lunes, 25 de septiembre de 2017

La historia de Bill



Las flores de la cortina se dibujaron en su rostro con las luces del auto. Suspiró cuando volvió la oscuridad a la cocina. Sintió un vértigo de alivio, como si hubiera retenido el aire del suspiro durante las dos horas que llevaba esperando. Corrió a abrir la puerta pero aún no había nadie. Se distrajo mirando las nubes de ese final de tarde: bajas, pesadas, como si los copos se estuvieran alineando para empezar a arrojarse.
Bill parecía desmoronarse a cada paso. Saxe lo sostenía por las axilas, diligente, preocupado, sudoroso bajo el frío.
Los ojos de Bill se movían por el jardín sin poder fijarse en nada. Sólo consiguieron detenerse cuando por fin la encontraron. Eran los ojos más tristes que había conocido.
“Dorothy”, dijo con voz arrastrada, quejumbrosa. “He vuelto a portarme mal”.
Traía puesta su vieja gabardina. Se aferraba con fuerza a su sombrero, pero tenía el cuidado de no maltratar la pluma.
Dorothy se enterneció casi hasta el llanto. Llevó sus manos delgadas al rostro de Bill, como si también fuera preciso sostener esas facciones para que no se derrumbaran.
Saxe lo condujo hasta el estudio y lo sentó en su rincón preferido: el extremo del sofá, cerca de la chimenea.
Bill permaneció inmóvil, con la mirada en el fuego, asomando a ratos una lengua que buscaba aire.
Cuando la mujer los llamó al comedor, Saxe lo ayudó a levantarse.
“Es terrible, Sax”, dijo mientras caminaban a la mesa. “Siento que voy a partirme, a estallar en pedazos”.
“Tendrás que ver un médico. No haces mucho por ayudarte”.
Bill intentó comer, pero los cubiertos parecían divertirse escapando de su alcance. Cuando pudo llevarse algo a la boca sintió náuseas. Esperó a que sus anfitriones terminaran. Luego rechazó amable los brazos de Saxe y se alejó con pasos torpes hacia el sofá.
“El dolor ha regresado”, dijo Saxe en la cocina. “Creo que debo darle un masaje con alcohol”.
“¿Alcohol?”, dijo la mujer. “¿Con todo el que lleva adentro? Es mejor darle dos aspirinas”.
Dorothy fue a buscar unas sábanas. Saxe regresó al auto a buscar la maleta de Bill, la caja de zapatos con el manuscrito. Cuando volvieron al estudio, Bill los miraba con ojos extenuados.
“¿Desde cuándo tienes el dolor?”
“Viene y se va”, dijo Bill. “Las primeras veces no me di cuenta”.
“Toma”, dijo Dorothy. Le entregó el agua y las pastillas. “Te has pasado la vida cayendo. Cuando no son los caballos es un avión”.
Bill aceptó obediente el remedio. Conocía la causa precisa del dolor, pero sentía que era necio mencionarla.
Nunca se había sentido tan cansado. 
Antes de que el sueño lo arrastrara pensó que morirse podía ser  mucho más fácil de lo que había pensado. 






jueves, 21 de septiembre de 2017

Los secretos de King

Stephen King cumple 70 años. 
Aquí lo recordamos con una reflexión de Wenceslao Triana.



