Cuando hacía mi investigación para escribir Un ramo de nomeolvides, el testimonio de Carlos Alemán Zabaleta me ofreció una rica variedad de detalles sobre los inicios de García Márquez en Cartagena de Indias. Con este fragmento celebro agradecido su vida bien vivida.
Años después, frente a la turba
enfurecida que acabaría con su vida y con la de su padre, el poeta Óscar
Delgado había de recordar la tarde en que su padre lo llevó a conocer el hielo.
Santa Ana era un pueblo en decadencia
desde el momento en que el río comenzó a marcharse. Tal como sucedía con
Mompox, Santa Ana había visto secarse ese brazo de agua que por años le había
traído noticias, personalidades y vestidos, espejos de cristal de roca y
vitrolas que en las noches empezaron a acobardar a los grillos.
En pocos años Mompox y Santa Ana
serían poblaciones encalladas en el tiempo. Ya a sus puertos no llegaban
siquiera los grandes inventos. Había que mandarlos a traer de una Magangué
ahora próspera y sorprendida ante el enriquecimiento del brazo de río que le
correspondía.
Sintiendo ya el aliento de la
muerte, esa joven promesa de las letras lloró de tristeza por la vida, por el
odio, por el fuego, por el ciego y furioso país que le había correspondido. Y
recordó la frustración de aquella tarde lejana en que su padre lo llevó a
conocer el hielo y no pudo conocerlo.
Recordó la mañana y los
preparativos. El orgullo de su padre, el patricio don Temístocles Delgado,
frente al espejo, cuidando cada detalle de su mejor traje.
Recordó la terrible expectativa
de todos frente al agua. La ansiedad por ver llegar la lancha con el más grande
invento de todos los tiempos, un mágico misterio al que llamaban el hielo.
Las personas que esperaban en la
orilla estuvieron a punto de irse de bruces al agua cuando la lancha se asomó
en el extremo del río.
Pronto supieron que aquello, lo
que fuera, ese invento mezclado con brujería, estaba en la única caja que venía
en la lancha. Cuatro hombres bajaron la caja y esperaron nuevas órdenes sin ponerla
en el suelo.
Don Temístocles Delgado se abrió
paso entre la muchedumbre, sonriente y erguido, y siguió hasta la plaza
principal, saludando a todo el que encontró a su paso, seguido por los hombres
de la caja. A la entrada del Concejo Municipal de Santa Ana dio instrucciones
para que llevaran la caja al patio y esperó la llegada de sus invitados.
El soldado que estaba junto a la
puerta tenía órdenes de no dejar entrar curiosos por el momento. Le habían
dicho que sólo entrarían las personas importantes. A un lado de la puerta, don
Temístocles saludó con deferencia a las autoridades civiles, militares y
eclesiásticas, quienes no se habían hecho esperar. Cuando todos entraron, don
Temístocles acarició el cabello de su hijo y lo empujó suavemente en la espalda
para que entrara a la casa.
Óscar Delgado nunca olvidó la
tensa solemnidad con que todos esos hombres esperaron el momento de abrir la
caja. Antes de abrirla, su padre improvisó un lento discurso para jugar con los
nervios de su distinguido público.
“Señores”, había dicho. “Si Santa
Ana no va al progreso, que el progreso venga a Santa Ana”.
El grupo miraba desconcertado la
caja. Óscar Delgado observó la quietud presta al salto del obrero que la
abriría en cuanto lo ordenara don Temístocles. Pensó en ese misterio agazapado
y siguió las palabras de su padre.
“Mi gran amigo, don David
Puccini, de la Casa importadora ‘Puccini y Puccini’, de la vecina población de
Magangué, acaba de hacerme llegar el más grande invento de la humanidad. Su
nombre es ‘hielo’ y enseguida lo veremos”.
Don Temístocles hizo un gesto a
su empleado y éste procedió a abrir la caja. Como rompiendo briznas de hierba,
el hombre arrancó las tres tablas de la parte de arriba y empezó a retirar
manotadas de aserrín, primero secas, después mojadas.
El empleado estuvo arrojando
aserrín mojado hasta que llegó al final de la caja. Tanteó el fondo por todos
sus rincones y se volvió triste y avergonzado.
Todos, incluido don Temístocles,
lo miraron con ojos desconcertados.
