padre, el patricio don Temístocles Delgado, frente al espejo, cuidando cada detalle de su mejor traje.

Recordó la terrible expectativa de todos frente al agua. La ansiedad por ver llegar la lancha con el más grande invento de todos los tiempos, un mágico misterio al que llamaban el hielo.

Las personas que esperaban en la orilla estuvieron a punto de irse de bruces al agua cuando la lancha se asomó en el extremo del río.

Pronto supieron que aquello, lo que fuera, ese invento mezclado con brujería, estaba en la única caja que venía en la lancha. Cuatro hombres bajaron la caja y esperaron nuevas órdenes sin ponerla en el suelo.

Don Temístocles Delgado se abrió paso entre la muchedumbre, sonriente y erguido, y siguió hasta la plaza principal, saludando a todo el que encontró a su paso, seguido por los hombres de la caja. A la entrada del Concejo Municipal de Santa Ana dio instrucciones para que llevaran la caja al patio y esperó la llegada de sus invitados.

El soldado que estaba junto a la puerta tenía órdenes de no dejar entrar curiosos por el momento. Le habían dicho que sólo entrarían las personas importantes. A un lado de la puerta, don Temístocles saludó con deferencia a las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, quienes no se habían hecho esperar. Cuando todos entraron, don Temístocles acarició el cabello de su hijo y lo empujó suavemente en la espalda para que entrara a la casa.

Óscar Delgado nunca olvidó la tensa solemnidad con que todos esos hombres esperaron el momento de abrir la caja. Antes de abrirla, su padre improvisó un lento discurso para jugar con los nervios de su distinguido público.

“Señores”, había dicho. “Si Santa Ana no va al progreso, que el progreso venga a Santa Ana”.

El grupo miraba desconcertado la caja. Óscar Delgado observó la quietud presta al salto del obrero que la abriría en cuanto lo ordenara don Temístocles. Pensó en ese misterio agazapado y siguió las palabras de su padre.

“Mi gran amigo, don David Puccini, de la Casa importadora ‘Puccini y Puccini’, de la vecina población de Magangué, acaba de hacerme llegar el más grande invento de la humanidad. Su nombre es ‘hielo’ y enseguida lo veremos”.

Don Temístocles hizo un gesto a su empleado y éste procedió a abrir la caja. Como rompiendo briznas de hierba, el hombre arrancó las tres tablas de la parte de arriba y empezó a retirar manotadas de aserrín, primero secas, después mojadas.

El empleado estuvo arrojando aserrín mojado hasta que llegó al final de la caja. Tanteó el fondo por todos sus rincones y se volvió triste y avergonzado.

Todos, incluido don Temístocles, lo miraron con ojos desconcertados.

El hombre tardó en decir:

“Don Temi, tengo algo que decirle. Ese maldito animal se mió y se fue”.

Poco antes del momento de su muerte, Óscar Delgado recordó los detalles de esa tarde. Doblegado por los golpes, comprendió que no sería el escritor que había soñado, que no hablaría de la vida con sus versos encantados.



 

* * *

 

“Don Temístocles Delgado era un hombre del carajo”.

Carlos Alemán está de pie, frente al bar-biblioteca de su apartamento en Bogotá. Tiene en la mano una botella de whisky y llena dos vasos. Su aspecto es el más desenfadado y sus canas las más blancas.

“Tenía inteligencia y pantalones. Era bravo, la bravura lo llevó a la muerte. Murió el mismo día que su hijo Óscar. ¿Con agua o con hielo?”.

“Con agua”.

Carlos Alemán vuelve a sentarse en la silla de la sala, entrega un vaso al periodista, sonríe, bebe un sorbo, se pone cómodo y sigue recordando.

“Gabito se reía mucho cuando yo le contaba la historia del hielo. Después aprovechó, en parte, esa historia. La novela es eso, lo que produce el pueblo”.

Carlos Alemán es un hombre de feliz anonimato. Si de algo se enorgullece en su vida es de haber contribuido a preservar la obra del joven poeta Óscar Delgado.