Por Wenceslao Triana



Dos placeres ocuparon mis días en las fiestas pasadas. El primero tiene que ver con las señoritas, tan lindas ellas, que nos visitaron. Pero me temo que no sea conveniente andar publicándolo. El otro, más tranquilo, menos disparatado, fue la lectura de un libro de Stephen King sobre la escritura[1].
De King empecé a tener noticias hace más de dos decenios, a través de una película que contaba la historia de una joven con poderes telekinéticos. Desde entonces, desde la lejana “Carrie”, he seguido sus historias, disfrutándolas con una mezcla de placer y miedo semejante a la que se siente cuando la vida está en juego. Luego vino “El resplandor”, la historia de ese escritor “bloqueado” que se fue con su familia a cuidar un hotel vacío y que terminó enloqueciendo. No se qué fue lo mejor de la película basada en ese libro, si la actuación de Jack Nicholson, que le reportó la consagración definitiva, o esa historia encantada sobre la memoria de los lugares desiertos. La verdad es que a partir de ese momento, el nombre de Stephen King empezó a deambular en mi memoria como una aparición.
Los años me han demostrado que King es un genio contando historias. “It”, la historia de un payaso aterrador; “Dolores Clairbone”, la historia de una asesina llena de inocencia; “The Shawsank Redemption”, una de las más asombrosas apologías de la libertad que he visto o leído en los últimos tiempos o “The Green Mile”, esa obra que pone en evidencia la tendencia al prejuicio que tenemos los lectores, son algunas de las obras memorables de ese hombre que ha escrito cerca de cuarenta libros, casi todos ellos mamotréticos, en menos de treinta años.
Durante mucho tiempo sospeché que había algo de prejuicio en la manera como intelectuales y académicos descalifican la obra de Stephen King. Entre los estudiosos de la literatura existe una frontera que separa los libros malos de los buenos. Para ellos, los libros que se venden demasiado, aquellos que le gustan a millones y producen dinero a sus autores, pertenecen, sin apelación posible, al bando de los malos. Hay muy pocas excepciones a esa norma, las obras de García Márquez son una de ellas. Pero ni el mismo García Márquez –me atrevo a vaticinar– gozará en el futuro del prestigio, del incuestionable reconocimiento literario que le espera al hoy denigrado maestro del terror.
Corriendo el riesgo de que me ahorquen mis amigos intelectuales, me atrevo a asegurar que King es el Cervantes o el Shakespeare de estos tiempos de miedo. En su libro sobre la escritura, encontramos la ironía y el descreimiento que mostraba Cervantes frente a las academias y centros de poder intelectual. Vemos también en él ese conocimiento del corazón humano que le permitió a Shakespeare reflejarnos. A lo largo de las casi trescientas páginas que comprenden “On writing”, vemos la pasión por el lenguaje de un Joyce, el sentido de absurdo de un Kafka o la furia de un Celine, pero más importante que todo eso, vemos su fe en el viejo oficio de contar historias.
Muchas cosas enseña King en su nuevo libro. La mayoría, como suelen ser las cosas importantes, parecen obvias: que la literatura es magia, que es una forma de la telepatía, que en la verdad y la pasión está la clave, que escritor que no lee está jodido. Pero, además de todo eso, al mantenernos en vilo con la historia de un hombre que se ha pasado todo el tiempo sentado escribiendo, puso en escena un principio básico de la literatura: que no hay malas historias, que el arte verdadero está en saber contarlas.

Publicado en El Universal de Cartagena, el 15 de noviembre de 2000





[1] King, Stephen. On Writing: A memoir of the craft. New York: Scribner. 2000.







"Vida y milagros de una lengua muerta"

Una reseña de Gustavo Colorado Grisales en
La cebra que habla




Reseña en El Colombiano.




Presentación en la Fiesta del Libro y la Cultura de Medellín.
Domingo 17 de septiembre de 2017. Auditorio Planetario.




Una reseña en el suplemento Generación de El Colombiano
(Diciembre 10, 2017)








sábado, 9 de septiembre de 2017

Y Alfredo de la Felicidad

Un texto publicado en El Universal de Cartagena, en marzo de 1992.



