sábado, 26 de enero de 2013
El autor y su obra
Fotos tomadas por Valentina Arango durante la grabación del "El autor y su obra" en el canal hispano HITN, con José Nieto — en Brooklyn, New York. Enero 25 de 2013.
jueves, 24 de enero de 2013
De cara a la eternidad
La columna de Vivir en El Poblado
Cuando Kierkegaard murió estaba de pelea
con casi todo el mundo. Tenía cuarenta y dos años y los últimos doce los había
dedicado a una labor frenética de escritura. Junto a sus más de veinte libros
publicados, dejó un diario de siete mil quinientas páginas. Pero, en su tiempo,
casi nadie lo leía. Como él mismo escribió: “Soy tan incomprendido que nadie
entiende lo que digo cuando digo que soy incomprendido”.
lunes, 21 de enero de 2013
"Lleves lo que lleves, llévalo con cuidado"
Presentación de El
Origen del mundo en la Universidad
Externado de Colombia, el 11 de agosto de 2011.
Luz Amalia Camacho (Decana de la Facultad
de Comunicación Social): Quiero tomar un minuto antes de que nuestro profesor
Jorge Consuegra presente a nuestro invitado, para decir que para mí es de
especial importancia tener hoy al profesor, periodista, comunicador y escritor Gustavo
Arango. Con Gustavo, hace unos veinte años (para no entrar en detalles), al
igual que ustedes estábamos nosotros dos sentados en el mismo curso estudiando Comunicación
Social en la Bolivariana. Desde hace veinte años Gustavo hizo que todos sus
compañeros nos metiéramos en el mundo de la literatura y nos hizo enamorar de un personaje que se llama Julio Cortázar,
que me imagino que todos ustedes conocen y han leído mucho. Para nosotros, toda
la vida, esa fuerza y ese sueño que Gustavo compartió con nosotros, desde que
estábamos en el primer semestre hasta décimo semestre, ha sido todo un modelo a seguir, tanto desde la
comunicación, como desde el periodismo y el mundo de las letras. Mi invitación
es a que aprovechemos mucho esta generosidad que Gustavo ha tenido de venir a compartir este espacio con
nosotros. Así como yo tuve el placer de tenerlo cinco años de compañero y lograr
sacarle todo ese sentimiento y esa creatividad; pues, espero que usted
se contagien de esa emoción, de lo que ha sido la vida de Gustavo
como creador, como profesional, y que tiene
todo el reconocimiento latinoamericano. Adicionalmente, nuestro
profesor Jorge Consuegra, a quien todos conocen, es la persona más idónea para
acompañar a Gustavo. Jorge está dentro del proceso editorial de las obras que
ha publicado Gustavo y tiene todo el conocimiento para que realmente le
saquemos mucho provecho a esta conversación, para acercarlo más y para que esté
más en nuestro mundo de las aulas de clase. Entonces, Gustavo, mi
agradecimiento. Te queremos mucho, esperamos que no sea la última vez y que tengamos muy buenos
resultados. Bienvenido.
Jorge Consuegra: Tuve la fortuna de
dialogar, entre comillas, con Gustavo desde esa lejana y cercana Cartagena de Indias.
Gustavo trabajaba en El Universal Dominical
y escribe una especie de biografía, reportaje, novela sobre Gabriel García Márquez
que se llama Un ramo de nomeolvides. Luego Gustavo sale
del país, se va para Nueva York y se pierde el rastro hasta este año. Ustedes
saben que yo hago la asesoría editorial de Ediciones B y de México llegó la
noticia de que un colombiano ganó el premio Bicentenario, con El origen del mundo. A quienes les gusta
la literatura, seguramente se van a enamorar
mucho más de un Cortázar, de un Borges. En este Origen del mundo aparece un
personaje fascinante que seguramente ustedes han visto en la Externado de
Colombia o en la Javeriana o en la Universidad de la Sabana, en muchísimos
lugares, y es Magnífico Delgado, un profesor que es un bacán, que le encanta
ver a las estudiantes, seguramente se enamora de las estudiantes, pero las ve
con los ojos del alma. Este Origen del mundo fascina y encanta y enamora
porque hay un erotismo muy bien elaborado. No es Anaïs Nin, no es La crucifixión rosada de Henry Miller.
Tiene ese erotismo que provoca al lector. El
origen del mundo es una novela que se puede leer con una enorme facilidad,
con un enorme gusto, con una enorme alegría. Es buena literatura. El gusto por
la literatura es muy subjetivo, pero sé que les va a encantar El origen del mundo, y no estoy haciendo
publicidad, pero les va a encantar porque hay cocina, hay la carpintería de
corregir, corregir, volver a corregir. Así aparece el drama de algunos
escritores que llevan cien páginas escritas y si hay que borrarlas hay que
borrarlas; si hay cosas que seguramente no cuadran dentro de la novela, hay que
eliminarlas. Pienso que la buena literatura siempre tiene mucho de sacrificio,
mucho de construcción: borrar, corregir, crear, hacer. Ustedes van a ver la
bonita portada de la edición colombiana de la novela, con el hermoso ombligo y
la flor. Pero el origen del mundo no está más abajo del ombligo, no está más
arriba. El origen del mundo es la misma vida, la esperanza, la ilusión, la
ternura de una sonrisa, de un abrazo. Gustavo tiene una agenda bastante
apretada hoy. Tiene que estar en el Canal de El Tiempo, en City TV. Entonces
vamos a hablar de literatura, de periodismo. Después vamos a tener una opción
de dialogar un poco y después una bandeja paisa bien rica, una bandeja paisa con sushi,
con suchicharrón. Mil gracias y aquí está Gustavo.
Gustavo Arango: Bueno, muchísimas
gracias a todos por venir a esta charla. Este tipo de grupos, este tipo de concurrencias
motivan muchísimo. Son esos momentos en los cuales los escritores, que pasamos
mucho tiempo a solas, borrando y escribiendo, como decía Jorge, vivimos ese
otro lado de la experiencia literaria que es compartir con los lectores, ver
sus rostros y poder hablar un poco del
proceso que ha dado lugar a las obras literarias. Gracias a Luz Amalia por la invitación
por ese cariño que no ha menguado desde hace tantos años, no vamos a precisar
cuantos, cuando fuimos estudiantes de Comunicación Social de la Bolivariana de Medellín.
Gracias a Jorge por esa presentación tan
hermosa que acaba de hacer. Este es un grupo que para mí representa un interés muy especial, porque
siento que de algún modo muchas de las personas que están en este grupo están
en una posición similar a la que yo tuve cuando era estudiante de Comunicación Social y aspiraba a ser escritor –todavía aspiro a
ser escritor– y aspiraba a llegar a la
literatura a través del ejercicio del periodismo. De manera que ojalá lo que se
diga hoy en esta conversación, las cosas que salgan a flote –uno no sabe
exactamente qué es lo que va a salir,
siempre hay algo de novedad, de sorpresa, en cada charla que uno ofrece–, ojalá eso sirva de algún modo para iluminar caminos
y para motivar a quienes también quieren seguir ese recorrido. No estoy
hablando exclusivamente para quienes quieren ser escritores. De hecho, una de las
propuestas de esta novela es que cada uno de nosotros es un narrador. Es
probable que mucho se hayan visto en esa situación en la cual alguien dice: “Esa historia deberías
escribirla”, “Eso es como una novela, por qué no lo escribes”. Todos tenemos
historias que deberían escribirse, que son
como una novela, que merecerían ser un libro. He insistido en las
charlas y presentaciones del libro en que uno de los niveles de El origen del mundo es que puede ser
tomado como un manual de escritura creativa. Magnifico Delgado, el personaje
principal, es un profesor de español en los Estados… no en los Estados Unidos, en
el País del Sueño, y está enseñando un curso de escritura creativa durante el
verano, un curso que dura seis semanas, a nueve estudiantes mujeres. Esa es la base anecdótica de la novela y hay
muchísimos ejercicios de creación escrita que pueden ser aplicados por el
lector. Alguna vez quise escribir un manual de escritura creativa. He enseñado
muchos cursos de escritura creativa y resulta que cuando estaba escribiendo
esta novela descubrí que podía incorporar el manual a la novela. Entonces, un
lector puede muy bien suspender la lectura y hacer los ejercicios que Magnífico
y sus estudiantes, sus musas del verano, están haciendo en este relato. Es una
novela que entiendo que tiene muchos niveles. Por eso a veces me he visto en
mucha dificultad para explicar de qué se trata El origen del mundo. A veces doy la respuesta de Horacio Quiroga.