 “Delgado murió el 11 de abril de 1937. Una turbamulta los asesinó a él y a su padre. Ahí empezó la violencia liberal.

“Óscar era un genio. Cuando murió, Hernando Téllez se preguntaba cómo es posible que un pueblo que dura 200 años queriendo forjar un hombre, cuando lo consigue lo asesina.

“Gabito tiene una inmensa admiración por Óscar, lo ha leído”.

La noche bogotana es menos fría con un whisky entre pecho y espalda. Es el primer encuentro personal y Carlos Alemán se siente a gusto recordando viejos tiempos.

 

* * *

 

La primera conversación fue por teléfono. La voz es ronca y amena.

“A Gabito lo conocí en Sucre –su pueblo de adopción–, en desarrollo de una campaña política, la última que permitió el gobierno dictatorial de Ospina Pérez. Recordemos que ese mandatario cerró brutalmente el Congreso y la Asamblea, a finales del 49.

“En asocio con Argemiro Martínez Vega, Ramiro De la Espriella, Felipe Paz y Jacobo Casij, llegamos en varias lanchas hasta esa población. En medio de la multitud que saludaba nuestro arribo desde las barracas, se destacaba un hombre de exótica vestimenta: tenía albarcas trespuntás, un pantalón negro y una camisa amarilla. Yo le pregunté a Ramiro: ‘Quién es ese papagayo’, y él me contestó: ‘Es Gabito’.

“Así fue como lo conocí, desde lejos. Era muy notorio con esa indumentaria, todo el mundo con vestido caqui y camisas de dril y él con un pantalón negro, tal vez vestigio de su indumentaria bogotana, una camisa amarilla y unas albarcas.

“Yo ya tenía idea de quién era Gabito porque me habían hablado mucho de él como escritor, sobre todo un amigo de Sucre, hoy médico, Domingo Vega. Así que, cuando Ramiro me dijo que era él, nos bajamos de la lancha y nos abrazamos. Gabito era un hombre de una avasallante simpatía. Era un muchacho, tenía 21 años y era muy vivo y extrovertido.

“En esa época había una gran mística liberal. Ese día en Sucre hubo manifestaciones, comidas, y al día siguiente partimos, acompañados por Gabito, por toda la Mojana, hasta llegar a Majagual. Eso fue una cosa sensacional, porque el río no estaba muy crecido y los campesinos dejaban sus cultivos y se acercaban a las orillas para saludar, con machetes y banderas liberales, el paso de las lanchas. Llevábamos tres lanchas y en cada una iba una papayera. Llevábamos trago. Llevábamos banderas. Eso fue sensacional.

“La violencia la vivíamos en forma despreocupada. Nos rondaba y nosotros la tomábamos con sentido deportivo. No nos dábamos cuenta de que estábamos en el filo de la navaja.

“En Majagual nos atendió el jefe político, Alipio Quintero, un hombre muy rico que tenía una segadora de arroz. En nuestro honor hizo una gran comida y un baile en su casa y, para el pueblo, un fandango en la plaza.

“Ramiro sacó una vieja del fandango y la coronó reina, con discurso y todo. Eso fue como en abril o mayo, porque las elecciones fueron en junio.

“Con el equipo hay una anécdota. Argemiro Martínez, Ramiro De la Espriella, Felipe S. Paz, Gabito y yo fuimos a pedirle garantías al gobernador Ramón P. de Hoyos. Salimos con el rabo entre las piernas. Nos dijo: ‘Ustedes lo que están es nerviosos’.

“Después, cuando vinieron las elecciones y quedé como diputado, yo me fui para Bogotá. Regresé a Cartagena en octubre, a la instalación de sesiones. Allí me volví a encontrar con Gabito. Estaba trabajando en El Universal y nuestra amistad se consolidó más, sobre todo a través de Óscar De la Espriella, porque Ramiro estaba en Bogotá.

