Un viejo ensayo perdido y reencontrado.
Vallejo y Huidobro
El caído y el cayente
En
su estudio sobre la poética, Jean Cohen expresa que el objetivo de la
estilística es la identificación de los rasgos comunes, inmanentes a la
desviación de la norma que llamamos estilo y que es peculiar a cada voz
poética.
Dice
Cohen que, si bien cada voz se desvía de manera diferente en relación con un
hipotético lenguaje neutral, es en el estudio de las constantes, las tendencias
comunes, donde pueden obtenerse revelaciones importantes sobre el acto poético
en general.
Mi
propósito en este ensayo es encontrar esas constantes inmanentes en dos autores
cuyos estilos, en apariencia, difieren de manera radical.
La
reflexión sin embargo, no acoge de manera integral los postulados de Cohen y
tiene siempre la perspectiva planteada por Yurkiévich, en el sentido de que el
objeto de la ciencia poética es indefinible, imprecisable, debido a los
múltiples factores extralingüísticos que gravitan en torno a la palabra.
Encuentro
que lo común a ambos autores –César Vallejo y Vicente Huidobro– es justamente
todo aquello que permite calificarlos de vanguardistas. Para seguir con una
caracterización hecha por Yurkiévich, en ambos autores se manifiestan de manera
análoga (pero con rasgos singulares que precisaré al final de este ensayo) la
conciencia agónica de la realidad, el cuestionamiento y la innovación formal, y
la búsqueda de una subjetividad nueva, diferente, en oposición a lo que cada
uno consideró una tradición lírica gastada e incapaz de expresar la complejidad
del yo.
Veamos
en primer lugar la conciencia agónica. Esa sensación general de derrota, de
fracaso de los proyectos sociales y estéticos, es un rasgo central en la
poética de Vallejo y de Huidobro. En Vallejo está dada por la insistencia en el
tema del dolor, de la tristeza, de lo perdido de manera irremediable, que está
referido a temas como la madre muerta, la soledad, la infancia remota, la amada
lejana.
En
Huidobro, por su parte, la reacción frente a la sensación de desesperanza, se
manifiesta con un darle la espalda al mundo y crear un mundo poético alterno
que se autoabastece, una especie de cosmos personal que denigra del cosmos
original por considerarlo fallido e imperfecto.
Si
ante la agonía y la ruina Vallejo reacciona con dolor y lamentos, Huidobro
reacciona con soberbia. Estos rasgos se aprecian en el tópico de la divinidad.
Mientras Vallejo dice que “Dios estaba enfermo/grave” cuando creó al hombre,
Huidobro desbanca a Dios de su lugar
–con su madre santísima incluida– y se propone superar la labor del
creador.
La
innovación formal es otro rasgo común a las poéticas de Vallejo y de Huidobro.
Ambos manifiestan a su manera la insatisfacción, la sensación de inadecuación
que experimentan frente al lenguaje recibido.
En
Vallejo, la insatisfacción con su instrumento se expresa fracturándolo,
rompiéndolo, imponiéndole virajes sintácticos nuevos que permitan vislumbrar
acercamientos nuevos a la realidad y que activen en el lector un estado de
alerta, de atención agudizada, que es una nueva forma de conciencia.
En
Huidobro la insatisfacción con el lenguaje se manifiesta desintegrándolo, reduciéndolo
a un balbuceo primigenio que denuncia la vacuidad de todo lenguaje, el
distanciamiento irreparable frente a lo que pretende designar.
Pero
hay también peculiaridades en la manera de asumir la rebeldía formal. Mientras Huidobro
desintegra el lenguaje por completo, lo desmantela hasta emparentarlo con los
murmullos de la naturaleza con la que se decidió rivalizar y a la que se
propuso no servir, Vallejo se desliga del lenguaje (especialmente en Trilce), de su tradición formal, para
realizarse luego con una fuerza expresiva renovada.
También
en la manifestación de una subjetividad en conflicto, en pugna con lo heredado
y necesitada de expresar facetas desconocidas de sí misma, encontramos puntos
de encuentro entre Huidobro y Vallejo. En ambos encontramos imágenes de
encierro, de escisión y extrañamiento frente a sí mismos. Ambos intuyen,
también, que bajo lo que expresan las palabras hay un vasto espacio innominado.
Este espacio para Vallejo es la eternidad que subyace en cada instante, la muerte
que ilumina cada instante de vida (“hoy he muerto qué poco en esta tarde”), el
furor milenario de su sangre (toda la tradición indígena que incorpora a su
discurso) y la comunidad de los hombres que alimenta la utopía en muchos de sus
poemas.
Para
Huidobro, por su parte, ese elemento inexpresable que es parte integral de su
subjetividad, lo encontramos en la búsqueda de una unidad genérica primordial,
en el afán por encontrar una perspectiva cósmica que lea y escriba de manera
diferente toda la realidad.
Como
hemos visto, son muchos los rasgos de fondo que emparentan la poesía de César
Vallejo y de Vicente Huidobro. Pero sería un error pensar en ellos solo en
función de sus semejanzas. Cada uno personifica derroteros diferentes –y muchas
veces antagónicos– dentro de la poesía. Podríamos concluir este análisis
comparativo, fijando la atención en una diferencia sustancial entre ambos
poetas.
Al
asumir el dolor, la dureza de la realidad, la miseria cotidiana de los hombres,
César Vallejo es y se sabe a sí mismo un poeta caído, separado de la unidad
primordial, alejado para siempre del paraíso perdido, desarraigado y escindido
de la plenitud y la armonía, Vallejo ha encontrado apoyo en la dureza del suelo
y de las piedras.
Huidobro,
por su parte se ha evadido. Olvidado del suelo desde donde alzó el vuelo,
Huidobro ha borrado de sí mismo ideas como suelo o gravedad. Ha encontrado en
la caída sin fin y sin dirección una forma de unidad y de quietud que se parece
mucho a esa unidad que, como hombre, no le es posible conquistar.
Las
contribuciones de estos dos poetas a la vanguardia hispanoamericana son
innegables. En cierta forma, este análisis es un inventario de tales
contribuciones. Las repercusiones de su legado no han cesado de presentarse.
Las vemos en la audacia que exhibió la literatura latinoamericana en décadas
tan fructíferas como la del sesenta. Pero el análisis sería marcadamente
histórico –y descuidadamente humano– si no notamos otro significado que el término
vanguardia tiene y ha tenido desde que el hombre es hombre y ha enfrentado los
retos de su tiempo, peleando en su interior con el pasado, rompiendo las
cadenas y alimentándose con ellas, para nacer más nuevo, más auténtico.
Desde
esa perspectiva, vanguardia son los vivos y el resto son los muertos.
New Brunswick. N0viembre 3, 1999.
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