Una entrevista a propósito de
la presentación en Cartagena de la novela Criatura
perdida.
El Universal, miércoles 16 de
mayo de 2001, página 5A.
Gustavo Arango: “La literatura
sigue siendo un arte secreto”.
Por Gustavo Tatis
Guerra.
Vino a Cartagena a conocer el
mar.
Aquel mar de sus nueve años,
que aún resuena y lo persigue. Vino con su familia y él se quedó mudo,
petrificado, viendo la línea del mar que sólo había leído en los labios de sus
padres y en las páginas de los cuentos. Más tarde, en la década del ochenta
decidió volver. Y se quedó para siempre en Cartagena, en donde nacieron
Valentina y Mateo.
Lo que en verdad siempre ha
querido hacer en la vida es escribir. Antes de vincularse al diario El Universal de Cartagena, había escrito
una tesis sobre Julio Cortázar. A bordo del diario adelantó la investigación y
escritura sobre García Márquez y su paso por este periódico, que tituló Un ramo de nomeolvides. Al empezar ese
trabajo había dejado de escribir una novela que había empezado en 1993 y culminó
en 1998. Se trata de Criatura
perdida. Hace dos años vive en New Jersey, en donde fue becado por la
Rutgers University. Allí, además de recibir clases para su grado de Máster en
Literatura Latinoamericana, es profesor en el departamento de Español y
Literatura.
-¿Cómo evaluaría su experiencia de estos dos años y medio en los
Estados Unidos?
Es una doble oportunidad: me
permite tener una visión más clara de Hispanoamérica, llenar algunos vacíos al
respecto, y, al mismo tiempo, hacer mi propia literatura. Exige mucho adaptarse
a una cultura nueva, pero ayuda a crecer y a renovarse. Me ha permitido aumentar
experiencias. El encuentro con la academia norteamericana es complejo. Toda
comunidad intelectual tiene sus códigos. A lo largo de este tiempo he leído más
de cien libros de la literatura española, desde la Edad Media, pasando por el
siglo de oro y los siglos XIX y XX. La tesis que hice fue sobre Juan Carlos
Onetti y su última novela, Cuando ya no
importe. Uno de mis hallazgos latinoamericanos en la universidad ha sido el
chileno Juan Emar, un autor de vanguardia que en los años treinta publicó muy
poco conocido que se titula Diez.
Como vio que la crítica le prestaba poca atención, este señor se dedicó a
escribir durante treinta años una novela póstuma que se interrumpió con su
muerte, en 1964. Sólo en 1996 vino a publicarse. Se trata de Umbral, recogida en dieciséis tomos,
unas cinco mil páginas.
–¿Qué autores latinoamericanos enseña usted en Estados
Unidos?
Al principio enseñaba español,
luego cultura y literatura de Hispanoamérica. En el curso leímos Cien años de soledad, de García Márquez.
Allí analizamos capítulo a capítulo: el origen de los partidos políticos, la
religiosidad en la obra de García Márquez, las fuentes culturales. Ahora en el
verano tengo un curso de Cultura y Literatura del Caribe. Para ellos, el Caribe
es insular: es Cuba, Puerto Rico y la República Dominicana. Esta es una
oportunidad de mostrar que también hay un Caribe continental.
–¿Qué sorpresas le ha deparado la lectura minuciosa del siglo de
oro español?
He llegado a comprobar que el
Boom de la literatura latinoamericana es heredero de la picaresca española y del
Siglo de Oro. Me ocurrió, por ejemplo, estudiando a Onetti y su vena religiosa,
que yo he analizado desde la imagen del viento y el soplo divino. Lo que he
prendido es que muchas de esas palabras del Siglo de Oro español siguen vivas en
nuestros pueblos. Un rasgo de la cultura español y de la literatura ha sido el
camuflaje: el decir una cosa y hacer otra. Está en los textos de los cronista de
Indias, en Bernal Díaz del Castillo, cuando cuenta cómo secuestran a Moctezuma
con palabras dulces. Así ha sido la tradición: decir bellezas y hacer
canalladas. Américo Casto lo sustenta muy vienen su visión sobre la
multiplicidad de culturas camufladas que contiene España: la cultura árabe, la
hebrea, la de quienes se camuflaban como católicos.