“A mi regreso a Cartagena solíamos reunirnos en el hotel Virrey. Ése se acabó, era de unos señores Bechara. Ahí nos reuníamos y hacíamos tertulias a la hora del almuerzo, encabezadas siempre por el maestro Zabala. Zabala vivía en otro hotel, pero en el Virrey ‘tomaba los alimentos’, como se decía en esa época. El dueño lo recibía con mucho respeto.

“Zabala era, más que un periodista, un erudito y, sobre todo, un gran melómano. Influyó mucho en Gabito, en su estilo y en el rigor de la palabra y la gramática. Era un educador levantado en el periodismo, primero en el Diario Nacional, del general Herrera, y después en La Nación de Barranquilla.

“La prosa de Zabala era una cosa extraordinaria. Físicamente era un indio, un hombre gordo, de mediana estatura y muy parco en el hablar, pero cuando lanzaba un juicio era profundo, no se disipaba en conceptos. Zabala, más que todo, escuchaba. Tal vez por su misma timidez el viejo ha permanecido desconocido.

“Recuerdo que, alrededor de Zabala, nos reuníamos Óscar, Rojas Herazo, Ibarra Merlano, Gabito y yo. Como era una etapa de mucha agitación política, el tema principal era la política.

“Después, yo me fui para donde mi familia en Barranquilla. Gabito llegó unos días después y empezó a escribir unas columnas en El Heraldo. En Barranquilla nos encontrábamos en el café Happy –que fue el embrión de la Cueva– y allí nos reuníamos con el maestro José Félix Fuenmayor –autor de Cosme, la primera novela urbana del país– , su hijo Alfonso, Ramón Vinyes, Bob Prieto –que es un poco olvidado cuando mencionan a los personajes de la Cueva, un ser extraordinario, erudito, gran pianista, se suicidó–, Rafael Marriaga, Alejandro Gutiérrez Ripoll y ‘Figurita’, un pintor que hizo parte del Grupo de Barranquilla. Pero, más que de literatura, en esas reuniones se hablaba de política; como ya había comenzado la dictadura de Ospina, entonces el tema era ese.

“Como en mayo del 50, yo regresé a Bogotá. Ese mismo año Gabito me escribió una carta que todavía conservo, allí está la génesis de toda su novelística. Esa carta yo se la regalé a Mario Alario Di Filippo, un jurista momposino que fue miembro de la Corte Suprema de Justicia y profesor de Gabito en los pocos meses que estuvo estudiando Derecho en Cartagena. Se la regalé el Jueves Santo de 1951 en Mompox. Di Filippo la tuvo como quince años y un día me la regresó, me dijo que era yo quien debía tenerla. Murió muy joven, apenas maduro.

“Esa carta… Un momentico a ver si la encuentro por aquí”.

Carlos Alemán se aleja del teléfono. Es una sensación extraña oír los ruidos de un lugar que no se conoce. En la oscuridad de los oídos alguien abre cajones, revisa papeles.

Como la búsqueda se prolonga, Carlos Alemán vuelve al teléfono.

“Esa carta...”, dice. “Un momentico a ver si me la encuentro por aquí. Yo esa carta la conservo. Sí… sí, aquí la tengo. Eso fue en el 50, él me la mandó aquí a Bogotá, está escrita sin punto y sin coma.

“La vaina es que Gabito ahora dice que sus cartas las están vendiendo y que él no vuelve a escribir porque las han convertido en mercancías. Yo no quiero que de pronto venga a creer... Es una carta extraordinaria. Yo te mando una copia.

“Mario Alario era un intelectual connotadísimo, hablaba varios idiomas, conocía toda la literatura, sobre todo la del Siglo de Oro, tuvo un gran aprecio por Gabito. Creo que fue el único profesor que lo apreció en Cartagena. El profesor de Derecho, Augusto Tinoco, lo hostigaba; otro profesor, de Derecho Civil, Nacho Vélez, también lo perseguía”.

