Doña Catherina de Kandy-primera reina católica de Ceilán
Los días anteriores habían sido relajados, de recorridos breves.
El
domingo, acompañó a Prax a la procesión de Ramos. Caminaron a la iglesia de San Francisco Xavier, y allí el viajero comprobó que el
catolicismo tenía
en la
isla adeptos
entusiastas.
Prax le
contó detalles de la vida de Francisco Xavier, “el más notable misionero en el
Oriente”, y le contó que el seis por ciento de los habitantes de la isla
eran
católicos. También agregó,
didáctico,
que
en Anuradhapura, la primera
gran
capital
de la isla, se encontraron altares
cristianos erigidos alrededor
del siglo v.
La iglesia era austera. Predominaba
el color blanco. Era como si, de
ese
modo,
quisieran diferenciarse de
la exuberancia
y el colorido
del hinduismo. El
viajero
se entretuvo mirando a los fieles. Nada los diferenciaba de la gente que había visto en Kelaniya y en los otros templos.
Muchos
de los que allí estaban
heredaron la
fe de los portugueses que
llegaron y se
instalaron en la
isla
a principios
del siglo xvi.
En noviembre de 1505, una flota
portuguesa comandada por Lorenzo
de Almeida
fue
conducida
a la isla por
una tormenta. Desembarcaron
cerca de
donde hoy está
Colombo. Con
el permiso del rey de Kote, Parakramabahu ix, Almeida levantó una
estación
comercial y una
capilla
dedicada
a San Laurencio.
Fray Vicente, el capellán de la flota, ofició la primera misa católica en la
isla.
La religión
se mantuvo
a lo largo
de los
siglos con
la presencia
de misioneros portugueses,
holandeses
e irlandeses.
La mayoría de
los católicos vivían
en las regiones oeste
y noroeste de la isla.
Ese Domingo de
Ramos vino
tanta gente,
que tuvieron que poner sillas plásticas fuera de
la iglesia.
La gente
plegaba los
ramos con pericia, para hacer con ellos cruces vegetales. Había muchos niños.
El viajero
recordó las distracciones extáticas
que tuvo cuando era niño y aceptaba sin rebeldía la obligación de ir a misa.
También, como entonces,
se distrajo mirando
los rostros de la
gente. Notó ese curioso
rasgo de algunos viejos —la piel oscura y el
cabello
blanco—, como
de negativo de
fotografía. Volvió
a ver mujeres bellas
e imaginó vidas posibles en
las
que formaba parte de sus vidas.
Así encontró en
medio de
la gente
a una mujer escuálida,
de piel muy oscura
y mirada vesánica.
Entonces ya
no pudo
prestar
atención a ninguna otra cosa. La mujer tenía un traje hermoso
y modesto, de flores blancas y amarillas sobre un fondo negro. La delgadez hacía que se dibujaran sobre la piel los huesos de la clavícula y
los
músculos y tendones del
cuello. Apenas
tenía músculos en
el rostro. Las cuencas
de los
ojos
estaban
hundidas. Cada uno de
sus
dientes
había
decidido seguir su
propio rumbo. Podía tener treinta
o cuarenta, pero
parecía tener miles
de años. No podría decir que era fea, pero había en ella un gesto de terror que la volvía aterradora. Era como si supiera que el Infierno ya la estaba esperando.
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