La columna de Vivir en El Poblado
Las
cataratas del Niágara son una cosa extraordinaria. Perdonen que use un adjetivo tan ordinario, pero son de lo poco
que aún consigue que quede boquiabierto. No son las más grandes del mundo, pero
son monumentales, y por siglos mantuvieron estatura de leyenda. Visitarlas era
un hecho que podía dividir la vida entera en un antes y un después.
“Las sombras de las
nubes, el receptáculo del cauce, los juegos de la luz y de la sombra
combinados, y la reverberación vegetal, dan a las espumas del monstruo, según
del lado que se las mire, un tinte de esmeralda muy bello, que hace un juego
hermoso con los albos copos de la onda despedazada y de la bruma”.
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