Digo que, como toda la literatura, son cuentos de amor, de locura y de muerte.
Toda la literatura se refiere a esos temas: el amor, la locura y la muerte.
Pero, bueno, entrando ya al plano más específico de la historia, hay un
nivel que me parece también muy interesante
para todos nosotros, y que ya Jorge lo
mencionaba, y es el de las relaciones maestro alumno. Todos hemos tenido amores
de colegio. Todos nos hemos
enamorado de una profesora o de un profesor.
Yo todavía recuerdo a Silvia, la de kínder. Silvia probablemente no me recuerda.
Donde estés, Silvia, todavía te amo. Esa parte la podemos confesar. Esa parte
la podemos expresar abiertamente. Pero está el otro lado de la moneda y es que
los profesores también se enamoran de sus alumnas. De allí vienen todas esas políticas,
regulaciones, leyes; hay una serie de limitaciones en ese aspecto de la
realidad… y el tema es un tabú. Se habla muy poco de eso, pero resulta que esa
persona que está ahí parada frente a gente
joven y bella es una persona con fantasías, con sentimientos, con
frustraciones, con dolor, con muchas cosas. Pero la situación el profesor es
que tiene que negar su humanidad y tiene que convertirse en un ente
completamente falto de emociones, de
sentimientos, en el salón de clases. Magnífico Delgado se encuentra en
el momento en que empieza a sentirse viejo. Magnífico fue un profesor joven,
brillante. Ustedes probablemente conocen profesores jóvenes, que entusiasman a
los estudiantes y los llenan de ganas de saber. Pero resulta que esas personas
jóvenes también envejecen. La novela arranca en el momento en que Magnífico empieza
a darse cuenta de que se está haciendo viejo. De hecho, el primer capítulo se
llama así: ‘El aprendiz de viejo’, y es el primer día del curso de verano. Cada
vez que va a empezar un nuevo curso, Magnífico hace un ritual muy extraño que
se llama el ritual del sanitario: se va para un baño, se moja la cara, se mira al espejo y respira
profundo y se dice: “Soy magnífico, voy a ir a sorprenderlos y a contagiarlos
con mi entusiasmo”. El gesto preciso es que Magnífico mirándose al espejo se
dice: “Ahora, ve y mátalos”... “E iba y los mataba”. Pero cuando comienza la
novela ya Magnífico se está haciendo viejo y está empezando a sentir ese proceso
que es tan interesante y que yo comparo con el opuesto de esa novela de Oscar
Wilde que se llama El retrato de Dorian Gray,
que es la historia de esta persona que no quería envejecer y que además llevaba
una vida bastante disoluta. Todos los efectos y las consecuencias de esa vida
disoluta se reflejaban en una pintura que estaba guardada en un cuarto. Es decir, quien envejecía
quien aparecía demacrado era el cuadro,
mientras la persona real siempre era joven, siempre era bella. Yo pienso que la situación del profesor es
todo lo contrario. En la situación del profesor, la gente siempre es joven, porque está siempre
rodeado de gente joven, la fotografía siempre
es joven, la gente en las fotografías no envejece, pero el personaje se
va haciendo viejo en medio de la juventud y eso es un drama. Consideren a sus
profesores, porque son personas que están viviendo un drama muy terrible. Se
están haciendo viejos en medio de la juventud, del esplendor, de la exuberancia
de la vida, que se da justamente alrededor de los veinte años. Entonces
Magnífico está viviendo ese drama y le ocurre de repente que empieza a enseñar un curso de escritura
creativa y tiene nueve estudiantes y todas son mujeres y esa es más o menos la base a partir de la cual se
desarrolla la historia de El origen del mundo.
Hay una cantidad de elementos adicionales. Por ejemplo, Magnífico tiene la frustración… o mejor, quiere ser un escritor y algunos capítulos del libro son las obras de Magnífico
Delgado, son supuestamente el producto de su propia creación. El capítulo
tercero, por ejemplo, que se llama ‘Confieso que he matado’, supuestamente fue
escrito por Magnífico. El capítulo quinto, que se llama ‘Oscuridad variable’, también
fue escrito por Magnífico. Y el penúltimo capítulo, que lleva el título del
libro, El origen del mundo, también fue escrito por Magnífico Delgado. Hay también en el libro una
referencia clara a una pintura que tal
vez ustedes conocen, El origen del mundo,
del pintor francés Gustave Courbet, que es una pintura de 1866, un torso de
mujer desnuda con las piernas bastante abiertas y que constantemente ha
generado discusiones en torno a los límites entre el erotismo y la pornografía.
De hecho, El origen del mundo, la pintura, fue prohibida hace solo unos meses
en Facebook, fue eliminada de Facebook porque se consideraba una pintura
pornográfica. Esa es otra de las dimensiones del texto porque, como lo mencionaba
Jorge, el erotismo de esta novela no tiende
a la pornografía, es un erotismo que apunta más hacia el erotismo del
alma. ¿Cuál es el erotismo del alma? Resulta que incorpora o reúne esas facetas
del ser humano que nuestro tiempo está
separando. Estamos en un tiempo que está separando la carne del espíritu, que
está descartando el espíritu. Pero hubo épocas, ha habido artistas que han
destacado esa conexión íntima entre el cuerpo y el alma, es lo que llamamos el
erotismo del alma. Me refiero a poetas como San Juan de la Cruz. Si ustedes conocen ese hermosísimo poema que es ‘Llama de amor viva’ están entonces en
presencia del erotismo del alma, que es el que tenemos en esta novela.
¿Quién
conoce ‘Llama de amor viva’, de San Juan de la Cruz? Vamos a recitarlo:
“Oh
llama de amor viva/ que tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo
centro/pues ya no eres esquiva/acaba ya si quieres/ rompe la tela de este
dulce encuentro //Oh, cautiverio suave/oh regalada llaga/ oh mano blanda, oh
toque delicado/que a vida eterna sabe/y toda deuda paga/matando muerte en vida
la has trocado//Oh lámparas de fuego/ en cuyos resplandores/ las profundas
cavernas del sentido/ que estaba oscuro y ciego/ con extraños primeros/ calor y
luz dan junto a su querido.//Cuan manso y amoroso/ recuerdas en mi seno/ donde
secretamente solo moras/ y en tu aspirar sabroso/ de bien y gloria lleno/cuán
delicadamente me enamoras”.