El hombre tardó en decir:
“Don Temi, tengo algo que
decirle. Ese maldito animal se mió y se fue”.
Poco antes del momento de su
muerte, Óscar Delgado recordó los detalles de esa tarde. Doblegado por los
golpes, comprendió que no sería el escritor que había soñado, que no hablaría
de la vida con sus versos encantados.
* * *
“Don Temístocles Delgado era un
hombre del carajo”.
Carlos Alemán está de pie, frente
al bar-biblioteca de su apartamento en Bogotá. Tiene en la mano una botella de
whisky y llena dos vasos. Su aspecto es el más desenfadado y sus canas las más
blancas.
“Tenía inteligencia y pantalones.
Era bravo, la bravura lo llevó a la muerte. Murió el mismo día que su hijo
Óscar. ¿Con agua o con hielo?”.
“Con agua”.
Carlos Alemán vuelve a sentarse
en la silla de la sala, entrega un vaso al periodista, sonríe, bebe un sorbo,
se pone cómodo y sigue recordando.
“Gabito se reía mucho cuando yo
le contaba la historia del hielo. Después aprovechó, en parte, esa historia. La
novela es eso, lo que produce el pueblo”.
Carlos Alemán es un hombre de
feliz anonimato. Si de algo se enorgullece en su vida es de haber contribuido a
preservar la obra del joven poeta Óscar Delgado.
“Delgado murió el 11 de abril de 1937. Una
turbamulta los asesinó a él y a su padre. Ahí empezó la violencia liberal.
“Óscar era un genio. Cuando
murió, Hernando Téllez se preguntaba cómo es posible que un pueblo que dura 200
años queriendo forjar un hombre, cuando lo consigue lo asesina.
“Gabito tiene una inmensa
admiración por Óscar, lo ha leído”.
La noche bogotana es menos fría
con un whisky entre pecho y espalda. Es el primer encuentro personal y Carlos
Alemán se siente a gusto recordando viejos tiempos.
* * *
La primera conversación fue por
teléfono. La voz es ronca y amena.
“A Gabito lo conocí en Sucre –su
pueblo de adopción–, en desarrollo de una campaña política, la última que
permitió el gobierno dictatorial de Ospina Pérez. Recordemos que ese mandatario
cerró brutalmente el Congreso y la Asamblea, a finales del 49.
“En asocio con Argemiro Martínez
Vega, Ramiro De la Espriella, Felipe Paz y Jacobo Casij, llegamos en varias
lanchas hasta esa población. En medio de la multitud que saludaba nuestro
arribo desde las barracas, se destacaba un hombre de exótica vestimenta: tenía
albarcas trespuntás, un pantalón negro y una camisa amarilla. Yo le pregunté a
Ramiro: ‘Quién es ese papagayo’, y él me contestó: ‘Es Gabito’.
“Así fue como lo conocí, desde
lejos. Era muy notorio con esa indumentaria, todo el mundo con vestido caqui y
camisas de dril y él con un pantalón negro, tal vez vestigio de su indumentaria
bogotana, una camisa amarilla y unas albarcas.
“Yo ya tenía idea de quién era
Gabito porque me habían hablado mucho de él como escritor, sobre todo un amigo
de Sucre, hoy médico, Domingo Vega. Así que, cuando Ramiro me dijo que era él,
nos bajamos de la lancha y nos abrazamos. Gabito era un hombre de una
avasallante simpatía. Era un muchacho, tenía 21 años y era muy vivo y
extrovertido.
“En esa época había una gran
mística liberal. Ese día en Sucre hubo manifestaciones, comidas, y al día
siguiente partimos, acompañados por Gabito, por toda la Mojana, hasta llegar a
Majagual. Eso fue una cosa sensacional, porque el río no estaba muy crecido y
los campesinos dejaban sus cultivos y se acercaban a las orillas para saludar,
con machetes y banderas liberales, el paso de las lanchas. Llevábamos tres
lanchas y en cada una iba una papayera. Llevábamos trago. Llevábamos banderas.
Eso fue sensacional.
“La violencia la vivíamos en
forma despreocupada. Nos rondaba y nosotros la tomábamos con sentido deportivo.
No nos dábamos cuenta de que estábamos en el filo de la navaja.
