martes, 1 de mayo de 2018

Otros cuatro cuentos cortos

Antes de la visita a los estudiantes 
de español de Roselle Park Highschool




Saludo cordial

–Precisamente a usted le estoy dirigiendo la palabra –digo un poco escéptico e irritado–. Espero que por lo menos usted no sea como los demás. ¿Me entiende? Vamos, no se haga el tonto. Usted puede ser lo que sea, menos un tonto. La calidad de los libros que lee dice mucho de su inteligencia. No me siga mirando en esa forma. Sin pestañear siquiera. Si viera lo ridículo que se ve con esa mirada y esa lagaña impertinente en su ojo izquierdo.
No se asombre tanto. ¿Quién le dijo que yo no podía saludarlo? No tiene nada de malo que yo quiera saludarlo y hablar un poco. Al fin y al cabo hemos pasado algún tiempo viéndonos.
Pero me parece que usted aún no se ha dado por aludido. Le hablo a usted, a U-S-T-E-D. ¿No tiene nada que decir? Cuénteme al menos cómo le ha ido esta semana.
No. Parece que usted tampoco.
¿Se le comieron la lengua los ratones? Su silencio me da a entender que puedo seguir hablando y nunca se dará por aludido. Está decidido a hacerse el tonto hoy. Si es así, es mejor que se olvide. Conmigo no se juega así. A uno no se le trata en esa forma. Mucho menos cuando se digna saludar. ¡Diga alguna cosa! No se quede callado. Su estúpida cara ya empieza a cansarme.
Entienda que no todos somos iguales. Al menos yo no soy igual a los demás, no me resigno a ser un objeto que le da información y lo asusta o lo recrea sin decir más que lo justo. Soy diferente, por eso quiero saludarlo, por eso me digno hablarle y no me limito a darle las frívolas historias de este autor. Soy un libro necesitado de palabras.
¿No se le ocurre nada para decir? ¡Bah!... Es inútil. Con usted no se puede hablar. Mejor cambie de página y siga leyendo como si nada.





Escapar

Han venido a decirme que debía marcharme. Que no había tiempo que perder. Que no había tiempo ni espacio para llevarme nada. Que una sombra que puede ser la misma muerte me acechaba.
Han dicho que tendremos que ir muy lejos. Me han apurado para que me vista, para que no pierda segundos preciosos amarrándome el calzado.
Al salir, he podido echarle un vistazo a mi lugar casi sin ver nada, sin fijar la mirada en lo que dejaba.
Sólo luego, ya cuando el asedio parece distante, he podido hacer nítida la última visión. He visto las fotografías en el nochero, esperemos que la memo­ria no las borre. He visto mi reloj, su se­gun­dero roto. El cenicero que me regalo la tía Carola. Los cuadros en la pared, sus rústicos marcos. Los cua­der­nos. Mis lápices. La jarra del agua. El calorcito que hacía en ese sitio, mi hogar. Y me he sentido triste, vacío en ese camino que desconozco y que ahora reco­rro, despojado por aquellos que preten­dían salvar­me del despojo. Y me he preguntado si, en la prisa por partir, no me habré dejado a mí también.




El contratiempo

La primera vez que ocurrió aquello, fue después de un fin de semana en el que Gregorevich se olvidó por completo de sus obligaciones, incluida la de darle cuerda a su reloj. Cerca de las cinco de la tarde de ese lunes, todo se detuvo junto con el segundero.
Gregorevich tardó en encontrar la relación entre ese mundo estancado en un perpetuo fin de tarde y el segundero inmóvil. Pero finalmente la encontró y le dio cuerda al reloj y el mundo volvió a marchar.
Desde entonces sólo da pocas vueltas a la cuerda y disfruta y recorre largamente las quietudes cada vez más prolongadas.




Volar

El muchacho que reparte el correo le dejó un sobre blanco en su escritorio. Él lo miró sorprendido. No decía nada por fuera. Extrajo una hoja que desdobló, leyó, volvió a doblar y volvió a desdoblar y volvió a leer.
Luego alzó la mirada, buscó nuestros ojos y dijo:
—Estoy despedido.
Sonrió. Rió. Volvió a decir: "Estoy despedido", y azorado y alegre pasó por los escritorios mostrándonos la carta.
Se veía contento cuando dijo "soy libre" y salió por la ventana.




* De los libros Bajas pasiones, Su 'ultima palabra fue silencio e Historias del sexto sentido


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