Para
mí, este es el poema más hermoso de la lengua castellana. No es por descrestar,
es porque lo leo y lo releo y lo repito y lo memorizo; porque me parece que
allí están sintetizados esos elementos que se nos ha perdido en nuestro tiempo,
esa conexión tan delicada entre el cuerpo y el alma. Esta novela, El origen del mundo, está llena de
homenajes literarios. Yo he sido un lector apasionado. Leo más la literatura
antigua que la literatura contemporánea. Leo mucho a los poetas místicos, los
poetas del Siglo de Oro. Esta novela está llena de referencias, de citas
escondidas. Yo he dicho que El origen del
mundo es una especie de cacería del tesoro. Podríamos hacer una especie de
concurso, para ver cuántas personas logran identificar líneas de Quevedo, de
Garcilaso de la Vega, de Lope de Vega, de Fray Luis de León y, también,
referencias al modernismo, de Silva, de Rubén Darío, y otras más
contemporáneas. Pero están escondidas, están
fundidas con el texto y a veces es difícil saber exactamente que son
citas, a veces parece que son frases comunes del texto literario. Yo mismo alguna
vez empecé la tarea de identificar las citas, hacer una lista de todas esas
referencias, pero nunca la terminé. Pero a quienes tengan la oportunidad de
leer la novela los invito a que hagan eso, porque es también un juego literario
entre las personas amantes de la literatura. Es el encuentro es ese momento
cuando coincidimos con alguien que también ama los poemas que nosotros amamos,
cuando encontramos a una persona que también ha disfrutado y ha vivido con
intensidad y con pasión textos que nosotros también amamos. Entonces, El origen del mundo es también un texto
para amantes de la literatura. Hay tal cantidad de referencias que a veces en
nuestro tiempo se han perdido. Quiero contarles una anécdota –y no es por
criticar a los editores, estoy muy contento con los editores, con Ediciones B, que
ha hecho esta hermosa edición de El
origen del mundo–; en el momento en que el libro se estaba editando para
publicar en México tuve que sostener una serie de conversaciones con el editor
encargado del texto, porque a veces no eran muy evidentes las intenciones del
texto. Por ejemplo, en algún momento Magnífico Delgado estaba mirando las manos
de una de sus estudiantes y entonces aparece esta parte del poema que acabo de
decirles, “Oh mano blanda, oh toque delicado”. La reacción del editor fue decir:
“Esto sobra”. Entonces me tocó escribirle unas dos páginas explicándole por qué
“oh mano blanda, oh toque delicado” no sobraba. Pero a veces es difícil que se
entienda la naturaleza de un texto como éste. Como lo decía Jorge, es un texto
de trabajo muy minucioso, de detalles muy pequeños, es un texto muy cuidadoso
que tal vez es difícil que se encuentre, que se aprecie, en nuestro tiempo. Estamos
muy acostumbrados a sacar libros en serie, a veces sin haberlos terminado de
escribir, de corregir, simplemente por que hay
una maquinaria editorial que requiere nuevos libros, más libros, que
está pidiendo constantemente novedades editoriales. He dicho en entrevistas que
cuando quiero novedades las busco en el
pasado. Si uno lee a Plutarco, por ejemplo, Las
vidas paralelas, no hay noticiero contemporáneo que nos sorprenda; al
contrario, los criminales del pasado eran más creativos. En el pasado encuentra
uno una fuente inagotable para la literatura y, si se trata de dar consejos –por
cierto, un señor árabe con quien estamos haciendo un libro me decía que cada
vez que hace tiempo en el medio oriente cuando alguien recibía un consejo en
contraprestación daba un camello; así que al final recibo los camellos–;
entonces, el consejo que quiero darles es que lean la literatura antigua, que lean
la literatura del pasado, que vayan a las fuentes, a los verdaderamente originales, porque ese es un terreno completamente inexplorado. Alguien
dijo que una persona en su vida
solamente puede leer dos mil libros. Hay que ser muy selectivos y elegir muy
bien esos libros que vamos a leer. Cuando digo dos mil, me refiero a un promedio
de lectura de un libro semanal. Tenemos que ser muy cuidadosos, muy rigurosos a
la hora de escoger los libros que vamos a leer. Ese es un aspecto de El origen
del mundo que quiero destacar, el libro como homenaje a la literatura, como diálogo
con la literatura a través de las referencias.
Al
hablar con Luz Amalia sobre el tema de la charla le había dado el título con
base en un tema que he trabajado por muchos años, que es el tema del escritor
como personaje literario. ¿Conocen novelas donde hay personajes que sean
escritores? Charles Taylor es un autor que ha reflexionado sobre el tema de la
pérdida de la conexión entre la corporalidad y la espiritualidad. Taylor decía que
la literatura contemporánea abunda en representaciones de la creación escrita.
Muchas novelas tienen escritores. Escribí un artículo recientemente sobre la
representación de la escritura en Cien años
de soledad. ¿Hay gente que escribe en Cien
años de soledad? ¿Recuerdan ocasiones en las cuales alguien escribe en esa
novela? En Cien años de soledad hay mucha
gente que escribe. El coronel Aureliano Buendía escribe poemas que finalmente
quema. Cuando Amaranta se va a morir, todas las personas del pueblo escriben
cartas a los muertos. José Arcadio Buendía, el padre, escribió un manual para
el uso del lente de aumento para la guerra. Fernanda del Carpio escribe a los
médicos invisibles y también cartas para sus hijos. Si uno sigue escarbando se
da cuenta de que Cien años de soledad
está lleno de gente que escribe. De hecho, la base de todo el libro es el manuscrito
de Melquiades que vaticina todo el destino de los Buendía. Pasemos a otros
autores, a Juan Carlos Onetti, por ejemplo. ¿Han leído El astillero? ¿Juntacadáveres?
En una novela de los años cincuenta, que se llama La vida breve, hay un personaje que se llama Brausen. Brausen está
viviendo una relación muy complicada, su relación de pareja se está deteriorando.
Su esposa acaba de ser diagnosticada con un cáncer de seno y Brausen se inventa
mundo alternos para escapar de la realidad. Onnetti es edificante por el lado
triste. Uno no puede leer a Onetti para alegrarse, uno tiene que estar
preparado para sentir las más profundas depresiones cuando lo lee. Sin embargo,
en mi experiencia personal, es el mejor
narrador de la literatura latinoamericana. Releo constantemente El
astillero y lo releo insultando a Onetti. Me da rabia con Onetti
porque escribe muy bien y lo leo preguntándome cuándo es que yo voy a escribir
como este hachepé. Porque da tanta rabia leer a Onetti y a la vez tanto gusto.
Onetti no era un escritor profesional. Era un escritor de cuadernitos, tirado
en la cama, pero es un autor impresionante. Si miramos el ciclo de Santa María,
que empieza con La vida breve, es una
obra que en tres siglos, si alguna vez alguien se pone a mirar los escritores
de nuestro tiempo, el Cervantes de nuestro tiempo, yo creo que descubrirán a Onetti.
En La vida Breve hay este personaje llamado
Brausen, que está escribiendo un guión de cine, y ahí es donde aparece Santa María.
Santa María se convierte después en el escenario de la mayoría de las novelas
restantes de Onetti, es el escenario de Juntacadáveres,
de El astillero, de Para una tumba sin nombre, de Dejemos hablar al viento, de Cuando ya no importe. Todas esas novelas
transcurren en Santa María, que fue creada por Brausen en La vida breve. Noten entonces que todos estos escritores tienen
personajes básicos que son escritores. Cortázar. ¿Dónde están los escritores de
Cortázar? En Rayuela, sobre todo en
Rayuela. Allí hay una persona que se llama Morelli, que ha sido atropellado por
un auto y esta gente, Oliveria y los otros, van a visitarlo al hospital.
Morelli es un hombre que ha estado reflexionando sobre qué es la literatura, cuál debería ser la naturaleza
de una literatura que trascienda las convenciones y simplicidades del realismo.
Así podemos seguir. La tia Julia y el
escribidor, de Mario Vargas Llosa. Si ustedes exploran, la mayoría de los grandes
escritores del siglo 20 y de lo que va del siglo 21 tienen escritores como personajes centrales. Estoy hablando de mi tesis doctoral en los Estados Unidos
cuando escribí una tesis sobre el más absurdo de todos los personajes, que es
el escritor. Ser escritor es una paradoja, como lo mencionaba al comienzo.