Gabito no iba mucho a clase pero hablaba mucho afuera con Alario, especialmente en la heladería Americana. Alario tenía una gran admiración por Gabito. Un día que me encontré con Mario en Mompox le regalé esta carta con una dedicatoria al respaldo, dice: ‘Mario...’ ”, Carlos Alemán se interrumpe, agrega: “No entiendo ni mi letra: ‘Mario, tú eres quien merece tener esta carta’. La tuvo como quince o veinte años”.


 


Mario Alario Di Filippo

* * *

 

“Como te digo, en Cartagena Óscar fue el más amigo de Gabito. Nos reuníamos en su casa de la calle Segunda de Badillo –ellos tenían una magnífica biblioteca– y allí se encerraba Gabito a leer, leía mucho sobre la historia del país.

“Por ahí tengo una carta de Óscar –si la encuentro te la mando–, en la que habla de un episodio que vivimos con Gabito, con una vieja.

“El ex amante de la dueña del prostíbulo llegó a reclamarle el hijo. Pero ella tenía de amante en ese momento a un ‘chulavita’. El padre del niño iba a formar un abaleo y todos salimos corriendo de la casa: Gabito –que es más cobarde que el carajo–, la caravana de putas, Óscar y yo.

“Eso era lejísimos, amanecimos caminando y Gabito llevaba en su brazo el perrito de su compañera. En la carta, Óscar me prometía que iba a escribir una novela con eso. Todo eso fue un episodio que hoy se ve risible pero que en su momento fue miedoso.

“El otro cuento fue una vez, en otro establecimiento de esos, también con Óscar y Gabito. Como yo era diputado a la asamblea y tenía buenos emolumentos contraté a unos músicos para que tocaran cien piezas bailables. Los músicos no sabían lo que les esperaba. Como en la canción 85 querían darse por vencidos pero nosotros insistimos en que siguieran. Al final terminamos cantando nosotros. Gabito era el que mejor cantaba, tenía muy buena voz.

“Después de vernos esporádicamente en Barranquilla, dejamos de vernos por largo tiempo. Antes del premio Nobel me encontré con él en una reunión de solidaridad con los salvadoreños. Después del Nobel lo encontré en un acto académico, cuando le dieron a Otto Morales su distinción como miembro de la Academia de la Lengua, pero Gabito iba rodeado de detectives y de guardaespaldas. Nos saludamos desde lejos. Él empleó una vieja expresión del grupo de Barranquilla: ‘Cómo están de viejos los jóvenes Alemanes’.

“La historia de esa frase es que, por allá en el cincuenta, en Barranquilla, íbamos los tres hermanos Alemán –Alejandro, Rafael Enrique y yo– caminando con Gabito y nos cruzamos con un momposino de apellido Acuña. Al vernos tan canosos –porque fuimos canosos desde muy jóvenes– Acuña dijo: ‘Cómo están de viejos los jóvenes Alemanes’. Esa vaina a Gabito le hizo mucha gracia y la repite cada vez que volvemos a encontrarnos.

“No es que la amistad haya terminado, sino que ha languidecido, desde luego, por razones obvias”.

 




* * *

 

Bogotá, diciembre 19\94

Anexo la carta de Gabito de 1950. Próximamente si consigo un soneto que le dedicó a Hernando Mathieu, un amigo de su cuerda sucreña, te lo remitiré. Es una verdadera primicia. Ojalá desde su altura olímpica no lance rayos de admonición contra quienes escrutan su juventud.

 Abrazos.

Carlos Alemán

 

* * *

 

La carta tiene un encabezamiento manuscrito:

notengoladireccióndejuanbteenvíounacartaparaél.

