Los firuvelios
Esta noche han liberado a los firuvelios. Han
abierto las rejas que los separaban del mundo y, alargando las manos hacia el
horizonte, les han mostrado la dirección de su libertad.
Al comienzo se han mirado entre ellos, incrédulos.
Han pensado que puede tratarse de un engaño: ¿liberarlos a ellos?, ¿a los
firuvelios? Una cosa así le cuesta creerla hasta a los firuvelios mismos.
Pero las puertas han permanecido abiertas y los
guardias no se han mostrado prevenidos con los movimientos de los firuvelios.
Algunos, los más osados, han comenzado a acercarse a las rejas abiertas y a
cada paso han medido desconfiados las reacciones de sus guardias.
Han caminado lento. En la estrechez de las celdas ha
desaparecido su habilidad, pero pronto volverá. Uno de los más viejos ha tomado
la iniciativa y ha cruzado el umbral. Como una ducha fría, la luz de la luna ha
bañado al primer firuvelio que vuelve a ser libre. La alegría se ha derramado
al interior de las celdas y ha llegado hasta los escépticos que aún no se han
movido.
Los pasos de los firuvelios se han vuelto
presurosos, pero aún se ha notado la torpeza del tiempo de encierro y de
quietud. A veces han levantado los brazos a la altura de los hombros para no
perder el equilibrio con la rotación de la tierra, que se les ha antojado
apresurada. Pero pronto, poco a poco, sus músculos han sentido el regreso de la
vida.
En unos minutos, los firuvelios han empezado a correr
enloquecidos de alegría. Han gritado tanto que no han logrado oírse. No se han
puesto de acuerdo siquiera. Cada uno ha seguido la voz común del instinto y se
han regado por todos lados, dispuestos a acabar con nosotros con sus horripilantes
métodos.
Nadie
No había nadie en el edificio. Pude comprobarlo
porque recorrí uno a uno sus pisos. En el hall de la entrada, desde donde se
podía ver al vigilante, afuera en su caseta, inicié un meticuloso recorrido,
como todos los domingos, como en las altas horas de la noche, como siempre que
el viejo edificio se queda vacío.
Entré a todas las oficinas. No hubo puerta que
ofreciera resistencia. Recorrí sin apuro los pasillos, a veces tirándome al
suelo para acariciar largo rato las matas de adorno. Subí piso a piso empleando
las escalas, comprobando la desolación.
Por un momento alteré el orden riguroso y llamé el
ascensor. Pedí todos los pisos y me senté en el suelo del reducido cubículo a
mirar el abrir y cerrarse del telón, la obra en que varios pasillos eran un
solo pasillo que sufría leves y a veces imperceptibles cambios: una planta
florecida, un cesto de basura o un cartel en la pared.
Al llegar al último pasillo, regresé, retomé el
orden que traía, piso tres oficina cuatro, para seguir revisando cada rincón,
para seguir intuyendo centenares de historias detenidas, transcurriendo
dispersas en ese mismo instante, vaya uno a saber en qué lugares.
Los domingos tengo más tiempo para detenerme, para
disfrutar cada detalle, para beber el sabor delicioso del edificio desierto, de
la ausencia de voces, de la quietud, de los lejanos ruidos de una calle remota.
En las noches, el recorrido es más apresurado. Los
últimos salen tarde y los primeros llegan temprano.
Pero igual, fin de semana o noche cualquiera,
comprobé que no había nadie en el viejo edificio. Llegué al último cuarto del
último piso, cuando la noche ya se desteñía. Era el sucio baño de una borrosa
empresa de representantes de artistas. Observé los rincones, miré los papeles
del suelo y las revistas, las servilletas untadas de labial. Juntando
elementos, reconstruí algunas historias, imagine tramas descabelladas, pero el
día me decía que me apurara y, al final de mi viaje, me acerqué hasta el
espejo. No había nadie. Un suspiro de alivio se oyó en el silencio del cuarto
vacío.
Lo mismo
que en mi sueño
Hola, te
esperaba. Tuve un sueño anoche que quisiera contarte. Resulta que yo estaba
aquí mismo, en esta silla de este cuarto en sombras desde el que te veo llegar
con un chorro de luz desde la calle.
Así mismo,
trayendo luz al abrir la puerta con tu llave, te vi llegar en el sueño.
Recuerdo que
me hablabas, que durante todo el tiempo dijiste lo mismo, una frase monótona y
musical que no recuerdo.
—Lo mismo que
en mi sueño —dijo el recién llegado.