Y ALFREDO DE LA FELICIDAD

La última noche del Festival en la Plaza de Toros. Algunos, ya cansados porque es su segunda o tercera noche de sí, sí, Caribe.
El momento va llegando. El himno del Festival suena más fuerte. La arena de la plaza se llena, no queda ningún claro.
Viene Oscar James y los cuerpos empiezan a moverse. Katrina ya es una vieja amiga, hace rato que su nombre baila entre la gente.
Ha empezado la última noche. Ha empezado bien, movida; con la música que la gente ha terminado por relacionar con la palabra Caribe.
Entonces ha llegado un baldado de agua helada. Un grupo vallenato que suena como suenan todos los grupos vallenatos y un cantante al que sus amigos deberían aconsejarle que se dedique a otras cosas.
La gente está desconcertada. Con el siguiente grupo la alegría tendrá que volver as empezar desde cero.
Y empieza.
Es Alfredo de la Fe. Los gestos oscilan entre el entusiasmo y el recelo. Aquí las opiniones se dividen. A muchos les cuesta admitir que nada más a propósito para un Festival de Música del Caribe que ese lento y cadencioso tema que nota a nota construyen impecablemente un piano y un violín.
En ese momento, escuchando ese violín endemoniado, nutrido a veces con repertorio clásico, quedó demostrado que también en el Caribe hay música elaborada, rica en matices.
Más tarde vendrían otros grupos, otros estilos, pero tal vez ninguno pudo dejar la sensación de que se asistía algo verdaderamente intenso y vital.
El Checo Acosta trató de colmar todos los gustos y su presentación tuvo algo de balada, de cumbia y de la salsa que tal vez ya nunca más se vuelva a hacer. Fue una presentación que alegró, que levantó a la gente, pero demasiado sobria y aprendida, con un destello inolvidable en el timbal.
De los demás grupos podría decir poco (y aquí es indispensable la primera persona, porque cada uno podría dar una versión distinta). A cada uno la fatiga le llega tarde o temprano. Pero a juzgar por el lento reflujo de la gente, por el lánguido final cuyo cantante se negó a improvisar al lado de un espontáneo, el final de la noche no fue para recordar.
La noche del domingo tal vez habría dejado un saborcillo amargo si no hubiera sido por la presentación de Alfredo de la Fe; por ese Alfredo de la Esperanza que conoce más su violín que a su propia alma; por ese Alfredo de la Caridad que también supo darle a la gente lo que le gusta, el himno del Festival, algo que pocos harían por miedo a desentonar, a no estar a la altura de esa canción que es el gran patrimonio de la Fiesta.


Si la noche tuvo un clímax, si hubo un momento en que el tiempo se detuvo y pasó algo de verdad, fue cuando Alfredo del Valor bajó del escenario y se fue internando entre la sorprendida multitud, solo, armado con su violín, improvisando ante las caras de asombro que le abrían paso, nadando entre los cuerpos alegres y sudorosos.
Hubo problemas técnicos y a lo mejor Alfredo de la Búsqueda no quedó contento con su espectáculo. Los encargados de las luces estaban como dormidos y no estuvieron a la audacia de ese Alfredo de Hamelin que reclutaba corazones en la arena.
Al regresar al escenario el violín se silenció. Pero ya lo mejor había pasado, ya nada superior podía venir. En la memoria de algunos quedaría para siempre ese hombre finalmente iluminado por un reflector, solo en lo más profundo de la multitud, haciendo lo que más feliz lo hace, fabricando momentos eternos como sólo puede hacerlo él, Alfredo de la Música y sobre todo Alfredo de la Felicidad.

Marzo 24 de 1992.






lunes, 4 de septiembre de 2017

El esperpento que cambió la historia

Un texto de marzo de 1997


El esperpento que cambió la historia

La explosión de un depósito de dinamita en el tradicional mercado público de Getsemaní, en la mañana del 30 de octubre de 1965, ha sido una de las más grandes tragedias vividas por Cartagena.
Este hecho, que dejó más de medio centenar de muertos y cerca de doscientos heridos, fue también una señal de alarma que puso de nuevo a la ciudad a pensar  en el grave problema en que se había convertido el mercado público ubicado en la zona del Arsenal de Getsemaní: un hervidero humano y de ratas por donde diariamente circulaban cerca de 25 mil cartageneros en busca de todo lo que pueda necesitar un ser humano, desde una libra de arroz hasta caricias a precios módicos.
Fue a partir de ese momento cuando tomó fuerza la idea de que el Mercado debía ser trasladado a otra zona de la ciudad. Pero pasaron doce años para que esto fuera posible, y otros cuatro para que en el mismo sitio que ocupaba el mercado apareciera una mole que desconcertó a muchos al comienzo, pero que con el tiempo ha demostrado con creces su importancia.