“En Majagual nos atendió el jefe
político, Alipio Quintero, un hombre muy rico que tenía una segadora de arroz.
En nuestro honor hizo una gran comida y un baile en su casa y, para el pueblo,
un fandango en la plaza.
“Ramiro sacó una vieja del
fandango y la coronó reina, con discurso y todo. Eso fue como en abril o mayo,
porque las elecciones fueron en junio.
“Con el equipo hay una anécdota.
Argemiro Martínez, Ramiro De la Espriella, Felipe S. Paz, Gabito y yo fuimos a
pedirle garantías al gobernador Ramón P. de Hoyos. Salimos con el rabo entre
las piernas. Nos dijo: ‘Ustedes lo que están es nerviosos’.
“Después, cuando vinieron las
elecciones y quedé como diputado, yo me fui para Bogotá. Regresé a Cartagena en
octubre, a la instalación de sesiones. Allí me volví a encontrar con Gabito.
Estaba trabajando en El Universal y nuestra amistad se consolidó más, sobre
todo a través de Óscar De la Espriella, porque Ramiro estaba en Bogotá.
“A mi regreso a Cartagena
solíamos reunirnos en el hotel Virrey. Ése se acabó, era de unos señores
Bechara. Ahí nos reuníamos y hacíamos tertulias a la hora del almuerzo,
encabezadas siempre por el maestro Zabala. Zabala vivía en otro hotel, pero en
el Virrey ‘tomaba los alimentos’, como se decía en esa época. El dueño lo
recibía con mucho respeto.
“Zabala era, más que un
periodista, un erudito y, sobre todo, un gran melómano. Influyó mucho en
Gabito, en su estilo y en el rigor de la palabra y la gramática. Era un
educador levantado en el periodismo, primero en el Diario Nacional, del general
Herrera, y después en La Nación de Barranquilla.
“La prosa de Zabala era una cosa
extraordinaria. Físicamente era un indio, un hombre gordo, de mediana estatura
y muy parco en el hablar, pero cuando lanzaba un juicio era profundo, no se
disipaba en conceptos. Zabala, más que todo, escuchaba. Tal vez por su misma
timidez el viejo ha permanecido desconocido.
“Recuerdo que, alrededor de
Zabala, nos reuníamos Óscar, Rojas Herazo, Ibarra Merlano, Gabito y yo. Como
era una etapa de mucha agitación política, el tema principal era la política.
“Después, yo me fui para donde mi
familia en Barranquilla. Gabito llegó unos días después y empezó a escribir
unas columnas en El Heraldo. En Barranquilla nos encontrábamos en el café Happy
–que fue el embrión de la Cueva– y allí nos reuníamos con el maestro José Félix
Fuenmayor –autor de Cosme, la primera novela urbana del país– , su hijo
Alfonso, Ramón Vinyes, Bob Prieto –que es un poco olvidado cuando mencionan a
los personajes de la Cueva, un ser extraordinario, erudito, gran pianista, se
suicidó–, Rafael Marriaga, Alejandro Gutiérrez Ripoll y ‘Figurita’, un pintor
que hizo parte del Grupo de Barranquilla. Pero, más que de literatura, en esas
reuniones se hablaba de política; como ya había comenzado la dictadura de
Ospina, entonces el tema era ese.
“Como en mayo del 50, yo regresé a Bogotá. Ese mismo año
Gabito me escribió una carta que todavía conservo, allí está la génesis de toda
su novelística. Esa carta yo se la regalé a Mario Alario Di Filippo, un jurista
momposino que fue miembro de la Corte Suprema de Justicia y profesor de Gabito
en los pocos meses que estuvo estudiando Derecho en Cartagena. Se la regalé el
Jueves Santo de 1951 en Mompox. Di Filippo la tuvo como quince años y un día me
la regresó, me dijo que era yo quien debía tenerla. Murió muy joven, apenas
maduro.
“Esa carta… Un momentico a ver si la encuentro por aquí”.
Carlos Alemán se aleja del teléfono. Es una sensación extraña
oír los ruidos de un lugar que no se conoce. En la oscuridad de los oídos
alguien abre cajones, revisa papeles.
Como la búsqueda se prolonga, Carlos Alemán vuelve al
teléfono.