(Una
estudiante pregunta sobre el carácter visionario de los escritores y si esa
faceta se observa en El origen del mundo)
GA:
Visionario no es solamente el que predice. Visionario es el que ve en su
momento. Todos estamos viendo nada más lo que los noticieros están acolitándole
al poder. Necesitamos visionarios que levanten el telón y nos digan: “El mundo
es así”. Visionario es la persona que se quita la venda ideológica que cada
tiempo tiene –todo tiempo tiene su alienación– y el visionario descorre ese
velo y muestra el mundo como es. Cuando me haces la pregunta específica
respecto a mis obras, yo desconfío mucho de las referencias concretas a la
realidad. Ayer en una entrevista decía que la palabra Colombia sólo aparece una
vez en mis libros, en mis novelas, y eso como un lugar exótico donde hay
manglares. No aparecen las palabras Medellín, Bogotá… nunca. No hay momentos
históricos específicos. Hay una razón para eso. Siento que la literatura
contemporánea en general está demasiado concentrada en lo que yo llamaría “literatura
de noticiero”. Es decir, está dedicada a explorar literariamente lo que ha
aparecido en el noticiero hace unos meses. Eso nos vuelve muy inmediatistas,
muy localistas, casi que provincianos. Entonces trato de explorar esas
realidades que están hacia adentro. Adentro no hay nombres, no hay fechas. Yo
me llamo Gustavo, así me pusieron cuando estaba pequeñito, pero mi estómago no
sabe que yo me llamo Gustavo. Eso es algo que Borges, por ejemplo, nos está
recordando constantemente. Hay un cuento muy bonito de Borges que se llama ‘El Sur’,
que ojalá traten de leer ese cuento con detenimiento. Borges no escribió novela
porque no necesitaba. Él escribía un cuento y lo dejaba a uno listo. ‘El Sur’
es uno de esos cuentos de Borges que nos tocan, si estamos abiertos a su
mensaje. Uno de los mensajes de ese cuento es que debemos recuperar el
presente, porque el presente nos lo roban.
Jorge Luis Borges
Estamos constantemente pensando en el futuro. Estamos constantemente metidos en recuerdos. Estamos planeando:
“Voy a hacer esto, voy a hacer aquello”, y resulta que lo único que tenemos es
el presente, que se nos está yendo en medio de tantos planes y memorias.
Entonces Borges lo hace, recordarnos el valor del presente; lo hace Cortázar,
en historias como ‘La noche boca arriba’. En muchas de sus novelas Cortázar
está hablando justamente de romper con la “Gran Costumbre”, que es ese velo que
no nos deja ver la realidad inmediata, que nos hace olvidar que la vida se nos
escapa y no sabemos cuántos días tenemos. Nadie puede asegurar que tiene ni
siquiera un día más de vida. Hay una frase de La celestina que a mí siempre me ha gustado repetir: “Nadie es tan
viejo que no pueda vivir un año, ni tan joven que no pueda morir mañana”. Eso
es lo que la literatura nos está recordando, que no podemos pensar: “Cuando yo
tenga ochenta años” o “Cuando tenga noventa…”. Eso es también lo que nos dicen
los místicos, que tenemos que estar con el equipaje listo, porque no sabemos
cuándo es el llamado. Entonces el escritor es visionario en el sentido de estar
recordando lo valiosa que es la vida, lo valioso que es el instante, por más
pequeño e insignificante que parezca. Hay una frase de Chesterton que me gusta
muchísimo. Chesterton es un amor… es un autor que quiero mucho. Yo no me canso
de leerlo. De hecho, fue una de las grandes influencias de Borges. Chesterton
dice que debemos movernos por la vida con aprecio y gratitud, que es una soberbia
enorme pensar que un ser humano tiene derecho
a una flor. El problema, si no apreciamos la vida, es que somos
soberbios y no valoramos los regalos que
trae cada día. Si al final de un día ustedes llegan y dicen que ese día fue
perdido, castíguense, regáñense por blasfemos. Porque no hay días perdidos, no
hay instantes perdidos, y eso es lo que la literatura está tratando de recordarnos.
Bueno, cierto tipo de literatura, no toda, no aquella que está siguiéndole la
corriente a la ideología y a la noticia, sino aquella que está explorando los
recovecos del alma, que son tan complicado y tan complejos. La persona que
menos conocemos somos nosotros mismos. La persona a la que más mentiras le
decimos somos nosotros mismos. Nos levantamos, nos miramos al espejo y ya nos
estamos diciendo mentiras. Hay una frase de Fray Luis muy cómica, en La perfecta casada, donde hablando del
mal genio de una mujer dice que “el espejo no quiso mentirle esa mañana”. Todos
estamos diciéndonos mentiras a toda hora y este tipo de literatura que trato de
hacer, que nunca culmina, que no tiene un punto en que se diga: “ya se logró”,
es justamente ese despojo, ese desnudamiento. Esa palabra, desnudamiento, es muy
apropiada, porque justamente escribir es desnudarse, es exponerse, y eso
significa romper una serie de inhibiciones, de barreras, de prejuicios. Una de las
preguntas que más he tenido que responder con esta novela es qué tan autobiográfica
es, qué tanto de Gustavo Arango hay en Magnífico Delgado. Hay demasiado, pero
siempre he dicho que dos o tres cositas. Esta novela llegó a ser publicada casi
que por accidente. La había enviado en el 2007 al Premio Herralde, quedó
finalista y me dediqué a corregirla. Jorge hablaba de cómo corregir significa a
veces sacrificar buena parte de una obra. Tuve que eliminar un capítulo de 40 páginas
que la hacia demasiado complicada para leer. Creo que ha quedado mucho mejor así.
Es una novela corta, que invita a leer despacio, porque hay que leer despacio,
especialmente si el texto está lleno de matices, de sutilezas, de referencias.
Cuando supe de este premio en México me interesó particularmente porque era un
premio que no daba dinero. Estamos en un tiempo de grandes premios literarios Hay
premios que dan 500 mil dólares o no se cuánto más. 500 mil dólares me
ayudarían a pagar buena parte de mis deudas, espantarían las culebras que me
buscan. Pero el hecho de que este concurso no diera dinero me pareció muy interesante porque, primero, no iba a
interesarle a las personas que estaban buscando dinero. En literatura sólo hay
unos cuantos escritores que viven de sus obras e incluso los más conocidos
suelen ser incomprendidos. García Márquez, por ejemplo. Todos podemos reconocer
que García Márquez vive de la literatura, pero podría decirse que es un autor
incomprendido. Bueno, volviendo a la historia del premio, mandé la novela a
este premio pensando que iba a tener menos participantes y los jurados iban a tener
más tiempo de prestar atención a la novela. Eso fue lo único que pensé. No se
me ocurrió pensar que mis intimidades iban a quedar expuestas de esta manera.
Generalmente a los concursos internacionales llegan, no sé, quinientas o
seiscientas novelas. ¿Quién se lee quinientas novelas en tres meses? Si nos
leemos dos mil libros en toda la vida. No tiene mucho sentido enviar una novela
a un concurso donde ni siquiera está seguro de que van a leerla. En fin, pensé
que aquí había posibilidad de que alguien que supiera de literatura la leyera.
Ni siquiera sabía quiénes eran los jurados. Lo supe cuando anunciaron el
premio. Me alegró saber que son dos personajes muy importantes de la cultura
mexicana. Uno de ellos es Tomás Granados Salinas, que es el coordinador editorial
del Fondo de Cultura Económica de México. El otro es Mario González Suárez, que
es el presidente de la Sociedad de Escritores Mexicanos. Los concursos
interesan porque los jurados pueden ser personas que aprecian la propuesta
literaria que uno está haciendo. Soy consciente de que esta propuesta literaria
no es la que circula tradicionalmente como los libros más vendidos. La
propuesta hacia adentro es menos interesante que la propuesta externa,
realista, de ocasión. Entonces, para redondear y para darle la palabra a Jorge,
porque no quiero arrullarlos, esos libros donde aparecen los escritores
representados tienen un efecto interesante en nosotros como lectores. Hay un
ensayo de Borges que les recomiendo se llama ‘Magias parciales del Quijote’.
