jueves, 13 de octubre de 2011

Despertar

Debo confesar que su pregunta me sorprendió. Yo había perdido el sueño cuando la mañana era apenas un ligero desteñirse de la noche. Había mirado por la ventana la calle vacía, las lámparas para nadie, y tardé en descartar el nudo que impedía que los sueños pasaran a este lado; no conseguiría recordar el sueño que me había apeado inquieto y ofuscado en el cuarto.

Recordé a la mujer que dormía a mi lado. La veía dormir, respirar con largas pausas, hundida en una placidez vedada a sus vigilias. ¿Qué soñará?, me pregunté, pero como esa pregunta ya me la había hecho muchas veces, siempre con resultados inciertos, desistí de intentar suposicio­nes. Dormía y eso era lo único en lo que quería interesarme.

Sólo muy entrado el día se inició el revoloteo, los acomoda­mientos presurosos, insatisfechos, que preludiaron su despertar.

Abrió los ojos distante, inexpresiva, como si saliera del fondo de un estanque y el agua aún no terminara de escurrirse de su rostro.

Pasó el tiempo y el gesto de reconocimiento no se presentó. La mirada siguió, cada vez más atónita, cada vez más angustia­da, saltando entre los objetos hasta llegar a mis ojos.

Algo muy dentro le dijo que allí podría hallar respuesta, que si conseguía comunicarse conmigo podría saber lo que intentaba recordar.

Finalmente habló, con gran esfuerzo, curiosa y humilde, obligada por las circunstancias a confiar, me pidió —prometiendo en su pedido que creería todo cuanto le dijera— que terminara de sacarla de los sueños y la duda, que respondiera a su pregunta: ¿Quién soy yo?


De "Juegos de alcoba".






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