“Esa carta...”, dice. “Un momentico a ver si me la encuentro
por aquí. Yo esa carta la conservo. Sí… sí, aquí la tengo. Eso fue en el 50, él
me la mandó aquí a Bogotá, está escrita sin punto y sin coma.
“La vaina es que Gabito ahora dice que sus cartas las están
vendiendo y que él no vuelve a escribir porque las han convertido en
mercancías. Yo no quiero que de pronto venga a creer... Es una carta
extraordinaria. Yo te mando una copia.
“Mario Alario era un intelectual connotadísimo, hablaba varios
idiomas, conocía toda la literatura, sobre todo la del Siglo de Oro, tuvo un
gran aprecio por Gabito. Creo que fue el único profesor que lo apreció en
Cartagena. El profesor de Derecho, Augusto Tinoco, lo hostigaba; otro profesor,
de Derecho Civil, Nacho Vélez, también lo perseguía”.
Gabito no iba mucho a clase pero hablaba mucho afuera con
Alario, especialmente en la heladería Americana. Alario tenía una gran
admiración por Gabito. Un día que me encontré con Mario en Mompox le regalé
esta carta con una dedicatoria al respaldo, dice: ‘Mario...’ ”, Carlos Alemán
se interrumpe, agrega: “No entiendo ni mi letra: ‘Mario, tú eres quien merece
tener esta carta’. La tuvo como quince o veinte años”.
* * *
“Como te digo, en Cartagena Óscar
fue el más amigo de Gabito. Nos reuníamos en su casa de la calle Segunda de
Badillo –ellos tenían una magnífica biblioteca– y allí se encerraba Gabito a
leer, leía mucho sobre la historia del país.
“Por ahí tengo una carta de Óscar
–si la encuentro te la mando–, en la que habla de un episodio que vivimos con
Gabito, con una vieja.
“El ex amante de la dueña del
prostíbulo llegó a reclamarle el hijo. Pero ella tenía de amante en ese momento
a un ‘chulavita’. El padre del niño iba a formar un abaleo y todos salimos
corriendo de la casa: Gabito –que es más cobarde que el carajo–, la caravana de
putas, Óscar y yo.
“Eso era lejísimos, amanecimos
caminando y Gabito llevaba en su brazo el perrito de su compañera. En la carta,
Óscar me prometía que iba a escribir una novela con eso. Todo eso fue un
episodio que hoy se ve risible pero que en su momento fue miedoso.
“El otro cuento fue una vez, en
otro establecimiento de esos, también con Óscar y Gabito. Como yo era diputado
a la asamblea y tenía buenos emolumentos contraté a unos músicos para que
tocaran cien piezas bailables. Los músicos no sabían lo que les esperaba. Como
en la canción 85 querían darse por vencidos pero nosotros insistimos en que
siguieran. Al final terminamos cantando nosotros. Gabito era el que mejor
cantaba, tenía muy buena voz.
“Después de vernos
esporádicamente en Barranquilla, dejamos de vernos por largo tiempo. Antes del
premio Nobel me encontré con él en una reunión de solidaridad con los
salvadoreños. Después del Nobel lo encontré en un acto académico, cuando le
dieron a Otto Morales su distinción como miembro de la Academia de la Lengua,
pero Gabito iba rodeado de detectives y de guardaespaldas. Nos saludamos desde
lejos. Él empleó una vieja expresión del grupo de Barranquilla: ‘Cómo están de
viejos los jóvenes Alemanes’.
“La historia de esa frase es que,
por allá en el cincuenta, en Barranquilla, íbamos los tres hermanos Alemán
–Alejandro, Rafael Enrique y yo– caminando con Gabito y nos cruzamos con un
momposino de apellido Acuña. Al vernos tan canosos –porque fuimos canosos desde
muy jóvenes– Acuña dijo: ‘Cómo están de viejos los jóvenes Alemanes’. Esa vaina
a Gabito le hizo mucha gracia y la repite cada vez que volvemos a encontrarnos.
“No es que la amistad haya
terminado, sino que ha languidecido, desde luego, por razones obvias”.
* * *
Bogotá, diciembre 19\94
Anexo la carta de Gabito de 1950. Próximamente si consigo un
soneto que le dedicó a Hernando Mathieu, un amigo de su cuerda sucreña, te lo
remitiré. Es una verdadera primicia. Ojalá desde su altura olímpica no lance
rayos de admonición contra quienes escrutan su juventud.