Allí Borges pregunta por qué nos interesa tanto esa escena en la que el Quijote
está leyendo las aventuras del Quijote, o por qué nos interesa en Hamlet esa
representación teatral de la situación que se está viviendo en ese reino, y
Borges da una posible explicación y es que cuando leemos ese tipo de relatos que
son como cajas chinas, un relato dentro de otro, o un personaje que está
creando a otro, se revela que nosotros podemos
ser personajes de ficción, que puede haber alguien por encima de
nosotros que nos está escribiendo, que nos está narrando.
Y
vamos al lado opuesto. ¿Por qué nos
interesan los libros donde los personajes principales son escritores? Nos
interesan porque nos recuerdan que cada
uno está escribiendo su propia vida. No necesariamente lo hacemos con un lápiz
o con una pluma, pero en el momento en que tomamos una decisión en nuestras
vidas estamos dándole un rumbo a la historia, al libro de nuestras vidas. No
somos los únicos autores de nuestras vidas. Estamos condicionados por una serie
de cosas. Pero el hecho de que una novela represente a un escritor nos recuerda
que cada uno está escribiendo la novela de su vida.
El origen del mundo en la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara
(Jorge Consuegra pregunta por
qué en la novela hay nueve mujeres y ningún estudiante hombre. Pregunta por qué
no aparecen los colegas de Magnífico Delgado. También pregunta por la relación
entre el periodismo y la literatura y cómo se nutren mutuamente. Hace
comentarios sobre el nombre del personaje y sobre la portada de la edición
colombiana, el ombligo de mujer con una flor más abajo que cubre el sexo).
Nota: la calidad de la grabación no permite hacer una transcripción exacta.
GA: Empiezo por la segunda pregunta.
Jorge preguntaba sobre la experiencia periodística y sobre la experiencia de escribir
literatura. Siempre se ha insistido en el periodismo literario o la crónica o
el reportaje como géneros literarios. Algo que descubrí con el ejercicio periodístico
durante diez años que trabajé en El Universal de Cartagena fue que no
necesariamente hay una diferencia entre periodismo y literatura. Ambos son
literatura, si se toman como una escritura cuidadosa, sensible, visionaria. Uno
puede hacerlo para referirse a un hecho noticioso o para referirse a personajes o para referirse a lo que uno
imagina o fantasea. Uno siempre está escribiendo la crónica de su vida. Lo que
pasa es que algunos capítulos se publican en periódicos o revistas y otros se
publican en novelas y otros se quedan en los diarios personales. Hay una
recomendación que quisiera hacerles a tantos estudiantes de periodismo que hay
acá. Creo que para mí fue muy valiosa la experiencia de El Universal, de Cartagena. En algún momento tuve la oportunidad de
trabajar en El Colombiano de Medellín
y en El Mundo. Pero yo tenía la idea
de irme a Cartagena porque la ciudad me fascinaba, pero además porque El Universal era el periódico donde García
Márquez había comenzado. Algo que descubrí en El Universal es que si uno se va a medios pequeños tiene más
libertad creativa, porque los medios donde se concentra demasiado el poder son
mucho mas vigilados, el espacio es mucho más reñido, la presión de las fuentes es
mucho más intensa. En El Universal, cuando yo editaba el suplemento literario,
podía darme el lujo de publicar una crónica de 16 páginas. No era que no
tuviera problema por eso, pero era más posible que uno se saliera con la suya.
Vayan a hacer una crónica de dieciséis páginas en otro medio. Entonces, el
camino no es necesariamente hacia arriba directamente. Hay otras maneras, otros
recorridos. Lo importante es que estén atentos a esas oportunidades, que estén
atentos a esas posibilidades que se abren y no menosprecien las experiencias.
Cualquier experiencia que al principio nos puede parecer insignificante, cualquier experiencia puede ser el camino que necesitamos para llegar. En
Cartagena tuve muchos privilegios. Cartagena
es una ciudad muy interesante porque llegan muchas personalidades. Hay muchos
festivales, el festival de cine, por ejemplo. Llegan muchos escritores, artistas,
directores. Para mí era muy importante en ese momento como periodista entrevistar
escritores, preguntarles por su oficio, preguntarles cómo hacían para hacer sus
libros. Porque si uno quiere escribir, o si quiere realizar cualquier tarea con
un nivel elevado, tiene que convertirse en un espía y empezar a robar los
secretos a todos los que lo hacen bien.
Entonces, empiecen el espionaje. Ahora, una vez descubierto que la crónica
periodística y la crónica vital son una sola, las cosas son más fáciles. La
experiencia de conocer un personaje público aparece en el periódico, pero la
experiencia que tengo con mi hija, cualquier conversación interesante que sostengamos, es la crónica personal y a veces
termina en las novelas. Una vez descubierto que sólo hay una crónica, que a veces es pública y a veces
privada, para mí también se hizo muy fácil la literatura. Podría decir que esta
novela tiene mucho de crónica. Cuando Jorge preguntaba por qué nueve mujeres, por
qué no algunos hombres y algunas mujeres, la respuesta es porque esta
experiencia fue real. Alguna vez di un curso de escritura creativa con nueve
mujeres y entonces lo que hay aquí en buena parte es la crónica de ese taller.
No había hombres. La ocasión estaba servida y esto que llamo novela y que recibió
un premio literario, es una crónica. Pero es crónica con algunos detallitos
alterados. Por ejemplo, yo no me llamo Magnífico Delgado. No soy ni magnífico,
ni delgado. Pero eso es sólo el comienzo de las transformaciones. La forma como
llega el nombre del personaje es muy curiosa. Primero llega sin pensar. En ese
sentido, uno debe tener las antenas muy bien puestas. Llegan nombres que anoto
en cuadernos. Siempre estoy escribiendo en cuadernos. Durante un tiempo tuve
una columna de opinión en El Universal
de Cartagena con el seudónimo de un personaje que se llamaba Wenceslao Triana.
En lugar de mi foto aparecía el dibujo
de un viejito de ochenta años. Wenceslao hablaba de sus dolores de próstata, de
sus problemas seniles, de las cosas que hablan los viejitos. Era un personaje
de ficción opinando sobre hechos de la realidad. Wenceslao tuvo muy buena
acogida en Cartagena y la gente le escribía cartas. Muchos no sabían quién era
Wenceslao. Digamos que fue un precursor de Magnífico Delgado en el sentido de
que es un personaje literario que sin embargo lleva dentro de sí muchos
elementos de verdad, muchos elementos de historia personal. Hagan la prueba. Si
van en Transmilenio, si encuentran una silla, siéntense y empiecen a escribir
lo que escuchan. Ya ahí tienen un cuento. El mundo está tan lleno de historias,
de situaciones, que ni siquiera es necesario el esfuerzo de imaginar.
Wenceslao Triana
Y
la otra pregunta, sobre el nombre de Magnífico Delgado. No es un nombre que haya
sido concebido conscientemente. Un periodista de EFE descubrió una relación con
un Magnífico que hay en Cien años de
soledad. ¿Recuerdan cuál es ese Magnífico? Se llamaba Magnifico Visbal. La
sonoridad es casi la misma: Magnífico Visbal, Magnífico Delgado. La musicalidad
del texto es muy importante y es probable que a mí me haya queda sonando ese nombre
y que en algún momento salió convertido
en Magnífico Delgado. Después, durante ese
proceso de edición del que les hablaba, también tuve una discusión con el
editor porque me sugirió que cambiara el nombre del personaje. Yo le dije: “Si
cambiamos el nombre del personaje no hay
novela. No se puede llamar Pedro, Juan, Luis. Se llama Magnífico Delgado.