El viejo mercado
El domingo 22 de enero de 1978, Cartagena fue testigo de algo que muchos creían imposible. Al ritmo de las papayeras, los dos mil quinientos vendedores del Mercado de Getsemaní iniciaron el éxodo que los conduciría a las instalaciones del nuevo y moderno mercado situado en la zona de Bazurto.
Ese día, el cuarenta por ciento de los comerciantes que ocupaban el viejo y ruinoso cascarón del Mercado, los toldillos de las calles aledañas y las playas de cáscaras, ocuparon sus nuevos locales en un espacio amplio y limpio que costaba creer que algún día pudiera padecer las estrecheces de su predecesor.
Durante las siguientes semanas siguieron las mudanzas, las demoliciones, las limpiezas  que fueron extirpando ese lugar que un día fue orgullo de la ciudad y que, al final de su vida útil, algunos compararon con un tumor.
Construido en 1904, el mercado de Getsemaní fue la primera construcción digna de ese nombre que tuvo la ciudad. Hasta ese momento la población se había abastecido en los toldillos ubicados a la sombra de las murallas cercanas a la Torre del Reloj o en el lugar que hoy ocupa el Camellón de los Mártires.
A comienzos del siglo XX, decidida a salir del marasmo y la decadencia del siglo pasado, la ciudad emprendió en una serie de construcciones que buscaban despertar el espíritu de progreso e integrar la economía a la vida nacional. Una de esas construcciones fue el ferrocarril de Calamar, otra fue el mercado público, diseñado por Luis Felipe Jaspe, con la colaboración del maestro Joaquín Nicasio caballero Vivas, y para cuya construcción fue necesario derribar  el fuerte de Barahona, una de las tantas murallas en ruinas que ahogaban la ciudad y de las que muchos eran partidarios de prescindir.
En el momento de su construcción, el mercado no sólo era una obra valiosa desde el punto de vista arquitectónico, sino que llenaba con creces las expectativas  de la población en materia de abastecimiento. Cartagena contaba entonces con ocho mil habitantes y el mercado público –diseñado para servirle a la ciudad durante sesenta años– era una de las obras de las que más orgullosos se sentían sus apacibles habitantes.
Sesenta y un años después de su construcción, en el momento de la explosión más aterradora del siglo XX, el Mercado padecía problemas estructurales  y de higiene y presentaba, además un crecimiento descontrolado que invadía varias calles aledañas  y amenazaba con extenderse por todo el centro de la ciudad.
El alcalde Gustavo Lemaitre Román fue uno de los principales impulsores de la idea de trasladar el Mercado Público y fue el autor de las primeras iniciativas para lograrlo.
En 1967, como gerente de las Empresas Públicas Municipales, Alberto Araújo Merlano puso en marcha la construcción del mercado de Bazurto –con ayuda de personas como Ignacio Amador de la Peña, entre otros– y fue de los primeros en preguntarse qué uso darles a los terrenos que quedarían libres después del traslado. Araújo Merlano hizo contactos con el Banco de la República para que construyera allí un edificio o un teatro, pero no se concretó nada.
Fue preciso esperar hasta finales de los años 70 para que fuera posible realizar el traslado y definir el futuro del lugar que ocupaba el Mercado. Esa doble tarea le correspondió a una misma persona: el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, quien, como gerente de las Empresas Públicas Municipales y después como alcalde de la ciudad, organizó y ejecutó –con la ayuda de la Armada–el traslado del mercado y gestó y dio los primeros pasos para la materialización del centro de Convenciones de Cartagena, que este 19 de marzo celebra 15 años.