–Volvamos a la escritura de su novela y a la experiencia creativa.
¿Qué significa crear ficciones que terminan siendo
realidades?
Para empezar, creo que uno no
debe escribir para ser estrella, ni para ser un best seller. Estamos en que la
literatura sigue siendo un arte clandestino, como lo fue para Kafka, de espaldas
al mundo; hasta encontrar lectores. En internet se encuentran esquemas de cómo
se escribe una novela, como si se tratara de una fórmula que usted va a llenar
siguiendo unas instrucciones. Todo eso contrasta con un escritor como Salinger,
el gran autor de El guardián entre el
centeno, quien ha renunciado a la vida pública y tiene treinta años de estar
escondido. Es su estrategia. La sugerencia que tengo a los nuevos escritores es
que no pierdan energías con las editoriales y en insistir con el mismo
manuscrito en tratar de ganarse un premio literario, porque esa es una energía
que se le quita a la obra. Lo que hay que hacer es sencillamente escribir.
Escuché del maestro Gustavo
Ibarra Merlano la idea de que un libro no tiene más de cien lectores. Sus libros
fueron publicados en ediciones limitadas de cien ejemplares. Pero la gente
piensa en García Márquez, relacionan de la literatura con la fama y vida
pública, con encuentros con políticos, etc. Eso no es necesario para escribir.
La literatura tiene que ir en busca de la gente, del vecino. Las editoriales son
monstruos, pulpos que engendran best sellers. La mejor crítica que he recibido
de mi novela, Criatura perdida,
provino de mi tía abuela. Me dijo: “Pobre hombre. Cómo sufrió”.
Hace tiempo decidí seguir el
ejemplo de Balzac, quien escribía dos horas diarias sin parar antes de ponerse a
trabajar en sus libros. Me sentaba frente al computador a escribir media o una
hora. Aquello se convirtió en un hábito tan activo que a veces siento que las
palabras están listas, a punto de caer. Así en esa disciplina fueron surgiendo
los cuentos de mi libro Su última palabra
fue silencio, y la novela, que había suspendido para hacer el libro sobre
García Márquez. Hubo un momento en que yo pensé que no iba a terminarla. Uno de
los hechos que me permitieron culminarla fue haber participado en un taller de
la Función para un Nuevo Periodismo Hispanoamericano, con García Márquez. A
pesar de que la novela no es garciamarquiana, si recibí el influjo anímico de
este hombre que ha consagrado su vida a la escritura. Su entusiasmo en el taller
fue decisivo. Dos meses después terminé la novela, luego de reencontrar su ritmo
que había perdido. El otro hecho fue el eclipse que vi en Cartagena. Fue algo
externo que terminó entrando en la misma novela. Estuve dos años corrigiéndola.
Me preguntan de qué trata y tengo que decir con Horacio Quiroga: es una novela
de amor, de locura y de muerte. Es una novela que está en el fondo del mar y no
puede ser leída. Los peces se la devoran. Aprendí mucho escribiéndola. Comprobé
que una novela se nutre de todo y que el escritor es una antena y un filtro que
incorpora todo. Hay, por ejemplo, una línea de Gilgamesh que me sedujo hace
tiempo y, cuando escribía la novela, se
incorporó a ella: “Su rostro era el de un hombre que viene de muy lejos”. ¿Te
imaginas eso? Es el paisaje integrado al hombre. Escribí y estructuré la novela
en nueve capítulos. El nueve es sagrado. Dante llama a Beatriz: “mi nueve”. El
capítulo cinco es el centro de la novela, el equilibrio. He leído la tradición
hermética occidental, que forma parte del inconsciente de todo el mundo. Pero el
libro no es hermético, no es exclusivo. Por el contrario, se abre a las
distintas formas de sentir y de pensar de cada persona, es como un espejo en el
que se miran. La letra cursiva y la letra normal tienen una explicación,
corresponden a intensidades distintas. Las cursivas son los monólogos más
secretos. La novela es una simultaneidad de monólogos. Creo que no la hubiera
podido escribir si no hubiera vivido en Cartagena.
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