Abrazos.
Carlos Alemán
* * *
La carta tiene un encabezamiento
manuscrito:
notengoladireccióndejuanbteenvíounacartaparaél.
El resto está escrito a máquina.
alemán escribo para contestarte el disparate epistolar que a
tu vez me escribiste como estoy demasiado ocupado creo que no tendré tiempo de
poner puntos comas puntoycomas y demas signos ortograficos en esta carta
dificilmente tengo tiempo para poner las letras lastima que no exista la
telepatia para contestarte por telepatico correo que debe ser el mejor puesto
que no podria estar sometido a la censura como ya sabes estamos
semanalmentehaciendocronica lo que no nos da tiempo para hacer incursiones en
busca de yerbajos estupefacientes así que por lo pronto vas a tener que
conformarte con picha de caiman común y corriente mientras quiebra cronica y
podemos regresar a nuestros predios del hijo de la noche aurelianobuendía te
manda saludes igualmente su hija remedios medio puta que se salió al fin con el
vendedor de maquinas singer el otro hijo tobias tambien se metió a policía y
los mataron así que solo queda la niña que no tiene nombre ni lo tendra sino a
quien todos llamaran simplemente la niña todo el dia sentada en su mecedor
oyendo el gramafono que como todas las cosas de este mundo se dañó y ahora se
creo el problema en la casa porque lo único que sabe de herrería en el pueblo
es un zapatero italiano que nunca en su vida ha visto un gramofono zapatero va
a la casa y trata de martillarcomponerremendar cuerda inutilmente mientras
tanto muchachito del agua yendoentrandoechandoaguasilbandopiezas gramofo en
cada casa a ido diciendogramofonocoronel aureliano se dañó esa misma tarde
gente ha corrido vestirsecerrapuertasponersezapatospeinarse para ir a casa
del coronel éste por su parte no esperaba visita pues gente del pueblo no había
vuelto a su casa en quince años desde cuando se negaron enterrar cadaver
gregorio por miedo a la policía y coronel insulto curas pueblo copartidarios
retirose concejo y encerrose en su casa de tal suerte que solo quince años
despues cuando se dañarevientacuerda el gramofono la gente vuelve a la casa y
coge al coronel y a su esposa doña soledad completamente desprevenidos para
que niña no llore tiene que cantarle toda la gente del pueblo las canciónes del
gramofono y doña soledad se sorprende que todo el mundo sepa las piezas del
gramofono sin haber ido a la casa y se descubre que era muchachito del agua
quien había ido de casa en casa silbandocantando piezas para que todo el mundo
las aprendiera también se sabe otras mujeres casavecineando–poniendooido contra
paredes casa coronel lograron oir piezas gramofo y aprenderlas tu sabes que
quince años nadie habia querido enterrar a gregorio que era esclavo del coronel
y éste lo enterró solo en el patio bajo el almendro mitadvivomitadmuerto cuando
ya el muerto se le habia podrido dentro de la casa pero cerro puertas y gritó
cuando alguien venga a esta casa le daré agua envenenada para cuando llegaran
atrevidas visitas como nadie fue la casa se llenó con el silencio que en quince
años guardaron dentro de ella todas las gentes del pueblo que no fueron y
coronel ha jurado nunca saldrá de su casa y cuando la casa se estaba cayendo su
esposa le dijo aureliano salgamos que la casa se está derrumbando y ál dijo no
se derrumbará mientras yo esté vivo y su esposa dijo pero si está cayendose y
el volvió a decir no se caerá mientras yo este vivo y se muere y lo llevan a
enterrar y cuando ya la gente venia de regreso del cementerio la casa se cayó y
eso está muy bien son vainas durante toda la noche en que se daña el gramofono
la gente habla de cosas dentro de la casa y es eso lo que hace que la casa se
caiga porque el silencio era tan viejo que estaba duro y lo suficientemente
fuerte como para no permitir el paso de los ruidos y entonces como los ruidos
eran de mucha gente se estableció una lucha y se rompieron las paredes entre la
gente que está en la casa hay dos carpinteros que discuten a lo largo de