La primera piedra
El 20 de julio de 1978, el lugar donde estuvo el  mercado de Getsemaní presentaba el aspecto de un lugar bombardeado y abandonado. Del sitio que unos meses atrás estaba lleno de vida sólo quedaba el esqueleto de un viejo edificio que reflejaba muy poco de lo que había sido. Al día siguiente por la mañana, los sorprendidos habitantes de la ciudad descubrieron que no había absolutamente nada en el lugar, que ahora se abría un horizonte limpio e incomparable hacia la bahía. Durante la noche anterior, un equipo de demolición había trabajado sin descanso para derrumbar lo que quedaba y limpiar el lugar para la ceremonia  que se celebraría en ese sitio, en el marco de las fiestas patrias del 24 de julio.
Ese día, el lunes 24 de julio  de 1978, el presidente de la República, Alfonso López Michelsen, presidió el acto de colocación de la primera piedra del centro de Convenciones de Cartagena, acompañado por el alcalde de la ciudad, José Enrique Rizo, y el gobernador de Bolívar, Haroldo Calvo Núñez. De esa manera culminaba la primera y quizá más difícil tarea para hacer realidad ese edificio cuya ausencia hoy los cartageneros considerarían inadmisible.

“Eso lo hacemos”
La idea de hacer un centro de convenciones se le ocurrió a Rizo Pombo cuando era gerente de las Empresas Públicas de Cartagena. En mayo de 1977 llegó a sus manos una publicación del BID –que años atrás había hecho importantes préstamos a las Empresas Públicas– en la que se anunciaba la Asamblea del Banco, que se celebraría en Guatemala y, lo más importante, la autorización de un préstamo para que Panamá restaurara su centro histórico y construyera un centro de Convenciones. Rizo Pombo, que desde enero de ese año –cuando había iniciado el proceso preparatorio para el traslado del Mercado– se venía preguntando qué hacer con los terrenos cuando estuvieran desocupados, decidió que eso, un Centro de Convenciones, era lo que debía remplazar ese viejo tumor que se disponía a extirpar.
Para empezar tuvo que averiguar qué era un centro de Convenciones, pues casi nadie podía explicarle claramente lo que era. Una vez realizadas las investigaciones iniciales, se dirigió a la junta directiva de las Empresas Públicas para proponerle llevar a cabo   su construcción, pero la respuesta de la Junta fue contundente: “Nuestra tarea se limita a trasladar el Mercado”.
A pesar de esa respuesta, el gerente de las Empresas Públicas empezó a realizar gestiones de espaldas a la junta directiva. Lo primero que hizo fue tratar de rescatar la vieja idea de que el Banco de la República construyera allí. Pero el banco no mostró interés. Por esos días Rizo Pombo asistió a un almuerzo organizado  por Augusto de Pombo Pareja en homenaje al presidente López Michelsen. En medio de la reunión se acercó al presidente a proponerle la idea de hacer un centro de convenciones en Cartagena y a sugerirle que aprovechara la reunión del BID en Guatemala para invitar a que la siguiente asamblea fuera en Cartagena.
La primera reacción de López Michelsen fue de desconcierto. Pero Rizo Pombo le pidió que lo dejara actuar para sacar adelante esa idea. Así empezó una serie de gestiones decisivas. Escribió a Augusto Ramírez Ocampo –entonces director del BID en Colombia–para plantearle la idea de que se le hiciera a Cartagena un préstamo similar al que se le hizo a Panamá. La respuesta del apoyo de Ramírez Ocampo lo llevó a Bogotá, en busca del aval de algún organismo estatal para que se comprometiera a respaldar el crédito. Así llegó a la oficina del recién creado Proexpo, Rafael Gama Quijano, quien se entusiasmó tanto con el proyecto que decidió apoyarlo con dinero de la entidad, sin que fuera necesario suscribir un crédito con el BID.
Por esos días Rizo Pombo logró hablar con el Ministro de Hacienda, Abdón Espinosa Valderrama, para que propusiera a Cartagena como sede de la siguiente asamblea del BID. Días después, Espinosa Valderrama le informó  que su encargo había sido cumplido. Fue entonces cuando Rizo Pombo empezó a comprender que la sombra favorable de López Michelsen empezaba a facilitarle las gestiones.
El espaldarazo definitivo llegó a mediados de 1977, cuando aún era incierto el traslado del mercado de Getsemaní. Rizo Pombo invitó a López Michelsen a un almuerzo en su casa de campo en Turbaco y allí le mostró la maqueta de lo que sería el centro de convenciones, elaborada por Rafael Cepeda. La maqueta mostraba toda la zona de Getsemaní, el centro y la bahía y, justo en medio de todo eso, un enorme edificio como un cubo de cristal que reflejaba la belleza de la ciudad.
Sorprendido, López Michelsen se limitó a decir: “Eso lo hacemos”.


