sábado, 15 de octubre de 2011

La estrella


Eloísa emprendió los preparativos para el juego con un entusiasmo que llevaba mucho sin verle. Por fin algo bueno, pienso que pensó. Por fin algo que no fueran las preocupaciones cotidianas, la meticulosa distribución del presupuesto, el ahorro de energía, la angustia hasta la úlcera por una ducha goteante, la mesura de esclavos a la hora de hablar por teléfono con sus padres.

En la prisa obsesiva con que buscó los elementos me pareció ver un reproche dibujado. Mira la vida que hemos venido a vivir, pienso que quiso decirme. Mira lo lejos que estamos de aquella ventura permanente que nos prometimos, de esa exaltación, esa plenitud en la que cada segundo iba a ser único y brillante, vida pura, en erupción.

Por fin algo, pienso que pensé, contagiado por el escepticismo de Eloísa. Qué fácil consigue la vida alejarnos del vivir. Porque vivir, siempre lo supimos (aunque más fuera el tiempo transcurrido olvidándolo) era estar fuera de los cauces, de los surcos que dibujan nuestros actos de tanto repetirse.

Las reglas de este juego me fueron dictadas en los sueños que al final me condujeron del viernes al sábado, de mayo hasta junio, a esa franja del año en que empiezo a pensar que ya todo termina, que la muerte está cerca y que debo apurarme.

Al final de ese sueño luminoso levanté los párpados con calma. Sentí que la tela ligera seguía sin romperse, ahora en esa mañana de sábado, conmigo tendido en la cama, sin decidirme a mover ningún músculo, esperando a que Eloísa regresara.

Y regresó de inmediato. Era evidente que también ella había soñado y su primer gesto de ese día fue mirarme y esperar, casi obligar con sus ojos a mis labios para que pronunciaran la invitación.

Entonces sonrió, volvió a cerrar los ojos un instante, como si quisiera retener alguna imagen, suspiró, volvió a abrirlos, me besó y se levantó.

“Habla”, dijo. “Dime cuanto antes qué necesitamos.”

Una hora más tarde habíamos reunido sobre la mesa del comedor las tijeras, el pegante y un pliego de papel rojo, viejo y desteñido que ella puso con disgusto sobre la mesa.

“Tiene que ser algo especial”, dijo. “Que brille como una estrella.”

Sin mediar más palabras fue a bañarse, vestirse y salió. Desde la puerta dijo que no tardaría y que si yo quería comer algo buscara en la nevera.

Volvió a casa una hora más tarde. Se veía radiante. Empezó a extraer pliegos y pliegos de papel finísimo con tonos que iban del rojo al amarillo. También compró unos pliegos de papel tornasol. Pensé reprocharle el dinero gastado pero me detuve a tiempo. Hacer un comentario como ése podía echar al suelo toda la diversión.

Arrastrados por el entusiasmo, empezamos a pegar los primeros recortes de papel en su brazo derecho. Pero lo dispendioso del proceso —los recortes debían ser minúsculos, había que recortar, abrir el frasco de pegante, poner el punto de pegante en el papel, cerrar el frasco de pegante, pegar el papel, volver a cortar...— nos obligó a idear un método mejor.

Optamos por cortar primero todo el papel para luego empezar a pegar. Gastamos casi toda la mañana formando una montaña de recortes diminutos en medio de la sala. Al principio nos propusimos que cada recorte tuviera una forma diferente: un cuadrado, una estrella, un rombo, un triángulo, un sol, un óvalo, un círculo. Pero pronto empezó a agotarse nuestro repertorio de formas. Al final, absortos en nuestro trabajo, los recortes como briznas de hierba fueron los más comunes.

Cuando todo el papel estuvo recortado, a eso de la una de la tarde, decidimos amarnos y darnos un baño antes de almorzar. Tres horas más tarde, Eloísa yacía en la cama desnuda y asistía paciente a la parte del juego que estaba a mi cargo.

Entonces comprendí lo extenso e inabarcable que puede ser un cuerpo humano. Empecé por sus pies y fue lento y minucioso el ascenso hasta la pelvis. Mientras buscaba un pedazo de papel y le untaba un puntico de pegante, tenía tiempo de sobra para ver la zona breve de piel donde iba a plantarlo. Ese día descubrí sobre su cuerpo más detalles y pequeñas cicatrices que durante todo el tiempo que llevábamos casados.

Eloísa recordaba el origen de muchas de las heridas. Su rodilla era un pergamino donde estaban escritos los tropiezos de su vida desde la infancia. El recuerdo de episodios, a partir de las huellas que dejaron en su piel, fue la parte más agradable de un juego que a veces, por cansancio, nos hundía en el desánimo.

Al caer la tarde, superado el exaltante y juguetón recorrido por su sexo, la sensación de inmensidad comenzó a agobiarme. Sentía que estaba sembrando una a una las hojitas de hierba de un campo de golf. Pero cada vez que la rutina y el cansancio se posaba sobre el juego algo venía a renovar el entusiasmo. Una vez fue la vibración acuosa de sus senos (para ese momento Eloísa debía permanecer sentada en un banquito de cuero, aplastando las briznas de papel de una breve zona de sus nalgas) Otra, el éxtasis final sobre su rostro.

Mirando la riqueza del paisaje de su cara me felicité en silencio por haber comenzado por los pies. Creo que la opción opuesta nos habría planteado un final lánguido, sin muchas sorpresas para ofrecer.

Era ya noche cerrada cuando superé el límite último de las cejas y me dispuse a llenar el horizonte de su frente. Eloísa había cerrado los ojos para que también sembrara en sus párpados los destellos rojos, naranja y tornasol. Al final de mi viaje parecía dormir. Su boca sonreía plácida entre las aristas de papel. Su respiración era tranquila.

Cuando di por terminada mi labor, lancé un grito de júbilo pero Eloísa no se movió. Era como un espíritu del bosque dormitando entre las hojas caídas de los árboles.

Entonces, a falta de algo diferente para celebrar, decidí fumar. Antes de acercar el fuego a la punta del cigarrillo descubrí que a esa estrella, para ser absoluta y perfecta, le hacía falta brillar.

El fuego se extendió con rapidez por la maleza colorida que brotaba de su ombligo.

Mientras estuvo viva, dio muestras manifiestas de dolor.

De "Juegos de alcoba"




1 comentario:

  1. Una línea que concatena un relato bien escrito. Felicitaciones como siempre.

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