sábado, 4 de diciembre de 2010

Manuscrito olvidado en un bolsillo


Cada uno de nosotros posee un calendario personal que incluye fechas cargadas de recuerdos, de momentos decisivos que han hecho de nosotros lo que somos. Podría contar toda mi vida, y no omitir pasajes sustanciales,  si sólo recordara lo vivido un 2 de enero  de hace dieciocho años, un 14 de julio de hace trece, un 20 de enero, un 15 de diciembre o un 12 de mayo.
Durante mucho tiempo hubo una fecha que traía para mí el momento más doloroso y decisivo de mi vida. El martes 14 de agosto de 1984, mi padre fue asesinado por sicarios en Medellín. Por años sentí que yo también me había muerto ese día. Pero  en medio de la oscuridad y el sinsentido ocurrió algo que me mantuvo vivo: mis manos se empeñaron en escribir. Escribir me salvó la vida, fue mi venganza, fue mi manera de devolverle a la vida el sentido que había perdido.
El pasado 14 de agosto, cuando volvía a pensar en ese día de pesadilla, recibí una de las mejores noticias de mi vida: un libro mío, otro de esos libros míos donde el dolor se ha convertido en celebración de la vida, recibió un premio que le permitirá llegar a muchos lectores. La concesión de este premio parece un error. Hace unos años, cuando envié la novela a una editorial en Colombia, fue rechazada porque, según el lector de la editorial, era una novela en la que “no pasaba nada”. Después de la indignación inicial, decidí tomar ese juicio como un elogio que me ponía al lado de autores tan queridos como Samuel Beckett y Juan Carlos Onetti. Medio en broma y medio en serio me he dedicado a decir que esta novela no tuvo éxito en Colombia porque era una novela que no tenía sicarios.
Desde el momento en que Yeana González me dio la noticia de que había ganado el premio Bicentenario, no he dejado de pensar en las estructuras y en el lenguaje de esta novela muy personal sobre la que ha caído una atención pública inesperada. El origen del mundo no es un libro para escapar. Según su arrojo y entusiasmo, los lectores podrán explorar las capas geológicas del texto: la del humor, la del amor, la del dolor; incluso las zonas más profundas, aquellas donde estamos más desnudos. El origen del mundo celebra la complejidad de la realidad y de los seres humanos. Este libro es también un homenaje a muchas tradiciones literarias, puede ser leído como un manual de escritura creativa  y como un homenaje a la escritura manuscrita. Es también una reflexión sobre el exilio, sobre el español y su aventura en los Estados Unidos, y sobre el proceso como la experiencia se transforma en literatura. Pero si tuviera que resumirla en una frase, diría que mi novela es un inventario de gratitudes, por ese privilegio extraordinario que significa estar vivo, por todos los instantes que me han sido concedidos.
Agradezco a todo el equipo de Ediciones B por el inmenso apoyo a la literatura que representa este premio literario. Agradezco a los jurados del Premio, Tomás Granados Salinas y Mario González Suárez, por la generosidad con que valoraron mi obra, y a todos los que contribuyeron a la materialización de este sueño. La fecha 27 de noviembre es, desde ahora, una de las más alegres de mi calendario personal. Cada vez que regrese en el recuerdo hasta esta tarde de sábado, volveré a reunirme con ustedes en este hermoso instante. Sus rostros y sus nombres serán parte de mi felicidad.

Guadalajara, Noviembre de 2010.




Texto publicado originalmente en Centrópolis








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