El resto está escrito a máquina.

alemán escribo para contestarte el disparate epistolar que a tu vez me escribiste como estoy demasiado ocupado creo que no tendré tiempo de poner puntos comas puntoycomas y demas signos ortograficos en esta carta dificilmente tengo tiempo para poner las letras lastima que no exista la telepatia para contestarte por telepatico correo que debe ser el mejor puesto que no podria estar sometido a la censura como ya sabes estamos semanalmentehaciendocronica lo que no nos da tiempo para hacer incursiones en busca de yerbajos estupefacientes así que por lo pronto vas a tener que conformarte con picha de caiman común y corriente mientras quiebra cronica y podemos regresar a nuestros predios del hijo de la noche aurelianobuendía te manda saludes igualmente su hija remedios medio puta que se salió al fin con el vendedor de maquinas singer el otro hijo tobias tambien se metió a policía y los mataron así que solo queda la niña que no tiene nombre ni lo tendra sino a quien todos llamaran simplemente la niña todo el dia sentada en su mecedor oyendo el gramafono que como todas las cosas de este mundo se dañó y ahora se creo el problema en la casa porque lo único que sabe de herrería en el pueblo es un zapatero italiano que nunca en su vida ha visto un gramofono zapatero va a la casa y trata de martillarcomp­onerremendar cuerda inutilmente mientras tanto muchachito del agua yendoentrandoechando­agua­silbando­piezas gramofo en cada casa a ido diciendogramo­fonocoronel aureliano se dañó esa misma tarde gente ha corrido vestirsecerrapuerta­s­ponersezapatospeinarse para ir a casa del coronel éste por su parte no esperaba visita pues gente del pueblo no había vuelto a su casa en quince años desde cuando se negaron enterrar cadaver gregorio por miedo a la policía y coronel insulto curas pueblo copartidarios retirose concejo y encerrose en su casa de tal suerte que solo quince años despues cuando se dañarevientacuerda el gramofono la gente vuelve a la casa y coge al coronel y a su esposa doña soledad comple­ta­mente desprevenidos para que niña no llore tiene que cantarle toda la gente del pueblo las canciónes del gramofono y doña soledad se sorprende que todo el mundo sepa las piezas del gramofono sin haber ido a la casa y se descubre que era muchachito del agua quien había ido de casa en casa silbandocantando piezas para que todo el mundo las aprendiera también se sabe otras mujeres casavecineando–poniendooido contra paredes casa coronel lograron oir piezas gramofo y aprenderlas tu sabes que quince años nadie habia querido enterrar a gregorio que era esclavo del coronel y éste lo enterró solo en el patio bajo el almendro mitadvivomita­d­muerto ­cuando ya el muerto se le habia podrido dentro de la casa pero cerro puertas y gritó cuando alguien venga a esta casa le daré agua envenenada para cuando llegaran atrevidas visitas como nadie fue la casa se llenó con el silencio que en quince años guardaron dentro de ella todas las gentes del pueblo que no fueron y coronel ha jurado nunca saldrá de su casa y cuando la casa se estaba cayendo su esposa le dijo aureliano salgamos que la casa se está derrumbando y ál dijo no se derrumbará mientras yo esté vivo y su esposa dijo pero si está cayendose y el volvió a decir no se caerá mientras yo este vivo y se muere y lo llevan a enterrar y cuando ya la gente venia de regreso del cementerio la casa se cayó y eso está muy bien son vainas durante toda la noche en que se daña el gramofono la gente habla de cosas dentro de la casa y es eso lo que hace que la casa se caiga porque el silencio era tan viejo que estaba duro y lo suficientemente fuerte como para no permitir el paso de los ruidos y entonces como los ruidos eran de mucha gente se estableció una lucha y se rompieron las paredes entre la gente que está en la casa hay dos carpinteros que discuten a lo largo de cuarenta y siete páginas sobre cómo se debe hacer una jaula y hay una mujer a quien doña soledad la esposa del coronel no conoce y cada vez que va a hablarle alguien se interpone entonces sucede que la mujer pasa toda la noche en un rincón sin hablar con nadie y cuando doña soledad apenada logra llegar donde ella ya está amaneciendo y la gente se vá está bueno son vainas son vainas tu sabes que como el hijo se mete a policía cuando la policía trae el entierro del hijo del coronel éste está sentado a la puerta como todos los días y cuando ve venir el entierro le tira las puertas en la casa está bueno son vainas es como si eso sucediera en mompos bueno eso es para que veas como va el novelon en cuanto a lo demas te dire que german alfonso figurita pasamos la vida hablandoescribiendopensando­ha­cien­­d­ocronica pero no ya como antes bebiendoputeando­fumando­cigarrillos–yerba porque la vida no puede ser esa si no te gusta virginia te vas al carajo a ramiro le gusta y sabe de novela más que tu así que te vas al carajo dile a ramiro que yo le debo carta pero que me escriba que en diciembre pido vacaciones en cronica y me tiene que guardar puesto en el apartamento don ramón se fue y escribió todos estamos bien tito brinqueit eduard putieit veijo fuenmayor hecho un berraco todos te saludamos y te deseamos felicespascuas­prospero año nuevo tu amigo que mucho te estima gabito

