Gabriel García Márquez regresa a Cartagena
Foto cortesía revista Semana
Por Gustavo Arango
El amor en los tiempos del cólera es la novela de García Márquez que mejor
refleja su relación con Cartagena. Como en la historia de Florentino y Fermina,
el amor del escritor por la ciudad abarcó casi toda su vida. Tuvo lugar en
escenarios de leyendas. Su inicio fue promisorio, pero hubo desencuentros. La
entrega de los amantes tardó más de medio siglo. Al igual que Florentino,
García Márquez “se propuso ganar fama y fortuna para merecerla”.
El idilio empezó en abril del 48. Gabito, como entonces se llamaba, tenía
veintiún años y acababa de huir del bogotazo. Llegaba a Cartagena a seguir sus
estudios de Derecho y el impacto fue inmediato. “La ciudad era tan hermosa que
parecía mentira”. Los fantasmas deambulaban por las calles. Muy poco había
cambiado desde los tiempos de los virreyes. Su testimonio de ese instante es
elocuente: “Me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su
grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el
sentimiento de haber vuelto a nacer”.
La primera noche la pasó en una celda. Había toque de queda y la noche lo
encontró sin hospedaje. Un par de policías le quitaron sus cigarrillos y le
dijeron que los siguiera. Cuando pasaron por el mercado público, el recién
nacido conoció a uno de sus personajes más recurrentes: un cocinero escandaloso
de clavel en la oreja llamado Juan de las Nieves. Antes de irse escoltado a
dormir, calmó el hambre con un filete de carne con anillos de cebolla y tajadas
fritas de plátano verde.
Su vida tuvo pronto un giro inesperado. Manuel Zapata Olivella lo condujo a
El Universal, un diario de oposición fundado dos meses atrás. El jefe de
redacción, Clemente Manuel Zabala, era un tímido intelectual de izquierda que fue
a dar a Cartagena después de hacer carrera en Bogotá. Zabala vivía atento a los
asuntos de la capital y recordó haber leído un par de cuentos de García Márquez
en El Espectador. García Márquez buscaba trabajo como dibujante, pero Zabala
lo comprometió para que escribiera columnas de opinión. El 21 de mayo de 1948, El
Universal anunció en la página editorial el inicio de sus colaboraciones.
La primera de sus columnas “Punto y aparte” fue sobre el toque de queda. Zabala
tachó todo con un lápiz rojo y escribió entre líneas una versión mejor. Fueron
maestro y discípulo. Con el tiempo, hubo menos correcciones. Esa fue la medida
de su aprendizaje. Muchos años después, al conocer los detalles de la muerte de
su maestro, García Márquez diría: “Zabala es un señor al que le debo gran parte
de lo que soy”.
Gabito estuvo vinculado a El Universal por casi veinte meses. Además de columnista, fue reportero y editor de cables internacionales.
Aquel tiempo estuvo lleno de primeras veces: primeras crónicas, primeros problemas
con la censura, primeras amenazas a causa de sus escritos, primer discurso
público (en un reinado), primeros manifiestos políticos y primeros borradores
de la primera novela.
Aunque los amigos que hizo después en Barranquilla se llevarían la
gloria, también en Cartagena hubo encuentros decisivos. En El Universal
la estrella era el telúrico Héctor Rojas Herazo, seis años mayor que “Gabito” y
ya reconocido en aquel tiempo como pintor y poeta. Fueron émulos, más que
amigos. Al final del camino Rojas Herazo tenía la sospecha de que García
Márquez influyó para que sus novelas no se conocieran. “No quiere que le hagan
sombra”, decía.
Gustavo Ibarra Merlano, era dulce
y pausado y alguna vez quiso ser sacerdote. Amplió los horizontes literarios de Gabito. Lo
acercó al Siglo de Oro español, a los trágicos griegos, a Claudel y Hawthorne. Después
de leer la primera versión de La hojarasca, señaló las semejanzas con
Antígona, de Sófocles. Ibarra se radicaría en Bogotá y llegaría a ser un
respetado abogado de aduanas. Los reencuentros serían pocos, pero amables. Ibarra
definió a García Márquez como un “cuentero guajiro”, decía que su gran logro
era de orden moral: claridad de propósito, entereza en lo adverso y lealtad a
sus raíces expresada en su matrimonio con Mercedes Barcha.
Con Rojas Herazo e Ibarra Merlano eran frecuentes las tertulias
callejeras hasta la madrugada. El destino era el parque del Cabrero –donde una
vez tuvieron una experiencia mística– o el mercado en la Bahía de las Ánimas.
Juntos acudieron a saludar en su hotel a Dámaso Alonso. Juntos crearon al poeta
imaginario César Guerra Valdez y publicaron una entrevista apócrifa en la
primera página de El Universal.
Otros amigos de aquel tiempo fueron el hombre de radio y empresario de
taxis, Víctor Nieto Núñez, el periodista
Jorge Franco Múnera, en cuya casa García Márquez dormiría con frecuencia, y los
hermanos Óscar y Ramiro de la Espriella, de quienes recibió formación política.