Fototeca Histórica de Cartagena

APCIC
El segundo semestre de 1977 estuvo lleno de buenas noticias. En julio, durante el cierre de la muestra Expocosta 77, el ministro de desarrollo Diego Moreno Jaramillo leyó un decreto mediante el cual el Presidente ordenaba la creación de la Asociación Promotora del Centro Internacional de Cartagena, que se encargaría de construir el centro de convenciones.
En agosto, José Henrique Rizo Pombo fue nombrado alcalde de Cartagena y así alcanzó una posición de privilegio para materializar el traslado del mercado de Getsemaní y adelantar gestiones para la construcción del centro de Convenciones.
El 22 de diciembre de 1977, en las instalaciones de un mercado de Bazurto aún desierto y reluciente, Alfonso Löpez Michelsen presidió el acto de constitución de la Asociación promotora del centro de Convenciones.
El 24 de julio de 1978, con la ceremonia de colocación de la primera piedra, llegaba a su fin un arduo proceso y arrancaba uno nuevo en el camino hacia la materialización del Centro de Convenciones Cartagena de Indias.




En tiempo record
Durante el segundo semestre de 1978 se llevó a cabo el concurso de méritos para elegir el proyecto.  Un jurado integrado por Manuel José Cárdenas, de Proexpo (representado por Germán Téllez), Ramón de Zubiría, Eduardo Lemaitre, Roberto Gedeón (entonces Alcalde) y Raymundo Angulo de Corturismo, determinó que ninguno de los proyectos cumplía con la totalidad de los requisitos, pero otorgó el primer lugar a la firma “Esguerra, Sáenz y Samper”. Salvo algunas variaciones, el proyecto proponía la edificación que conocemos.
El Centro de Convenciones debió enfrentar numerosos obstáculos para hacerse realidad. Alguien llegó a poner un aviso en la prensa solicitando dinamitadores para echarlo al suelo. El mismo Gabriel García Márquez, en su muy leída columna de El Espectador, definió el proyecto como un esperpento superior a la capacidad de la ciudad, que sólo serviría para que cada año se coronara la reina nacional.
Muchas personas intervinieron en la materialización del Centro de Convenciones. El mismo Rizo Pombo, después de ser alcalde, ocupó la gerencia de APCIC y, al descubrir que Proexpo se desentendía del proyecto y pretendía darle prioridad al  Centro de Convenciones de Medellín, armó un escándalo tal que el mismo presidente Turbay le ratificó a la gobernadora, Elvira Faciolince, que el centro de Convenciones de iba a construir.
La mayor parte de la realización del proyecto le correspondió a Haroldo Calvo Stevenson, como gerente de la Asociación Promotora. Los primeros desembolsos de Proexpo para la construcción fueron hechos en mayo de 1979. Los trabajos se iniciaron en septiembre de ese año, y la construcción fue culminada en un tiempo record para una obra de tal tamaño.
El 19 de marzo de 1982, el presidente Julio César Turbay presidió la ceremonia de inauguración del Centro de Convenciones Cartagena de Indias. Una semana más tarde tuvo lugar allí el primer evento, un compromiso que sirvió de motivo principal para el cumplimiento de las metas trazadas: la Asamblea del BID, que había sido aplazada un año para esperar la culminación de los trabajos. Después han sido muchas las personalidades que han desfilado por el centro de Convenciones, en los incontables eventos de los que ha sido escenario.
Quince años después de su construcción ese cubo de piedra no parece tener ya detractores y los cartageneros tienen un afecto creciente por el esperpento que ha hecho –con el tiempo–que la ciudad se convierta en algo así como el ombligo del mundo, cuando sus perspectivas –a mediados de los años sesenta– sólo permitían augurarle un futuro de balneario apenas prestigioso.
El Universal, Marzo de 1997.









