jueves, 25 de julio de 2019

El trágico triunfo de S. S. Van Dine

La sección "Vidas de artistos"en la revista virtual Cronopio



Los lectores de novelas de detectives son legión. Basta mencionar el tema para que empiecen a hacer memoria de autores y personajes: Conan Doyle y su Sherlock Holmes, Agatha Christie y su Hércules Poirot. Si la fiebre por el tema es elevada, entrarán en controversia sobre el origen del género. Unos dirán que empezó con Edgar Allan Poe y sus crímenes de la calle Morgue; otros, que con la ya milenaria pesquisa de Edipo para concluir que él mismo era el asesino de su padre.
Con el tiempo, los relatos policiales fueron recibiendo un lugar en el Olimpo de la alta literatura. Nadie discutía la calidad de la obra de Hammett o Simenon, y autores como Borges y Chesterton elogiaron las virtudes del género como alegoría de las preguntas esenciales del hombre. Pero no siempre había sido así. En sus comienzos, las novelas de detectives eran consideradas un género inferior, algo así como la zona de tolerancia de la literatura.






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