 

* * *

 

“Esa vaina sobre el silencio es una verraquera”.

El segundo whisky empieza a menguar. Carlos Alemán ha traído el original de la carta, está entre protectores de plástico. Es un papel muy delgado. Las palabras manuscritas fueron hechas con lápiz.

“Lo de picha e' caimán era porque así le decíamos al Pielroja. Tito Brinqueit era Tito Fuenmayor, que cuando se sentía engañado decía: ‘Me siento brinqueit’. El ‘Hijo de la noche’ era una casa de putas”.

Deja la carta en la mesa de la sala. Vuelve a ponerse cómodo.

“Mario Alario decía, a fines del 49, que Gabito era un genio. Él fue quien le dio la plata para irse a Barranquilla.

“Alario Di Filippo era un hombre bien plantado, fornido, de padres italianos. Murió en Mompox, donde había llegado a pasar vacaciones. Fue el último momposino importante. Era gran orador, filósofo, fue miembro de la Academia de la Lengua, fue magistrado de la Corte. Hablaba latín, italiano, traducía del inglés y del francés, era un purista del lenguaje. Era esquivo a los grupos.

“Después de quince años, cuando me devolvió la carta de Gabito que yo le había regalado, me dijo: ‘Te fijas, Carmán, que Gabito va a ser lo que decíamos’”.

Carlos Alemán sonríe, intenta ponerse de pie, el whisky ya va ganando.

“Perdón”, dice. “Voy, como dicen los De la Espriella, a deshidratar”.

Y se pierde bamboleante por el pasillo de su casa.

 

* * *

 

Saludo a Carlos Alemán

 

Después de permanecer algún tiempo en Bogotá, en uso de sus merecidas vacaciones políticas llegó ayer a Cartagena el doctor Carlos Alemán. Sea bienvenido, como lo hemos deseado siempre, con mayor razón ahora que por primera vez nos visita en calidad de diputado a la Asamblea de Bolívar.

El doctor Alemán hace parte del cuadro liberal que integrará la mayoría en nuestra Asamblea y que, a no dudarlo, defenderá sin reservas, los intereses populares, tan olvidados en las actuales horas. Porque es necesario asegurar que los diputados mayoritarios estén dispuestos a poner toda su capacidad de servicio al lado de quienes depositaron en ellos su más amplia confianza.

Como miembro electo de nuestra asamblea, el doctor Alemán es un síntoma vivo del sentimiento que anima a la diputación liberal, para rendir, en el período que se avecina, una labor meritoria y, por demás, necesaria en los actuales momentos para el logro de la tranquilidad que tanto merece y tanto se le ha negado al pueblo de este departamento. Del trabajo coordinado, armónico, de los diputados liberales, depende en gran parte el que esa justa aspiración de nuestro conglomerado social quede plenamente realizada.

El doctor Alemán llega a tiempo para aclimatarse a la atmósfera de las necesidades departamentales. Sus amigos de esta casa, donde se le precia tan altamente como lo merece su justo valor, nos anticipamos a saludar en él a otro de los ejemplares puros de la raza liberal.

