La columna de Vivir en El Poblado
El autor de El laberinto (1973), Humberto Rodríguez Espinosa
En cuestiones literarias, nunca he sido amigo de las
listas. Cuando las encuentro, pienso: “Ni están todos los que son, ni son todos
los que están”. El arte no es como los deportes, donde clasifican los que
llegan primero o anotan más puntos. Aquí cada quien está a solas peleando a
puño limpio contra sus propios límites y casi siempre pierde.
La familiaridad con los libros puede desarrollar el gusto
en el lector y un ojo sensible a los aciertos y las torpezas. Esa ha sido mi
vacuna para no hacerle fiestas a tanto globo inflado que hoy suele celebrarse
como obra maestra. Pero eso no significa que sea posible declarar la
superioridad de un buen libro sobre otros. Decir, por ejemplo, que Cien años
de soledad es mejor que, digamos, Celia se pudre, es tan
descabellado como dictaminar que las ardillas voladoras son mejores que las ranas
marsupiales.
Otro problema que veo con las listas es que suponen que
todas las obras tienen idéntica visibilidad, cuando el hecho es que hay factores
de todo tipo (políticos, sociales, económicos, raciales, de género) que hacen
que muchas obras se deslicen hacia el olvido sin ser leídas.
Pero, como al que no quiere caldo le dan dos tazas, por
invitación de la Universidad Tecnológica de Pereira terminé haciendo una lista
de las 200 obras más relevantes de la literatura colombiana. La idea es
sumar opiniones para una lista definitiva, con motivo de los 200 años de la Independencia.
Acepté el reto porque pensé que podría tomar posición contra las modas
literarias y, al lado de los insoslayables, me dediqué a nombrar libros y
autores que es posible que nadie más mencione.
Felipe Pérez, Humberto Rodríguez Espinosa, Alberto
Sierra, Antonio Curcio Altamar, Óscar Delgado, Carmen Victoria Muñoz, José Bertel
Melgarejo, Víctor Escobar Navarro, Leonidas Castillo, Juan Carlos Guardela y
hasta un tal Gustavo Arango son algunos de los ninguneados que incluí. Con el
mayor gusto omití los paquetes chilenos que la publicidad y las relaciones
públicas nos quieren imponer.
La publicación de la lista en mi blog ha despertado un
diálogo agitado. Los buenos lectores han sentido la necesidad de sugerir otros nombres.
Algunos de los poquísimos autores vivos que incluí me agradecieron el gesto.
Otros han pedido a nombre propio, o por interpuesta persona, que los incluya. Y,
aunque imagino que las modas y maquinarias al final van a imponerse, disfruté
el reto de intentar reconocer obras y autores olvidados que he tenido la suerte
de leer y de cuyas virtudes innegables puedo ofrecer testimonio.
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