Entonces me tocó hacerme consciente de algo que no había sido consciente al
principio: de las dimensiones que están implícitas en ese nombre. Magnífico Delgado
no es solamente un nombre, es una frase, es un oxímoron, es una paradoja. Lo magnífico
es lo grande, pero lo delgado es lo sutil. Esa es justamente la estructura de
esa novela. Por un lado es un personaje que está atento a las cosas minúsculas.
La novela empieza cuando Magnífico está viendo a una de sus estudiantes pasar
la calle y de pronto la estudiante empieza a bailar en medio de la calle. Él
está extasiado y le parece la danza más hermosa del mundo. Está fascinado. Ochenta
páginas después nos damos cuenta de que a ella simplemente la está persiguiendo
una abeja y viene toda la reflexión sobre por qué las abejas atacan a las mujeres,
especialmente cuando acaban de perder la virginidad. Pero todo empieza con algo
tan simple como eso: alguien está espantando una abeja y para Magnífico aquello
es la danza más hermosa del mundo. Es lo delgado elevado a las grandes
proporciones. Hay dos símbolos básicos en la novela: el volcán y la gota de rocío.
Hay una historia que se menciona en la novela. Es la historia de un tipo que se perdió en los desiertos volcánicos de Hawai y se alimentaba con las gotas de
rocío que encontraba en el musgo. Para Magnífico esta historia es muy
importante porque él siente que también vive de las gotas de rocío. Magnífico
vive de pequeños episodios, de pequeños momentos que lo nutren y que lo llevan
a acrecentar la realidad.
(Pregunta del público sobre el tema del absurdo).
GA: Cuando hablo de absurdo tomo como referencia un libro que también les recomiendo –y me voy a llenar de camellos a la salida– y es El mito de Sísifo, de Albert Camus. Parece que lo están leyendo y no puedo contar de qué trata el libro. Pero puedo decir que el absurdo se experimenta de muchas maneras. Cuando muere alguien cercano, cuando experimentamos por primera vez de manera muy profunda la realidad de la muerte, aparece el sentimiento del absurdo. Uno se pregunta qué sentido tiene la vida, a qué me trajeron aquí. Se dice: “Esto es una trampa”, “Yo no fui consultado para nacer”. Como decía Rafael Pombo, en ese poema que le valió la excomunión: “Si en la nada estaba yo, por qué de la nada he sido. Quién dio esa ley enemiga de ser para padecer”. Ese preguntarnos por el sentido de la vida ya es la experiencia absurda, es el sentimiento absurdo. Ahora, en el caso de Magnífico Delgado hay algo que también lo hace absurdo y es el hecho de que está escribiendo unas novelas que no se atreve o no logra hacer públicas porque le parecen demasiado personales. Esa pugna de quien escribe para nadie también tiene un componente absurdo, lo convierte en un héroe absurdo. Porque el héroe absurdo es aquel que hace las cosas sin un propósito, sin pensar que la vida tiene sentido, pero igual termina por hacerla. Me parece interesante que haya escrito esta novela después de años de reflexión sobre el tema para escribir mi disertación. De algún modo esta es mi disertación pero en literario. La otra fue en academiqués, en el lenguaje de la academia, que tiene otras reglas y otras maneras de expresarse. Esta sería la versión literaria de esas ideas.
(Pregunta sobre la aparente
contradicción que significa renunciar a la referencialidad, cuando los
literatos-periodistas justamente aprovechan la precisión, al referencia, para
hacer verosímiles sus historias).
GA:
Cuando uno ha leído que esos autores, que García Márquez, por ejemplo, aprendió
que la precisión hacía más real el hecho literario, se entiende que esa es una
manera de hacer literatura. Pero la poesía se puede entender de varias maneras.
Hablo de poesía como la experiencia literaria en general. A veces la poesía se
siente como adorno. Mucha poesía que leemos es de florituras, de cosas bonitas,
pero de poco fondo. Pero hay un tipo de poesía que es visionaria –y volvemos a
la palabra visionario de la que hablábamos hace un momento. Ser visionario en
literatura implica internarse en zonas de la realidad desconocidas. Esas zonas desconocidas no
tienen nombre, todavía no han llegado
las etiquetas, las plaquitas, las nomenclaturas Es una decisión también
política. Todos somos políticos en nuestro actos. Todos estamos ejerciendo constantemente
nuestro juicio, actuamos basados en nuestros valores y en nuestra ética. Me
molesta, no estoy hablando de escritores
en particular, pero me molesta la excesiva explotación de la parte visible del
realismo, la parte noticiosa del realismo. Yo he sido una persona afectada por
la realidad en Colombia. Mi padre fue asesinado cuando yo tenía veinte años y,
quizá porque viví esa experiencia, he sido muy consciente de que la violencia no
son datos, no son cifras, no son informes de treinta segundos en los
noticieros. Hay un efecto permanente y definitivo en muchas personas cuando
ocurre un hecho violento. Entonces decidí darle
la espalda al noticiero e internarme en esas zonas del alma donde se exploran
los efectos reales de la violencia. Aquí en esta novela hay violencia, pero en una
sola frase. El resto de la novela se dedica a explorar el efecto de esa frase.
Es una frase perdida, en una frase en la que explicamos qué fue lo que le pasó
a Magnifico Delgado años atrás en ese país en el que vivía y que abandonó
porque no lo soportaba. Podría tomarse esta
novela como un reflexión sobre esa frase pero es el único momento en
que vamos a la superficie y decimos “pasó esto”. El resto del tiempo estamos viendo las consecuencias en el alma
del hecho violento. Allá no hay nombre, allá no hay referencias, allá no hay
circunstancias. Uno de los problemas de nuestra lectura de la literatura es que
nos hemos vuelto lectores de novelas realistas. Y ano leemos por el lenguaje,
por la propuesta, por la luz que pueda darnos la novela; sino que leemos para
identificar, para reconocer, para reforzar lo conocido “Ahh, sí. Yo estuve en
esa fiesta”, “Ahh, sí, en esa esquina hay una tienda”, “Ahh, sí. La gente en
esa ciudad habla así. Esas son expresiones que usan allá”. Nos volvimos
lectores del “Ahhh, sí”. Es decir, simple reconocimiento que se limita a hacer
eco de una realidad, pero que nunca la profundiza.
(La charla ha estado dirigida
principalmente al periodista que sigue un camino para llegar a ser escritor de novelas.
Hace falta un poco para el periodista que no quiere ser escritor de novelas,
pero quiere ejercer en el periodismo).
GA: Sí, les tengo preferencia,
están en la rosca los que quieren ser literatos, y estoy dejando abandonados a
los que quieren ser periodistas más allá de lo literario. Yo diría dos cosas.
Una, que todos tienen que ser buenos lectores. Yo soy un gran lector de una
revista de farándula completamente superficial, que se llama Entertainment Weekly. Es una revista
sobre los actores, las actrices, las películas, los cantantes. Sin embargo, el
perfil más simple es un perfil literario, porque tiene un buen uso del
lenguaje, es novedoso, nos revela facetas interesantes de un personaje. Yo
diría que aun quien no quiera ser escritor, quien no quiera hacer novelas, debe
reconocer que está haciendo un uso del lenguaje y que debe ser un uso
consciente y conocedor del instrumento. El lenguaje es una herramienta muy
valiosa. Recuerden que el lenguaje es el gran logro de la humanidad. La
escritura es nuestra mayor sofisticación. Todos levantamos, agarramos,
empujamos, pero escribir implica una serie de procesos mentales y fisiológicos
que son muy complejos. Todo lo que vino después, la tecnología el progreso, se ha debido a nuestra capacidad para
materializar el pensamiento con la escritura. Entonces, somos los oficiantes de
la tarea más sublime que desarrolla el
ser humano. Estamos en sociedades que a veces nos desplazan y nos ponen al margen.