viernes, 1 de septiembre de 2017

Vida y milagros de una lengua muerta

Editado por la Editorial UPB en su colección "Ensayos",
el libro será presentado en la Fiesta del Libro de Medellín, 
el domingo 17 de septiembre de 2017, a las 5 pm.
Auditorio Planetario



 De la contraportada: 

No es casual que palabras como “amor”, “misterio” y “literatura” tengan su origen en una lengua muerta que todavía permanece indescifrada. Una reflexión sobre el etrusco, y sobre su presencia viva y oculta en las lenguas romances, sienta las bases y abre este recorrido por épocas y autores.
En las lecturas, de las que son testimonio estos ensayos, se aplican la agudeza y el conocimiento del oficio que tiene el escritor. La atención se dirige a la literatura hispánica. Aquí están la tradición picaresca y su vigencia en nuestro tiempo, la función del periodismo en los movimientos independencia, el desconcertante olvido de uno de los escritores colombianos más interesantes del siglo XIX, la fama y la oscuridad de la primera celebridad literaria del país, los diálogos textuales (en el relato policial y en la novela de la naturaleza), los retos y avatares de las voces femeninas, la vanguardia, la poesía y las figuras de Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XX, al lado de sus herederos y precursores.
Este viaje –que también es una reflexión sobre el sentido y los instrumentos de la interpretación– concluye con “Teoría”, un texto donde el autor ajusta cuentas con sus conflictos internos. Allí la tarea simultánea de creador, cronista y académico parece encontrar su síntesis y equilibrio en la aceptación amorosa del misterio inagotable de la literatura.

CONTENIDO:

Introducción: Sobre los estudios literarios..........................................................9

Vida y milagros de una lengua muerta: Presencia del etrusco en el español
y otras lenguas romances............................................................13

Lo que encubre el silencio:
Reflexiones sobre la picaresca..................................................31

Las máscaras del discurso: Anonimidad y ciudadanía en La Bagatela,
de Antonio Nariño..........................................................................37

El caballero de Sotaquirá:
Sobre la obra de Felipe Pérez.....................................................61

Preparativos para la inmortalidad:
Vargas Vila en España...................................................................71

La alborada de las voces
Sobre La Quimera, de Emilia Pardo Bazán...........................95

Sobre la poética de la ensoñación: Sobre Bachelard, Felisberto Hernández
y Juan Carlos Onetti.................................................................... 111

De los sentidos al sinsentido
Sobre Maldito gato, de Juan Emar......................................... 117

Del relato policial a la ortodoxia
Sobre Borges y Chesterton....................................................... 135

Sobre la alegoría: Reflexiones sobre Charles Taylor
y Frederic Jameson...................................................................... 143

Un horror natural:
Sobre La vorágine y Heart of Darkness.............................. 149

La familia del Muntu: Una lectura de Changó, el gran putas,
de Manuel Zapata Olivella........................................................ 155

Los destellos de Dios:
Una lectura de Kenosis, de Gustavo Ibarra Merlano….. 175

La muerte en el texto: El autor como personaje absurdo en Noche
sin fortuna, de Andrés Caicedo.............................................. 189

En busca del padre perdido: Sobre Prohibido salir a la calle,
de Consuelo Triviño.................................................................... 217

Género y autoría: Sobre Beatriz y los cuerpos celestes,
de Lucía Etxebarría..................................................................... 223

Cristales ahumados: Sobre Los sueños de los hombres se los fuman
las mujeres, de Alister Ramírez Márquez.......................... 241

Las últimas noticias de la guerra contra el tiempo:
Sobre la poesía de Miguel Falquez-Certain....................... 251

La esperanza de los muertos: Sobre Walter Benjamin, García Márquez
y José Félix Fuenmayor.............................................................. 263

A las puertas de lo inconcebible: Sobre la cuentística de García Márquez,
Julio Cortázar y Jorge Luis Borges........................................ 271

Sobre Paul Ricoeur y su teoría interpretativa.......... 277

Vigencia de Auerbach:
Sobre lo figural en Cortázar y Peri Rossi........................... 287

Teoría............................................................................................... 293

Notas bibliográficas................................................................. 323