En diciembre de 1949, las relaciones de García Márquez con Cartagena
parecían terminadas. Los estudios de Derecho eran un desastre. “Comerás papel”,
le diría el viejo Gabriel José cuando supo que quería ser escritor. A Gabito Cartagena
le parecía estrecha. Su “encanto” virreinal incluía una excesiva reverencia por
los abolengos. Por mucho talento que tuviera, para “los cachacos de la costa”
Gabito no era otra cosa que un muchachito excéntrico de provincia, mal vestido
y peor alimentado. Las burlas y el desprecio eran frecuentes. Se fue a
Barranquilla en busca de mejores aires.
Pero pronto estaba de regreso. A principios de 1951, su familia se trasladó
a Cartagena, y García Márquez regresó de Barranquilla para ayudarlos. Entonces
enviaba sus “jirafas” a El Heraldo para pagar un préstamo. Por aquel tiempo emprendió
su primera aventura como empresario y, junto con El Mago Dávila, creó
Comprimido, “el periódico más pequeño del mundo” y también uno de los más
efímeros. Para aligerar la carga que significaba la enorme prole de los García
Márquez, Gabito se la pasaba en casa de los De la Espriella. Don Juan Antonio,
el señor de la casa, lo llamaba “valor civil”, por su atrevimiento en el
vestir. En la casona de la Calle Segunda de Badillo, Gabito daría recitales informales. Pero escapó de Cartagena a la primera
oportunidad. Esta vez tardaría en regresar.
Mucho se ha hablado del regreso a Aracataca que dio origen a Macondo. Del
mismo modo, al regresar a Cartagena, García Márquez empezó a entender su
relación con la ciudad. En 1966, formó parte de la delegación mexicana que vino
al Festival de Cine. En septiembre de 1967, poco después de la publicación de Cien
años de soledad, pasó por Cartagena hecho una celebridad y siguió para
Arjona a tomar unos días de descanso. A principios de los ochenta, estaba de
regreso en Cartagena y parecía dispuesto a quedarse. García Márquez recibía a
sus amigos de todo el mundo y les mostraba, de primera mano, los desafueros del
realismo mágico. Sus notas de prensa de
aquella época abundan en descripciones de la ciudad y recuerdan con nostalgia
las noches de tertulia cuando era reportero.
Así empezó a reconocer lo que su mundo literario le debía a Cartagena. La
ciudad le había dado modelos para sus personajes: un coronel legendario de
apellido Buendía, un empresario de circo al que llamaban “el cazador de la
muerte”, un héroe picaresco –Ñoli Cabrales– dueño de una “potra descomunal”.
Todo se había ido y seguiría destilando en sus novelas: las visitas como
reportero al Hospital Santa Clara, los cuerpos exhumados, los robos de
gallinas, los prostíbulos del Bosque, las yerbas alucinantes. Desaparecido
Macondo bajo un ciclón bíblico, empezó a tomar forma “la ciudad de los
virreyes”, ese mundo paralelo de sus novelas de amor. Aunque tuvo que huir del
país por intrigas políticas, no dejó de notar que ya la sociedad cartagenera lo
trataba mejor.
En octubre de 1982, tras la concesión del Nobel, García Márquez dijo que se
compraría una casa frente al mar en Cartagena. Ya su amor por la ciudad era
cosa proclamada. Pasó parte de los ochenta y noventa apoyando el festival de cine
de su amigo Víctor Nieto. Con dos o tres llamadas conformaba jurados de lujo. En 1995, creó en Cartagena la Fundación para
un Nuevo Periodismo Iberoamericano y el primer taller tuvo lugar en la nueva
sede de El Universal.
La apoteosis de esta historia ocurrió en marzo de 2007, en el Centro de Convenciones
que está justo donde quedaba el mercado público. El mundo hispánico le rindió a
García Márquez el más grande homenaje que recibió en toda su vida. No es
coincidencia que aquel emotivo episodio ocurriera en el sitio donde medio siglo atrás
sintió que volvía a nacer. Al leer su discurso fue notorio que el olvido
empezaba a acorralarlo.
Un año antes de morir, García Márquez visitó Cartagena por última vez. Pasó
allí varias semanas y rara vez estuvo solo. La ciudad se desvivía en
atenciones. Fue invitado a los salones más encopetados. Le llevaron músicos y
lo alentaron a bailar. Le tomaron fotos y le grabaron videos. A veces repetía
sin memoria las letras de las canciones.
La ciudad de sus amores era suya y Gabito ni se enteraba. Sin morirse
todavía, ya era uno de sus fantasmas.
Esta entrada ha sido reproducida por Las 2 Orillas (21 de mayo de 2016).
Ver el texto en Las 2 Orillas
Me encanta Gustavo. Oí por años esas historias en la casa de mi familia: tanto óscar como mi padre Ramiro traían esa anécdotas a colación con frecuencia. te recuerdo a ti también , en tus visitas vespertinas en el Pie de la Popa, en la Calle del Albercón. Diás que nos llenan de recuerdos.
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