Una reseña de José Miguel Alzate,
en Eje 21
Gustavo Arango es un escritor antioqueño que
durante cinco años estuvo vinculado a la nómina de redactores del periódico El
Universal, de Cartagena. Con vocación literaria, aprovechó este tiempo para
sumergirse en la investigación del trabajo que como periodista desarrolló
durante los años 1948-1949 Gabriel García Márquez en el diario fundado por
Domingo López Escuriaza. Admirador de la obra literaria de nuestro Premio
Nobel, quería descubrir cómo fue perfeccionando su narrativa, cómo llegó a la
maestría literaria y cómo su paso por el periódico cartagenero fue definitivo
para estructurar argumentos que se entrecruzan en su obra novelística. El fruto
de ese trabajo en los archivos del periódico es el libro cuyo título lleva este
artículo: Un ramo de nomeolvides.
Pues bien: cuando Gustavo Arango inició su
trabajo de investigación en los archivos de El Universal no pensó que se iba a
encontrar columnas escritas por el autor de Cien años de soledad, donde se
presagiaba el inmenso escritor en que se convertiría años después Gabriel
García Márquez. El hijo del telegrafista de Aracataca ingresó al periódico el
19 de junio de 1948, y al día siguiente empezó a escribir la columna Punto y
aparte. Cuando Manuel Zapata Olivella se lo presentó a Clemente Manuel Zabala,
que era el Jefe de Redacción, éste le dijo que ya había leído los cuentos que
desde 1947 le venía publicando El Espectador. Entonces lo contrató para que,
además de crónicas, escribiera notas cortas para la sección Comentarios, que
aparecía todos los días en la página cuarta.
Gustavo Arango dice que el ambiente intelectual
que en ese tiempo se vivía al interior de El Universal le abrió a García
Márquez las puertas para entrar en conocimiento de la novela moderna. En el
periódico trabajaba ya Héctor Rojas Herazo, que era un lector exquisito. Y
Clemente Manuel Zabala era un periodista con formación intelectual que había leído
a los autores norteamericanos. Además, pasaba por allí todos los días Gustavo
Ibarra Merlano, columnista del periódico, que conocía como pocos el
teatro griego. Los tres le recomendaron leer a Dos Passos y a Steinbeck. Pero
también le dijeron que para cultivar su imaginación debía conocer a los autores
griegos. García Márquez aceptó los consejos. Y se internó en la lectura de
estos autores antes de descubrir a Faulkner.
¿Qué temas llamaron la atención de Gabriel
García Márquez como columnista? Los hechos internacionales del momento, la
despedida a los amigos que salían de Cartagena, la violencia que se registraba
en el Magdalena, la carrera en el cine de Rita Hayworth y la reseña de
libros escritos por autores costeños. En ninguna de las columnas publicadas en
El Universal abordó el tema de los novelistas que lo marcaron como escritor.
Escasamente escribe sobre poesía, destacando la obra de Eduardo Carranza y
Jorge Rojas a propósito de la publicación de un libro de Guillermo Payán
Archer. Sin embargo, en las tertulias que con sus compañeros hacen en el Paseo
de los Mártires, en el sector de El Cabrero y en la Cafetería Americana sí son
recurrentes las charlas sobre literatura.
En el libro de Gustavo Arango se revelan datos
sobre García Márquez que pocos conocen. Por ejemplo, dice que en el Municipio
de Sucre, donde el escritor vivió parte de su infancia, existió un personaje
que lo llamaban el coronel Buendía. Vestía totalmente de negro, y usaba un
sombrero inmenso también negro. En una visita que Jorge Eliécer Gaitán hizo a
la población, el hombre se paseó por la plaza montado en una mula negra,
echando discursos a favor del líder liberal. El otro dato tiene que ver con la
columna La jirafa, que firmada con el seudónimo de Séptimus escribió durante
varios años en El Heraldo, de Barranquilla. García Márquez llamaba a Mercedes
Barcha, en su época de novios, La jirafa. Y Séptimus era un personaje de la
novela La señora Delloway, de Virginia Wolf.
¿Cómo era García Márquez a los veintiún años de
edad, cuando llegó a Cartagena? Para establecerlo, Gustavo Arango recurre a la
memoria de quienes fueron sus amigos en aquellos años. En entrevistas que les
hace a Héctor Rojas Herazo, Ramiro de la Espriella, Gustavo Ibarra Merlano y
Manuel Zapata Olivella todos coinciden en señalar que era un muchacho mal
vestido, que usaba camisas de colores estrambóticos, que calzaba unos mocasines
sin embetunar. Como era un conversador exquisito, los amigos lo invitaban por
su cuenta a tomar trago en algunos burdeles de la ciudad. Pero, eso sí, todos
dicen que se presentía en él a un joven que por su inteligencia iba a llegar
lejos, interesado en aprender cada día nuevas técnicas narrativas, con una
capacidad de fabulación asombrosa.
Publicado en Eje 21 el 11 de
junio de 2017.
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