cuarenta y siete páginas sobre cómo se debe hacer una jaula y hay una mujer a
quien doña soledad la esposa del coronel no conoce y cada vez que va a hablarle
alguien se interpone entonces sucede que la mujer pasa toda la noche en un
rincón sin hablar con nadie y cuando doña soledad apenada logra llegar donde
ella ya está amaneciendo y la gente se vá está bueno son vainas son vainas tu
sabes que como el hijo se mete a policía cuando la policía trae el entierro del
hijo del coronel éste está sentado a la puerta como todos los días y cuando ve
venir el entierro le tira las puertas en la casa está bueno son vainas es como
si eso sucediera en mompos bueno eso es para que veas como va el novelon en
cuanto a lo demas te dire que german alfonso figurita pasamos la vida
hablandoescribiendopensandohaciendocronica pero no ya como antes
bebiendoputeandofumandocigarrillos–yerba porque la vida no puede ser esa si
no te gusta virginia te vas al carajo a ramiro le gusta y sabe de novela más
que tu así que te vas al carajo dile a ramiro que yo le debo carta pero que me
escriba que en diciembre pido vacaciones en cronica y me tiene que guardar
puesto en el apartamento don ramón se fue y escribió todos estamos bien tito
brinqueit eduard putieit veijo fuenmayor hecho un berraco todos te saludamos y
te deseamos felicespascuasprospero año nuevo tu amigo que mucho te estima
gabito
* * *
“Esa vaina sobre el silencio es
una verraquera”.
El segundo whisky empieza a
menguar. Carlos Alemán ha traído el original de la carta, está entre
protectores de plástico. Es un papel muy delgado. Las palabras manuscritas
fueron hechas con lápiz.
“Lo de picha e' caimán era porque
así le decíamos al Pielroja. Tito Brinqueit era Tito Fuenmayor, que cuando se
sentía engañado decía: ‘Me siento brinqueit’. El ‘Hijo de la noche’ era una
casa de putas”.
Deja la carta en la mesa de la sala.
Vuelve a ponerse cómodo.
“Mario Alario decía, a fines del
49, que Gabito era un genio. Él fue quien le dio la plata para irse a
Barranquilla.
“Alario Di Filippo era un hombre
bien plantado, fornido, de padres italianos. Murió en Mompox, donde había llegado
a pasar vacaciones. Fue el último momposino importante. Era gran orador,
filósofo, fue miembro de la Academia de la Lengua, fue magistrado de la Corte.
Hablaba latín, italiano, traducía del inglés y del francés, era un purista del
lenguaje. Era esquivo a los grupos.
“Después de quince años, cuando
me devolvió la carta de Gabito que yo le había regalado, me dijo: ‘Te fijas,
Carmán, que Gabito va a ser lo que decíamos’”.
Carlos Alemán sonríe, intenta
ponerse de pie, el whisky ya va ganando.
“Perdón”, dice. “Voy, como dicen
los De la Espriella, a deshidratar”.
Y se pierde bamboleante por el
pasillo de su casa.
* * *
Saludo a Carlos Alemán
Después de permanecer algún tiempo en Bogotá, en uso de sus
merecidas vacaciones políticas llegó ayer a Cartagena el doctor Carlos Alemán.
Sea bienvenido, como lo hemos deseado siempre, con mayor razón ahora que por
primera vez nos visita en calidad de diputado a la Asamblea de Bolívar.
El doctor Alemán hace parte del cuadro liberal que integrará
la mayoría en nuestra Asamblea y que, a no dudarlo, defenderá sin reservas, los
intereses populares, tan olvidados en las actuales horas. Porque es necesario
asegurar que los diputados mayoritarios estén dispuestos a poner toda su
capacidad de servicio al lado de quienes depositaron en ellos su más amplia
confianza.
Como miembro electo de nuestra asamblea, el doctor Alemán es
un síntoma vivo del sentimiento que anima a la diputación liberal, para rendir,
en el período que se avecina, una labor meritoria y, por demás, necesaria en
los actuales momentos para el logro de la tranquilidad que tanto merece y tanto
se le ha negado al pueblo de este departamento. Del trabajo coordinado,
armónico, de los diputados liberales, depende en gran parte el que esa justa
aspiración de nuestro conglomerado social quede plenamente realizada.