Pero si verdaderamente situáramos las tareas desde una perspectiva humana,
escribir es la más sublime y más elevada. Entonces, incluso quien solamente
quiere ser periodista tiene el deber de pulir su instrumento, de ser muy
consciente de que está desempeñando un alto oficio.
Hay
una frase que siempre procuro recordar, en muchas circunstancias. La oí hace
muchos años en un documental sobre una familia muy pobre en el África. Hay un
momento en que la madre le dice a la hija que lleve una vasija con agua hasta
un cuarto. La niña se apresura y la madre le dice: “Lleves lo que lleves, llévalo
con cuidado”. Ese es el consejo para todos: periodistas, escritores, cirujanos,
arquitectos, cualquier oficio: “Lleves lo que lleves, llévalo con cuidado”. Recuerden
que sólo hay una decisión en nuestro terreno profesional. No decidimos dónde
vamos a trabajar, no decidimos los accidentes de la vida, no somos dueños de
nuestro cuerpo –el cuerpo se enferma, se muere sin pedir permiso-, no somos dueños
de ninguna propiedad –las propiedades se pierden–, pero somos dueños de nuestras
decisiones. A nivel profesional, nuestra
decisión siempre debe ser hacer las cosas lo mejor posible.
(Una pregunta sobre la
diferencia entre escribir sobre la actualidad y sobre la elección de escribir
en el pasado o en la atemporalidad).
GA:
A veces he dicho que la literatura es como una casa muy grande en la que todos estuvieran
apiñados en un solo cuarto, mientras que el resto de los cuartos y los patios
están sin habitar. Puede ser una impresión equivocada, porque finalmente es muy
difícil tener una impresión de lo que se está haciendo en literatura hoy. Sabemos lo que sale publicado, pero no sabemos otras
cosas que se están haciendo y han quedado por fuera de la industria editorial.
Por eso el tiempo es el único que podría revelarnos una visión más completa de
lo que se está haciendo hoy en día. Si, hay esa tendencia. Digo un poco en
broma que agradezco profundamente a la vida que yo decidí ser escritor antes de
1982, porque con el Nobel de literatura a García Márquez surgieron muchas
vocaciones equivocadas. Mucha gente se interesó por hacer literatura, no por el
oficio, no por esa devoción que implica la tarea, sino por la visibilidad, el
brillo, la fama que representaba el Premio Nobel de literatura a García
Márquez. Hemos visto ese fenómeno del escritor que quiere ser famoso pero no
quiere escribir, o el que quiere estar en los medios constantemente sin haber
hecho una obra. Para mí, un gran ejemplo de alguien que ha construido una obra
es Juan Carlos Onetti, de quien les hablaba ahora. Onetti escribió El pozo, escribió La vida breve, El astillero,
Juntacadáveres, sin ser un escritor
reconocido. Tuvo algún renombre, ganó algunos premios, pero no era un autor muy
leído, ni publicado por grandes editoriales. El nombre de Onetti empezó a
hacerse más visible en los años setenta, ya cuando Onetti era un hombre de más de
sesenta años. Hay que construir obra, olvidarse de esos brillos de la fama que
tanto daño hacen, porque vuelven al
escritor complaciente con tal de obtener esa fama. Si alguien quiere ser
escritor es importante que se pregunte para qué. De hecho, hay una parte de la novela
donde Magnífico reflexiona sobre esos momentos de su vida en que se preguntó para
qué quería escribir. De manera que sí, tal vez se están haciendo otras obras,
pero nos tomará tiempo conocerlas. Pero por lo que vemos ahora, la mayoría
están en un solo lugar y el resto de la casa está sin habitar.
(Para terminar hablemos un poco
de Un ramo de nomeolvides. Ojalá que se
tenga la opción que también se lea).
GA:
Un ramo de nomeolvides, como lo hemos
mencionado, es un texto sobre los inicios de García Márquez como periodista en
Cartagena. Lo escribí cuando yo también era periodista de El Universal. Fue una tarea de investigación muy bonita porque,
además de revisar los archivos de prensa de la época, tuve la oportunidad de
entrevistar a los amigos de García Márquez de aquellos tiempos. Todos ellos
eran ya personas muy mayores. Tenía treinta años cuando escribí esa novela y
curiosamente tenía una gallada… ¿Cómo se llama ahora al grupo de amigos? El
parche era de amigos de ochenta años o más. Ahí está también un poco Wenceslao
Triana. Lo que yo no sabía era que se me iban a morir todos los amigos. Ya no
están. Pero me enriqueció muchísimo el contacto con esas personas. En el
momento de escribir esa novela –porque Un
ramode nomeolvides es, para mí, una novela de no ficción– me dio mucho
susto pensar en la posición en que me encontraba. Me senté a escribir y me
dije, en mi costeño recién adquirido: “Erda, me jodí. Voy a escribir un libro
sobre García Márquez. Si me va mal, me van a sacrificar, me van a crucificar, no
van a quedar ni las miguitas”. Pero después del susto pensé que aquella era mi
oportunidad, que si escribía un buen libro sobre los inicios de García Márquez podría
abrirme puertas como periodista y como escritor. Entonces supe que los meses siguientes
–la escritura del libro tomó unos quince meses– iban a estar dedicados
exclusivamente a hacer un buen libro. Escribía en las noches y dormía en el día.
Pulía, revisaba, volvía a pulir, volvía a revisar. Quería hacer un libro del
cual no estuviera arrepentido de una sola frase. Finalmente lo terminé, fue
publicado, y cuando se lo entregué a García Márquez, en diciembre de 1995, le
dije: “Maestro, espero que esté a la altura”. Me dijo: “O a la bajura”. Entiendo
que me decía eso porque en aquella época su historia está llena de episodios que
no son tan brillantes. Me dijo: “Lo voy a leer con un lápiz en la mano” y yo
ahí, con un nudo en la garganta, la dije: “Espero ver lo que quede después del
lápiz.”
Y
resulta que a partir de ahí empezaron a pasar cosas muy buenas. En el 97 tuve
la oportunidad de estar en un taller de
narración periodística con García Márquez. Habló muy bien del libro. Les dijo a
los periodistas que participaban en el taller que yo sabía de su vida más que él
y les recomendó comprar el libro. Recuerdo una escena que para mí tienen un
valor simbólico muy importante. Al final del taller, en un extremo de la mesa estaba
García Márquez firmando montañas de libros y en el otro extremo estaba yo firmando
Un ramo de nomeolvides. En ese momento
levanté la vista y supe que iba a tener pocos momentos en la vida como ese. El
libro tuvo mucho éxito. Tomás Eloy Martínez lo leyó. Probablemente saben quién
es Tomás. Es un periodista y novelista argentino. Murió el año pasado. Gracias
a una recomendación de Tomás y su esposa recibí una beca en los Estados Unidos
para estudiar un doctorado en literatura. A partir de ahí he seguido
escribiendo. He estudiado y me propongo escribir muchísimos libros porque en
alguna ocasión decía que es un vicio. Pero digamos que estas cosas, esta
novela, lo que ha pasado empezó de algún modo en ese momento en que estaba
escribiendo Un ramo de nomeolvides y
supe que esa era la oportunidad, que ese era el momento en que tenía que hacer
las cosas muy bien, que era el momento de llevar las cosas con mucho cuidado.
jueves, 17 de enero de 2013
"La literatura sigue siendo un arte secreto"
Una entrevista a propósito de
la presentación en Cartagena de la novela Criatura
perdida.
El Universal, miércoles 16 de
mayo de 2001, página 5A.
Gustavo Arango: “La literatura
sigue siendo un arte secreto”.
Por Gustavo Tatis
Guerra.
Vino a Cartagena a conocer el
mar.
