La columna de Vivir en El Poblado
Cuando Kierkegaard murió estaba de pelea
con casi todo el mundo. Tenía cuarenta y dos años y los últimos doce los había
dedicado a una labor frenética de escritura. Junto a sus más de veinte libros
publicados, dejó un diario de siete mil quinientas páginas. Pero, en su tiempo,
casi nadie lo leía. Como él mismo escribió: “Soy tan incomprendido que nadie
entiende lo que digo cuando digo que soy incomprendido”.
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