LA FIL
Ahora que España sublima sus nostalgias imperiales dictando
solemne que la “ye” se debe llamar “ye”, y que “solo” sólo debe llevar tilde
cuando hay riesgo de que diga lo que no debe decir, conviene sugerir que se
incluya en la biblia del lenguaje una palabra ligera y afilada que bien puede
connotar, entre otras cosas, esa esquiva independencia que llevamos ya dos
siglos sin poder asumir. Me refiero a la común y ampliamente difundida palabra
“fil”.
Supongo que buena parte de mis lectores no recuerda o no sabe
lo que significa “fil”. Pero, como ocurre con las leyes, el desconocimiento de
una cosa no niega su existencia; sólo afirma lo poco enterados que viven
algunos acerca de lo que ocurre más allá de su nariz. Etimólogos de oficio, o
sin oficio, estarán ya aventurando parentescos, encontrando relaciones con
“filósofos” o cosas “afiladas” o hasta con la extrañísima “filfa: mentira o
engaño”, palabra que un remoto profesor de español me hizo aprender de memoria,
aunque he pasado el resto de la vida –hasta ahora mismo– sin poder utilizarla.
Me pregunto cuál es el criterio para que una palabra reciba
la bendición de la Real Academia de la Lengua Española. Si el criterio es
demográfico, no sólo (¿o será solo? Si escribo sólo corro el riesgo de quedar
solo) la palabra fil debe estar en todos los diccionarios; también la Academia
debe cerrar sus solemnes puertas. Resulta obsoleto que las directrices de una
lengua se den desde un país que a duras penas es el tercero o cuarto en el
número de hablantes de esa lengua.
Fil empezó siendo una sigla, su origen era un título largo y
ostentoso: Feria Internacional del Libro de Guadalajara, pero hoy en día todo
el mundo la conoce como la “fil”. En pocos años se ha convertido en la feria
del libro más importante del mundo hispánico y para el año entrante tiene
previsto extender sus alcances a Los Ángeles, la segunda ciudad hispana más
grande del mundo, después de ciudad de México. Cada año, a finales de
noviembre, la Fil es el centro vivo de una lengua rozagante que se deriva del
español y, aunque todavía tiene residuos cortesanos (este año de bicentenarios
el invitado especial fue “Castilla-La Mancha”) y la mayoría de los libros que
allí se venden atan y no liberan, la FIL está en camino de convertirse en el
símbolo de un cambio quizá más importante que las independencias de papel que
se proclamaron hace dos siglos: el momento en que Hispanoamérica comprenda que
ser independientes no sólo es un derecho, sino una obligación.
Publicado en Vivir
en El Poblado el 11 de diciembre de 2010
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