Aquel mar de sus nueve años,
que aún resuena y lo persigue. Vino con su familia y él se quedó mudo,
petrificado, viendo la línea del mar que sólo había leído en los labios de sus
padres y en las páginas de los cuentos. Más tarde, en la década del ochenta
decidió volver. Y se quedó para siempre en Cartagena, en donde nacieron
Valentina y Mateo.
Lo que en verdad siempre ha
querido hacer en la vida es escribir. Antes de vincularse al diario El Universal de Cartagena, había escrito
una tesis sobre Julio Cortázar. A bordo del diario adelantó la investigación y
escritura sobre García Márquez y su paso por este periódico, que tituló Un ramo de nomeolvides. Al empezar ese
trabajo había dejado de escribir una novela que había empezado en 1993 y culminó
en 1998. Se trata de Criatura
perdida. Hace dos años vive en New Jersey, en donde fue becado por la
Rutgers University. Allí, además de recibir clases para su grado de Máster en
Literatura Latinoamericana, es profesor en el departamento de Español y
Literatura.
-¿Cómo evaluaría su experiencia de estos dos años y medio en los
Estados Unidos?
Es una doble oportunidad: me
permite tener una visión más clara de Hispanoamérica, llenar algunos vacíos al
respecto, y, al mismo tiempo, hacer mi propia literatura. Exige mucho adaptarse
a una cultura nueva, pero ayuda a crecer y a renovarse. Me ha permitido aumentar
experiencias. El encuentro con la academia norteamericana es complejo. Toda
comunidad intelectual tiene sus códigos. A lo largo de este tiempo he leído más
de cien libros de la literatura española, desde la Edad Media, pasando por el
siglo de oro y los siglos XIX y XX. La tesis que hice fue sobre Juan Carlos
Onetti y su última novela, Cuando ya no
importe. Uno de mis hallazgos latinoamericanos en la universidad ha sido el
chileno Juan Emar, un autor de vanguardia que en los años treinta publicó muy
poco conocido que se titula Diez.
Como vio que la crítica le prestaba poca atención, este señor se dedicó a
escribir durante treinta años una novela póstuma que se interrumpió con su
muerte, en 1964. Sólo en 1996 vino a publicarse. Se trata de Umbral, recogida en dieciséis tomos,
unas cinco mil páginas.
–¿Qué autores latinoamericanos enseña usted en Estados
Unidos?
Al principio enseñaba español,
luego cultura y literatura de Hispanoamérica. En el curso leímos Cien años de soledad, de García Márquez.
Allí analizamos capítulo a capítulo: el origen de los partidos políticos, la
religiosidad en la obra de García Márquez, las fuentes culturales. Ahora en el
verano tengo un curso de Cultura y Literatura del Caribe. Para ellos, el Caribe
es insular: es Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana. Esta es una
oportunidad de mostrar que también hay un Caribe continental.
–¿Qué sorpresas le ha deparado la lectura minuciosa del siglo de
oro español?
He llegado a comprobar que el
Boom de la literatura latinoamericana es heredero de la picaresca española y del
Siglo de Oro. Me ocurrió, por ejemplo, estudiando a Onetti y su vena religiosa,
que yo he analizado desde la imagen del viento y el soplo divino. Lo que he
prendido es que muchas de esas palabras del Siglo de Oro español siguen vivas en
nuestros pueblos. Un rasgo de la cultura español y de la literatura ha sido el
camuflaje: el decir una cosa y hacer otra. Está en los textos de los cronista de
Indias, en Bernal Díaz del Castillo, cuando cuenta cómo secuestran a Moctezuma
con palabras dulces. Así ha sido la tradición: decir bellezas y hacer
canalladas. Américo Casto lo sustenta muy vienen su visión sobre la
multiplicidad de culturas camufladas que contiene España: la cultura árabe, la
hebrea, la de quienes se camuflaban como católicos.
–Volvamos a la escritura de su novela y a la experiencia creativa.
¿Qué significa crear ficciones que terminan siendo
realidades?
Para empezar, creo que uno no
debe escribir para ser estrella, ni para ser un best seller. Estamos en que la
literatura sigue siendo un arte clandestino, como lo fue para Kafka, de espaldas
al mundo; hasta encontrar lectores. En internet se encuentran esquemas de cómo
se escribe una novela, como si se tratara de una fórmula que usted va a llenar
siguiendo unas instrucciones. Todo eso contrasta con un escritor como Salinger,
el gran autor de El guardián entre el
centeno, quien ha renunciado a la vida pública y tiene treinta años de estar
escondido. Es su estrategia. La sugerencia que tengo a los nuevos escritores es
que no pierdan energías con las editoriales y en insistir con el mismo
manuscrito en tratar de ganarse un premio literario, porque esa es una energía
que se le quita a la obra. Lo que hay que hacer es sencillamente escribir.
Escuché del maestro Gustavo
Ibarra Merlano la idea de que un libro no tiene más de cien lectores. Sus libros
fueron publicados en ediciones limitadas de cien ejemplares. Pero la gente
piensa en García Márquez, relacionan de la literatura con la fama y vida
pública, con encuentros con políticos, etc. Eso no es necesario para escribir.
La literatura tiene que ir en busca de la gente, del vecino. Las editoriales son
monstruos, pulpos que engendran best sellers. La mejor crítica que he recibido
de mi novela, Criatura perdida,
provino de mi tía abuela. Me dijo: “Pobre hombre. Cómo sufrió”.
Hace tiempo decidí seguir el
ejemplo de Balzac, quien escribía dos horas diarias sin parar antes de ponerse a
trabajar en sus libros. Me sentaba frente al computador a escribir media o una
hora. Aquello se convirtió en un hábito tan activo que a veces siento que las
palabras están listas, a punto de caer. Así en esa disciplina fueron surgiendo
los cuentos de mi libro Su última palabra
fue silencio, y la novela, que había suspendido para hacer el libro sobre
García Márquez. Hubo un momento en que yo pensé que no iba a terminarla. Uno de
los hechos que me permitieron culminarla fue haber participado en un taller de
la Función para un Nuevo Periodismo Hispanoamericano, con García Márquez. A
pesar de que la novela no es garciamarquiana, si recibí el influjo anímico de
este hombre que ha consagrado su vida a la escritura. Su entusiasmo en el taller
fue decisivo. Dos meses después terminé la novela, luego de reencontrar su ritmo
que había perdido. El otro hecho fue el eclipse que vi en Cartagena. Fue algo
externo que terminó entrando en la misma novela. Estuve dos años corrigiéndola.
Me preguntan de qué trata y tengo que decir con Horacio Quiroga: es una novela
de amor, de locura y de muerte. Es una novela que está en el fondo del mar y no
puede ser leída. Los peces se la devoran. Aprendí mucho escribiéndola. Comprobé
que una novela se nutre de todo y que el escritor es una antena y un filtro que
incorpora todo. Hay, por ejemplo, una línea de Gilgamesh que me sedujo hace
tiempo y, cuando escribía la novela, se
incorporó a ella: “Su rostro era el de un hombre que viene de muy lejos”. ¿Te
imaginas eso? Es el paisaje integrado al hombre. Escribí y estructuré la novela
en nueve capítulos. El nueve es sagrado. Dante llama a Beatriz: “mi nueve”. El
capítulo cinco es el centro de la novela, el equilibrio. He leído la tradición
hermética occidental, que forma parte del inconsciente de todo el mundo. Pero el
libro no es hermético, no es exclusivo. Por el contrario, se abre a las
distintas formas de sentir y de pensar de cada persona, es como un espejo en el
que se miran. La letra cursiva y la letra normal tienen una explicación,
corresponden a intensidades distintas. Las cursivas son los monólogos más
secretos. La novela es una simultaneidad de monólogos. Creo que no la hubiera
podido escribir si no hubiera vivido en Cartagena.
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