¿Soñaste?
¿Soñaste eso mismo? ¡Qué casualidad! Bueno, pero aunque no recuerdo la frase
que repetías y repetías, si recuerdo que te contaba algo con entusiasmo, creo
que te hablaba sobre un sueño.
—Lo mismo que
en mi sueño —repitió inexpresivo el interlocutor.
Sí, te
hablaba de un sueño como ahora lo hago. Estamos como estábamos: yo sentado en
mi silla, deslumbrado por la luz que salta sobre tus hombros, y tú, una silueta
dibujada en el aire de la puerta.
—Lo mismo que
en mi sueño.
¿Fue
igualito, entonces? ¡Qué casualidad! Pero no creo que al final haya pasado lo
mismo. Recuerdo, ¡ja!, qué divertido, qué absurdos pueden llegar a ser los
sueños, recuerdo que dijiste tu frase monótona y luego sacaste de tu chaqueta
un arma que disparaste contra mí. ¡Ja! ¿Te das cuenta? No me dirás ahora que en
tu sueño sucedió lo mismo que en mi sueño.
—Lo mismo que
en mi sueño —dijo con voz monótona el interlocutor.
TESTIMONIOS
Yo, señores, soy el único ser humano que ha regresado con
vida de un viaje al corazón de las inhóspitas tierras de Wambi-Zuledia.
Luego de múltiples vicisitudes —que habrían hecho
desistir al más decidido de los seres— alcancé la prueba definitiva que debo
presentar hoy aquí para que no quede ninguna duda de mi hazaña, para que todos
sepan que superé los retos que una empresa como ésa significa: los
relativamente sencillos para llegar al centro de Wambi-Zuledia y los inhumanos
a los que me vi enfrentado para salir de allí y llegar hasta ustedes con la
sortija de las tres caras traslúcidas, objeto diminuto que me ha hecho conocer
el horror, a mí, otrora iluso que negaba su existencia.
¡Fueron tantas pruebas! No terminaba una cuando ya mi
atención era requerida por un peligro mayor. Como un sudoroso autómata, cumplí
una misión cuyos propósitos tenía olvidados casi desde el comienzo. Navegué por
el río de las siete cataratas y los siete remolinos. Me deslicé por el
santuario de las serpientes que matan con el aliento. Sufrí heridas indecibles
a manos de criaturas que de humanas sólo tienen la apariencia. Padecí hambres
desintegradoras y fiebres calcinantes. Hasta que una mañana brumosa y
extrañamente callada encontré entre los árboles y lianas una puerta enorme y
negra por la que pude salir de esas diabólicas tierras. Jadeando incrédulo
contra la puerta cerrada que acababa de cruzar, empecé a comprender muy
lentamente que mi misión había terminado y que tenía conmigo la prueba de mi
inigualada hazaña. Un pellizco que aún duele en mi brazo me permitió comprobar
que regresaba con vida y mi decisión inmediata fue la de comunicar al mundo mi
histórica gesta.
Por eso los he reunido de manera tan presurosa. Por eso,
a pesar del cansancio, quiero relatarles con lujo de detalles las
circunstancias que rodearon mi accidentado viaje. Pero antes, mucho antes de
que sus oídos vivan lo que a mí me tocó experimentar de cuerpo entero, quiero
mostrarles, para que no haya duda, la legendaria —y nunca antes por ojos
humanos vista— sortija de las tres caras traslúcidas, el mágico compendio de
los tiempos pasados, presentes y futuros, que traigo en este bolsillo de mi
chaleco... ¡Je!... Disculpen... Debo tenerla en otro bolsi... No... Tranquilos,
no se impacienten, aquí en el pantalón... ¿No?... ¡Je!... Debí perderla por
ahí; pero créanme, yo soy el único ser humano que ha regresado con vida de un
viaje al corazón de las inhóspitas tierras de Wambi-Zuledia. Pero, ¿de qué se
ríen? Les juro que fue así. Deben creerme. Voy a contarles las terribles
pruebas que he debido soportar. No, no se marchen, deben escucharme. ¿Y
ustedes? ¿Qué pretenden hacer con esa camisa de fuerza? No se atrevan, les
advierto. ¿Y esa jeringa? ¿Acaso quieren inyectarme algún calmante? No lo
hagan. Prometo controlarme. Juro que no me pondré violento, pero no me pongan
inyecciones. Odio las inyecciones... Les tengo pavor a las malditas
inyecciones.
Selección de los libros Bajas Pasiones (1990) y Su última palabra fue silencio (1993)
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