La columna de Vivir en El Poblado
Decía el innombrable que cualquiera podría ser
representado como santo o malvado, según los detalles de su vida que se
eligieran para contarla. Quizá le faltó decir que la suma de todos los detalles
deja siempre un enigma indescifrable.
Se me ocurre un ejemplo. A principios de marzo viajé a la
Madre Patria y, cuando andaba en los preparativos, una amiga muy querida me
contó que en su natal Alicante había una exposición dedicada a Juan Carlos
Onetti. La noticia me emocionó. Si hay un escritor reciente en lengua
castellana que admiro y envidio, ése es Juan Carlos Onetti. Con él la prosa en
este latín con arabescos alcanzó cimas muy altas. Así que decidí escaparme un
par de días de Madrid –donde estaba escarbando entre los libros de Cortázar–,
viajar a lomo de Ave, ver el Mediterráneo, perderme en unos ojos de noche tibia
y –por supuesto– gozarme la exposición “Reencuentro con Onetti: Veinte años
después”, que organizaban la Universidad de Alicante y el Museo del Escritor.
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