Estábase una vez Flor Isabel cantando alegremente por los
campos, soñando con el día en que por fin encontraría el príncipe al que haría su
señor.
Tendíase en la hierba conmovida, llamando atardecer para
hacer rojecer su extático abandono voluptuoso.
Y, estando que se estaba en esas cosas, llegó un sujeto
sucio y trajinado.
Sus ojos pedían agua; sus labios, lobreguez.
Y su fuego exigía un holocausto.
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