El Universal, lunes 27 de agosto de 1949, página cuarta, sección ‘Comentarios’.

 

* * *

 

“Usaba una indumentaria rarísima. En Cartagena lo hostilizaban mucho, pero él no le paraba bolas a la gente, decía que los de Cartagena eran los cachacos de la Costa”.

Los últimos tragos que dio la botella ya están emprendiendo su viaje.

“Cuando íbamos donde las putas terminábamos donde el marica Juan De las Nieves. Le decíamos: ‘Juan de las Nieves, fiame un bisté, negro maricón’. Era un marica chiquito”.

Un periodista ebrio toma nota.

“Una vez me encontré con el papá de Gabito. Me dijo que su hijo era un ingrato, que ni le escribía a la mamá. Cuando nos despedimos me dijo: ‘Si lo ve, salúdeme a ese espermatozoide peripatético’”.

Carlos Alemán consigue ponerse en pie. Va a la cocina y regresa con una carpeta de papeles. Se sienta, recuerda, busca.

“Tengo que ayudarte a conseguir los sonetos que Gabito le escribió a su amigo Hernando Mathieu. Después, hablando con Hernando, decía que Gabito se había vuelto pretencioso.

“Toda esa gente lo quería mucho, después se les volvió genio. Vamos a ver si conseguimos esa vaina, para joder a Gabito”.

Encuentra unos textos de Ramiro De la Espriella:

“Ramiro ya debía ser ex presidente”.

Cierra la carpeta y la pone sobre la mesa.

“Cuando Gabito se fue de Cartagena, Mercedes ya estaba en Barranquilla. El papá de ella tenía una farmacia en el barrio Boston. Gabito vivía pendiente de ella, la visitaba constantemente. Él se fue de Cartagena porque le pagaban mejor en Barranquilla y por Mercedes”.

Rubicundo bajo su cabello blanco, Carlos Alemán es un hombre feliz que ha tomado unos whiskies y está recordando.

“De Barranquilla recuerdo más. Vivía jodido, le prestaba los originales de su novela al portero del edificio donde vivían las prostitutas. Recuerdo que tenían unos puercos en la azotea.

“Él ya tenía en la cabeza toda su obra. Cuando se le venía una vaina a la cabeza se metía unas entusiasmadas del carajo. Metía unos brincos tremendos y decía que la iba a escribir”.

Entre los hielos aún quedan unos sorbos de licor.

“Es un snob. Ahora eligió a Cartagena para vivir porque quiere codearse, por fin, con la tradición y el abolengo que no tiene”.

Ahora sólo hay hielo sin licor.

“Él y Rojas no se quieren. Nunca se han querido. La exuberancia de Rojas es insoportable”.

“Es una lástima”, piensa el periodista al comprender que el trago, como la entrevista, ha terminado. “Se estaba tan bien aquí. Hace tanto frío afuera”.

“Léete Antes del desayuno de Eugenio O'Neill”, dice Carlos Alemán. Verás puntos coincidentes con la Diatriba”.

Se levanta. Pide que lo espere un momento. Regresa de un cuarto con unas llaves en la mano. Caminamos a la puerta.

“La influencia que tiene de Mompox es de su mujer, que estudió allá, y de mí”.

Baja con pasos firmes los dos pisos.

“La diferencia es que él es un genio y yo soy un güevón”, dice ebrio y divertido Carlos Alemán durante el último tramo de la escalera.

Ahora, un pasillo en medio de un parqueadero nos conduce hasta la puerta del edificio.

“Hablé con Ramiro De la Espriella esta mañana. Le dije que usted vendría. Me dijo que ya estaba bueno de Gabito”.

“No más Gabito”, dice, sin ningún resentimiento, como quien sólo pide un poco de quietud para el pasado.

En la esquina dice adiós y se pierde por una empinada calle bogotana en busca de un buen trago de licor.

 












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