El doctor Alemán llega a tiempo para aclimatarse a la
atmósfera de las necesidades departamentales. Sus amigos de esta casa, donde se
le precia tan altamente como lo merece su justo valor, nos anticipamos a saludar
en él a otro de los ejemplares puros de la raza liberal.
El Universal, lunes 27 de agosto
de 1949, página cuarta, sección ‘Comentarios’.
* * *
“Usaba una indumentaria rarísima.
En Cartagena lo hostilizaban mucho, pero él no le paraba bolas a la gente,
decía que los de Cartagena eran los cachacos de la Costa”.
Los últimos tragos que dio la
botella ya están emprendiendo su viaje.
“Cuando íbamos donde las putas
terminábamos donde el marica Juan De las Nieves. Le decíamos: ‘Juan de las
Nieves, fiame un bisté, negro maricón’. Era un marica chiquito”.
Un periodista ebrio toma nota.
“Una vez me encontré con el papá
de Gabito. Me dijo que su hijo era un ingrato, que ni le escribía a la mamá.
Cuando nos despedimos me dijo: ‘Si lo ve, salúdeme a ese espermatozoide
peripatético’”.
Carlos Alemán consigue ponerse en
pie. Va a la cocina y regresa con una carpeta de papeles. Se sienta, recuerda,
busca.
“Tengo que ayudarte a conseguir
los sonetos que Gabito le escribió a su amigo Hernando Mathieu. Después,
hablando con Hernando, decía que Gabito se había vuelto pretencioso.
“Toda esa gente lo quería mucho,
después se les volvió genio. Vamos a ver si conseguimos esa vaina, para joder a
Gabito”.
Encuentra unos textos de Ramiro
De la Espriella:
“Ramiro ya debía ser ex presidente”.
Cierra la carpeta y la pone sobre
la mesa.
“Cuando Gabito se fue de
Cartagena, Mercedes ya estaba en Barranquilla. El papá de ella tenía una
farmacia en el barrio Boston. Gabito vivía pendiente de ella, la visitaba
constantemente. Él se fue de Cartagena porque le pagaban mejor en Barranquilla
y por Mercedes”.
Rubicundo bajo su cabello blanco,
Carlos Alemán es un hombre feliz que ha tomado unos whiskies y está recordando.
“De Barranquilla recuerdo más.
Vivía jodido, le prestaba los originales de su novela al portero del edificio
donde vivían las prostitutas. Recuerdo que tenían unos puercos en la azotea.
“Él ya tenía en la cabeza toda su
obra. Cuando se le venía una vaina a la cabeza se metía unas entusiasmadas del
carajo. Metía unos brincos tremendos y decía que la iba a escribir”.
Entre los hielos aún quedan unos
sorbos de licor.
“Es un snob. Ahora eligió a
Cartagena para vivir porque quiere codearse, por fin, con la tradición y el
abolengo que no tiene”.
Ahora sólo hay hielo sin licor.
“Él y Rojas no se quieren. Nunca
se han querido. La exuberancia de Rojas es insoportable”.
“Es una lástima”, piensa el
periodista al comprender que el trago, como la entrevista, ha terminado. “Se
estaba tan bien aquí. Hace tanto frío afuera”.
“Léete Antes del desayuno de
Eugenio O'Neill”, dice Carlos Alemán. Verás puntos coincidentes con la
Diatriba”.
Se levanta. Pide que lo espere un
momento. Regresa de un cuarto con unas llaves en la mano. Caminamos a la
puerta.
“La influencia que tiene de
Mompox es de su mujer, que estudió allá, y de mí”.
Baja con pasos firmes los dos
pisos.
“La diferencia es que él es un
genio y yo soy un güevón”, dice ebrio y divertido Carlos Alemán durante el
último tramo de la escalera.
Ahora, un pasillo en medio de un
parqueadero nos conduce hasta la puerta del edificio.
“Hablé con Ramiro De la Espriella
esta mañana. Le dije que usted vendría. Me dijo que ya estaba bueno de Gabito”.
“No más Gabito”, dice, sin ningún
resentimiento, como quien sólo pide un poco de quietud para el pasado.
En la esquina dice adiós y se
pierde por una empinada calle bogotana en busca de un buen trago de licor.
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